Parábola del Buen samaritano

Homilía del Papa Francisco en Santa Marta

La parábola del Buen Samaritano (Lc 10,25-37) es la respuesta que Jesús da al doctor de la Ley, que quiere tentarlo al preguntarle qué hacer para heredar la vida eterna. Jesús le hace decir el mandamiento del amor a Dios y al prójimo, pero el doctor de la Ley, que no sabía cómo salir de la “trampilla” que Jesús le puso, le pregunta quién es su prójimo. Y Jesús responde con esta parábola en la que hay seis actores: los bandidos, el hombre herido de muerte, el sacerdote, el levita, el posadero y el samaritano, un pagano que no era del pueblo hebreo. Cristo siempre responde por encima de lo esperado. En este caso, con una historia que quiere explicar precisamente su mismo misterio, el misterio de Jesús.

Vemos una actitud frecuente: los bandidos que se van felices porque habían robado tantas cosas buenas y no les importaba para nada la vida del herido. El sacerdote, que debería ser un hombre de Dios, y el levita, que estaba cerca de la Ley, pasan de largo ante el herido. Una actitud muy habitual entre nosotros: ver una calamidad, ver algo malo, y pasar de largo. Y luego leerla en los periódicos, que exageran por el escándalo y el sensacionalismo. En cambio, el pagano, pecador, que estaba de viaje, lo vio y no pasó de largo: se compadeció. San Lucas lo describe bien: Lo vio, tuvo compasión, se le acerca, no se alejó: se acercó. Le vendó las heridas –¡él mismo!–, echándole aceite y vino. Pero no lo dejó allí: yo ya he hecho mi parte y me voy; ¡no! Lo cargó en su cabalgadura, lo llevó a la posada y cuidó de él, y al día siguiente, teniéndose que ir por trabajo, pagó al posadero para que ayudase a aquel hombre herido, diciéndole que lo que gastase además de los dos denarios, se lo pagaría a la vuelta.

Es el misterio de Cristo que se hizo siervo, se abajó, se anonadó y murió por nosotros. Jesús no pasó de largo; vino a nosotros, heridos de muerte, nos cuidó, pagó por nosotros y sigue pagando y pagará, cuando venga por segunda vez. Jesús es el Buen Samaritano e invita al doctor de la Ley a hacer lo mismo. No es un cuento para niños, sino el misterio de Jesucristo. Porque mirando esta parábola, comprendemos más a fondo la generosidad del misterio de Jesús. El doctor de la ley se marchó en silencio, lleno de vergüenza, porque no entendió, no comprendió el misterio de Cristo. Quizá intuyera ese principio humano que nos acerca a comprender el misterio de Cristo: que un hombre mire a otro de arriba abajo solo cuando deba ayudarlo a levantarse. Si uno lo hace, está en buen camino, está en la buena senda hacia Jesús.

Tampoco el posadero entendió nada, pero quedó asombrado por un encuentro con alguien que hacía cosas que nunca había imaginado que se pudieran hacer. Es decir, el asombro del posadero es precisamente el encuentro con Jesús. Os animo a plantearos algunas preguntas. ¿Qué hago yo? ¿Soy bandido, timador, corrupto? ¿Soy un bandido? ¿Soy un sacerdote que ve y mira a otra parte y se va? ¿O un dirigente católico que hace lo mismo? ¿O soy un pecador? ¿Uno que debe ser condenado por sus pecados? ¿Me acerco, me hago próximo, cuido del que tiene necesidad? ¿Qué hago yo ante tantas heridas, tantas personas heridas con las que me encuentro todos los días? ¿Hago como Jesús? ¿Tomo forma de siervo? Nos vendrá bien hacer esta reflexión, leyendo y releyendo este pasaje. Porque aquí se manifiesta el misterio de Jesucristo ya que, siendo pecadores, vino a nosotros, para curarnos y dar la vida por nosotros.