Compasión

Homilía del Papa Francisco en Santa Marta

“Amémonos unos a otros, ya que el amor es de Dios”, dice San Juan en la primera lectura (1Jn 4,7-10). Y el apóstol explica cómo “se manifestó el amor que Dios nos tiene: en que Dios envió al mundo a su unigénito, para que vivamos por medio de él”. Ese es el misterio del amor, que Dios nos amó primero. Él dio el primer paso, un paso hacia la humanidad que no sabe amar, que necesita las caricias de Dios para amar, del testimonio de Dios. Y ese primer paso que dio Dios es su Hijo: lo envió para salvarnos y dar sentido a la vida, renovarnos, recrearnos.

Por su parte, el Evangelio (Mc 6,34-44) recoge la multiplicación de los panes y los peces. ¿Por qué lo hizo Dios? Por compasión, compasión de la muchedumbre que ve al bajar de la barca, a orillas del lago de Tiberíades, que estaban solos, “como ovejas que no tienen pastor”. El corazón de Dios, el corazón de Jesús se conmueve, y ve aquella gente, y no puede quedarse indiferente. El amor es inquieto. El amor no tolera la indiferencia. El amor tiene compasión. Pero compasión significa poner el corazón en juego; significa misericordia. Jugarse el corazón por los demás: eso es el amor. El amor es poner el corazón en juego por los demás.

Jesús “se puso a enseñarles muchas cosas” a la gente, y los discípulos, al final, se aburren, porque el Señor decía siempre las mismas cosas. Y mientras Jesús enseña con amor y compasión, quizá comienzan a hablar entre ellos. Al final miran el reloj: ¡qué tarde! “Estamos en despoblado, y ya es muy tarde. Despídelos, que vayan a los cortijos y aldeas de alrededor y se compren de comer”. Prácticamente dicen: “que se apañen y compren ellos el pan, que nosotros estamos bien”. Sabían que tenían pan para ellos, y querían guardarlo. Es la indiferencia. A los discípulos no les interesaba la gente: les interesaba Jesús, porque lo querían. No eran malos: eran indiferentes. No sabían qué era amar. No sabían que era compasión. No sabían qué era la indiferencia. Tuvieron que pecar, traicionar al Maestro, abandonarlo, para comprender el meollo de la compasión y de la misericordia. Y Jesús les da una respuesta tajante: “Dadles vosotros de comer”. Haceos cargo de ellos. Es la lucha entre la compasión de Jesús y la indiferencia, la indiferencia que siempre se repite en la historia, siempre. Hay mucha gente buena, pero que no comprende las necesidades ajenas, no es capaz de compasión. Es gente buena, pero quizá no ha entrado el amor de Dios en su corazón, ¡o no lo han dejado entrar!

Hay una foto en una pared de la Limosnería Apostólica, un retrato espontáneo que hizo un chico romano que lo regaló a la Limosnería. Fue Daniele Garofani, hoy fotógrafo de “L’Osservatore Romano”, al volver de distribuir comida a los sintecho con el cardenal Krajewski. Es una noche de invierno, se ve por el modo de vestir de la gente que salía de un restaurante. Gente muy abrigada y satisfecha: habían comido, estaban entre amigos. Y ahí había una mujer sintecho, en el suelo, con la mano extendida pidiendo limosna. El fotógrafo fue capaz de disparar en el momento en que la gente mira para otra parte, para que sus miradas no se crucen. Eso es la cultura de la indiferencia. Eso es lo que hicieron los Apóstoles: “Despídelos, que vayan por el campo, de noche, con hambre. Que se las apañen: es su problema. Nosotros ya tenemos cinco panes y dos peces”.

El amor de Dios siempre nos precede, es amor de compasión, de misericordia. Es verdad que lo opuesto al amor es el odio, pero en mucha gente no hay un odio consciente. Lo opuesto más habitual al amor de Dios, a la compasión de Dios, es la indiferencia. “Yo estoy satisfecho, no me falta nada. Tengo de todo, he asegurado esta vida, e incluso la eterna, porque voy a Misa todos los domingos, soy un buen cristiano”. ¡Sí, pero al salir del restaurante, miras para otro lado! Pensemos en ese Dios que da el primer paso, que tiene compasión, que tiene misericordia, y en nosotros, que tantas veces tenemos esa actitud de indiferencia. Pidamos al Señor que cure a la humanidad, comenzando por nosotros: que mi corazón se cure de esa enfermedad que es la cultura de la indiferencia.