El sí, la sal y la luz

Homilía del Papa Francisco en Santa Marta

El sí, la sal y la luz, son las tres palabras evangélicas fuertes que nos sugieren las lecturas de hoy (2Cor 1,18-22 y Mt 5,13-18). El anuncio del Evangelio debe ser decisivo, sin los matices del sí o del no que, al final, te llevan a buscar una seguridad artificial, como pasa, por ejemplo, con la casuística. Estas tres palabras indican la fuerza del Evangelio, que llevan al testimonio y a dar gloria a Dios. En ese sí encontramos todas las palabras de Dios en Jesús, todas las promesas de Dios. En Jesús se cumple todo lo que fue prometido, y por eso es plenitud. En Jesús no hay un no: siempre sí, para gloria del Padre. Y nosotros también participamos de ese sí de Jesús, porque Él nos ha ungido, Él nos ha sellado, y ha puesto en nuestros corazones, como prenda suya, el Espíritu, que nos llevará al sí definitivo y a nuestra plenitud.

Además, el Espíritu nos ayudará a ser luz y sal, es decir, nos llevará al testimonio cristiano, que es todo positivo. El testimonio cristiano es sal y luz. Luz para iluminar. Quien esconde la luz da un anti-testimonio, refugiándose en “un poco sí y un poco no”. Tiene luz, pero no la da, ni la enseña; y si no la muestra no da gloria al Padre que están en los cielos. O bien, tiene sal, pero la toma para él y no la da para evitar la corrupción.

Sí–sí, no–no: palabras decisivas, como nos enseñó el Señor, pues todo lo demás proviene del maligno. Es precisamente esa actitud de seguridad y de testimonio lo que el Señor ha confiado a la Iglesia y a todos los bautizados. Seguridad en la plenitud de las promesas en Cristo: en Cristo se cumplió todo. Dar testimonio a los demás; don recibido de Dios en Cristo, que nos dio la unción del Espíritu para el testimonio. Y eso es ser cristiano: iluminar, ayudar a que el mensaje y las personas no se corrompan, como hace la sal; pero si se esconde la luz, la sal se vuelve sosa, sin fuerza, se apaga, y el testimonio será débil. Y eso pasa cuando no acepto la unción, ni acepto el sello, ni acepto esa prenda del Espíritu que está en mí. Y también cuando no acepto el sí en Jesucristo.

La propuesta cristiana es muy sencilla, pero muy decisiva y bonita, y nos da mucha esperanza. Podemos preguntarnos: ¿Soy luz para los demás? ¿Soy sal para los demás, que da sabor a la vida y la defiende de la corrupción? ¿Estoy agarrado a Jesucristo, que es el sí? ¿Me siento ungido, sellado? ¿Sé que tengo esa seguridad que llegará a ser plena en el Cielo, pero al menos es prenda, ahora, del Espíritu? En el lenguaje corriente, cuando una persona está llena de luz, decimos es una persona brillante. Y nos puede ayudar a entenderlo. Lo nuestro es más que brillante: es reflejo del Padre en Jesús en el que todas las promesas se han cumplido. Es el reflejo de la unción del Espíritu que todos tenemos. ¿Y eso, por qué? ¿Para qué lo hemos recibido? Lo dicen ambas lecturas. Pablo dice: Y por él podemos responder: «Amén» a Dios, para gloria suya. Y Jesús dice a los discípulos: Alumbre así vuestra luz a los hombres, para que vean vuestras buenas obras y den gloria a vuestro Padre que está en el cielo. Todo para dar gloria a Dios. La vida del cristiano es así.

Pidamos la gracia de estar agarrados, arraigados en la plenitud de las promesas en Cristo Jesús, que es sí, totalmente sí, y llevar esa plenitud con la sal y la luz de nuestro testimonio a los demás para dar gloria al Padre que está en los cielos.