«El don del entendimiento»

Después de haber considerado la sabiduría, como el primero de los siete dones del Espíritu Santo, hoy quisiera poner la atención en el segundo don, el entendimiento. No se trata de la inteligencia humana, de la capacidad intelectual de la que podemos estar más o menos dotados. Es, en cambio, una gracia que solo el Espíritu Santo puede infundir y que aumenta en el cristiano la capacidad de ir más allá del aspecto externo de la realidad y escrutar las profundidades del pensamiento de Dios y de su plan de salvación.

El apóstol Pablo, dirigiéndose a la comunidad de Corinto, describe muy bien los efectos de este don —es decir, qué hace el don del entendimiento en nosotros—, y Pablo dice: «Ni ojo vio, ni oído oyó, ni jamás pasó por la mente del hombre, lo que Dios ha preparado para los que le aman. Pero a nosotros Dios nos las ha revelado por medio del Espíritu» (1Cor 2,9-10). Esto obviamente no significa que un cristiano pueda comprenderlo todo y tener un conocimiento pleno de los planes de Dios: todo eso queda en espera de manifestarse en toda su nitidez cuando nos encontremos en presencia de Dios y seamos de verdad una solo cosa con Él. Pero, como sugiere la misma palabra, el entendimiento permite intus legere, esto es, “leer dentro”: este don nos hace comprender las cosas como las entiende Dios, con la inteligencia de Dios. Porque uno puede entender una situación con la inteligencia humana, con prudencia, y eso está bien. Pero entender una situación en profundidad, como la entiende Dios, es el efecto de este don. Y Jesús quiso enviarnos al Espíritu Santo para que tengamos ese don, para que todos podamos entender las cosas como Dios las entiende, con la inteligencia de Dios. Es un buen regalo que el Señor nos ha hecho a todos. Es el don con el que el Espíritu Santo nos introduce en la intimidad con Dios y nos hace partícipes del designo de amor que tiene con nosotros.

Está claro que el don del entendimiento está estrechamente unido a la fe. Cuando el Espíritu Santo habita en nuestro corazón e ilumina nuestra mente, nos hace crecer día a día en la comprensión de lo que el Señor dijo e hizo. El mismo Jesús dijo a sus discípulos: yo os enviaré al Espíritu Santo y Él os hará entender todo lo que os he enseñado (cfr. Jn 14,15-21). Comprender las enseñanzas de Jesús, entender su Palabra, el Evangelio, comprender la Palabra de Dios. Uno puede leer el Evangelio y entender algo, pero si leemos el Evangelio con este don del Espíritu Santo podemos comprender la profundidad de las palabras de Dios. Y eso es un gran don, un gran don que todos debemos pedir a la vez: ¡Danos, Señor, el don del entendimiento!

Hay un episodio del Evangelio de Lucas que expresa muy bien la profundidad y la fuerza de este don. Después de haber asistido a la muerte en la cruz y a la sepultura de Jesús, dos de sus discípulos, desilusionados y tristes, se van de Jerusalén y vuelven a su pueblo, de nombre Emaus. Mientras van de camino, Jesús resucitado se les acerca y empieza a hablar con ellos, pero sus ojos, velados por la tristeza y la desesperación, no son capaces de reconocerlo. Jesús camina con ellos, pero ellos están tan tristes, tan desesperados, que no lo reconocen. Pero cuando el Señor les explica las Escrituras, para que comprendan que Él debía sufrir y morir para luego resucitar, sus mentes se abren y en sus corazones se reaviva la esperanza (cfr. Lc 24,13-27). Y eso es lo que hace el Espíritu Santo con nosotros: nos abre la mente para entender mejor, para comprender mejor las cosas de Dios, las cosas humanas, las situaciones, todas las cosas. Es importante el don del entendimiento para nuestra vida cristiana. Pidámoslo al Señor, que nos dé a todos este don para entender, como Él entiende, las cosas que suceden y para comprender, sobre todo, la Palabra de Dios en el Evangelio.