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TE SÆCULORUM PRINCIPEM

A Ti, oh Cristo, Príncipe de los siglos, Rey de los pueblos, Te confesamos también Dueño soberano de nuestros corazones.

Mientras los Santos no cesan de celebrarte con himnos, y las Potestades Te veneran con reverencia, así nosotros, llenos de entusiasmo, Te aclamamos como Rey supremo del Universo.

Oh Cristo, Príncipe de la paz, somete a las almas rebeldes, y con tu amor reúne a los extraviados en un solo redil.

Ésta es la causa por la que, con los brazos abiertos, quedaste suspendido de aquel madero sangriento, mostrando tu Corazón que, atravesado por una lanza cruel, ardía inflamado en fuego.

Ésta es la causa por la que, escondido en el altar, bajo las especies de pan y de vino, derramas sobre tus hijos la salvación que mana de tu Pecho traspasado.

Gloria a Ti, Jesús, que con el Padre y el Espíritu divino, guías al mundo con amor por los siglos de lo siglos. Amén.

IESU REX ADMIRABILIS

Oh Jesús, Rey admirable, Vencedor noble, Dulzura inefable a Quien tanto anhelamos:

Rey de las virtudes y Rey de la gloria invicto Rey soberano, Dispensador de la gracia, Honor de la Corte celestial:

Un coro de Santos pregona tu gloria y el otro responde cantando tu alabanza. Jesús da alegría al mundo, y nos pone en paz con Dios.

Jesús reina desde esa quietud que, al exceder todo conocimiento, nuestra alma se apresura a gozar porque esa sed no le deja descanso.

Y Tú, Señor, mientras Te ensalzamos en medio de himnos y súplicas, alcánzanos poseer un día Contigo el Premio eterno del Cielo.

Oh Jesús, Flor de una Madre Virgen, nuestro amor más entrañable: para Ti, la alabanza y el Reino de la gloria, por los siglos de los siglos. Amén.

ÆTERNA IMAGO ALTÍSSIMI

Oh Cristo, Luz de Luz, Imagen increada del Padre, a Ti, Redentor nuestro, el honor, la gloria y el poder soberano.

Nacido antes de todos los siglos, Esperanza nuestra y Señor de la Historia, dichosos de rendirte nuestro vasallaje, confesamos tu universal realeza.

Tú, Flor de la Virgen castísima y Cabeza de nuestro linaje: Tú, Piedra que cae del monte y Mole que ocupa las tierras.

Gracias a Ti el género humano, que se sentía a merced del Tirano, pudo al fin romper las crueles cadenas y aspirar a la recompensa del Cielo.

Ahora, Señor, Rey, Sacerdote, Profeta, llevas en el vestido, marcado a sangre: «Príncipe de los príncipes y Señor de todos los que dominan».

Gloria a Ti Cristo, y también al Padre y al Paráclito, que a nosotros, los redimidos a precio de Sangre, nos reconquistáis para el Reino de los cielos. Amén.