«El don de Ciencia»

AUDIENCIA GENERAL 

Hoy querría destacar otro don del Espíritu Santo, el don de ciencia. Cuando se habla de ciencia, el pensamiento va inmediatamente a la capacidad del hombre para conocer cada vez mejor la realidad que le rodea y descubrir las leyes que rigen la naturaleza y el universo. La ciencia que viene del Espíritu Santo, sin embargo, no se limita al conocimiento humano: es un don especial que nos lleva a captar, a través de la creación, la grandeza y el amor de Dios y su relación profunda con cada criatura.

1. Cuando nuestros ojos son iluminados por el Espíritu, se abren a la contemplación de Dios, a la belleza de la naturaleza y a la grandiosidad del cosmos, y nos llevan a descubrir que cada cosa nos habla de Él y de su amor. Todo esto suscita en nosotros gran asombro y un profundo sentido de gratitud. Es la sensación que notamos también cuando admiramos una obra de arte o cualquier maravilla que sea fruto del ingenio y de la creatividad del hombre: ante todo eso, el Espíritu nos lleva a alabar al Señor desde lo más hondo de nuestro corazón y a reconocer, en todo lo que tenemos y somos, un don inestimable de Dios y un signo de su infinito amor por nosotros.

2. En el primer capítulo del Génesis, precisamente al principio de toda la Biblia, se dice que Dios se complace en su creación, subrayando repetidamente la belleza y la bondad de cada cosa. Al final de cada día, está escrito: «y vio Dios que era bueno» (1,12.18.21.25): si Dios ve que la creación es buena, es bella, también nosotros debemos asumir esa actitud y ver que lo creado es bueno y bello. Ese es el don de ciencia que nos hace ver esa belleza, y nos lleva a alabar a Dio, agradeciéndole habernos dado tanta belleza. Pero cuando Dios terminó de crear al hombre no dice: «vio que era bueno», sino que era «muy bueno» (v. 31). A los ojos de Dios, nosotros somos la cosa más bella, más grande, más buena de la creación: hasta los ángeles están por debajo de nosotros, somos más que los ángeles, como hemos escuchado en el libro de los Salmos. ¡El Señor nos quiere mucho! Debemos agradecérselo. El don de ciencia nos pone en profunda sintonía con el Creador y nos hace participar de la limpieza de su mirada y de su juicio. En esta perspectiva es como logramos  ver en el hombre y en la mujer el vértice de la creación, como cumplimiento de un designio de amor que está impreso en cada uno de nosotros y nos hace reconocerlos como hermano y hermana.

3. Todo esto es motivo de serenidad y de paz y hace del cristiano un testigo alegre de Dios, como san Francisco de Asís y tantos santos que supieron alabar y cantar su amor a través de la contemplación de la creación. Al mismo tiempo, el don de ciencia nos ayuda a no caer en algunas posturas excesivas o equivocadas. La primera es el riesgo de considerarnos dueños de la creación. La creación no es una propiedad de la que podamos adueñarnos a nuestro gusto; ni, mucho menos, es una propiedad solo de algunos, de pocos: lo creado es un don, un don maravilloso que Dios nos ha dado, para que lo cuidemos y lo utilicemos en beneficio de todos, siempre con gran respeto y agradecimiento. La segunda actitud equivocada es la tentación de quedarnos en las criaturas, como si nos pudieran ofrecer respuesta a todas nuestras expectativas. Con el don de ciencia, el Espíritu nos ayuda a no caer en ese error.

Pero quisiera volver a la primera equivocación: adueñarse de la creación en vez de protegerla. Debemos proteger la creación porque es un don que el Señor nos ha dado, es el regalo de Dios a nosotros; somos los custodios de la creación. Cuando abusamos de la creación, destruimos el signo del amor de Dios. Destruir la creación es decir a Dios: “no me gusta”. Y eso no es bueno: hay está el pecado.

La custodia de la creación es precisamente proteger el don de Dios y decir a Dios: “gracias, soy el custodio de la creación, pero para hacerla progresar, nunca para destruir tu don”. Esa debe ser nuestra actitud respecto a la creación: protegerla, porque si la destruimos, ¡la creación nos destruirá! No lo olvidéis. Una vez estaba en el campo y escuché un dicho de una persona sencilla, a la que le gustaban mucho las flores y las protegía. Me dijo: “Debemos proteger las cosas bonitas que Dios nos ha dado; la creación es para que nosotros la aprovechemos bien; no para explotarla, sino para custodiarla; porque Dios perdona siempre, los hombres perdonamos algunas veces, pero la creación no perdona nunca, y si no la proteges, te destruirá”.

Esto debe hacernos pensar, y debe hacernos pedir al Espíritu Santo el don de ciencia, para entender bien que la creación es el regalo más bonito de Dios. Él hizo muchas cosas buenas, pero la más buena es la persona humana.