Una educación no es un libro de ficción, sino una impresionante historia real de superación que además se lee fácilmente. Quizá por eso ha sido elegido por Amazon como “el mejor libro del 2018”. Chris Schluep, editor de Amazon, explicaba así esta elección: “Es una joya: sorprende e inspira, y queremos decir a todo el mundo: ¡lee este libro!”. Lo mismo nos ha pasado a nosotros. Pensamos que cualquier educador español puede disfrutar y aprender mucho con la lectura de este libro publicado p or la editorial Lumen en traducción de Antonia Marín.
La autora de Una educación es la historiadora Tara Westover. Nacida en Idaho en 1986 en el seno de una familia de mormones radicales, Tara pasó su infancia en las montañas junto a sus padres y sus seis hermanos. Su padre, que más allá de sus convicciones radicales tenía algún tipo de trastorno mental —de lo que Tara llegará a ser consciente a lo largo de su historia—, prohibió a sus hijos acudir a la escuela o pisar un hospital, a los que consideraba peligrosas estructuras del gobierno. Ni siquiera lo hizo cuando estuvo a punto de perder la vida a causa de unas graves que maduras. ¡Se preparaba para sobrevivir al apocalipsis de una guerra mundial haciendo acopio de víveres y armas!
Tara no sabe qué día nació y no fue inscrita en el registro hasta los nueve años. Su infancia transcurre en ese entorno aislado, ayudando a su padre en la chatarrería familiar —donde trabajaban todos los hermanos arriesgándose a sufrir serios percances— y a su madre, que ejercía de partera y herborista sin ningún tipo de preparación. Tras sobrevivir a un grave accidente de coche, a los peligros a los que la exponía su propio padre y a los malos tratos y vejaciones de uno de sus hermanos mayores, Tara decidió ir a la universidad.
Con 16 años se presentó al examen de ingreso sin haber pisado nunca antes una escuela, y gracias a los pocos libros que pudo conseguir, a la ayuda de uno de sus hermanos y, sobre todo, a su enorme fuerza de voluntad consiguió aprobar. Se enfrenta así a una encrucijada que primero es solo entrevista, pero que con el tiempo se presenta abierta mente como la más dolorosa de las decisiones: o sus padres (y parte de sus hermanos) o la vida diferente que empezaba a vislumbrar. Westover opta por la educación, un camino difícil donde los logros académicos iban llegando a la par que sus propias perplejidades, dudas y descubrimientos: desde lo que supone tomar un analgésico hasta vestir de otra manera o enterarse en clase de historia de que hubo guerras mundiales o que existió Napoleón.
En la actualidad Tara Westover vive en Londres y en su carrera académica figuran una beca en Harvard y un doctorado en Cambridge. No se habla con sus padres, que la repudiaron definitivamente por acusar a su hermano de malos tratos. La educación le permitió a Tara interpretar de una manera distinta lo que ocurría en su casa, pero sus padres nunca admitieron una realidad de la que tantas veces habían sido testigos y la acusaron de tener un demonio dentro. Tara es un ejemplo de cómo las circunstancias no nos determinan, ni siquiera las más extremas, y nos habla de cómo podemos hacerles frente con valentía. Nos impulsa a todos a buscar nuestra autonomía y a pensar por nosotros mismos, a no dejar que otros —ni siquiera los más cercanos— escriban nuestra historia. Como la misma autora afirma al cerrar el libro: “Podéis llamarlo transformación. Metamorfosis. Falsedad. Traición. Yo lo llamo una educación”.
El libro está bien escrito, sin pretensiones, con un tono sencillo que interpela directamente y en ocasiones incluso con ternura y con humor. A pesar de la dureza de la historia, está escrito sin rencores. Tara asume lo bueno y lo malo y reconoce lo que en ocasiones se hizo por ella. Los momentos felices de la infancia —también los hubo— son descritos con sencillez y llevan a comprender mejor la magnitud de su decisión. No hay rabia en sus páginas; afirma que aunque la rabia le pudo servir para cambiar su situación, después le fue posible desecharla y vivir sin ella. Westover ha perdonado no solo como un valor religioso, sino también —como ella misma afirma— por salud mental. “Fue un proceso muy complejo en el que he perdido muchas cosas” —decía en una entrevista— “pero la alternativa hubiese sido vivir una especie de vida a medias”.
Sin duda es un caso extremo, pero todos podemos aprender de él. Su historia puede ayudar mucho a quienes padecen una situación familiar difícil, y nos habla del valor de la educación entendida no como un conjunto de prácticas establecidas, sino como formación en su sentido más amplio, como la búsqueda del propio camino. La educación no ha de servir para reafirmar prejuicios o ideas preestablecidas, sino para plantear preguntas. Educar es ganar cultura, pero también es apertura, abrirse a los demás, establecer relaciones. Es acceder a distintas ideas y perspectivas para llegar a formarse un criterio propio. Educarse es crecer, es llegar a saber lo que queremos y buscar nuestros propios fines independientemente de lo que puedan decir los demás. Es saber distinguir entre aquellos que nos coartan y aquellos que nos ayudan a crecer.
Afortunadamente, Westover encontró en la universidad dos tutores que la comprendieron y la impulsaron. Educarse es pelear por llegar a hacer lo que a uno le gusta. Es responsabilizarse de lo que uno es y de lo que quiere llegar a ser. Educarse, en definitiva, no es otra cosa que hacernos más humanos y aspirar a vivir una vida plena.
Sara Barrena y Jaime Nubiola, en Revista Palabra.
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