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  • Llamada universal a la santidad en el Concilio Vaticano II * (1)

Llamada universal a la santidad en el Concilio Vaticano II * (1)

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Escrito por Fernando Retamal F.
Publicado: 21 Junio 2021

La vocación universal a la santidad de vida, enseñada por el  Concilio Vaticano II, constituye la síntesis, sencilla y a la vez sublime, de todo su magisterio pastoral, conclusión teórica  y  principio  práctico  de  la  Buena Nueva evangélica aplicada a la vida (1).

Tal llamado fluye de la universal voluntad salvadora de  Dios  (cf. 1Tm 2, 4-6). "Todos  los  hombres  -nos  dice  el  Concilio-  están  llamados a esta unión con Cristo, luz del mundo, de quien procedemos, por quien vivimos y hacia el cual caminamos" (Lumen  gentium,  3). La  Iglesia,  nacida del Misterio pascual, es realización en el tiempo del designio salvlfico de Dios. Asi pues, quienes se incorporan a ella por el baustimo, están llamados a hacer realidad y plenitud su vocación cristificante: "Todos los fieles cristianos, de cualquier condición y estado, fortalecidos con tantos y tan poderosos medios de salvación, son llamados por  el Señor,  cada  uno por su camino, a la perfección  de aquella  santidad  con la  que  es perfecto el mismo Padre" (Lumen gentium, 11 & 3) (2).

En esta enseñanza advertimos el "nova et vetera"  del  Evangelio  (cf. Mt 13, 52), por la reiteración de una doctrina tradicional en nuevos contextos y más amplias proyecciones.

Nuestra reflexión, como señala su mismo titulo, se  refiere  básica­ mente a lo enseñado por el último Concilio; éste, sin embargo, como floración primaveral, será considerado también en algunas expresiones del magisterio más reciente, que encauzan su germinación "en el campo del padre de familias".

      I.    LA SANTIDAD

Como es bien sabido, el llamado universal a la santidad encuentra su lugar central en la constitución Lumen  gentium,  capítulo  V  (Nos.  39-42), aun cuando emerge también a través de otros momentos del magisterio conciliar, como una vertebración  que le  da  consistencia  y sin  la  cual  no es posible su cabal comprensión (3).

En los textos del Vaticano II no hallamos una explícita definición de "santidad", si bien se dan los elementos que configuran su completa descripción.

Las notas 2 y 4 del texto finalmente promulgado (provenientes de los anteriores Esquemas preparatorios) señalan importantes puntos de refe­ rencia al ser compulsados en sus fuentes. Su contenido fue ampliamente utilizado en la exposición conciliar (4).

En los años siguientes, Paulo VI abordó el tema en la audiencia  general del 14 de junio  de  1972 (5),  señalando  -sobre  la  base  de  S.Th. II-II,  81,8-  que,  si  bien  religión  y  santidad  son  dos  nociones  distintas, no pueden  concebirse  sino  de manera  coincidente (6). Esto  lleva  al Papa a concluir diciendo: "para un cristiano que quiera ser auténtico, la secularización como programa de vida es una conclusión incompleta, por no decir inaceptable" (7).

Juan Pablo 11, a su vez, retornó al tema desde la  fecunda  perspectiva  de su magisterio, en las audiencias generales del 11 y del 18 de  diciembre  de 1985 (8).

La santidad de  Dios  nos  aparece  en  la  dimensión  de  separación  de todo mal moral (exclusión radical del pecado) y en la  de  bondad  absoluta: Dios, infinita bondad  en Si, lo  es también  para  las  criaturas,  en  la  medida  de la capacidad óntica de éstas ("bonum diffusivum  sui").  El  llamado  de Jesús: "Sed perfectos, como  perfecto  es  vuestro  Padre  celestial"  (Mt 5, 48), se refiere a la perfección de Dios en  sentido  moral,  a su santidad  (exclusión del pecado y absoluta afirmación del bien moral), y expresa lo  que  ya enunciaba Lv 19, 2 ("Sed santos, porque santo soy Yo, el Señor, vuestro Dios"), reiterado en 1P 1, 15. La  criatura,  pues,  ha  de  conformar  su voluntad con la ley moral.

En el Antiguo Testamento, tanto antes del pecado original (Gn 2, 16) como después (Ex 20, 1-20), Dios se revela como fuente de esta Ley moral, como la Santidad misma. En el Nuevo Testamento, Jesús revela de manera gradual, pero con toda claridad, una nueva  fase  de  la  santidad  divina:  Dios es Santo, porque es Amor: separación absoluta del mal moral; identificado de manera esencial, absoluta y trascendental,  con  el bien moral en su fuente, que es El mismo.

De esta eterna voluntad del Bien, brota  la  infinita  bondad  de  Dios para sus criaturas, especialmente el hombre: la Providencia, por la cual continúa y sostiene la obra de la creación; la redención y la justificación, por la cual Dios mismo ofrece su propia justicia  en el misterio  de la  cruz  de Cristo y muestra sus entrañas de Padre en las parábolas de la misericordia, especialmente en la del hijo pródigo (Lc 15,11-32) (9).

Cuanto llevamos expuesto nos introduce de manera directa en la enseñanza del Concilio:

Dios mismo, Amor, es origen e iniciador de la santidad a la que nos llama, por la fuerza de su Espíritu, comunicado a  los redimidos  en  virtud en la Pascua de Jesucristo.

La presencia vivificante del Espíritu de Dios hace posible que el amor divino asuma al amor humano (Rm 5, 5) y lo haga vivencia  de caridad: ella es el don primero e imprescindible, vinculo  de perfección y plenitud de la ley, "rige todos los medios de santificación, los informa  y los conduce a su fin. De aquí que la  caridad  para  con Dios y  para  con  el prójimo  sea el signo distintivo del verdadero discípulo de Cristo" (...). "A ejemplo suyo, el supremo testimonio de amor, al cual son llamados algunos, espe­cialmente ante los perseguidores, es el martirio" (Lumen  gentium  42  && 1-2). "Es, pues, completamente claro que todos los fieles, de  cualquier estado o condición,  están  llamados  a  la  plenitud  de  la  vida  cristiana  y  a la perfección de la caridad (ibid. 40 && 1-2).

Con estas expresiones, subrayadas por nosotros, el Concilio quiso enseñar "categóricamente" que la meta abierta a todos no es una santidad meramente genérica, sino, incluso, la heroicidad en el seguimiento  de Cristo. Esta aclaración había sido solicitada por numerosos Padres durante el debate en el aula conciliar, temerosos que se presentara un modelo de santidad "de segunda clase" como patrimonio común de los bautizados (10).

       II.   Dimensiones de la santidad cristiana

En la consideración de la santidad, expuesta por el Concilio,  nos es  dado advertir una  doble  dimensión:  cristocéntrica  y  eclesial.  Al  interior  de esta última, nos aparece, además, su connotación escatológica.

      A.    La santidad es cristocéntrica

 

Con diferentes expresiones, los N° 5·39 a 42, que constituyen el capitulo V de Lumen gentium, ahondan en el carácter eminentemente cristo­ céntrico de la santidad. Jesucristo, con el Padre y el Espíritu Santo "es proclamado el único Santo" (Nº 39), "maestro y modelo de  toda  perfección, iniciador y consumador de la santidad de vida". La regeneración bautismal, que hace al hombre verdadero hijo de Dios, partícipe de la naturaleza divina "y por lo mismo realmente santo", es iniciativa divina y no mérito humano. Los bautizados son "seguidores de Cristo" y con la  ayuda  de Dios "han de conservar y perfeccionar  la  santidad  recibida"  (Nº 40) . Los cristianos, pues, son los "de antes conocidos por Dios y destinados a ser conformes  con  la  imagen  de  su  Hijo,  para  que  éste  sea  el primogénito entre muchos hermanos" (Rm 8, 29); por consiguiente "Quien dice que permanece en El, debe andar como El anduvo" 1Jn 2, 6), es decir "guiados por el Espíritu de Dios y obedientes a la voz del Padre, adorándole en espíritu y verdad, siguen a Cristo pobre,  humilde  y  cargado  con  la  cruz, a fin de ser hechos participes de su gloria ... cada  uno según  los dones y funciones que le son propios" (Nº 41). Si bien el testimonio  supremo de amor, que es el martirio, es un don concedido a pocos, todos, sin embargo,  deben  estar  prestos  a  confesar  a  Cristo  delante  de  los hombres y a seguirlo por el camino de la cruz: los diversos medios de santificación, incluida la práctica de los consejos evangélicos, no  tienen  otra  finalidad que reproducir en cada uno la imagen del Hijo (cf. Nº 42). Jesucristo  es, pues, no sólo la causa ejemplar y eficiente de santidad para todos los fieles, sino ante todo causa formal de ella: es el sentido de las expresiones pau­linas "revestirse de Jesucristo" (Ga 3, 27), "ser en Cristo Jesús" (1Co 1, 4.30; 2Co 5, 17, etc.) (11). Las últimas líneas del Nº 40 reiteran a todos los fieles el carácter cristocéntrico de la vocación a la santidad: en cuanto a su entidad  misma ("siguiendo sus (de Cristo) huellas y hechos conformes a su imagen"); en cuanto a su actuar ("obedeciendo en todo a la voluntad del Padre"); en  cuanto  a  su  motivación  más  profunda  ("se  entreguen  con  toda su alma a la gloria de Dios y al servicio del prójimo").

                                                        

       B.    Dimensión eclesial de la santidad

 

En consonancia con los comienzos de la  constitución  Lumen  gentium, el Nº 39 se inicia aludiendo a la "Ecclesia de Trinitate et ad Trinitatem": Cristo, el Hijo de Dios (quien con el Padre y el Espíritu Santo es proclamado el  único Santo),  amó a  la  Iglesia  como  a su Esposa, entregándose a Sí mismo por ella para hacerla  santa (...) y la  enriqueció  con  el don del Espíritu Santo para gloria de Dios".

La Iglesia es, pues, la  concreción  en  el  tiempo  del  designio  salvador, por el cual Dios ha concebido una humanidad que pueda llamarlo "Padre", porque vive de Cristo, de su Palabra y de su Espíritu.

La eclesiología del Vaticano II es básicamente la de una comunión.

·         La imagen bíblica de la Iglesia, Cuerpo visible de Cristo glorificado, pone  de  manifiesto  la  comunión  de  vida  que  se  da  entre  El,  Cabeza,   y los  miembros.  La  diversidad  de  funciones  y  carismas  expresa  la   riqueza de los dones del Espíritu, el cual produce y urge la caridad, unificando  el Cuerpo por si y con su virtud  y  con  la  conexión  interna  de sus  miembros. "Es necesario que todos los miembros se hagan conformes a El  hasta  el extremo de que Cristo quede formado en ellos" (Lumen gentium, 7).

·         La imagen del Pueblo de Dios, redescubierta por  el  Vaticano  II como fundamental constitutivo eclesiológico, expresa la dimensión comunitaria y a la vez  eminentemente  personal  de  la  nueva  vida  en  Cristo. Las características  ("la  condición  de  este Pueblo")  corresponden  tanto al conjunto del Pueblo de Dios como a cada uno de sus integrantes: la dignidad y libertad de los hijos de Dios, en cuyos corazones habita  el Espíritu Santo como en un templo. Su ley es el nuevo mandato de amar  como el mismo Cristo nos amó ... y su fin, la dilatación del reino de Dios. Cristo lo instituyó para ser comunión de vida, de caridad y de verdad  y como Iglesia fuera para todos y cada uno el sacramento visible de esta unidad de salvación (cf. Lumen gentium, 9). En ella se hallan los medios instituidos por Cristo para aumentar y fortalecer la nueva vida: dichos medios, palabras, sacramentos son patrimonio  de  la  Iglesia,  comunión salvadora en Cristo. Si bien algunos fieles, por el Orden Sagrado quedan constituidos como  ministros,  es todo el Pueblo  de Dios, "jerarquía  y laicado", quien  participa  y es destinatario  de la  regeneración  en  Cristo y de los medios que la distribuyen. Se da además la acción directa del Espíritu, gracias actuales y carismas distribuidos "a cada uno según su beneplácito"   (1Co  12, 11): a  los  pastores  corresponde  discernir   y no absorber, encauzar y no extinguir los dones verdaderos otorgados  para común  edificación  (cf.  Lumen   gentium,  12;   Apostolicam   actuositatem, 3 & 4).

 

"Creemos que la Iglesia es indefectiblemente santa" (Lumen  gentium, 39) y "Madre de Santos" (12): en ella, por notable analogía con el Verbo encarnado, se conjugan la realidad divina, trascendente y la humana, histórica: "... encierra en su propio seno a pecadores y siendo al mismo tiempo santa y necesitada de purificación , avanza continuamente por la senda de la penitencia y de la renovación" (Lumen gentium, 8 & 3).

El fiel cristiano, llamado a la sa ntida d, es el campo donde se  va  realizando concretamente la misión de la Iglesia  de  manera  progresiva  y  donde  hace  su  aparición  la  realidad  del  pecado:  es   menester   no  eludir esta verdad ni escandalizarse , sino hacer de ella un motivo de permanente conversión hacia Aquel que "no conociendo el pecado, vino únicamente  a expiar los pecados del pueblo" (Lumen gentium, 8 & 3) (13).

El conjunto de este Pueblo, pues, y cada uno de sus integrantes  participa en la misión de Cristo, "reino y sacerdotes para Dios su Padre" (Ap 1, 6; Ap 5, 9-10). "El Señor Jesús, a quien el Padre santificó y envió al  mundo  (Jn 10, 36), hace partícipe a todo su Cuerpo místico de  la  unción  del Espíritu con que fue El ungido, pues en él todos los fieles son hechos sacerdocio santo y regio, ofrecen sacrificios espirituales a Dios por Jesu­cristo y pregonan las maravillas de Aquel que de las tinieblas los ha  lla­mado a su luz admirable. No se da, por tanto,  miembro  alguno  que  no tenga parte en la misión de Cristo, sino que cada  uno  debe  santificar  a Jesús en su corazón y dar testimonio de Jesús con espíritu de profecía" (Presbyterorum ordinis, 2 & 1).

Los Nos 10-12 de Lumen gentium se explayan acerca  de la  participación bautismal de todo  fiel  cristiano  en  la  misión  de  Cristo,  en  la  cual el Concilio ha desarrollado una triple dimensión, sacerdotal, profética y real (14). Al interior  de  esta  realidad  bautismal  emerge  el  llamado  universal a la santidad, como floración del germen  que  la  regeneración  en  Cristo  ha obrado en el fiel cristiano. Esto fue el motivo que indujo  a  incluir  al final del Nº 11 el texto que hemos recordado al comenzar  nuestra  reflexión.

La respuesta a dicha vocación, por la identificación que se va realizando con la imagen del Hijo, adquiere también una dimensión evan­gelizadora y unificadora: "... viviendo conforme a la  vocación  con  que han sido llamados, ejerciten las funciones que Dios les ha confiado, sacerdotal, profética y real. De esta forma, la comunidad cristiana se hace exponente de la presencia de Dios en el mundo..." (Ad  gentes, 15 & 2). Esta vida en caridad que  supone  la  santidad  cristiana  ayuda  a  comprobar con gozo la obra del Espíritu fuera de los limites institucionales de la Iglesia Católica: en  los  hermanos  separados:  "los  católicos  reconozcan con gozo y aprecien los bienes verdaderamente cristianos, procedentes del patrimonio común, que se encuentran entre nuestros  hermanos  separados. Es justo y saludable reconocer las  riquezas de Cristo y las  obras de virtud  en la vida de otros que dan testimonio de Cristo, a veces hasta el derra­mamiento de sangre. Dios es siempre  maravilloso  y  digno  de admiración en  sus  obras".  (Unttatis  redintegratio, 4 & 8; cf. 4 & 9;  Lumen   gentium, 8 & 2; 15. Esta caridad asume el dolor de las  divisiones  entre  los  cristianos y, en proceso de continua y humilde conversión, se hace camino para restaurar un dia la plena comunión (cf. Unitatis redintegratio, 6-9).

También este amor de Dios revela que la gracia obra de manera invisible en el corazón de todo hombre de buena voluntad (cf. Hch 10, 34-35): Cristo murió por todos y la revocación suprema del hombre en realidad es una sola, es decir, la  divina. En consecuencia,  debemos  creer que el Espíritu Santo ofrece a todos  la  posibilidad  de  que,  en  la forma  de sólo Dios conocida, se asocien  al  misterio  pascual"  (Gaudium  et Spes, 22 & 5; cf. Lumen gentium, 16; Ad gentes, 11-12; Nostra Aetate, 2 & 2; passim). La vida de santificación cristiana, al hacerse progresivamente testi­monio de la presencia de Cristo, asume también una proyección evangelizadora (15). La Iglesia crece o sufre detrimento en la medida de la autenticidad de los cristianos con  respecto  a  su  vocación bautismal: "Es tan estrecha la trabazón de los  miembros  de  este  Cuerpo  (cf. Ef 4, 16), que el miembro que no contribuye según su propia  capacidad al aumento del cuerpo, debe reputarse como inútil para la Iglesia y para si mismo" (Apostolicam actuositatem, 2 & 1).

Al interior de esta dimensión eclesial de la santidad, advertimos su connotación escatológica, que fluye  de la  naturaleza  misma  de la  Iglesia. A ella se refiere de modo especial  el  Nº 48 de Lumen  gentium. El  reino  está ya misteriosamente presente en nuestra tierra; cuando venga el Señor consumará su perfección (cf. Gaudium et Spes, 39). "La plenitud de los tiempos ha llegado y la renovación del mundo está irrevocablemente decretada y en cierta manera se anticipa realmente en este siglo,  pues  la Iglesia, ya aquí en la tierra, está adornada de verdadera santidad, aunque todavía imperfecta". La misma caridad para con Dios y el prójimo constituye el vinculo que une a cuantos son de Cristo  por  poseer  su  Espíritu. Los que peregrinamos en esta tierra dirigimos la mirada a quienes,  hom­bres como nosotros, fueron fiel imagen de Cristo: su vida nos impulsa a buscar con mayor empeño la ciudad futura y a seguir  el camino  más seguro en medio de las vicisitudes de la vida presente. En ellos, Dios mismo manifiesta su presencia y su rostro y nos ofrece un signo de su reino (cf. Lumen gentium 50). Entre todos los bienaventurados brilla con  especial fulgor la Virgen María,  en  quien  la  Iglesia  entera  admira  la  imagen  de lo que ella misma anhela un día llegar a ser. Glorificada en cuerpo y  en alma, la Madre de Dios precede al Pueblo cristiano que peregrina e intercede por sus combates. Ella es signo de esperanza cierta y  de  consuelo, hasta que llegue el día del Señor (Lumen gentium, 68; Sacrosanctum concilium, 103). La Stma. Virgen Maria, por su excepcional unión con Jesucristo, constituirá siempre el modelo más acabado de  toda  santidad  y  la  clave para comprender el misterio de la Iglesia (16).

Esta connotación escatológica aparece también  integrando los caminos a la santidad,  según  las  diferentes  funciones  y  circunstancias  concretas de la vida de los fieles (17) .

        III.   Santidad una y múltiple

La vocación a la santidad, puesto que surge de la regeneración bautismal, forma parte de la condición misma de todo fiel cristiano.

Ha sido uno de los méritos de la eclesiología del Vaticano II el señalar los elementos ontológico-sobrenaturales que son comunes a todos los  fieles, como base para una ulterior consideración de la organicidad  y  jerarquía de funciones en el Pueblo de Dios.

La participación en la misión de Cristo -en su dimensión sacerdotal, profética y real- tiene lugar, pues, en virtud de los sacramentos de la iniciación cristiana, en todo fiel: incorporado a Jesucristo, el  "Santo  de Dios" (cf. Lc 1, 35; Jn 10, 36), queda consagrado a  Dios y ello confiere todo su sentido al sacerdocio común de los bautizados. Dicha participación difiere de manera esencial con aquella otra  que  se  da, también  en  la misión de Cristo, en virtud del sacramento del Orden,  mediante  el  cual quien lo recibe queda unido a Jesucristo-Cabeza de su Iglesia, origen de nueva vida, y por tanto se hace presencia de la capitalidad  de  Cristo, ministro  de  los  sacramentos,  maestro  de  la  Palabra,  pastor  del  Pueblo de Dios.

La vocación a la santidad, por consiguiente, radica en el "esse christianum", común a todos los bautizados, y se ha de actualizar en el "agere christianum", es decir, en la organicidad de las diferentes funciones y circunstancias en que cada  uno  está  concretamente  insertado  en  la  vida de la Iglesia (18). Tal variedad así concebida no implica ninguna imperfección, pues tiene carácter constitutivo  del Pueblo de Dios,  el  cual asume la forma de sociedad humana, orgánica, en su peregrinar terreno.  Aun cuando se dan oficios y vocaciones  objetivamente  superiores  a  otros,  no ha de establecerse comparación alguna entre las personas singulares en cuanto a su personal itinerario hacia la santidad.

Con todo, es cierto que hay condiciones humanas que dificultan enormemente la vida  cristiana,  y  ésta  es  la  situación  de  la  mayor  parte  de  la humanidad contemporánea, sumida en el subdesarrollo económico: es labor de la Iglesia y de sus hijos impulsar el mejoramiento de tales situaciones de vida y de trabajo  que sean  dignas  del hombre  y  hagan  posible en cada uno el logro de la vocación a la cual son llamados.

La santidad, pues, es una en su substancia y múltiple en sus expresiones y en los caminos para alcanzarla, según las legítimas funciones y auténticos carismas que se dan en la Iglesia. Es éste el sentido de la "una sanctitas", que encontramos en los textos conciliares.

La enseñanza del Concilio, al ser suficientemente asimilada por los fieles, habrá de desvirtuar la idea de la santidad  como  manifestación  de  una perfección moral y religiosa  excepcional  e inaccesible  al  común  de los fieles cristianos y no un camino normal ofrecido a todos y exigible a todos, en nombre de la fidelidad a su bautismo. Paulo VI lamentaba en  cierta ocasión: "se ha hecho de la hagiografía, el prototipo  de  la  santidad" (19).

Como corolario de lo que exponemos, llegamos a la explícita y formal enseñanza: "Una misma es la santidad que cultivan,  en  los  múltiples  gé­neros de vida y ocupaciones (...) , todos los que son  guiados  por  el Espíritu  de Dios y (...) siguen a Cristo (...) . Pero cada uno  debe  caminar  sin vacilación por el camino  de  la  fe  viva  que  engendra  la esperanza  y  obra por la caridad, según los dones y funciones que le  son  propios"  (Lumen gentium, 41 & 1; Apostolicam actuositatem, 3 & 2; 4 & 2, etc. (20).

        IV.   Santidad y humanismo

El camino a la santidad asume las características de la ley de la Encarnación, que son las de la Iglesia, excluyendo cualquier falso dualismo: la gratuidad del llamado y del don de Dios; la respuesta personal, libre e insustituible, sustentada con la  ayuda divina.

Esta conjunción de la obra de Dios y de la colaboración  humana  ha  sido reiteradamente expuesta, para repeler tanto alguna larvada reminiscencia pelagiana como  un  nuevo  tipo de quietismo (21). A diferencia  de  la diversidad  de funciones, ministerios  y carismas otorgados "en  la medida del don de Cristo" (Ef 4, 7), que es constitutiva de la Iglesia, la respuesta de cada uno conlleva la posibilidad de imperfección  y  de pecado y significa,  en definitiva, el único elemento diferenciador en la comunión de la  caridad.

Cualquiera sea la historia de  dicha  respuesta  personal,  el  fundamento ontológico de la santidad está presente (la permanencia  del  carácter  bautismal  señala  precisamente  la  gratuidad e irreversibilidad de la Nueva Alianza, obrada por Jesucristo en su sangre) y puede revivir expandiendo su virtualidad. La alusión al pecado personal confiere al  diálogo de la salvación su dramatismo y su esperanza: "Donde abundó el pecado, sobreabundó la gracia" (Rm 5, 20).

La elevación del orden creado es patrimonio de la  doctrina  católica  que, como sabemos, encontró en el Concilio de Trento su acabada expresión dogmática frente a las impugnaciones de los reformadores protestantes. El hombre es capaz de obrar meritoriamente para su justificación, colaborando a la gracia  divina. Si bien  no  es causa  eficiente  de santidad, si es causa dispositiva y meritoria.

"Si se habla de perfección en si misma, la sicologia humana no la rechaza, sino que experimenta hacia ella un  atractivo  especial. El ideal del superhombre dormita en  el  corazón  del  hombre  que  crece"  (Paulo VI) (22).

El hombre, en cuanto unidad  originaria-persona,  conserva  y  enri­ quece su individualidad en el orden de la gracia: sus facultades  humanas  son progresivamente purificadas  de  las  tareas  con  que  el  pecado  las  ata y estimuladas a desplegarse en plenitud de culto a Dios y servicio del prójimo: "El que sigue a Cristo, hombre perfecto, se perfecciona cada vez más en su propia dignidad de hombre" (Gaudium et Spes. 41 & 1). (23). En este camino ascensional el hombre eleva consigo al orden temporal, creando a su alrededor  una  progresiva  liberación  de  las  ataduras  del  pecado en su dimensión social. Es interesante  anotar  que  la  Comisión  redactora de  Lumen  gentium  acordó  -motu  proprio-  añadir  un  breve  enunciado que compendia bien tal  pensamiento:  "...  esta  santidad  suscita  un  nivel de vida más humano, incluso en la sociedad terrena" (Lumen gentium, 40 & 2) (24).

La enunciación de estos temas evocará, sin duda, aquella  bella  sintonía entre la Iglesia y la ciudad  de los hombres "perceptible  sólo  por la fe", que nos ha entregado Gaudium et Spes (N° 5, 40-45), y que tantos ejemplos ha encarnado en la vida de los Santos.

Fernando Retamal F., repositorio.uc.cl/

Notas:

(*) Comunicación   presentada   al   VIU   Simposio    Internacional    de    Teología,    Universidad de  Navarra  (Pamplona,   22-24   abril   de   1987),   sobre  el   tema:  "La   misión   del   laico en la Iglesia y en el mundo".

(1) "Este llamado a la santidad aparece como  objetivo  peou1iarísimo  del  magisterio  del Concilio y como su finalidad última" (Paulo VI: M.P. "Sanctitas clarior" -Prólogo (19-marzo-1969): A.A.S., 61 (Hl69), 149--150).

(2) Esta  enseñanza  es  reiterada  en  diversos  lugares de  la misma  Lumen gentíum:  "Si  bien en la Iglesia  no  todos  van  por  el  mismo  camino,  sin  embargo  todos  están  llamados  a la santidad y han alcanzado idéntica fe  por  la  justicia  de  Dios"  ( n9  32  &  3);  "...  to­ dos, lo mismo quienes pertenecen a la Jerarquía que los apacentados  por  ella,  están llamados a la santidad" ( nQ 39); "... todos los fieles,  de  cualquier  estado  o  condición, están  llamados   a  la   plenitud   de  la   vida   cristiana   y  a  la   perfección  de   la  caridad" ( nQ 40); "Quedan, pues, invitados y aun obligados todos los fieles cristianos a buscar insistentemente la santidad y la perfección dentro del propio estado" ( Nos. 42 & 5).

(3) Para el estudio del  "iter"  de  dicho  capítulo  V  de  Lumen  gentium,  a  través  de  los  diversos  Esquemas  y  debates,  puede  verse   nuestro   libro:   "La   igualdad   fundamental de  los  fieles  en  la  Iglesia  según  la  constitución  dogmática  Lumen  gentium",   Anales  de la  Facultad  de  Teología  ( vol.  XXX,  1979),  Santiago  de  Chile,  1980,  pp. 294-331.

(4) La nota  correspondiente  en  los  Esquemas  preparatorios   expresaba:   "Perfectus  est ille, cui nihil in ordine  morali  deest;  cuius  plenitudinis Deus ipse est exemplar Cf. Iac. 1,4: "ut sitis perlecti et integri, in  nullo  deficientes"; ib. 3,2. -Aparecían ense­ guida  las  referencias  a  Didaché,  1,4  et  6,2:  Funk,  Patres  Apostolici,  p.  4  et  16  y S. Ignatius M., Ad Eph, 15,2: Funk, p. 224 ( ambas referencias fueron omitidas en el texto final). "Secundum Origenem, Comm. Rom. 7,7: PG 14,1124 A, perlectio est similitudo cum Christo, quando quis" se per omnia Verbo ac Sapientiae Dei ita  coaptavit,  ut  in nullo prorsus ab eius similitudine decolor haberetur. "Secundum Ps. -Macarium, De Oratione, 11: PG 34,861, perfectio, qua significatur plena et absoluta puritas a malis affectibus   per   participationem  boni   Spiritus,  omnibus   a   Domino   praec1pih1r.  Pro S. Thoma, Summa Theol. ll-II-q. 184,a.3, perfectio per se  et  essentialiter  consistit  in caritate, qua secundum totam suam plenitudinem est de praecepto". La Nota continuaba citando textualmente algunas enseñanzas acerca  de  la  vocación universal a la santidad: pasaron al texto final ( Nota 4) dos referencias a encíclicas de Pío  XI  v  se  omitió  una  citación  de  S.  Francisco  de  Sales:  Introduction  a  la  vie dévote, L. Í, c. 3.

(5)  La   Documentation   Catholique,  año   1972,   pp.   609-610.   La   traducción   es   nuestra, al igual que en las restantes citas que provienen ele esta publicación.

(6)  Enseña  el  doctor  Angélico  que  su   significado   etimológico   griego   revela   tanto   un signo  de  pureza  ( =  "a-gios" =  sin  tierra)  como  de  firmeza  ( lo   que,  defendido  por las  leyes,  no  debe  violarse,  de  donde  deriva  el  "santitum",  latino).  Según   los   latinos, lo "santo"  pertenece  a  la  pureza  ( "sanguine  tinctus",  pues  -anota  S.  Isidoro  de  Se­ villa-  la  sangre  de  la   víctima   era   purificación   para   quienes   se   asperjaban   con   ella ( Etimologías ). Ambos significados,  sigue  diciendo  el  Angélico,  convienen  a  la  religión:  lo  que  se aplica al culto divino ha de ser santo; la pureza es necesaria para que el espíriru del hombre se consagre a Dios ( cf. Hb  12,14:  "cultivad ...  la  santidad,  sin  la  cual nadie verá a Dios"). La firmeza, a su vez, halla en  Dios  su  soporte  definitivo,  en cuanto es primer principio, al cual el hombre ha de adherir establemente ( cf. Rm 8, 38-39: "ni la muerte ni la vida...  podrá separarnos del  amor de  Dios  (manifestado) en Cristo Jesús"). Ambos conceptos,  asimismo,  convienen  a  la santidad,  por  la  cual el hombre se consagra a Dios. "Unde -concluye Sto. Tomás- sanctitas non differt a religione secundum essentiam, sed solum ratione. Nam religio dicitur secundum quod exhibet Deo debitum famulatum in his quae pertinent specialiter ad cultum  divinum, sicut in sacrificiis, oblationibus et alia huiusmodi; sanctitas autem dicitur  secundum quod horno non solum haec, sed aliarum virtutum opera refert in Deum, ve! secundum quod horno se disponit per bona opera ad cultum divinum" ( l.c.). Es claro que el doctor Angélico  no  se  refiere  aquí  a  la  santidad  originada por  la infusión de la  gracia  santificante,  sino  a  aquella  en  cuanto  es  una  virtud  que  observa lo que es debido a Dios y así se ordena a su culto.

(7) Ibid. ( ( Nota 5). Esta referencia a la citada enseñanza de Santo Tomás la encontramos reiterada en diversos momentos del magisterio de Paulo VI; por primera vez,  en  la  audiencia general del 7 de julio de 19,65: allí, después de referirse a la santidad  como "estado  de  integridad,  originado  por  la  gracia,   que   permite   llamar  'santos'  a   todos los bautizados que  permanecen  fieles  a  su  vocación  cristiana",  señala  que  también puede abarcar: "una  actitud  moral  que  tiende  siempre  a  mayor  perfección,  en  bús­queda de una  conformidad  en  continuo  crecimiento  con  el  querer  de  Dios  e  incluso con la santidad de Dios". Después de aludir a la doctrina del Angélico, que ya hemos mencionado en la Nota precedente, concluye que la  santidad  "si  bien  es  algo  muy elevado, es también para todo cristiano, siempre imperiosa, siempre posible" ( cf. La Documentation Catholique, año 1965, cols. 1348-1349).  Nuevamente  aludirá  al  citado texto de  la  Suma  Teológica,  al  referirse  a  la  santidad  constitutiva  de  la  Iglesia:  "ella es sagrada y siempre religiosamente ordenada al  culto  divino  y  al  respeto  de  la  vo­ luntad de Dios" ( audiencia general del 4 de noviembre de 1972: La Documentation Catholique, afio 1972, p. 1003).

(8) Gf. L'Osservatore Romano, edición semanal en castellano: 15-diciembre-1985, pp. 3-4 (759-760); 22-dioiembre-1985, p. 3 (771).

(9) En la exposición  de  su  enseñanza,  Juan  Pablo  lI  basa  su  argumentación  en  las  teo­ fanías del Antiguo Testame nto, que en el fue go y el  resplandor  manifiestan  la  sepa­ ración y a la vez la irradiación del "Santo", inaccesibilidad  y  atracción  que  en  la  revelación  de  Dios  en  su  Hijo  Jesucristo  asumen  características  propias,  en  sintonía con el "hecho nuevo" de la Cruz.

(10) Cf. Gaudium et S pe s,  38.  Son  muy  numerosos  los textos  del  Vaticano  II  que  se refieren a la caridad  como  presencia  vivificadora  del  Espíritu  en  la  vida  de  la  Iglesia y de los cristianos, como puede  verse  en  cualquiera  de  los  buenos  Índices  temáticos del Concilio.

       Esta enseñanza  la  encontramos  asimismo  con  frecuencia  en  el  magisterio  de  Pablo VI: "El  amor  humano,  animado  por  el  amor  divino  que  es  la  caridad,  posee  el secreto de  la  perfección.  El  primero  y  más  grande  precepto  de  Cri sto  es  amar  a Dios y amar al prójimo (of. Mt. 22,38; S .Th. II-II, 184,2).  Es  la  santidad  que  el Evangelio nos enseña y hace posible": audiencia general del 9 de julio de 1975 (La Documentation Cath olique, año Hl75, p. 703. S.C. pro Clericis: Directorium cate­ chisticum generale ( 11-apr.-1971), n9 64 ( A.A.S. , 64 ( 1972), pp. 136-137 ). En la relación correspondiente al n9 50 de Lumen gentium del último Esquema preparatorio, se señalaba concretamente: De caritate heroica. Sermo  est  de  caritatis  aliarumque  virtutum  heroico  exercitio quod consistit in fideli, iugi et constanti proprii status munerum et  officiorum  per­ functione (Cf. Benedictus XV, Decretum  approbationis  virtutum  in  Causa  beatificationis et canonizationis Servi Dei Joannis Nepomuceni Neumann, Episcopi Philadel­ phiensis ( ... ), A.A.S., 14 ( 1922 ), p. 23 ( siguen otras citas de documentos). Caritatem theologicam  in  virtutum  christianarum  exercitio  singulare  prorsus  et praeeminens habere momenh1m  ( ideoque  circa  ipsam  in  Causis  beatificationis  et canonizationis prae  ceteris  omnibus  esse  investigandum)  egregie  explicat   PROSPER   LAMBERTINI ( Benedictus XIV) qui a pluribus  Summis  Pontificibus  "Magister"  hac  in  re  est appellatus ... Hay que notar que en el texto finalmente promulgado de dicho nQ 50  se  omitió  la mención expresa de la caridad, aludiendo sólo al "praeclarum virtutum christianarum exercitium ... ".

(11) Juan Pablo  H  ha  retomado  esta  enseñanza,  refiriéndola  a Jesucristo,  dador  del  Espíritu Santo, signo mesiánico evidenciado en el bautismo en el Jordán y en el misterio pascual: "En este signo,  el  mismo  Jesucristo,  lleno  de  poder  y  de  Espíritu  Santo,  se ha revelado como causa de nuestra santjdad, el Cordero de Dios'' ( 18-enero-1981): L'Osservatore Romano, edición semanal en castellano 25-enero-1981, p. 12 ( 48 ); Endel. "Dominum et vivificantem" ( 18-mayo-1986 ). nos. 19-24.

(12)  "La  Iglesia  es  un  rayo  de  luz  celestial  proyectado  sobre  el  mundo.  Ella  es,  pues, santa en  el  plan  de  Dios  y  en  la  economía  de  gracia  de  la  cual  está  revestida.  Ella es la  "Santa  Iglesia"  y  eso  debería  bastarnos  para  buscar  la  idea  primigenia,  la imagen ideal en su patria de origen y  en  su  patria  final,  que  es  Dios  creador,  Dios  amor y para asociar  la santidad  de  la Iglesia  a  la  belleza  con  la  cual  ella se identifica, la  más  grande   belleza   que   pueda   reflejarse   en   el  rostro   de   la   humanidad   ( ... ). ¿Qué es la belleza, sino una revelación del Espíritu? ¿Y dónde encontraremos esta revelación de  manera  más intuitiva  y beatificante que en la humanidad  hecha Cuerpo de Cristo y Templo del  Espíritu  Santo?"  (Paulo  VI:  audiencia  general  del  20  de octubre de 1971 “La Docum entation Catholique”, año 1971, p. 1006).

(13) Acerca del pecado en la Iglesia: cf. Gaudium et Spes, 43 & 6; Unitatis redintegratio, 4 & 6. En medio de  un  clima  de  contestación  en  la  Iglesia,  después  del  Vaticano  II,  Paulo VI se esforzaba por descubrir en  su  raíz  -aunque  no  siempre  la  hubiera  en  sus  actitudes  concretas-  una  vaga  aspiración  a  la  autenticidad  cristiana,   "sin   confun­dirla con un compromiso instintivo con la nueva mitología  de  un  humanismo  económico, erótico y revolucionario" (audiencia general del 20  de  octubre  de  1971,  l. c. (nota 12). El mismo Papa añadía que una cosa es la  debilidad  inherente  a  todo  ser humano o la falta de formación espiritual , frente a las cuales Jesucristo y  su  Iglesia exhiben entrañas de misericordia, y otra, la mediocridad de vida, consciente y  responsable, en nombre de la libertad del Evangelio. Se trata en este caso de un conformismo que busca vivir de apariencias, no de autenticidad humana y cristiana,  y terminaba preguntándose: "¿No es esto vaciar la Cruz de su cristianismo?" ( audiencia general  del  14  de  junio  de  1972 “La  Dommentation  Catholique”,  año  1972, pp. 609--610 ).

(14) Los citados nos.  10-12  de  Lumen  gentium  en  realidad  desarrollan  la  participación  en la dimensión  sacerdotal  y  profética  de  los  bautizados  en  la  misión  de  Cristo.  Por  una sistematización que no  ha  dejado  de  suscitar  alguna  perplejidad,  la  participación  en la dimensión real ( especialmente por la vida en caridad y por  las obras  de  apos­tolado) aparece expuesta en  el  capítulo  IV  de  la  misma  Constitución,  a  propósito  de los laicos.

(15) Cf. Paulo VI: Exhortación apostólica "Evangelii nuntiandi" (8-diciembre-1975), A.A.S., 58 (1976 ), 5-76, especialmente nos. 41 y 76.

(16) " ... la realidad de la Iglesia no se agota  en  su  estructura  jerárquica,  su  liturgia,  sus sacramentos, sus estatutos jurídicos. Su esencia profunda  v  la  fuente  primera  de  sn  eficacia  santificadora  deben  buscarse  en la unión con  Cristo;  unión  que  no  podemos  concebir  haciendo  abstracción  de  la que es  Madre del  Verbo Encarnado  y a  quien  Jesucristo quiso  tan  íntimamente  unida    a El, para nuestra salvación ( ... ). El conocimiento de la  verdadera  doctrina  católica acerca de María constituirá siempre una clave para la exacta comprensión del misterio de Cristo y de la Iglesia" ( Paulo VI: 21 de noviembre de 1964, al  clausurar  la  tercera etapa del Concilio Vaticano ]I = A.A.S., 56 (1964), (1014).

(17) El misterio de los Pastores, que es uno de los elementos claves para su  propia  santi­ficación, adquiere su plena dignidad en la búsqueda de la gloria de Dios  y  en  la  promoción  de  la  vida  divina  en  los  mismos  hombres,  todo  lo  cual,  por  dimanar  de la pascua de Cristo,  se consumará  al  advenimiento  gforioso  del  mismo  Señor,  cuando El entregue el reino a sn Dios y Padre ( Presbyterorum ordinis, 2 & 4;  cf.  Lumen gentium, 26, in fine). Los  laicos  seculares,  inmersos  en  las  realidades  de  orden  temporal,  en  las  cuales  y por las cuales han de santificarse:  igual  que  los  sacramentos  que  prefiguran  ya  el mundo futuro,  ellos  ( =  laicos)  "quedan  constituidos  en  poderosos  pregoneros  de  la  fe en las cosas  que  esperamos  ( cf.  Heb.,  11,1 ),  cuando,  sin  vacilación,  unen  a  la vida según la fe la profesión de esa fe ( Lumen gentium, 35 & 2; Apostolicam actuositatem, 4 & 5). Otro tanto se afirma de la vocación conyugal: "La familia cristiana proclama en voz muy alta tanto las presentes virtudes del reino  de  Dios  como  la esperanza de la vida bienaventurada" ( Lumen gentium, 35 & 3). La vida consagrada mediante los consejos evangélicos: "... y como el Pueblo de Dios

(18) no tiene aquí ciudad permanente, sino que busca la futura,  el  estado  religioso,  por librar mejor a sus seguidores de las preocupaciones terrenas,  cumple  también  mejor,  sea la función de manifestar  ante todos  los fieles que  los bienes  celestiales  se hallan ya presentes en este mundo, sea la de testimoniar la vida  nueva y eterna  conquistada por la redención de Cristo, sea la de prefigurar la futura resurrección  y la  gloria del reino celestial" ( Lumen gentium, 44 & 3; ef. 31 & 2 ). La noción de   "christifidelis"  (fiel   cristiano)  es   propia   del   estadio  terreno y peregrinante  de   la   Iglesia   y  supone su  ulterior  determinación   en   la   específica función, ministerio, carisma, etc., de cada uno  en  la  organicidad  del  Pueblo  de  Dios. Esta noción, señala la Comisión redactora de Lumen gentium, no se realiza en los bienaventurados, "quippe qui iam non habeant fidem" (Relación  al  texto enmendado del capítulo VII de la Constitución De Ecclesia)

(19)    Audiencia  general  del  14  de  julio  ele  1971  (La  Documentation  Catholique, afio 1971, p. 703 ). Al beatificar al capuchino fr. Ignacio de  Santhia,  el  mismo  Papa  expresaba: "Nos complace destacar que su título ele perfección no es su singularidad, sino su normalidad. Junto con mantener -y desde ciertos aspectos acrecentar- el  carácter ejemplar del santo, la hace más próxima a nosotros y más fácilmente imitable (17-abril-1966) (La Documentation Catholique, afio 1966, col. 6,88). Véase asimismo la importante alocución  que, sobre el tema  que  nos ocupa,  clarificó el Papa  Juan  Pablo II   al Pontificio Consejo para los Laicos el 7 de junio de 1986 ( L'Osservatore  Romano, edición semanal en castellano del 19-octubre-1986, p. 20 (680).

(20) Esta responsabilidad aparece formulada en el Código de Derecho Canónico, entre los deberes/derechos que son comunes a todos  los  fieles  cristianos:  canon  210  "Todos los fieles deben esforzarse según su propia  condición  por  llevar  una  vida  santa,  así como por incrementar la Iglesia y promover su continua santificación". Se trata ele un deber moral -dentro del ámbito de autonomía y libertad que ha de ser jurídicamente protegido en  la  Iglesia-   del   cual   derivan   otros   deberes/derechos:    v.gr., c. 213  ( derecho a la Palabra de Dios v a los sacramentos); e. 214 ( diversas formas de espiritualidad); c. 217 ( congruente formación humana y cristiana), etc., que reciben ulteriores especificaciones en la legislación canónica.

(21) Cf., por ejemplo,  las  catequesis  de  Paulo  VI  en  las  audiencias  generales  del  14  ele  julio de 1971 (La Docmnentation Catholique,  afio  1971,  p.  703);  del  4 <le  noviembre ele 1972 ( ibid., 1972, p. 1003); del 9 ele julio ele 1975 ( íbid., 1975, p. 703).

(22) Audiencia general del 9 de julio de 1975 ( l.c.; nota 21).

(23) Esta dimensión aparece también referida a la vida consagrada  en  la  profesión  de  los  consejos evangélicos, en Lumen gentium, 46 & 2.

(24) Recientemente, Juan Pablo II expresaba esta armonía entre el  orden  humano  y el sobrenatural en el cristiano que tiende a la  santidad:  "El  santo  es  el  hombre  auténtico cuyo testimonio de vida atrae,  interpela  y  fascina,  puesto  que  manifiesta  su  expe­riencia  humana  transparente,   colmada   por  la   presencia   de   Cristo,   el   Hijo  de   Dios (...). Cristo es el hombre perfecto y la  vida  cristiana  trata  de  alcanzar  en  El  la dimensión  total  del  hombre  creado  a  imagen  ele  Dios  y   re-creado  para  la  salvación en la perfección del amor (...) . La  santidad  conlleva  una  novedad  de  vida  que, partiendo de una profunda intimidad con Dios, mediante Cristo  en  el  Espíritu,  penetra todas las situaciones humanas,  todos  los estilos  ele  vivir,  todos  los  compromisos,  todas la  relacione  con  las  cosas,  con   los  hombres,   con  Dios"   ( Al  Pontificio   Consejo para

los Laicos: 7-junio-1986 “L'Osservatore Romano”, edición semanal en castellano del 19-octubre-1986, p. 20 ( 680), col. 4).

(25) Al  referirse  a  los  seminaristas  que  se  preparan  al ministerio  sagrado  (después  de aludir a los diáconos), el texto los llama clérigos,  de  acuerdo  con  la antigua  termino­logía canónica, actualmente en desuso.

 

 

 

 

 

 

 


 

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