“Cristianos luminosos, oscuros y grises”

Homilía de la Misa en Santa Marta

Los hombres se reconocen por sus palabras. San Pablo, invitando a los cristianos a comportarse como hijos de la luz y no como hijos de las tinieblas (Ef 5,8), hace toda una catequesis sobre la palabra.

Hay cuatro palabras para saber si somos hijos de las tinieblas: ¿Es mi palabra hipócrita —un poco de aquí, un poco de allá— para quedar bien con todos? ¿Es una palabra vacía, sin sustancia, llena de vacuidad? ¿Es una palabra vulgar, trivial, es decir, mundana? ¿Es una palabra sucia, obscena? Estas cuatro palabras no son de los hijos de la luz, no vienen del Espíritu Santo, ni vienen de Jesús. No es evangélico ese modo de hablar: ¡siempre cosas sucias o mundanas o vacías o hipócritas!

¿Cuál es, entonces, la palabra de los santos, o sea, de los hijos de la luz? También lo dice San Pablo: Sed imitadores de Dios (…) y vivid en el amor (Ef 5,1-2); sed benignos, sed misericordiosos, perdonándoos mutuamente, como Dios os perdonó a vosotros en Cristo (Ef 4,32). Sed, pues, imitadores de Dios y vivid en el amor (Ef 5,1-2), o sea, en la misericordia, en el perdón, en la caridad. ¡Esa es la palabra de un hijo de la luz!

Hay cristianos luminosos —llenos de luz—, que buscan servir al Señor con esa luz, y hay cristianos tenebrosos, que llevan una vida de pecado, alejada del Señor, y usan esas cuatro palabras del maligno. Pero también hay un tercer grupo de cristianos, que no son ni luminosos ni oscuros: son los cristianos grises. Y los cristianos grises, una vez están de esta parte, y otra de aquella. De esa gente se dice: —Pero, ¿esa persona está bien con Dios o con el diablo? Siempre grises. ¡Son los tibios! No son ni luminosos ni oscuros. Y a ésos, Dios no los ama. En el Apocalipsis, el Señor, a esos cristianos grises, les dice: Conozco tus obras, que ni eres frío ni caliente. ¡Ojalá fueses frío o caliente! Pero porque eres tibio –así, gris–, estoy para vomitarte de mi boca (Ap 3,15-16). El Señor es fuerte con los cristianos grises. —Pues yo soy cristiano, ¡pero sin exagerar!, dicen, y hacen mucho daño, porque su ejemplo cristiano es un testimonio que, al final, siembra confusión, da un ejemplo negativo.

No nos dejemos engañar por las palabras vanas (Ef 5,6), ni oigamos tantas —algunas bonitas y bien dichas— pero vacías, sin nada dentro. Comportémonos, en cambio, como hijos de la luz (Ef 5,8). Hoy nos vendrá bien pensar en nuestro lenguaje, y preguntarnos: ¿Soy cristiano luminoso? ¿Soy cristiano oscuro? ¿Soy cristiano gris? Así podremos dar un paso adelante para encontrar al Señor.