«Había una extraordinaria expectación» [1]
El pensamiento y la obra de Joseph Ratzinger se unen de una forma muy estrecha con el Concilio Vaticano II. Con sólo 36 años fue nombrado asesor teológico personal del entonces cardenal arzobispo de Colonia, Joseph Frings, y desde noviembre de 1962 aceptado como perito conciliar en el exclusivo e internacional gremio de peritos. Textos decisivos del Concilio como por ejemplo Lumen gentium, Dei Verbum y Ad Gentes fueron perfilados por Joseph Ratzinger, entonces catedrático de Dogmática en la Universidad de Bonn [2]. Diseñó y escribió el borrador de once alocuciones, que el cardenal Frings, prácticamente ciego, dirigió al Sínodo sobre el tema de la Revelación, la misión de la Iglesia y el ecumenismo, y en total participó en cuatro debates sobre el esquema «De Ecclesia».
El trabajo para el cardenal Frings y su labor en las comisiones individuales como perito constituyen los dos ejes sobre los que se puede describir la labor concreta de Joseph Ratzinger durante el Concilio. En cuanto al modo de trabajo y al complicado proceso que se seguía para la elaboración de documentos y su redacción final, además de sobre el trabajo en común en los borradores, el mismo Joseph Ratzinger proporciona información en su prólogo al estudio de Thomas Weiler «Die Ekklesiologie Joseph Ratzingers und ihr Einfluss auf das Zweite Vatikanische Konzil», del año 1996. Ahí habla de la «contribución de muchas personas individuales» y del «encuentro de las personas» con el resultado de que en semejante «cooperación maduró una afirmación en la que el todo es esencialmente más que las partes individuales y en que lo especial de cada uno está inserto en una dinámica de ese todo que lo trasciende, que transforma también lo suyo propio y que lo ha incluido en la conformación de una síntesis que no proviene de él» [3].
Si bien estas palabras manifiestan la noble modestia del Papa emérito, no se debe infravalorar el trabajo y la influencia teológica del perito conciliar Joseph Ratzinger, documentada eficazmente por sus observaciones, sus borradores y sus opiniones, que hoy, 50 años después del comienzo del Concilio, lo presentan como asesor influyente de los padres conciliares. No hay duda de que J. Ratzinger, con su comentario y elucidación de las decisiones del Concilio, ha realizado una contribución importante en favor de la recepción e interpretación del Concilio; de igual modo, resulta patente su compromiso en la cuestión del Concilio como Concilio, esto es, en el gran tema de la hermenéutica del Concilio. Tanto en su conocido discurso de Navidad a la Curia Romana en 2005, como en su ya mencionado discurso al clero de la diócesis de Roma, lo que ha primado siempre es el orden histórico de las enseñanzas del Concilio en el conjunto de la doctrina de la Iglesia. No se trataba de «crear una nueva Iglesia, u otra iglesia distinta. Para eso ellos (los padres conciliares) no tenían ni poder ni mandato. [...] Por eso una hermenéutica de la ruptura, contra el espíritu y contra la voluntad de los padres del Concilio, es absurda» [4].
El año 2013, los editores españoles y el equipo de traducción de la BAC pudieron presentar al mundo hispánico, tan rápida como competentemente, estos tesoros sacados de la historia de la Iglesia y la teología: un signo de unión con el espíritu de Joseph Ratzinger y el auténtico espíritu del Concilio.
Joseph Ratzinger no sería Joseph Ratzinger –cuya vocación como maestro de la fe se refleja tan singularmente en sus escritos, sus conferencias, sus reflexiones y meditaciones y, finalmente, en su magisterio como obispo y Papa–, si él no hubiera acompañado al Concilio y a su enseñanza comentándola y acercándola a un amplio público. Así, por ejemplo, redactó cuatro retrospecciones a los periodos de sesiones [5] y permitió con ello echar una mirada al desarrollo del esquema «De Ecclesia» [6]. A su participación en la redacción de los documentos conciliares y del comentario que los acompaña, le siguió, una vez terminado el Concilio, un intenso análisis y un comentario extenso [7]. Todavía hoy su exhaustivo comentario a la constitución Lumen gentium, en el «Lexikon für Theologie und Kirche» de 1965, constituye, dentro del inventario de interpretaciones de este documento conciliar con un singular significado histórico, un modelo inigualable de exégesis profunda y centrada en el texto y en su intención [8].
De igual manera son iluminadoras sus intervenciones dedicadas a cuestiones singulares como: la colegialidad episcopal [9], la relación entre Iglesia local e Iglesia universal [10], la constitución Dei Verbum sobre la revelación [11], la constitución pastoral Gaudium et spes [12], el decreto Presbyterorum ordinis acerca del servicio y la vida de los sacerdotes [13], las declaraciones acerca de la misión [14] y de la libertad religiosa [15], etc. Hasta el final, como ya hemos mencionado, se interesará por la hermenéutica en conflicto entre ruptura y continuidad, como topos fundamental en la recepción del Concilio.
No deben quedar sin mencionar, sus intervenciones conmemorativas en los aniversarios del Concilio, en las que la actualidad del Concilio y de su enseñanza son puestas en primer plano. En ellas se expresa la creciente decepción por la no aceptación de los resultados que, por su contenido, tenían mucho que ver con la esperanza que se había depositado en el Concilio; y son siempre un intento de explicar por qué la doctrina del Concilio, tal y como se puede encontrar en los decretos y constituciones, no encontró adhesión en una Iglesia de posguerra, una Iglesia que, al fin y al cabo, era la única que podría responder a las preguntas que agitaban al hombre situado en una mezcla de prosperidad material y pérdida de transcendencia espiritual [16].
Para concluir esta primera parte introductoria que quiere mostrar las referencias personales de Joseph Ratzinger-Benedicto XVI con respecto al Concilio, se puede decir, tomando palabras de Gerhard Ludwig Müller, prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe y editor de las «Obras completas de Joseph Ratzinger»: «El Concilio tiene el sello de Benedicto XVI» [17]. En efecto, considerando los trabajos aquí brevemente presentados y sus enfoques en cuanto al contenido, tanto en el campo teológico como en el temporal del Concilio, se puede considerar a J. Ratzinger como un gran teólogo y un Papa, que ocupó un lugar relevante en la historia del Concilio Vaticano II, pues él entendió y dio forma a su pontificado desde este contexto. A partir del volumen de las obras de J. Ratzinger que venimos citando, «Sobre la Enseñanza del Concilio Vaticano II», este terreno se abre como una tarea pendiente para futuras investigaciones sobre el 21º Concilio Ecuménico y sobre la personalidad de Joseph Ratzinger.
El núcleo de la eclesiología de Joseph Ratzinger. El redescubrimiento de la esencia de la iglesia
A la hora de examinar la penetración de la eclesiología del Concilio Vaticano II en la obra de Joseph Ratzinger, se debe pensar también, que él mismo fue quien modeló de manera decisiva esta enseñanza del Concilio tal y como se formula en Lumen gentium, y que incluso se anticipó a ella parcialmente en su artículo «Iglesia» del «Lexikon für Theologie und Kirche» del año 1961, donde se encuentra la declaración programática: «En este sentido se podría dar una definición diciendo que la Iglesia es el pueblo que vive del Cuerpo de Cristo y que se convierte en Cuerpo de Cristo en la Eucaristía» [18]. Dos años más tarde formuló aún de manera más compacta en un estudio sobre la esencia y las limitaciones de la Iglesia: «La Iglesia es el pueblo de Dios que proviene del cuerpo de Cristo» [19].
El Concilio, que a menudo se ha tomado como un concilio sobre la Iglesia, de hecho fue percibido en sus orientaciones como una lucha por el lugar correcto de la Iglesia en el mundo. A juicio del papa Benedicto XVI: «Fue un momento de extraordinaria expectación. Algo grande tenía que suceder. Los concilios del pasado habían sido convocados casi siempre por una pregunta concreta a la que debían dar respuesta. Esta vez no había ningún problema determinado que resolver y por eso había en el ambiente una expectación general: el cristianismo, que había edificado y conformado el mundo occidental, parecía perder cada vez más su fuerza plasmadora. Parecía haberse cansado, y el futuro parecía estar dirigido por otros poderes espirituales» [20]. Se trataba del esfuerzo general de oponer resistencia al predominio de nuevas filosofías, a la irrupción de ideologías y de revolucionarias interpretaciones de la historia, y todo ello en un momento en el que todavía había que quitar los escombros de la segunda guerra mundial; era un momento debilitado, pero lleno de ímpetu al mismo tiempo, que quería dar forma al futuro. En este contexto se trataba de la Iglesia, de su existencia y de su esencia. Y precisamente sobre esto dirigía su atención Joseph Ratzinger en su exposición sintética: una exposición que siempre contempla todo el conjunto, para ver el vínculo interno, el nexus mysteriorum, el elemento conjuntivo frente a lo aislado y especializado.
El tema de la Iglesia y su esencia no sólo fueron señalados como puntos del orden del día junto a otros aspectos a tratar. Enseguida estuvo claro, también en la opinión de Ratzinger en el primer año de las sesiones en Roma, que «según todas las previsiones, el esquema De Ecclesia constituiría el núcleo del trabajo conciliar» [21].
La historia de la imagen de la Iglesia, que se transmitió hasta los años 50, comienza ya en el siglo cuarto, antes, por tanto, de las diferencias entre las distintas tradiciones de las órdenes religiosas, las corrientes regionales o temporales, o acontecimientos históricos como pueden ser la reforma y la contrarreforma.
En el s. IV se pasa de una Iglesia perseguida, a una Iglesia a la que no se persigue, y que después incluso es privilegiada, cuya interconexión con la autoridad del estado y la acción política terminó desembocando en las disputas de la edad media entre el imperio y el papado. Una disputa de vasto alcance que giraba en torno a la cuestión de los derechos dentro de la variada comunidad de pueblos del occidente cristiano y que, desde dentro de la Iglesia, representaba una lucha legítima e ineludible por la libertad, la independencia y la autonomía. La cuestión de la «lucha por las investiduras» no basta para describir toda la dimensión de esta disputa secular, pero tomada como pars pro toto resulta fácilmente comprensible.
Con la dolorosa y letal experiencia de la primera guerra mundial, vuelven a primer plano acontecimientos que conmocionan al mundo y por tanto resultan de importancia vital para la Iglesia. Dentro de la teología y de la Iglesia influyen en múltiples movimientos de reforma:
– el Movimiento Litúrgico –en el que influye Romano Guardini–;
– el Movimiento Bíblico;
– la nueva sensibilidad por el ecumenismo;
– la relectura y la orientación interna de la Patrística;
– el redescubrimiento que comenzó en el siglo XIX de la Iglesia del primer milenio, que estuvo eclipsada durante mucho tiempo por la neo-escolástica hasta el siglo XX.
En estos movimientos se puede situar también a Joseph Ratzinger –no por el deseo de constituir una reforma en el sentido de abolir los dogmas aprobados–, sino en el sentido de subrayar lo esencial, más allá de las construcciones de la Iglesia determinadas temporalmente, dirigidas ideológicamente o subjetivas en su conjunto. Su deseo era poner de relieve la esencia de la Iglesia que nos ha sido ofrecida desde su instauración por Jesús hasta nuestros días.
De aquí que las palabras de Romano Guardini «la Iglesia despierta en las almas» suenen como programáticas para una generación de teólogos que habían asistido a la disolución de una visión cerrada del mundo y que habían experimentado la angustia de las dos guerras mundiales; ellos experimentaban con profundo dolor la fragmentación confesional de la Iglesia y eran conscientes de la necesidad de superarla conforme a la voluntad de Jesús. Todo esto podía llegar a ser vencido con las aguas que se nutren de las fuentes y confluyen hacia la gran corriente de la tradición. Además eran conscientes de que los instrumentos teológicos de la primera mitad del siglo XX estaban todavía –con pocas excepciones– comprometidos con el estilo característico de la neo-escolástica y resultaban insuficientes para progresar en el retorno a lo originario y a lo auténtico.
El cuerpo de Cristo que es la Iglesia
Para «servir a una renovación de la eclesiología de comunión de la iglesia primitiva» [22], Joseph Ratzinger aporta ya en 1961 el pensamiento del Cuerpo de Cristo como eslabón entre lo visible y lo invisible, entre lo exterior y lo interior, como solución a la contraposición de las imágenes de la Iglesia [23]. Para Ratzinger el «Cuerpo de Cristo» es la denominación de «la particular visibilidad de la Iglesia, que se da de esta forma en el compartir la mesa de la celebración del banquete del Señor». Esto es lo especial de la Iglesia y de su naturaleza: «no es ni parte de los órdenes visibles de este mundo, ni civitas platónica de mera comunidad de espíritu, sino sacramentum, esto es, sacrum signum, visible y sin embargo no acabándose en la visibilidad, sino según su completo ser como otra cosa que no es sino una referencia a lo invisible y al camino que allí conduce» [24].
La tesis de la notable influencia de Ratzinger en la eclesiología del Concilio Vaticano II se ve apoyada por un borrador del discurso que el joven asesor conciliar preparó para el cardenal Frings y que se presentó el 30 de septiembre de 1963 en la 37ª reunión general del esquema «De Ecclesia». En ese documento Ratzinger alaba que en el esquema «De Ecclesia» se explique «positivamente el misterio de la Iglesia a partir de la plenitud de la revelación y, por tanto, de la Sagrada Escritura y de la Tradición de todos los siglos» [25]. Es bueno, prosigue Ratzinger, «que se hable en medida suficiente tanto del “Pueblo de Dios”, como del “Cuerpo de Cristo”, como también de otras imágenes que indican el misterio de la Iglesia. En primer lugar hay que alabar el hecho de que no se trata del pueblo de forma meramente jurídica ni tampoco del cuerpo en un sentido meramente místico, sino que ambos se explican en su sentido sacramental, que abarca tanto el elemento visible jurídico como el invisible [...] este pueblo se convierte verdaderamente en Pueblo de Dios en la mesa del Señor al comer el Cuerpo de Cristo y entrar así en la unidad del Señor» [26].
Se favorece aquí que surjan puntos decisivos a través del atractivo camino de la adoración: el misterio de la Iglesia y de su sacramentalidad; la Sagrada Escritura y la Tradición, como fuentes y punto de partida de toda reflexión sobre la Iglesia; las nociones de Pueblo de Dios y Cuerpo de Cristo, como referencia al misterio de la Iglesia y a su esencia; y la Eucaristía y la Comunión, como admisión del hombre en la unidad del Señor.
En ese mismo año 1963, como ya se ha dicho, Ratzinger vio el corazón del trabajo conciliar en una intervención comentada en el preludio del segundo periodo de sesiones sobre el esquema «De Ecclesia». Allí, al mismo tiempo, da noticia de las cuestiones que se estaban planteando en Roma. En principio anticipa ahí los resultados de Lumen gentium: el Pueblo de Dios y el Cuerpo de Cristo no están uno junto al otro, no presentan por tanto oposición alguna, o incluso dos eclesiologías diferenciadas.
Sólo un acercamiento al Nuevo Testamento permite una forma auténtica de entender la esencia de la Iglesia. La eucaristía no es una memoria ritualizada, sino un «compartir la mesa con el Altísimo» sobre la que se crea el pueblo de Dios. Por tanto, «se puede decir –resume Ratzinger–, que la Iglesia, según la comprensión neo-testamentaria, es Pueblo de Dios desde el Cuerpo de Cristo, de manera que ambos conceptos no constituyen oposición alguna, sino que más bien expresan juntos –y sólo juntos– la esencia de la única Iglesia» [27].
A partir de aquí deben interpretarse las reflexiones de Ratzinger sobre la colegialidad episcopal, y también, por ejemplo, sobre el ecumenismo, cuestiones que sobrepasan el objetivo del presente trabajo [28]. Baste señalar que el ecumenismo no significa una fusión, sino más bien una orientación común a Jesucristo y a la confesión de fe de que en la Eucaristía Él se ofrece a sí mismo, reúne a su iglesia y constituye su propio cuerpo. Si la Iglesia es el Pueblo de Dios que vive del Cuerpo de Cristo y que se hace el mismo Cuerpo de Cristo en la Eucaristía, entonces se puede explicar a partir de la communio sanctorum el doble sentido de la Iglesia como participación en Cristo y como comunidad de creyentes. Y al mismo tiempo queda claro que en la historia la Iglesia sólo puede darse como una única y la misma realidad histórica.
Hay que señalar por último que Ratzinger ya describe en su tesis doctoral sobre san Agustín lo entrelazados que se encuentran ambos conceptos, quedando así claramente como precursor de Lumen gentium: «La Iglesia es en Cristo, en cierto modo, el sacramento, es decir, símbolo e instrumento tanto para la unión más profunda con Dios como para la unidad de toda la humanidad».
La eclesiología del Concilio Vaticano II en la recepción de Joseph Ratzinger
Un largo capítulo del volumen 7 de las «Opera omnia» de J. Ratzinger está titulado con la palabra clave «recepción». Lo expuesto hasta ahora no ha pretendido ser una descripción exhaustiva del trabajo de Ratzinger en los textos del Concilio, y en especial en Lumen gentium. Por un lado, se ha de tener presente que cada texto del Concilio es obra de un sinnúmero de laboriosos colaboradores; sin embargo, por otro lado, se puede leer claramente que las tesis de Ratzinger aparecen en la redacción final del Concilio, como lo muestran tanto los temas que Ratzinger descubre por sí mismo y entrega a los padres conciliares a través del Cardenal Frings, como sus propios escritos, que preparan y acompañan al Concilio. Por eso se puede asegurar con buena conciencia, que la teología de Ratzinger ha impregnado la eclesiología del Concilio Vaticano II, tal y como fue formulada en Lumen gentium. Incluso algunas formulaciones parecen ser citas de Ratzinger; pero afirmarlo con seguridad excedería los límites de lo documentado.
«Aggiornamento»-Concilium-Communio
Tras el Concilio comenzó una recepción intensa. En un momento inicial esta recepción elogió eufóricamente los logros de una Iglesia que por fin miraba al mundo y, rechazando el carácter pastoral de la asamblea de Roma, malinterpretaba el «aggiornamento» como abandono de la tradición. Así se comprendía el futuro de la Iglesia como una reacción ante retos puramente contingentes. En la discusión teológica se trata de los conceptos «concilium» y «communio», esto es, de la pregunta eclesiológica fundamental: ¿es la Iglesia un concilio permanente, que sólo en la deliberación muestra la esencia?, o más bien –yendo más en profundidad–, ¿es ella comunidad eucarística, esto es, communio, comunidad de hombres en la comunidad con Dios? Ya en 1962 Ratzinger llegó a tratar esta pregunta fundamental en el análisis de la teoría de Hans Küng de una Iglesia como concilio permanente [29]. Si se debe exponer la contribución de Ratzinger a la eclesiología posconciliar, entonces es válido colocar en primera línea esta postura fundamental. Ratzinger reaccionó respecto a Küng haciendo referencia a una falsa etimología: «ecclesia» y «concilium» no tienen la misma raíz. ¿Es por eso la Iglesia sólo Iglesia, cuando se abre en la reunión del consejo episcopal, o es más bien comunidad eucarística en la que se le conceden al Concilio sólo unas funciones y competencias limitadas?
Como consecuencia de este debate, los seguidores de la «teoría concilium» se arremolinaron en torno a la recién fundada revista «Concilium», para dar una resolución previa ya a través del título. Igualmente consecuente fue Ratzinger cuando fundó en 1972 con Hans Urs von Balthasar y Henri De Lubac la «Revista teológica internacional» con el también pragmático subtítulo «Communio».
Autoridad de los concilios
En los años posteriores al Concilio –hasta los últimos días de su ministerio petrino– Ratzinger salió al paso una y otra vez de los desarrollos fallidos en la recepción del Concilio: por una parte se le reprocha al Concilio que hubiese extendido herejías y, por otra, se consideran las decisiones del Concilio como todavía no recibidas o pensadas en toda su profundidad.
Ratzinger se esfuerza por realizar una interpretación del Concilio, no sobre la base de las ciencias de la historia, sino como topos teológico leído en la tradición de la Iglesia. Los concilios se insertan en la Tradición. Son llevados adelante cada vez por la misma autoridad. Se fundan unos sobre otros. Con sus propias palabras: «Es imposible decidirse por el Vaticano II y contra Trento y el Vaticano I. [...] Resulta de igual forma imposible decantarse por Trento y el Vaticano I, pero contra el Vaticano II. Quien reniega del Vaticano II niega la autoridad que los otros dos concilios traen consigo, y con ello les despoja de su principio. Cada elección destruye el todo, que sólo se puede tener como unidad indivisible» [30].
Continuidad frente a discontinuidad
Junto a esto surge de forma vehemente el deseo de una «hermenéutica de la continuidad» en claro contraste con una «hermenéutica de la ruptura y de la discontinuidad» [31], que desearía, no se sabe muy bien por qué motivos, destruir los puentes con su propio pasado. Ratzinger demanda una continuidad con lo original, no sólo un seguir escribiendo del ayer, sino un movimiento de vuelta a las fuentes, a la Escritura, a la teología de los Padres, al Evangelio, a Jesucristo. La continuidad en la Iglesia es la mencionada gran corriente, que parte de estas fuentes y que debe seguir expresándose siempre en la actualidad del mundo: eso significa «aggiornamento». Es algo semejante a un río que baña las orillas de muchos países y siempre debe encontrar la distinta lengua de las personas que viven en sus orillas y, a pesar de eso, sigue siendo siempre agua que viene de la misma fuente.
De lo dicho hasta ahora se puede extraer lo siguiente:
– Que la pregunta sobre Ratzinger y el Concilio Vaticano II abarca un periodo de tiempo que comprende más de 50 años.
– Que su influencia es claramente perceptible y documentable.
– Que conceptos centrales y puntos teológicos fuertes de la eclesiología de Ratzinger estaban presentes en la discusión teológica mucho tiempo antes del Concilio y, sobre esta base, sus tesis se discutieron y dieron a conocer durante el Concilio.
– Que, en cuanto al contenido, hay coincidencias manifiestas entre los textos de Ratzinger y numerosos pasajes del Concilio. Particularmente esclarecedor resulta a este respecto –aun cuando no se trate de un tema estrictamente eclesiológico– su borrador para un nuevo esquema de la Revelación que se incluyó casi sin cambios en la Dei Verbum [32].
La Iglesia, receptora de la Revelación
En este contexto resultaría también importante referirse a la unión de los elementos dentro del esquema Revelación-Tradición-Escritura-Iglesia. Para Ratzinger la Revelación no es una dimensión material tangible, que pueda ser analizada como si fuese el objeto de nuestra curiosidad científica. La palabra se refiere al acto en el que Dios se muestra, no al objeto como resultado del acto. Por tanto la revelación le pertenece siempre a un receptor, que recibe esa palabra, porque «donde nadie percibe la “Revelación”, ahí no se da entonces ninguna Revelación, porque ahí nada se ha abierto»; y como consecuencia: «a la revelación le pertenece por el mismo concepto un alguien que la perciba» [33] –y ese alguien es la Iglesia–. La Escritura precede a la Revelación y se plasma en ella. Esto significa que la Revelación es siempre mayor que lo meramente escrito, y que tiene que haber una instancia que sea el sujeto del receptor que entienda: la Iglesia.
La Escritura es testigo de la Revelación, pero ésta es sin embargo algo dinámico, vivo, que va más allá del poder de expresión humano; pertenecen a su ser tanto el receptor como la recepción. Necesita de hombres a los que Dios quiere revelarse; reúne y agrupa a los hombres y, por tanto, la Iglesia y la Revelación no pueden separarse la una de la otra.
Perspectiva
En el desarrollo de nuestro tema las líneas principales son más importantes que los detalles que no podrían presentarse de modo breve. Decisivas resultan en cambio las coordenadas básicas de la eclesiología de Ratzinger que en parte han encontrado una continuación en el Concilio, y que al mismo tiempo han intentado una pertinente interpretación y recepción de la eclesiología del Concilio en los momentos posteriores a éste. Es manifiesta también la continuidad en el pensamiento de Ratzinger que sostiene, desde hace más de 60 años, la tesis fundamental de la sacramentalidad de la Iglesia y de un Pueblo de Dios sustentado en su sentido cristológico; y de que, a partir del nexo global de Revelación e Iglesia, se evidencia la necesidad de la Iglesia como depositaria e intérprete magisterial de la fe. La profundidad de su pensamiento descansa en la teología patrística y bebe de la revelación del Dios vivo atestiguada en la Escritura.
El momento decisivo de la eclesiología de Ratzinger se funda en el hecho de que encuentra la propia identidad de su ser en su orientación a Jesucristo.
Así se explica su forma de entender la liturgia (búsqueda del ser interior), su posición ecuménica fundamental (unidad en Cristo a través de la común confesión de fe en él), su coordinación de las nociones de «Pueblo de Dios» y «Cuerpo de Cristo» (orientados fundamentalmente en clave trinitaria); en última instancia todo es pensable en el momento en que se sale de los confines del pensamiento autosuficiente y se entra en la verdad que encontramos en Dios y que recibimos de él [34].
Para concluir recogemos una cita de Joseph Ratzinger, escrita diez años después del Concilio, y que es una especie de auto-descripción, que puede ofrecer una explicación de lo que sostiene el Concilio y de lo que lo hace perdurar en la historia, y puede mostrar a la Iglesia un camino para el futuro: «Se trata de una teología y una religiosidad que se edifica fundamentalmente a partir de la Sagrada Escritura, de los Padres de la Iglesia y del gran patrimonio litúrgico de la Iglesia universal. Del Concilio surge esta teología para hacer que la fe sea más rica y viva, a la vez que más sencilla y abierta, no sólo a partir del pensamiento de los últimos cien años, sino a través del acercarse a la gran corriente que marca toda la Tradición» [35].
Christian Schaller, revistas.unav.edu/
Notas:
1 BENEDIKT XVI., «Das Konzil der Väterdas wahre Konzil. Ansprache bei der Begegnung mit dem Klerus der Diözese Rom am 14. Februar 2013 in der Audienzhalle des Vatikans “Paolo VI”», en VODERHOLZER, R., SCHALLER, Ch. y HEIBL, F.-X. (Hg.), Mitteilungen. Institut Papst Benedikt XVI 6 (2013) 13-22, nt. 14. Para la interpretación del pontificado tiene una extraordinaria significación el hecho de que Benedicto XVI haya elegido el Concilio Vaticano II como tema para su última alocución ante el clero de la diócesis de Roma. Si se toma su prólogo al volumen 7 de los «Joseph Ratzinger Gesammelte Schriften» (abreviado aquí como JRGS 7), se puede ver una presentación e interpretación integral de los textos conciliares, así como un intento de dar respuesta a las preguntas fundamentales según la hermenéutica del concilio.
2 Cfr. Sobre los borradores de J. Ratzinger y su posición, véanse los textos publicados en parte por vez primera en JRGS 7, 125-238.
3 RATZINGER, J., Geleitwort [zu Thomas Weiler, Volk GottesLeib Christi, Mainz 1996], en JRGS 7, 640.
4 Para el debate sobre la hermenéutica del Concilio véase BENEDIKT XVI. UND SEIN SCHÜLERKREIS-KOCH, K., Das Zweite Vatikanische Konzil. Die Hermeneutik der Reform, Augsburg: St. Ulrich, 2012, especialmente 22-51.
5 Han sido entre tanto recogidas en JRGS 7: Die erste Sitzungsperiode des Zweiten Vatikanischen Konzils (296-322), Das Konzil auf dem Weg. Rückblick auf die zweite Sitzungsperiode des Zweiten Vatikanischen Konzils (359-410), Ergebnisse und Probleme der dritten Konzilsperiode (417-472), Die letzte Sitzungsperiode des Konzils (527-577).
6 RATZINGER, J., Die Entwicklung des Schemas «De Ecclesia» [1964], en JRGS 7, 411-416.
7 Cfr. RATZINGER, J., Teil E Kommentar und Teil F Rezeption, en JRGS 7, 645-1134.
8 JRGS 7, 645-659.
9 RATZINGER, J., Konkrete Formen bischöflicher Kollegialität, en JRGS 7, 348-358.
10 RATZINGER, J., Ortskirche und Universalkirche. Kommentar zu «Lumen gentium», Artikel 26, en JRGS 7, 696-698.
11 RATZINGER, J., Einleitung und Kommentar zum Prooemium, zu Kapitel I, II und IV der Offenbarungskonstitution «Dei Verbum», en JRGS 7, 715-793.
12 El capítulo sobre Pastoralkonstitution über die Kirche in der Welt von heute «Gaudium et spes», en JRGS 7, 795-896.
13 RATZINGER, J., Dienst und Leben der Priester, en JRGS 7, 897-918.
14 RATZINGER, J., Konzilsaussagen über die Mission außerhalb des Missionsdekrets, en JRGS 7, 919-954.
15 Ibíd., especialmente 941-954.
16 Véase RATZINGER, J., Zehn Jahre nach Konzilsbeginn-wo stehen wir?, en JRGS 7, 1032-1039; ID., Entrevista para Redención, en JRGS 7, 1026-1031; ID., Bilanz der Nachkonzilszeit-Misserfolge, Aufgaben, Hoffnungen, en JRGS 7, 1064-1078.
17 MÜLLER, G. L., Den Horizont der Vernunft erweitern. Zur Theologie von Benedikt XVI., Freiburg: Herder, 2013, 112 (la cursiva es del original).
18 RATZINGER, J., Art. Kirche, en JRGS 8, 205-219; nt. 210.
19 RATZINGER, J., Der Kirchenbegriff und die Frage nach der Gliedschaft der in der Kirche, en JRGS 8, 290-307; nt. 299.
20 BENEDIKT XVI., Vorwort, en JRGS 7, 5.
21 RATZINGER, J., Theologische Fragen auf dem II. Vatikanischen Konzil, en JRGS 7, 338.
22 RATZINGER, J., Die bischöfliche Kollegialität, 194.
23 RATZINGER, J., Art. Leib Christi, en JRGS 8, 286-289.
24 Ibíd., 289.
25 RATZINGER, J., Das verbesserte Schema-eine Arbeitsgrundlage, en JRGS 7, 250-256.
26 Ibíd.
27 RATZINGER, J., Theologische Fragen auf dem Zweiten Vatikanischen Konzil, en JRGS 7, 339.
28 Véanse a este respecto los artículos sobre el ecumenismo en Joseph Ratzinger en: SCHALLER, Ch. (ed.), Kirche-Sakrament und Gemeinschaft. Zu Ekklesiologie und Ökumene bei Joseph Ratzinger, Regensburg: Pustet («Ratzinger Studien» 4), 2011, 222-415.
29 Véanse, entre otros, KÜNG, H., «Das theologische Verständnis des ökumenischen Konzils», Theologische Quartalschrift 141 (1961) 50-77.
30 RATZINGER, J., Thesen zum Thema «Zehn Jahre Vaticanum II», en JRGS 7, 1060s.
31 BENEDICTO XVI, Discurso a la Curia Romana, 22-XII-2005.
32 RATZINGER, J., De voluntate Dei erga hominem. Gottes heilschaffender Wille für den Menschen [Entwurf eines neuen Offenabrungsschemas, Oktober 1962], en JRGS 7, 177-183.
33 RATZINGER, J., Aus meinem Leben. Erinnerungen (1927-1977), Stuttgart: DVA, 1998, 84.
34 Cfr. RATZINGER, J., Wendezeit für Europa?, Freiburg: Johannes, 2005, 125ss.
35 RATZINGER, J., Zehn Jahre nach Konzilsbeginn-wo stehen wir?, en JRGS 7, 1037.
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