Hipocresía, la levadura de los fariseos

Homilía del papa Francisco en Santa Marta

En el Evangelio (Lc 12,1-7) de hoy Jesús nos invita a cuidarnos de la levadura de los fariseos. Porque hay una levadura buena y una levadura mala: la levadura que hace crecer el Reino de Dios y la levadura que solo actúa en apariencia en el Reino de Dios. La levadura siempre hace crecer; y hace crecer, cuando es buena, de modo consistente, sustancioso, y se convierte en un buen pan, en una buena pasta: crece bien. Pero la levadura mala no hace crecer bien.

Recuerdo que en Carnaval, cuando éramos niños, mi abuela nos hacía unos bollos con una pasta muy fina, fina, fina, que hacía. Luego la echaba en aceite y la pasta se hinchaba, se hinchaba… y cuando empezábamos a comerla, ¡estaba vacía! Y la abuela nos decía –en el dialecto le llamaban embustes–: esto es como las mentiras: parecen grandes, pero no tienen nada dentro, no hay nada de verdad allí; no hay nada de sustancia. Y Jesús nos dice: Estad atentos a la mala levadura, la de los fariseos. ¿Y cuál es? Es la hipocresía. Cuidado con la levadura de los fariseos, o sea, con su hipocresía.

La hipocresía es cuando se invoca al Señor con los labios, pero el corazón está lejos de Él. Es una división interna, la hipocresía. Se dice una cosa y se hace otra. Es una especie de esquizofrenia espiritual. Además, el hipócrita es un simulador: parece bueno, cortés, ¡pero detrás lleva un puñal! Pensemos en Herodes: con cuanta cortesía –asustado por dentro– había recibido a los Magos. Y luego, a la hora de despedirlos, dice: id y luego volved a decirme dónde está ese niño para que vaya yo también a adorarlo. ¡Para matarlo! El hipócrita tiene doble cara, es un simulador. Jesús, hablando de esos doctores de la ley, dice: es otra forma de hipocresía. Es un nominalismo existencial: esos que creen que, diciendo las cosas, está todo hecho. No. Las cosas se hacen, no solo se dicen. Y el hipócrita es un nominalista, cree que con hablar se hacer todo. Asimismo, el hipócrita es incapaz de acusarse: nunca se encuentra ninguna mancha; acusa a los demás. Pensemos en la paja y en la viga. Pues así podemos describir esa levadura que es el hipócrita.

Hagamos examen de conciencia para comprender si crecemos con la levadura buena o con la levadura mala, preguntándonos: ¿Con qué espíritu hago yo las cosas? ¿Con qué espíritu rezo? ¿Con qué espíritu me dirijo a los demás? ¿Con el espíritu que construye? ¿O con el espíritu que se vuelve aire? Lo importante es no engañarse, no decir mentiras sino la verdad. ¡Con cuánta verdad se confiesan los niños! Los niños nunca jamás dicen una mentira en la confesión; nunca dicen cosas abstractas. He hecho esto, he hecho lo otro, he hecho: concretos. Los niños, cuando están delante de Dios y delante de los demás, dicen siempre cosas concretas. ¿Por qué? Porque tienen la levadura buena, la levadura que les hace crecer como crece el Reino de los Cielos.

Pues que también el Señor nos dé a todos el Espíritu Santo y la gracia de la lucidez de decirnos cuál es la levadura con la que yo crezco; cuál es la levadura con la que yo actúo. ¿Soy una persona leal, trasparente, o soy un hipócrita?