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Amor

Amor

Amour
  • Público apropiado: Jóvenes-adultos
  • Valoración moral: Con inconvenientes
  • Año: 2013
  • Dirección: Michael Haneke
Contenidos: Imágenes (alguna V), Ideas (nihilismo F)

Dirección y guion: Michael Haneke. Países: Francia, Austria y Alemania. Año: 2012. Duración: 127 min. Género: Drama. Interpretación: Jean-Louis Trintignant (Georges), Emmanuelle Riva (Anne), Isabelle Huppert (Eva), Alexandre Tharaud (Alexandre), William Shimell (Geoff). Producción: Margaret Menegoz, Stefan Arnd, Veit Heiduschka y Michael Katz. Fotografía: Darius Khondji. Montaje: Nadine Muse y Monika Willi. Diseño de producción: Jean-Vincent Puzos. Vestuario: Catherine Leterrier. Distribuidora: Golem. Estreno en Francia: 24 Octubre 2012. Estreno en España: 11 Enero 2013.

Reseña:

Hasta el extremo

   Georges y Anne son dos profesores de música clásica jubilados. Ambos han sobrepasado los ochenta años y poseen una gran cultura. Su hija también se dedica a la música y vive fuera de Francia con su familia. Un día, Anne sufre un infarto. Al volver del hospital, un lado de su cuerpo está paralizado. El amor que ha unido a la pareja durante tantos años se verá puesto a prueba.

   Impactante película de Michael Haneke, realizada con 70 años a sus espaldas, sobre la ancianidad y sus achaques, la enfermedad y el sufrimiento, el modo en cómo se encaran. El cineasta austríaco sabe crear en Amor la atmósfera de cansancio, agotamiento e impotencia, ante una situación en la que no cabe otra cosa que dar amor. Sólo que en Haneke y sus personajes tal concepto amoroso es esquivo, y ante una situación limite puede conducir a la desesperación.

   Sería un error considerar que Amor es una película militante a favor de la eutanasia, porque ciertamente no lo es. Lo que sí hace es describir un caso concreto de unos personas básicamente buenas, que se siguen amando tras muchos años de matrimonio; y se presenta una situación, donde el dolor y la enfermedad carecen de sentido, y el peso del día a día aplasta, deprime, rompe los nervios. Haneke no juzga, sino que ofrece su historia de decadencia y caída, e invita a pensar (Decine21 / Almudí JD) LEER MÁS

   La película empieza sorprendiendo al espectador ingenuo, que llega a pensar que Haneke está irreconocible. Parece que se trata de un filme sincero, auténtico, sobre la belleza del amor humano y sobre la grandeza tierna de la vejez; pero en el minuto 40 comprendemos que Haneke no ha cambiado, que nos esperaba a la vuelta de la esquina con su filosofía nietzscheana. La película está llena de rencor hacia la vida, una vida que Haneke sólo considera digna de ese nombre cuando se doblega a su proyecto. La vida sólo es vida para Haneke cuando excluye el misterio del dolor, la herida del sufrimiento. En cuanto aparece la radical contingencia del ser, tan evidente en la enfermedad y la vejez, en cuanto la vida reclama a gritos un significado, casi inevitablemente trascendente, Haneke impone la “solución final”: una vida así debe ser eliminada, drásticamente.

   Todo menos dejar que el Misterio pueda conquistar un espacio propio, todo menos impedir que el hombre tenga la última palabra. La película tiene muchos momentos verdaderos, muchos, pero se envilecen al ser utilizados como envoltorios de una gran mentira. La mentira de contraponer el amor a la vida, la mentira de que el fin justifica los medios, la mentira de darle el poder absoluto a la propia subjetividad, la mentira de llamar amor al despotismo de quien se cree con razones para quitar la vida cuando ésta no se rige por los propios criterios.

   Haneke es fiel a sí mismo, a su mirada sobre el mundo y a su forma de entender el cine. Su nihilismo no es sincero, visceral e inmediato. Es un nihilismo de salón, estudiado, intelectualizado e ideologizado. Es el nihilismo de la Europa cansada de sí misma, aburrida de mirarse al espejo. Precisamente el nihilismo que encandila en los festivales del Viejo Continente, y que huele a fruto póstumo de un progresismo decapado, setentero, ya rancio por su falta de horizonte ideal. No juzgamos a los personajes, que ciertamente inspiran toda nuestra compasión; no aprobamos el homicidio, ni el suicidio, pero comprendemos el dolor exacerbado que nubla la razón; no es difícil perdonar a nuestro protagonista.

   Tampoco creemos que Haneke haya querido rodar un filme sobre la eutanasia. Lo que ha hecho ha sido utilizar una situación humana trágica y conmovedora para volcar su propia mirada ideológica sobre la vida. Una mirada que nace, no de la negación del sentido, sino de la negación misma de su posibilidad. También Iñárritu en “Biutiful” se enfrenta a la enfermedad terminal y a la muerte pero, no siendo creyente, es honesto con la razón y deja abierta la puerta a lo ignoto, a un significado que esté más allá de nuestra miope mirada, de nuestro estrecho perímetro. Haneke no quiere ni oír hablar de eso, como ya ha demostrado en sus anteriores películas.

   El acopio de reconocimientos que ha merecido esta película deja claro que el triunfo cultural del marxismo en el siglo XX ha dejado paso en el nuevo siglo al triunfo del nihilismo. Europa, si aún existe más allá de una denominación geopolítica, se está haciendo la eutanasia. J. O. (“Alfa & Omega”).