(Gn 14,18-20) "Bendito sea Abrán por el Dios altísimo"
(1 Cor 11,23-26) "Esto es mi cuerpo que se entrega por vosotros"
(Lc 9,11b-17) "Dadles vosotros de comer"
Homilía I: con textos de homilías pronunciadas por S.S. Juan Pablo II
Homilía en la Solemnidad del Corpus Christi (8-VI-1980)
--- Sacramento del sacrificio
--- Cuerpo y Sangre de Cristo
--- Culto privado y público
--- Sacramento del sacrificio
La institución de la Eucaristía fue siempre considerada como el sacramento más santo: el sacramento del Cuerpo y de la Sangre del Señor. El sacramento de la Pascua divina. El sacramento de la muerte y de la resurrección. El sacramento del Amor, que es más poderoso que la muerte. El sacramento del sacrificio y del banquete de la redención. El sacramento de la comunión de las almas con Cristo en el Espíritu Santo. El sacramento de la fe de la Iglesia peregrinante y de la esperanza de la unión eterna. El alimento de las almas. El sacramento del pan y del vino, de las especies más pobres, que se convierten en nuestro tesoro y en nuestra riqueza más grande. “He aquí el pan de los ángeles, convertido en pan de los caminantes” (secuencia), “...no como el pan que comieron los padres y murieron; el que come de este pan vivirá para siempre” (Jn 6,58).
¿Por qué ha sido escogido un jueves para la solemnidad del Corpus Domini? La respuesta es fácil. Esta solemnidad se refiere al misterio ligado históricamente a ese día, al Jueves Santo. Y tal día es, en el sentido más estricto de la palabra, la fiesta eucarística de la Iglesia. El Jueves Santo se cumplieron las palabras que Jesús había pronunciado una vez en la sinagoga de Cafarnaum; al oírle, “muchos de sus discípulos se retiraron y ya no le seguían”, mientras los Apóstoles respondieron por boca de Pedro: “¿A quién iremos? Tú tienes palabras de vida eterna” (Jn. 6,66-68). La Eucaristía encierra en sí el cumplimiento de esas palabras. En ella la vida eterna tiene su anticipo y su comienzo.
“El que come mi carne y bebe mi sangre tiene la vida eterna, y yo le resucitaré el último día” (Jn. 6,54). Eso vale ya para el mismo Cristo, que inicia el triduo pascual el Jueves Santo, con la Ultima Cena, es condenado a muerte y crucificado el Viernes Santo, y resucitará al tercer día. La Eucaristía es el sacramento de esa muerte y de esa resurrección.
--- Cuerpo y Sangre de Cristo
En ella, el Cuerpo de Cristo se transforma verdaderamente en comida y la Sangre en bebida para la vida eterna, para la resurrección. En efecto, el que come ese Cuerpo eucarístico del Señor y bebe en la Eucaristía la Sangre derramada por Él para la redención del mundo, llega a esa comunión con Cristo, de la que el Señor mismo dice: “Permanece en mí y yo en él” (Jn 15,4). Y el hombre, permaneciendo en Cristo, en el Hijo que vive del Padre, vive también, mediante Él, de esa vida que constituye la unión del Hijo con el Padre en el Espíritu Santo: vive la vida divina.
Celebramos, por tanto, la solemnidad del Cuerpo y de la Sangre de Cristo el jueves después de la Santísima Trinidad, para poner de relieve precisamente esa Vida que nos da la Eucaristía. Mediante el Cuerpo y la Sangre de Cristo permanece en ella un reflejo más completo de la Santísima Trinidad, de modo que la Vida divina, es participada, en este sacramento, por nuestras almas. Este es el misterio más profundo, más íntimo que asumimos con todo nuestro corazón, con todo nuestro “yo” interior. Y lo vivimos en la intimidad, en el recogimiento más profundo, sin encontrar ni las palabras justas, ni los gestos adecuados para corresponder a él. Las palabras más exactas quizá sean éstas: “Señor, yo no soy digno de que entres bajo mi techo...” (Mt 8,8), unidas a una actitud de adoración profunda.
--- Culto privado y público
Sin embargo, existe un único día -y un determinado tiempo- en el que nosotros queremos dar, a una realidad tan íntima, una especial expresión exterior y pública. Esto sucede precisamente hoy. Es una expresión de amor y de veneración.
Cristo pensando en su muerte, de la que dejó su propio memorial en la Eucaristía, ¿no dijo acaso una vez “Padre, glorifícame cerca de Ti mismo, con la gloria que tuve cerca de Ti antes que el mundo existiese”? (Jn 17,5).
Cristo permanece en esa gloria después de la resurrección. El sacramento de su expoliación y de su muerte es al mismo tiempo el sacramento de esa gloria en la que permanece. Y aunque a la glorificación, de que goza en Dios, no corresponde ninguna expresión adecuada de adoración humana, es justo sin embargo, que con la Eucaristía del Jueves Santo se enlace también esa liturgia especial de adoración, que lleva consigo la fiesta de hoy. Este es el día en que no solamente recibimos la Hostia de la vida eterna, sino que también caminamos con la mirada fija en la Hostia eucarística, juntos todos en procesión, que es un símbolo de nuestra peregrinación con Cristo en la vida terrena.
Caminamos por las plazas y calles de nuestras ciudades, por esos caminos nuestros en los que se desarrolla normalmente nuestra peregrinación. Allí donde viviendo, trabajando, andando con prisas, lo llevamos en lo íntimo de nuestros corazones, allí queremos llevarlo en procesión y mostrárselo a todos, para que sepan que, gracias al Cuerpo del Señor, todos tienen o pueden tener en sí la vida (cfr. Jn 6,53). Y para que respeten esa nueva vida que hay en el hombre.
¡Iglesia santa, alaba a tu Señor! Amén.
DP-171 1980
Homilía II: a cargo de D. Justo Luis Rodríguez Sánchez de Alva
En el relato de la multiplicación de los panes, los gestos de Jesús nos hacen revivir la institución de la Eucaristía: "tomando los cinco panes y los peces, alzó la mirada al cielo, pronunció la bendición sobre ellos, los partió y se los dio a los discípulos..." Las comidas de Jesús con sus discípulos son como un anticipo de la Eucaristía y ésta el preludio del banquete de bodas celestial (Cf Ap 19,9).
Toda celebración eucarística tiene carácter pascual. Es el signo de la promesa de la nueva creación liberada de toda servidumbre. En ella se revela y anticipa, a través de los signos, lo que ocurrirá un día cuando Dios sea todo en todas las cosas (Cf 1 Co 15,28). El que come el pan eucarístico tiene ya injertada la vida eterna y resucitará el último día (Cf Jn 6,54). Es algo más que un alimento. Es un sacrificio de alabanza en el que se reactualiza el sacrificio único de Jesús en la Cruz y su resurrección gloriosa. Celebramos la liberación pascual del poder de la muerte y el don de la nueva vida eterna.
Dios no sólo ha venido a este mundo en un país lejano y nos ha hablado en nuestro propio idioma, sino que se nos da en persona en la Eucaristía, deseando entrar en comunión con cada uno. La Comunión es el grito más profundo del corazón de Dios: "Habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el fin" (Jn 13, ). Un deseo ardiente de Jesús (Cf Lc 22,15) y nuestro, porque hemos sido creados con un corazón que sólo puede encontrar su alegría en Dios: "Nos hiciste, Señor, para ti y nuestro corazón estará inquieto hasta que no descanse en ti" (S. Agustín).
La Eucaristía, dice Nouwen, es el gesto más humano y más divino que podamos imaginar. Ésta es la verdad de Jesús: tan humano y, sin embargo, tan divino; tan cercano y, sin embargo, tan misterioso; tan sencillo y, sin embargo, tan inasible". Es Dios-con-nosotros. Dios-dentro-de-nosotros. Dios-dando-su vida-por nosotros: "Esto es mi cuerpo... Ésta mi sangre..., Yo, que me entrego a vosotros.
"Milagro de amor, dice S. Josemaría Escrivá. Este es verdaderamente el pan de los hijos: Jesús, el Primogénito del Eterno Padre, se nos ofrece como alimento. Y el mismo Jesucristo, que aquí nos robustece, nos espera en el cielo como comensales, coherederos y socios, porque quienes se nutren de Cristo morirán con la muerte terrena y temporal, pero vivirán eternamente, porque Cristo es la vida imperecedera" (S. Agustín).
Homilía III: basada en el Catecismo de la Iglesia Católica
«Sagrado Banquete»
I. LA PALABRA DE DIOS
Gn 14, 18-20: Melquisedec ofreció pan y vino
Sal 109, 1.2.3.4: Tu eres sacerdote eterno, según el rito de Melquisedec
1 Co 11, 23-26: Cada vez que coméis y bebéis, proclamáis la muerte del Señor
Lc 9, 11-17: Comieron todos y se saciaron
II. LA FE DE LA IGLESIA
«La Eucaristía es el corazón y la cumbre de la vida de la Iglesia, pues en ella Cristo asocia su Iglesia y todos sus miembros a su sacrificio de alabanza y acción de gracias ofrecido una vez por todas en la cruz a su Padre; por medio de este sacrificio derrama las gracias de la salvación sobre su Cuerpo, que es la Iglesia» (1407).
«La misa es, a la vez e inseparablemente, el memorial sacrificial en que se perpetúa el sacrificio de la cruz, y el banquete sagrado de la comunión en el Cuerpo y la Sangre del Señor» (1382).
III. TESTIMONIO CRISTIANO
«Si vosotros mismos sois Cuerpo y miembros de Cristo, sois el sacramento que es puesto sobre la mesa del Señor, y recibís este sacramento vuestro. Respondéis "Amén" a lo que recibís, con lo que, respondiendo, lo reafirmáis. Oyes decir "el Cuerpo de Cristo", y respondes "amén". Por lo tanto, se tú verdadero miembro de Cristo para que tu "amén" sea también verdadero» (S. Agustín) (1396).
IV. SUGERENCIAS PARA EL ESTUDIO DE LA HOMILÍA
A. Apunte bíblico-litúrgico
Melquisedec designa el pan y el vino como elemento para un sacrificio incruento agradable a Dios. Es un signo del sacramento eucarístico.
Otro signo del banquete eucarístico es la multiplicación de los panes como signo del banquete eucarístico que Cristo preside y distribuye por medio de los apóstoles y sus sucesores.
La segunda lectura recoge el Memorial de la institución eucarística, anticipo de la muerte de Jesús, en la última cena.
B. Contenidos del Catecismo de la Iglesia Católica
La fe:
El Banquete Pascual: 1383-1405.
El Sacrificio Sacramental: 1356-1381.
La respuesta:
La Eucaristía fuente y cumbre de la vida de la Iglesia: 1324-1327.
C. Otras sugerencias
Puestos a centrarse en un punto de los muchos que pueden tratarse acerca del sacramento de la Eucaristía, los textos bíblicos del ciclo C nos centran en la consideración de la Eucaristía como banquete.
Banquete prefigurado en la multiplicación de los panes. Mesa compartida e inagotable de gracias.
Banquete que es el Memorial actualizado del Sacrificio de la Cruz en el que el sacerdote, la víctima y el Altar es el mismo Señor que se da como Alimento para la vida eterna.
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