Pio Santiago

Tomás Trigo

1.  Un hombre vale lo que vale su corazón.

2.  Tenemos un solo corazón para amar a Dios y para amar al prójimo.

3.  El corazón está hecho para amar.

4.  El trato con el Señor nos capacita para amar más.

5.  El corazón que no ama se incapacita para entender.

6.  Dios no cabe en un corazón impuro.

7.  El corazón tiende a apegarse desordenadamente a personas y cosas.

8.  Pureza de corazón. Frutos.

1. Un hombre «vale lo que vale su corazón»

1366 Un hombre vale lo que vale su corazón, podemos decir con lenguaje nuestro (S. JOSEMARÍA ESCRIVÁ DE BALAGUER, Es Cristo que pasa, 164).

1367 Dios nos ha dado un corazón para vivir y para todo lo que nos puede llenar, sobre todo el tú. Pero sin El, todo es demasiado poco. O buscamos en El nuestra felicidad, o nos equivocamos lanzados a la caza de la felicidad, de desengaño en desengaño, hasta el hastío y la nausea, (JUAN PABLO II, Hom. en Altötting, 18-XI-1980).

2. Tenemos un solo corazón para amar a Dios y para amar a nuestro prójimo

1368 Yo no cuento con un corazón para amar a Dios, y con otro para amar a las personas de la tierra. Con el mismo corazón con el que he querido a mis padres y quiero a mis amigos, con ese mismo corazón amo yo a Cristo, y al Padre, y al Espíritu Santo y a Santa Maria (SAN JOSEMARÍA ESCRIVÁ DE BALAGUER, Es Cristo que pasa, 166).

3. El corazón está hecho para amar

1369 De ti proviene esta atracción a tu alabanza, porque nos has hecho para ti y nuestro corazón no halla sosiego hasta que descansa en ti (SAN AGUSTIN, Confesiones, 1, 1, 1).

1370 El hombre no puede vivir sin amor. El permanece para si mismo un ser incomprensible, su vida esta privada de sentido si no se le revela el amor, si no se encuentra con el amor, si no lo experimenta y lo hace propio, si no participa en el vivamente (JUAN PABLO II, Enc. Redemptor hominis, II, 10).

1371 Es una pena no tener corazón. Son unos desdichados los que no han aprendido nunca a amar con ternura. Los cristianos estamos enamorados del Amor: el Señor no nos quiere secos, tiesos, como una materia inerte. ¡Nos quiere impregnados de su cariño! (SAN JOSEMARÍA ESCRIVÁ DE BALAGUER, Amigos de Dios, 183).

1372 La tierra, si no se la cultiva, produce espinas y abrojos; igualmente, el alma del pecador, si no es cultivada por la gracia, sólo lleva abrojos y zarzas de pecados. Espinas y abrojos te producirá (Gen 3, 18) (SANTO TOMÁS, Sobre el Padrenuestro, I. c., 135).

4. El trato con el Señor nos capacita para amar más

1373 Nuestro corazón se dilata. Del mismo modo que el calor dilata los cuerpos, así también la caridad tiene un poder dilatador, pues se trata de una virtud calida y ardiente. Esta caridad es la que abría la boca de Pablo y dilataba su corazón [...]. Nada encontraríamos más dilatado que el corazón de Pablo, el cual, como un enamorado, estrechaba a todos los creyentes con el fuerte abrazo de su amor, sin que por ello se dividiera o debilitara ese amor, sino que se mantenía íntegro en cada uno de ellos. Y ello no debe admirarnos, ya que este sentimiento de amor no solo abarcaba a los creyentes, sino que en su corazón tenían también cabida los infieles de todo el mundo (SAN JUAN CRISÓSTOMO, Hom. sobre la 2.a Epístola a los Corintios, 13).

1374 Tened unos para con otros un corazón grande, con mansedumbre, como lo tiene Dios para con vosotros (SAN IGNACIO DE ANTIOQUIA, Carta a S. Policarpo de Esmirna, 5, 1 ss.).

5. El corazón que no ama se incapacita para entender

1375 Preséntame un corazón amante y comprenderá lo que digo. Preséntame un corazón inflamado en deseos, un corazón hambriento, un corazón que, sintiéndose solo y desterrado en este mundo, esté sediento y suspire por las fuentes de la patria eterna, preséntame un tal corazón y asentirá en lo que digo. Si, por el contrario, hablo a un corazón frío, este nada sabe, nada comprende de lo que estoy diciendo (SAN AGUSTIN, Trat. Evang. S. Juan, 26).

6. Dios no cabe en un corazón impuro

1376 ¿Y que cosa más cercana al hombre que su corazón? Allá en el interior es donde me han descubierto todos los que me han encontrado. Porque lo exterior es lo propio de la vista. Mis obras son reales y, sin embargo, son frágiles y pasajeras; mientras que yo, su Creador, habito en lo más profundo de los corazones puros (ANÓNIMO DEL s. XIII, Meditación sobre la Pasión y Resurrección de Cristo, 38; PL 184, 766).

1377 No se encuentra vestigio alguno de bondad en el corazón del que la avaricia ha hecho su morada (SAN LEÓN, Sobre la Pasión, 9).

1378 Oh, Dios, crea en mí un corazón puro. Para que sea creado este corazón puro hay que quebrantar antes el impuro (SAN AGUSTIN, Sermón, 19).

1379 Mi sacrificio es un espíritu quebrantado, un corazón quebrantado y humillado Tú no lo desprecias. Este es el sacrificio que has de ofrecer. No busques en el rebaño, no prepares navíos para navegar hasta las más lejanas tierras a buscar perfumes. Busca en tu corazón la ofrenda grata a Dios. El corazón es lo que hay que quebrantar (SAN AGUSTIN, Sermón 19).

7. El corazón tiende a apegarse desordenadamente a personas y cosas

1380 Me das la impresión de que llevas el corazón en la mano, como ofreciendo una mercancía: ¿quien lo quiere? Si no apetece a ninguna criatura, vendrás a entregarlo a Dios. ¿Crees que han hecho así los santos? (SAN JOSEMARÍA ESCRIVÁ DE BALAGUER, Camino, n. 146).

1381 Nada más familiar y más íntimo como mi propio corazón. Y tambien ningún enemigo mas grande para mi como él (CASIANO, Colaciones, 18, 16).

1382 Si tuvieras el trigo en lugares bajos, para que no se pudriese lo llevarías a locales altos. Cambiarias de lugar el trigo, ¡y dejas que el corazón se estrague con las cosas inferiores! (SAN AGUSTÍN, Coment. sobre el Salmo 122).

8. Pureza de corazón. Frutos (Ver también CASTIDAD)

1383 No es pequeño el corazón del hombre capaz de abarcar tantas cosas. Si no es pequeño y si puede abarcar tantas cosas, se puede preparar en él un camino al Señor y trazar una senda derecha por donde camine la Palabra, la Sabiduría de Dios. Prepara un camino al Señor por medio de la buena conciencia, allana la senda para que el Verbo de Dios marche por ti sin tropiezos y te conceda el conocimiento de sus misterios y de su venida (ORÍGENES, Hom. 21 sobre S. Lucas).

1384 La sabiduría que conduce al conocimiento y, por tanto, al amor de Dios, florece en el corazón limpio (JUAN PABLO II, Hom. 14-11-1980).

1385 ¡Qué grande es el corazón del hombre! ¡Qué anchura y qué capacidad, con tal que sea puro! (ORIGENES, Hom. 21 sobre S. Lucas).

1386 La posibilidad de abrirse con amor a las obras de misericordia es fruto de una prolongada y dura lucha con el orgullo propio, con los malos pensamientos, con el propio egoísmo. Sólo quien sabe conservar el corazón «intacto» sustrayéndole a las sugestiones de los entusiasmos pasajeros y dispersos, puede expresar en su vida una auténtica capacidad de donación. Por otra parte, tal empeño encontrará el secreto de una plena realización personal, porque «quien ama al prójimo perfecciona su caridad hacia Dios, porque él mismo recibe en sí lo que hace por el prójimo (San Basilio)» (JUAN PABLO II, Hom. 14-II-1980).

Pio Santiago

Tomás Trigo

1.     La contemplación de Dios sólo es posible en la vida futura. Aquí se nos da imperfectamente, «como un   adelanto».

2.     Se promete a los limpios de corazón.

3.     El deseo de ver a Dios.

4.     Buscar al Señor en todas las cosas.

5.     La contemplación es compatible con cualquier actividad      humana recta.

6.     Mirar a Cristo.

7.     Contemplación también a través de las oraciones     vocales.

8.     Frutos de la contemplación.

9.     Contemplación de los misterios del Santo Rosario.


1. La contemplación de Dios sólo es posible en la vida futura. Aquí se nos da imperfectamente, «como un adelanto».

1274 La contemplación será perfecta en la vida futura, cuando veamos a Dios cara a cara (I Cor 12, 12) y nos haga, con esta visión, perfectamente bienaventurados. Pero ahora, aunque imperfectamente, como a través de espejo y como en enigma (ibid.), nos compete la contemplación de la verdad divina, por la que se nos da como un adelanto de la bienaventuranza, que se inicia aquí y alcanzará su perfección en la vida futura (SANTO TOMAS, Suma Teológica, 2-2, q. 180, a. 4, c).

1275 Como fin de todos nuestros trabajos y eterna perfección de las alegrías, se nos promete la contemplación (SAN AGUSTIN, Sobre la Trinidad, 1, 8).

1276 El corazón necesita, entonces, distinguir y adorar a cada una de las Personas divinas. De algún modo, es un descubrimiento, el que realiza el alma en la vida sobrenatural, como los de una criaturica que va abriendo los ojos a la existencia. Y se entretiene amorosamente con el Padre y con el Hijo y con el Espíritu Santo; y se somete fácilmente a la actividad del Paráclito vivificador, que se nos entrega sin merecerlo: ¡Los dones y las virtudes sobrenaturales! (S. JOSEMARÍA ESCRIVÁ DE BALAGUER, Amigos de Dios, 306).

1277 El Espíritu prepara previamente al hombre para acoger al Hijo de Dios, el Hijo lo conduce al Padre, y el Padre le da incorruptibilidad y la vida eterna, que son fruto de la visión de Dios para aquellos que le contemplan. Del mismo modo que quienes ven la luz están en la luz y participan de su esplendor, así los que ven a Dios están en Dios y participan de su esplendor. Ahora bien, el esplendor de Dios es vivificante. Y por lo mismo, quienes vean a Dios tendrán parte en la vida (SAN IRENEO, Contra los herejes, 4, 20).

1278 El resplandor de la belleza divina es algo absolutamente inefable e inenarrable (SAN BASILIO MAGNO, Regla monástica, respuesta 2, 1).

1279 La contemplación es una cumbre en la cual Dios se comienza a comunicar y manifestar al alma. Pero no acaba de manifestarse, sólo asoma. Pues por muy altas que sean las noticias que al alma se le dan de Dios en esta vida, no son más que lejanas asomadas (SAN JUAN DE LA CRUZ, Cántico espiritual, 13, 10).

1280 Por mucho que a Dios se le conozca en esta vida, no se le conoce de verdad. Sólo una partecita y muy de lejos (SAN JUAN DE LA CRUZ, Cántico espiritual, 6, 5).

1281 Todo esto sucede a veces a las almas ya muy purificadas. Dios les concede la gracia, cuando oyen, o ven o entienden, y a veces sin oír, ni ver, ni entender, de recibir una comprensión grandísima de la alteza y grandeza de Dios. En ese sentimiento siente a Dios tan alto que entiende claramente que se le queda todo por entender. Y ese sentir y entender que Dios es tan inmenso que no se puede entender del todo, es muy subido entender (SAN JUAN DE LA CRUZ, Cántico espiritual, 7, 9).

2. Se promete a los limpios de corazón

1282 Con toda razón se promete a los limpios de corazón la bienaventuranza de la visión divina. Nunca una vida manchada podrá contemplar el esplendor de la luz verdadera, pues aquello mismo que constituirá el gozo de las almas limpias será el castigo de las que estén manchadas (SAN LEON MAGNO, Sermón 95, sobre las bienaventuranzas).

1283 Dios se deja contemplar por los que tienen el corazón purificado (SAN GREGORIO DE NISA, Hom. 6, sobe las bienaventuranzas).

1284 ¿Quieres ver a Dios? Escúchalo: Bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios. En primer lugar, piensa en purificar tu corazón: lo que veas en el que desagrada a Dios, quítalo (SAN AGUSTIN, Sermón 2, sobre la Ascensión del Señor).

1285 Dios nos manda que primeramente nos lavemos por la compunción, para que nuestra suciedad no nos haga indignos de penetrar en la pureza de los secretos de Dios (SAN GREGORIO MAGNO, Hom. 17 sobre los Evang.).

3. El deseo de ver a Dios

1286 El alma que de verdad ama a Dios no puede querer estar satisfecha y contenta hasta que de veras posea a Dios. Todas las cosas que no son Dios, no sólo no la satisfacen, sino que le aumentan el deseo de verle tal cual Él es (SAN JUAN DE LA CRUZ, Cántico espiritual, 6, 4).

1287 Los que se quieren, procuran verse. Los enamorados sólo tienen ojos para su amor. ¿No es lógico que sea así? El corazón humano siente esos imperativos. Mentiría si negase que me mueve tanto el afán de contemplar la faz de Jesucristo. Vultum tuum, Domine, requiram, buscaré, Señor, tu rostro. Me ilusiona cerrar los ojos, y pensar que llegara el momento, cuando Dios quiera, en que podré verle, no como en un espejo, y bajo imágenes oscuras... sino cara a cara. Sí, hijos, mi corazón está sediento de Dios, del Dios vivo. ¿Cuándo vendré y veré la faz de Dios? (J. ESRIVA DE BALAGUER, Hoja informativa nº 1 del proceso de beatificación, p. 5).

1288 El amor no descansa mientras no ve lo que ama; por eso los santos estimaban en poco cualquier recompensa, mientras no viesen a Dios. Por eso el amor que ansía ver a Dios se ve impulsado, por encima de todo discernimiento, por el deseo ardiente de encontrarse con él. Por eso Moisés se atrevió a decir: Si he obtenido tu favor, muéstrate a mí. Por eso también se dice en otro lugar: Déjame ver tu figura. Y hasta los mismos paganos en medio de sus errores se fabricaron ídolos para poder ver con sus propios ojos el objeto de su culto (SAN PEDRO CRISÓLOGO, Sermón 147).

1289 Cuanto más conoce el alma a Dios, tanto más le crece el deseo de verle y la pena de no verle (SAN JUAN DE LA CRUZ, Cántico espiritual, 6, 2).

1290 [...] desde tiempo atrás nos atraía el Señor hacia el cielo. Cuando finalmente nos nacieron las alas de la virtud al cabo del tiempo, llegándose a nosotros poco a poco, nos sacó de este domicilio y nos enseñó a volar más alto (SAN JUAN CRISOSTOMO, Sobre la virginidad, 7).

4. Buscar al Señor en todas las cosas

1291 Reflexionad bien qué es lo que estáis pensando a todas horas. Unos piensan en los honores, otros en el dinero, otros en la extensión de sus posesiones. Todas estas cosas están en lo bajo, y cuando el alma se ocupa en tales cosas, queda separada de la rectitud de su estado: y como no se eleva a los deseos celestiales, no puede mirar hacia arriba, como la mujer encorvada (SAN GREGORIO MAGNO, Hom. 31 sobre los Evang.).

1292 Si los cinco sentidos del cuerpo buscan el alimento de las miserias mundanas, no pueden volar para conseguir los frutos de acciones mas sublimes (SAN AMBROSIO, en Catena Aurea, vol. VI, p. 66).

5. La contemplación es compatible con cualquier actividad humana recta

1293 Cuando de dos cosas una es la razón de la otra, la ocupación del alma en una no impide ni disminuye la ocupación en la otra [...].Y como Dios es aprehendido por los santos como la razón de todo cuanto hacen o conocen, su ocupación en percibir las cosas sensibles o en contemplar o hacer cualquiera otra cosa, en nada les impide la divina contemplación ni viceversa (SANTO TOMAS, Suma Teológica, Supl., q. 82, a. 3).

6. Mirar a Cristo

1294 Marta, en su empeño de aderezarle al Señor de comer, andaba ocupada en multitud de quehaceres. María, su hermana, prefirió le diese a ella de comer el Señor. Olvidose, pues, en cierto modo, de su hermana, tan ajetreada por la complicación del servicio, y sentose a los pies del Señor, donde, sin hacer nada, escuchaba su palabra. Con oído discretísimo había oído decir: Estaos quedos, y ved que yo soy el Señor (Sal 45, 11). La otra se consumía, ésta comía; la otra disponía muchas cosas, ésta sólo miraba una sola (SAN AGUSTIN, Sermón 103).

1295 Que nuestra vida tenga su centro en nuestro interior donde Cristo habita (SAN BERNARDO, Sermón 5).

1296 Si el alma llegara a levantar los ojos hasta su cabeza, que es Cristo [...], sería realmente feliz por la penetración de su visión, al poner sus ojos donde el mal no puede oscurecerlos (SAN GREGORIO DE NISA, Homilía 5).

7. Contemplación también a través de las oraciones vocales

1297 Porque sé que muchas personas, rezando vocalmente      -como ya queda dicho-, las levanta Dios, sin saber ellas cómo, a subida contemplación (SANTA TERESA, Camino de perfección, 30, 7).

1298 En la oración vocal se puede poner una triple atención. La primera y más imperfecta se refiere a la correcta pronunciación de todas las palabras de que consta. La segunda se fija en el sentido de esas palabras. La tercera, finalmente, pone su empeño en el fin de la oración, o sea, en Dios y en la cosa por la que se ora. Esta última es la más importante y necesaria, y pueden tenerla incluso las personas de corto alcance o que no entiendan el sentido de las palabras que pronuncian. Esta última atención puede ser tan intensa que arrebate la mente a Dios hasta el punto de hacernos perder de vista todas las demás cosas (SANTO TOMAS, Suma Teológica, 2-2, q. 83, a. 13).

8. Frutos de la contemplación

1299 El que ve a Dios alcanza por esta visión todos los bienes posibles: la vida sin fin, la incorruptibilidad eterna, la felicidad imperecedera, el reino sin fin, la alegría ininterrumpida, la verdadera luz, el sonido espiritual y dulce, la gloria inaccesible, el júbilo perpetuo y, en resumen, todo bien (SAN GREGORIO DE NISA, Hom. 6 sobre bienaventuranzas).

1300 Pues así como los que ven la luz están en la luz y reciben claridad, así también los que ven a Dios están en Dios y reciben su claridad. La claridad de Dios vivifica y, por tanto, los que ven a Dios reciben la vida (SAN IRENEO, Trat. contra las herejías, 4).

1301 En una piadosa permisión, les permitió gozar durante un tiempo muy corto la contemplación de la alegría que dura siempre, para hacerles sobrellevar con mayor fortaleza la adversidad (SAN BEDA, Coment. Evang. sobre S. Marcos, 8).

1302 Con la maravillosa normalidad de lo divino, el alma contemplativa se desborda en afán apostólico: me ardía el corazón dentro del pecho, se encendía el fuego en mi meditación (Sal 38,4) (SAN JOSEMARÍA ESCRIVÁ DE BALAGUER, Es Cristo que pasa, 120).

1303 Hay que saber estar en silencio, crear espacios de soledad o, mejor, de encuentro reservado a una intimidad con el Señor. Hay que saber contemplar [...]. Desgraciadamente, nuestra vida diaria corre el riesgo o incluso experimenta casos, más o menos difundidos, de contaminación interior. Pero el contacto de fe con la Palabra del Señor nos purifica, nos eleva y nos vuelve a dar energía (JUAN PABLO II, Hom. 20-VII-1980).

9. Contemplación de los misterios del Santo Rosario

1304 La Iglesia nos anima a la contemplación de los misterios: para que se grabe en nuestra cabeza y en nuestra imaginación, con el gozo, el dolor y la gloria de Santa María, el ejemplo pasmoso del Señor, en sus treinta años de oscuridad, en sus tres años de predicación, en su Pasión afrentosa y en su gloriosa Resurrección    (SAN JOSEMARÍA ESCRIVÁ DE BALAGUER Amigos de Dios, 299).

Pio Santiago

Tomás Trigo

Índice: 

1.  Comprender para ayudar. La comprensión, una muestra de humildad.

2.  Comprensión con las personas, no con el error.

3.  Excusar las faltas del prójimo.

4.  La comprensión es, en muchas ocasiones, la mejor muestra de caridad.

5.  Saber comprender: una muestra de sabiduría.

6.  La amistad se basa en buena parte en la comprensión de los defectos y de las opiniones contrarias del amigo.

7.  Comprensivos y pacientes.

1. Comprender para ayudar. La comprensión, una muestra de humildad.

943 Dios todopoderoso permitió que aquel a quien tenía preparado para cabeza visible de toda la Iglesia tuviera miedo de las palabras de una criada y lo negase. Sabemos que sucedió esto por especial providencia de su alta piedad, para que el que había de ser el Pastor de la Iglesia aprendiese en su culpa a ser misericordioso con los demás. Esto es, primeramente le hizo conocerse a sí mismo, y después le puso al frente de los demás, para que aprendiera por su flaqueza con cuanta misericordia había de mirar las flaquezas ajenas (SAN GREGORIO MAGNO, Hom. 21 sobre los Evang.).

944 Conviene también que uno proceda en las cosas que le afectan como juez inexorable; y en las que afectan a sus subordinados, debe ser bueno y comprensivo (SAN JUAN CRISOSTOMO, en Catena Aurea, vol. III, p. 100).

945 Le habían sido entregadas las llaves del reino de los cielos. Le había sido confiada una innumerable multitud de pueblos, metida en el pecado. San Pedro estaba muy fuerte, como lo indica la oreja cortada del criado del príncipe de los sacerdotes. Este hombre, tan endurecido y tan severo, si hubiese obtenido el don de no pecar, ¿cómo hubiera podido perdonar a los pueblos? Pero la Providencia divina permitió que cayese el primero, para que fuese condescendiente con los demás, recordando su propia caída (SAN AGUSTIN, en Catena Aurea, vol. VI, p. 474).

2. Comprensión con las personas, no con el error

946 Convivir con los paganos no es tener las mismas costumbres. Convivimos con todos, nos alegramos con ellos por la comunidad de naturaleza, no de supersticiones. Tenemos la misma alma, pero no el mismo comportamiento, somos coposesores del mundo, no del error (TERTULIANO, Sobre la idolatría, 1).

947 Si la regla de conducta del maestro debe ser siempre perseguir el vicio para corregirle, es muy conveniente que conozcamos que debemos ser firmes con los vicios, pero compasivos con el hombre (SAN GREGORIO MAGNO, Hom. 33 sobre los Evang.).

948 Un discípulo de Cristo jamás tratará mal a persona alguna; al error le llama error, pero al que está equivocado le debe corregir con afecto: si no, no le podrá ayudar, no le podrá santificar (J. ESCRIVA DE BALAGUER, Amigos de Dios, 9).

949 Tanto los predicadores del Señor como los fieles, deben estar en la Iglesia de tal manera que compadezcan al prójimo con caridad, pero no se separen de la vía del Señor por falsa compasión (SAN GREGORIO MAGNO, Hom. 37 sobre los Evang.).

950 El espíritu de dulzura es el verdadero espíritu de Dios; el de sufrimiento es el del Crucificado. Compartidlos; puede hacerse comprender la verdad y amonestarse, siempre que se haga con dulzura. Hay que sentir indignación contra el mal y estar resuelto a nunca transigir con él; sin embargo, hay que convivir dulcemente con el prójimo (SAN FRANCISCO DE SALES, Epistolario, fragm. 110, I. c., p. 744).

3. Excusar las faltas del prójimo

951 El Salvador crucificado, no pudiendo absolutamente excusar el pecado de los que le habían puesto en la cruz, trata sin embargo de aminorar la malicia, alegando su ignorancia. Cuando no podamos nosotros excusar el pecado, juzguémosle a lo menos digno de compasión, atribuyéndolo a la causa más tolerante que pueda aplicársele, como lo es la ignorancia o la flaqueza (SAN FRANCISCO DE SALES, Introd. a la vida devota, III, 28).

952 Procuremos siempre mirar las virtudes y cosas buenas que viéremos en los otros, y tapar sus defectos con nuestros grandes pecados. Es una manera de obrar que, aunque luego no se haga con perfección, se viene a ganar una gran virtud, que es tener a todos por mejores que nosotros, y comiénzase a ganar por aquí el favor de Dios (SANTA TERESA, Vida, 13, 6).

953 Aunque vierais algo malo, no juzguéis al instante a vuestro prójimo, sino más bien excusadle en vuestro interior. Excusad la intención, si no podéis excusar la acción. Pensad que lo habrá hecho por ignorancia, o por sorpresa, o por desgracia. Si la cosa es tan clara que no podéis disimularla, aun entonces procurad creerlo así, y decid para vuestros adentros: la tentación habrá sido muy fuerte (SAN BERNARDO, Sermón 40 sobre el Cantar de los Cantares).

954 Para no ser juzgado es necesario no juzgar a los demás y juzgarse a sí mismo... Pero, ¡oh, Dios!, todo lo hacemos al revés; continuamente estamos juzgando al prójimo, que es lo que se nos prohíbe, y jamás queremos juzgarnos a nosotros mismos, como se nos manda (SAN FRANCISCO DE SALES, Introd. a la vida devota, III, 28).

4. La comprensión es, en muchas ocasiones, la mejor muestra de caridad

955 La caridad lleva siempre a la comprensión (SAN JUAN CRISÓSTOMO, Hom. sobre S Mateo, 73)

956 Más que en «dar», la caridad está en «comprender». -Por eso busca una excusa para tu prójimo- las hay siempre-, si tienes el deber de juzgar (J. ESCRIVA DE BALAGUER, Camino, n. 463).

957 Lo que mejor define la ley de Cristo es la caridad, y esta caridad la practicamos de verdad cuando toleramos por amor las cargas de los hermanos (SAN GREGORIO MAGNO, Moralia, 10).

958 Date cuenta, pues, de cómo atempera su reprensión el Señor a Pedro después de las negaciones con gran indulgencia, lo cual es muy propio del que ama (SAN JUAN CRISOSTOMO, Hom. sobre la 2. a carta a los Corintios, 13).

5. Saber comprender: una muestra de sabiduría

959 Piensa que cualquier otro que hubiera tenido la gracia que tú tuviste lo hubiera hecho mucho mejor y no habría cometido tantas imperfecciones (J. PECCI -León XIII-, Práctica de la humildad, 45).

960 Es mucho más digno de compasión el que hace el mal que quien lo sufre (SAN LEÓN MAGNO, Sermón 95 sobre las bienaventuranzas).

961 Si eres tan miserable, ¿cómo te extraña que los demás tengan miserias? (J. ESCRIVA DE BALAGUER, Camino, n. 446).

6. La amistad se basa en buena parte en la comprensión de los defectos y de las opiniones contrarias del amigo

962 (Puede haber entendimiento entre personas que tienen distinto criterio sobre algo), pero jamás podrá existir verdadera armonía donde impera la discrepancia de voluntades (CASIANO, Colaciones, 16).

963 Nadie puede ser conocido sino en función de la amistad que se le tiene (SAN AGUSTIN, Sermón 83).

7. Comprensivos y pacientes

964 [...] es esta paciencia la que nos impulsa a ser comprensivos con los demás, persuadidos de que las almas, como el buen vino, se mejoran con el tiempo (J. ESCRIVA DE BALAGUER, Amigos de Dios, 78).

Pio Santiago

Tomas Trigo

Índice:

1. Castidad

1.1. Pureza de corazón y santidad

1.2. Sin la santa pureza no se puede contemplar a Dios

1.3. La pureza, íntimamente relacionada con la humildad

1.4. Necesaria para ser apóstol

1.5. Es consecuencia del amor

1.6. El Espíritu Santo ejerce una acción especial en el alma que vive con delicadeza la santa pureza

1.7. Gula y lujuria

1.8. Especial necesidad de los medios sobrenaturales para vivir esta virtud

1.9. Belleza de la castidad

1.10. Necesidad de la mortificación. Otros medios

1.11. El amor a la Virgen y la santa pureza.

1.12. La santa pureza y la Sagrada Eucaristía

1.13. Es virtud para todos

1.14. La castidad, sin la caridad, es «lámpara sin aceite»

1.15. Pecados y vicios que se originan de la lujuria

1.16. Crear un clima favorable a la castidad

1.17. El celibato «por amor al reino de los cielos»

1.18. El pudor y la modestia, «hermanos pequeños de la pureza»

2. Virginidad

2.1. Elección libre por amor a Dios

2.2. Virginidad, humildad y caridad

2.3. Matrimonio y virginidad

2.4. En María quedó consagrada la virginidad


1. Castidad

1.1. Pureza de corazón y santidad

El fin último de nuestro camino es el reino de Dios; pero nuestro blanco, nuestro objetivo inmediato es la pureza del corazón. Sin ella es imposible alcanzar ese fin (CASIANO, Colaciones, 1, 4).

Oísteis que fue dicho a los antiguos: No adulteraras. Pues yo os digo que todo aquel que pusiese los ojos en una mujer para codiciarla, ya cometió adulterio en su corazón con ella. La justicia menor prohíbe cometer adulterio mediante la unión de los cuerpos; mas la justicia mas perfecta del reino de los cielos prohíbe cometerlo en el corazón. Y quien no comete adulterio en el corazón, mucho mas fácilmente cuida de no cometerlo con el cuerpo (SAN AGUSTÍN, Sobre el Sermón de la Montaña, 1, 23).

No se alcanza de golpe la perfección por solo desprenderse y renunciar a todas las riquezas y despreciar los honores, si no se añade esta caridad que el Apóstol describe en sus diversos aspectos. En efecto, ella consiste en la pureza de corazón. Porque el no actuar con frivolidad, ni buscar el propio interés, ni alegrarse con la injusticia, ni tener en cuenta el mal, y todo lo demás, ¿qué otra cosa es sino ofrecer continuamente a Dios un corazón perfecto y purísimo, y guardarlo intacto de toda conmoción de las pasiones? (CASIANO, Première Conférence, 6-7. En “Sources chretiennes”, 42, Le Cerf, 1955, p. 84).

No es pequeño el corazón del hombre capaz de abarcar tantas cosas. Si no es pequeño y si puede abarcar tantas cosas, se puede preparar en él un camino al Señor y trazar una senda derecha por donde camine la Palabra, la Sabiduría de Dios. Prepara un camino al Señor por medio de una buena conciencia, allana la senda para que el Verbo de Dios marche por ti sin tropiezos y te conceda el conocimiento de sus misterios y de su venida (ORÍGENES, Hom. 21 sobre S. Lucas).

1.2. Sin la santa pureza no se puede contemplar a Dios

¿Quieres ver a Dios? Escúchalo: bienaventurados los de corazón limpio, porque ellos verán a Dios. En primer lugar piensa en la pureza de tu corazón; lo que veas en el que desagrada a Dios, quítalo (SAN AGUSTÍN,Sermón sobre la Ascensión del Señor, 2).

¿Y qué cosa más cercana al hombre que su corazón? Allá, en el interior, es donde me han descubierto todos los que me han encontrado. Porque lo exterior es lo propio de la vista. Mis obras son reales y, sin embargo, son frágiles y pasajeras; mientras que yo, su Creador, habito en lo más profundo de los corazones puros (ANÓNIMO DEL SIGLO XIII, Meditación sobre la Pasión y Resurrección de Cristo, 38: PL 184, 766).

Ninguna virtud es tan necesaria como ésta (la castidad) para ver a Dios (SAN JUAN CRISÓSTOMO, Hom. sobre S. Mateo, 15).

Con toda razón se promete a los limpios de corazón la bienaventuranza de la visión divina. Nunca una vida manchada podrá contemplar el esplendor de la luz verdadera, pues aquello mismo que constituirá el gozo de las almas limpias será el castigo de las que estén manchadas (SAN LEÓN MAGNO, Sermón 95, sobre las bienaventuranzas).

Dios se deja contemplar por los que tienen el corazón purificado (SAN GREGORIO DE NISA, Hom. 6, sobre las bienaventuranzas).

Los placeres de la carne, como crueles tiranos, después de envilecer al alma en la impureza, la inhabilitan para toda obra buena (SAN AMBROSIO, Trat. sobre las vírgenes, 1, 3).

Aunque los ciegos no vean, no por eso deja de brillar la luz del sol [...]. El hombre debe tener un alma pura como un brillante espejo. Una vez que la herrumbre empaña el espejo, el hombre no puede contemplar en él el nítido reflejo de su rostro. Del mismo modo, cuando el pecado se introduce en el hombre, imposibilita a este para ver a Dios [...] (S. TEÓFILO DE ANTIOQUÍA, Primer discurso a Autólico, 2, 7).

1.3. La pureza, íntimamente relacionada con la humildad

No es suficiente el ayuno corporal para conquistar y conservar la castidad perfecta. Contra este espíritu impuro ha de proceder la contrición del corazón, junto con la oración y la reflexión constante de las Escrituras. Hay que unir, además, el conocimiento de las cosas del espíritu y el trabajo, que tienen la propiedad de reprimir la inconstancia y veleidad del corazón. Y, sobre todo, es preciso haber echado sólidos cimientos de humildad (CASIANO, Instituciones, 6, 1).

Así como es imposible obtener la pureza si no nos cimentamos antes en la humildad, del mismo modo nadie puede llegar a la fuente de la verdadera ciencia si el vicio de la impureza permanece arraigado en el fondo del alma (CASIANO, Instituciones, 6, 18).

El que es casto en su cuerpo, no se gloríe de ello: sepa que de otro le viene la perseverancia en este don (SAN CLEMENTE, Epíst. a los Corintios, 38, 2).

El sentimiento de altivez que podría producir en nosotros la guarda de una falsa pureza, si descuidáramos la humildad, sería peor que muchos pecados e ignominias. Y cualquiera que fuere el posible grado de perfección en este aspecto, esa soberbia sería causa de que perdiésemos todo el merecimiento de nuestra castidad (CASIANO, Colaciones, 4, 16).

1.4. Necesaria para ser apóstol

La docilidad de los Magos a esta estrella nos invita a imitar su obediencia y nos impulsa, en la medida de nuestras posibilidades, a servir a esta gracia que llama a todos los hombres a Cristo. En efecto, quien lleva una vida recta e inmaculada dentro de la Iglesia, y gusta de los bienes de arriba más que de los bienes terrenos (cfr. Col 3, 2), se asemeja, de algún modo, a una luz celeste. Mientras conserva en sí mismo el resplandor de una vida santa, enseña a muchos, lo mismo que una estrella, el camino que conduce a Dios (SAN LEON MAGNO, Sermón 3 para la Epifanía, 1, 2, 3, 5: PL 54, 244).

[...] sin ser (la pureza) la única ni la primera (virtud), sin embargo actúa en la vida cristiana como la sal que preserva de la corrupción, y constituye la piedra de toque para el alma apostólica (S. JOSEMARÍA ESCRIVÁ,Amigos de Dios, 175).

Comparo esta virtud a unas alas que nos permiten transmitir los mandatos, la doctrina de Dios, por todos los ambientes de la tierra, sin temor a quedar enlodados. Las alas -también las de esas aves majestuosas que se remontan donde no alcanzan las nubes- pesan, y mucho. Pero si faltasen, no habría vuelo. Grabadlo en vuestras cabezas, decididos a no ceder si notáis el zarpazo de la tentación, que se insinúa presentando la pureza como una carga insoportable: ¡ánimo!, ¡arriba!, hasta el sol, a la caza del Amor. (S. JOSEMARÍA ESCRIVÁ, Amigos de Dios, 177).

1.5. Es consecuencia del amor

La pureza es exigencia del amor. Es la dimensión de su verdad interior en el corazón del hombre (JUAN PABLO II, Aud. gen. 3-XII-1980).

Donde no hay amor de Dios, reina la concupiscencia (SAN AGUSTÍN,Enquiridio, 117).

(Si el pecado original rompió la armonía de nuestras facultades), la continencia nos recompone; nos vuelve a llevar a esa unidad que perdimos (SAN AGUSTÍN, Confesiones, 10, 29).

La santa pureza no es ni la única ni la principal virtud cristiana: es, sin embargo, indispensable para perseverar en el esfuerzo diario de nuestra santificación y, si no se guarda, no cabe la dedicación al apostolado. La pureza es consecuencia del amor con el que hemos entregado al Señor el alma y el cuerpo, las potencias y los sentidos. No es negación, es afirmación gozosa (S. JOSEMARÍA ESCRIVÁ, Es Cristo que pasa, 5).

1.6. El Espíritu Santo ejerce una acción especial en el alma que vive con delicadeza la santa pureza

El Espíritu Santo ejerce una acción especial en todos los hombres que son puros en sus intenciones y afectos (SAN BASILIO, Coment. sobre Isaías, 3).

Quítame, Jesús, esa corteza roñosa de podredumbre sensual que recubre mi corazón, para que sienta y siga con facilidad los toques del Paráclito en mi alma (S. JOSEMARÍA ESCRIVÁ, Camino, n. 130).

1.7. Gula y lujuria

Entre la gula y la lujuria existe un parentesco y una analogía peculiares (CASIANO, Colaciones, 5, 10).

La gula es la vanguardia de la impureza (S. JOSEMARÍA ESCRIVÁ,Camino, n. 126).

Mal se podrá contener en la lujuria quien no corrija primero el vicio de la gula (CASIANO, Colaciones, 5, 10).

1.8. Especial necesidad de los medios sobrenaturales para vivir esta virtud

Cierto que para todo progreso en la virtud y para alcanzar el triunfo sobre un vicio cualquiera se necesita la gracia de Dios y es suya la victoria. Pero hay en la adquisición de la pureza una gracia particular del Cielo, un don especial (CASIANO, Instituciones, 6, 6).

Para conservar la castidad no bastan ni la vigilancia ni el pudor. Es necesario también recurrir a los medios sobrenaturales: a la oración, a los sacramentos de la Penitencia y de la Eucaristía y a una ardiente devoción hacia la Santísima Madre de Dios (Pío XII, Sacra virginitas, 25-3-1954).

Que nadie piense que ha adquirido la castidad a base de su trabajo personal. Nadie puede vencer la inclinación de la naturaleza; y por eso, cuando la mala inclinación ha sido vencida, hemos de reconocer que ha habido una intervención de Aquel que esta por encima (SAN JUAN CLÍMACO, Escala del paraíso).

1.9. Belleza de la castidad

Es digna de ser amada la belleza de la castidad, cuyo paladeo es más dulce que el de la carne, pues la castidad encierra un fruto muy suave y es la belleza sin mancha de los Santos. La castidad ilumina la mente y da salud al cuerpo (SAN ISIDORO, Sobre el bien supremo, II, 1, 9).

1.10. Necesidad de la mortificación. Otros medios

No paséis con ligereza por encima de esas normas que son tan eficaces para conservarse dignos de la mirada de Dios: la custodia atenta de los sentidos y del corazón; la valentía -la valentía de ser cobarde- para huir de las ocasiones; la frecuencia de los sacramentos, de modo particular la Confesión sacramental; la sinceridad plena en la dirección espiritual personal; el dolor, la contrición, la reparación después de las faltas. Y todo ungido con una tierna devoción a Nuestra Señora, para que Ella nos obtenga de Dios el don de una vida santa y limpia (S. JOSEMARÍA ESCRIVÁ, Amigos de Dios, 185).

La castidad no se adquiere de una vez para siempre, sino que es el resultado de una laboriosa conquista y de una afirmación cotidiana (PABLO VI, Enc. Sacerdotalis coelibatus, 24-VI-1967, n. 73).

Si vemos así la pureza como fruto y fuente de amor, la consolidaremos en nuestra vida, la amaremos y la custodiaremos en toda su maravillosa extensión y grandeza: Dios nuestro Señor nos pide la pureza de cuerpo, de corazón, de alma y de intención. La pureza es una virtud frágil, o mejor, llevamos el gran tesoro de esta virtud en vasos frágiles -in vasis fictilibus-; por esto le hace falta una custodia prudente, inteligente y delicada. Pero para la custodia y para la defensa de esta virtud tenemos armas invencibles: las armas de nuestra humildad, de nuestra oración y de nuestra vigilancia. (S. CANALS, Ascética meditada, p. 97).

La pureza del alma esta en razón directa de la mortificación del cuerpo. Ambas van a la par. No podemos, pues, gozar de la castidad si no nos resolvemos a guardar una norma constante en la temperancia (CASIANO,Instituciones, 5, 9).

(La penitencia) purifica el alma, eleva el pensamiento, somete la carne propia al espíritu, hace al corazón contrito y humillado, disipa las nebulosidades de la concupiscencia, apaga el fuego de las pasiones y enciende la verdadera luz de la castidad (SAN AGUSTÍN, Sermón 73).

A la impureza debemos poner el remedio de la oración. Como los ojos de los siervos están pendientes de las manos de sus señores, así debemos mirar al Señor Dios nuestro, hasta que tenga piedad de nosotros. Sólo Él es purísimo y sólo Él puede limpiar a quien ha sido concebido en pecado. Además, contra nuestros pecados instituyó el remedio de la Confesión, pues este Sacramento todo lo lava (SAN BERNARDO, Hom. en la festividad de todos los Santos, 1, 13).

Si queremos guardar la más bella de todas las virtudes, que es la castidad, hemos de saber que ella es una rosa que solamente florece entre espinas; y, por consiguiente, sólo la hallaremos, como todas las demás virtudes, en una persona mortificada (SANTO CURA DE ARS,Sermón sobre la penitencia).

Difícilmente se refrenaran las pasiones ocultas y más violentas de la carne, si [...] se es incapaz de mortificar siquiera un instante las delicias del paladar (CASIANO, Colaciones, 5, 11).

No se puede andar haciendo equilibrios en las fronteras del mal: hemos de evitar con reciedumbre el voluntario in causa, hemos de rechazar hasta el más pequeño desamor; y hemos de fomentar las ansias de un apostolado cristiano, continuo y fecundo, que necesita de la santa pureza como cimiento y también como uno de sus frutos más característicos (S. JOSEMARÍA ESCRIVÁ, Amigos de Dios, 186).

1.11. El amor a la Virgen y la santa pureza.

Debemos profesar una ferviente devoción a la Santísima Virgen, si queremos conservar esta hermosa virtud; de lo cual no nos ha de caber duda alguna, si consideramos que ella es la reina, el modelo y la patrona de las vírgenes. San Ambrosio llama a la Santísima Virgen señora de la castidad; San Epifanio la llama princesa de la castidad, y San Gregorio, reina de la castidad [...] (SANTO CURA DE ARS, Sermón sobre la pureza).

Mas para guardar inmaculada y perfeccionar la castidad, existe ciertamente un medio, cuya maravillosa eficacia se halla confirmada continuamente por la experiencia de siglos: Nos referimos a una devoción sólida y ardiente hacia la Virgen Madre de Dios. En cierto modo, todos los demás medios se resumen en esta devoción; porque todo el que vive sincera y profundamente la devoción mariana se siente ciertamente inclinado a vigilar, a orar, a acercarse al tribunal de la Penitencia y a la Eucaristía (Pío XII, Sacra virginitas, 57)

La Virgen Santa María, Madre del Amor Hermoso, aquietará tu corazón, cuando te haga sentir que es de carne, si acudes a Ella con confianza (S. JOSEMARÍA ESCRIVÁ, Camino, n. 504).

1.12. La santa pureza y la Sagrada Eucaristía

Cuanto más pura y más casta sea un alma, tanto más hambre tiene de este Pan, del cual saca la fuerza para resistir a toda seducción impura, para unirse mas íntimamente a su Divino Esposo: Quien come mi Carne y bebe mi Sangre, permanece en mi, y yo en él (LEÓN XIII, Enc. Mirae caritatis, 28-V-1902).

1.13. Es virtud para todos

¿Qué quieres que hagamos? ¿Subirnos al monte y hacernos monjes? Y eso que decís es lo que me hace llorar: que penséis que la modestia y la castidad son propias sólo de los monjes. No. Cristo puso leyes comunes para todos. Y así, cuando dijo el que mira a una mujer para desearla (Mt5, 28), no hablaba con el monje, sino con el hombre de la calle... Yo no te prohíbo casarte, ni me opongo a que te diviertas. Solo quiero que se haga con templanza, no con impudor, no con culpas y pecados sin cuento. No pongo por ley que os vayáis a los montes y desiertos, sino que seáis buenos, modestos y castos aun viviendo en medio de las ciudades (SAN JUAN CRISÓSTOMO, Hom. sobre S. Mateo, 7, 7).

[...] cada uno en su sitio, con la vocación que Dios le ha infundido en el alma -soltero, casado, viudo, sacerdote- ha de esforzarse en vivir delicadamente la castidad, que es virtud para todos y de todos exige lucha, delicadeza, primor, reciedumbre, esa finura que solo se entiende cuando nos colocamos junto al Corazón enamorado de Cristo en la Cruz (S. JOSEMARÍA ESCRIVÁ, Amigos de Dios, 184).

1.14. La castidad, sin la caridad, es «lámpara sin aceite»

Aunque la castidad sobresalga de modo eminente, sin la caridad no tiene valor ni mérito. La castidad sin la caridad es una lámpara sin aceite (SAN BERNARDO, Trat. sobre costumbres y ministerios de los obispos, 3, 8).

1.15. Pecados y vicios que se originan de la lujuria

(La lujuria origina) la ceguera de espíritu, la inconsideración, la precipitación, la inconstancia, el egoísmo, el odio a Dios, el apagamiento a este mundo, el disgusto hacia el mundo futuro (SAN GREGORIO MAGNO,Moralia, 31, 45).

¿No habéis visto a esos pacientes con parálisis progresiva, que no consiguen valerse, ni ponerse de pie? A veces, ni siquiera mueven la cabeza. Eso ocurre en lo sobrenatural a los que no son humildes y se han entregado cobardemente a la lujuria. No ven, ni oyen, ni entienden nada.Están paralíticos y como locos (S. JOSEMARÍA ESCRIVÁ, Amigos de Dios, 181).

Especialmente el fuego de la lujuria prende en seguida allí donde halla el veneno de la ira, que es como su excitante inmediato (CASIANO,Instituciones, 6, 23).

Quien no sabe dominar su concupiscencia es como caballo desbocado, que en su violenta carrera atropella cuanto encuentra, y él mismo, en su desenfreno, se maltrata y hiere (SAN AMBROSIO, Trat. sobre las vírgenes, III, 5).

[...] Se sigue un doble acto desordenado. El primero hace referencia al fin, y es el egoísmo, que busca un placer desordenado y es causa del odio a Dios, impidiendo, con la misma fuerza de la concupiscencia, el amor de Dios. El segundo hace referencia a los medios, y es la complacencia en la vida presente, en la que se encuentra el placer, junto con la desesperación de la vida futura; pues quien no reprime los placeres carnales no se preocupa de adquirir los espirituales, sino que siente fastidio de ellos (SANTO TOMAS, Suma Teológica, 2-2, q. 153, a. 5 c).

Son individuos infelices, y de nuestra parte -además de las oraciones por ellos- brota una fraterna compasión, porque deseamos que se curen de su triste enfermedad; pero, desde luego, no son jamás ni más hombres ni más mujeres que los que no andan obsesionados por el sexo (S. JOSEMARÍA ESCRIVÁ, Amigos de Dios, 179).

1.16. Crear un clima favorable a la castidad

Queremos en esta ocasión llamar la atención de los educadores y de todos aquellos a quienes incumbe una especial responsabilidad en orden al bien común de la convivencia humana, sobre la necesidad de crear un clima favorable a la educación de la castidad, es decir, al triunfo de la libertad sobre el libertinaje, mediante el respeto del orden moral. Todo lo que en los medios modernos de comunicación social conduce a la excitación de los sentidos, el desenfreno de las costumbres, como cualquier forma de pornografía y de espectáculos licenciosos, debe suscitar la franca y unánime reacción de todas las personas, solícitas del progreso de la civilización y de la defensa de los supremos bienes del espíritu humano. En vano se trataría de buscar justificación a estas depravaciones con el pretexto de exigencias artísticas o científicas, o aduciendo como argumento la libertad concedida en este campo por las autoridades públicas (PABLO VI, Enc. Humanae vitae, n. 22).

1.17. El celibato «por amor al reino de los cielos»

La continencia perfecta y perpetua por el Reino de los cielos recomendada por Jesucristo Señor Nuestro, gozosamente abrazada y laudablemente observada por no pocos cristianos a través de los tiempos y también en nuestros días, siempre ha sido tenida en mucho por la Iglesia, especialmente para la vida sacerdotal (CONC. VAT. II, Decr. Presbyterorum Ordinis, 16).

[...] lo mismo que en el amor humano, la plenitud de amor que lleva consigo el celibato exige una renovación realizada cada día en una renuncia alegre de sí mismo (A. DEL PORTILLO, Escritos sobre el sacerdocio, p. 94).

Tú, cultiva la vida afectiva, porque son reprendidos los que carecen de afecto, y con un sentimiento sano di: ¿Quién se pone enfermo que yo no desfallezca? (SAN AGUSTÍN, Coment. sobre el Salmo 55).

Por la ley del celibato, el sacerdote, lejos de perder por completo el deber de la verdadera paternidad, lo realza hasta lo infinito, puesto que engendra hijos no para esta vida terrenal y perecedera, sino para la celestial y eterna (Pío XII, Menti nostrae).

Si se considera que el Amor encarnado entre los hombres evito cualquier atadura humana -por justa y noble que fuese- que pudiera en algún momento dificultar o restar plenitud a su total dedicación ministerial, se comprende bien la conveniencia de que el sacerdote haga lo mismo, renunciando libremente -por el celibato- a algo en sí bueno y santo, para unirse mas fácilmente a Cristo con todo el corazón (cfr. Mt 19, 12; I Cor 7, 32-34), y por Él y en Él dedicarse con más libertad al entero servicio de Dios y de los hombres (A. DEL PORTILLO, Escritos sobre el sacerdocio, p. 79).

La respuesta a la vocación divina es una respuesta de amor al amor que Cristo nos ha demostrado de manera sublime (Jn 15, 13; 3, 16); ella se cubre de misterio en el particular amor por las almas, a las cuales Él ha hecho sentir sus llamadas mas comprometedoras (cfr. Mc 10, 21). La gracia multiplica con fuerza divina las exigencias del amor, que, cuando es auténtico, es total, exclusivo, estable y perenne, estímulo irresistible para todos los heroísmos. Por eso la elección del sagrado celibato ha sido considerada siempre en la Iglesia «como señal y estímulo de caridad» (L. G. n. 42); señal de un amor sin reservas, estímulo de una caridad abierta a todos (PABLO VI, Enc. Sacerdotalis coelibatus, n. 24).

Así el sacerdote, muriendo cada día totalmente a sí mismo, renunciando al amor legítimo de una familia propia por amor de Cristo y de su reino, hallará la gloria de una vida en Cristo plenísima y fecunda, porque, como Él y en Él, ama y se da a todos los hijos de Dios (PABLO VI, Enc.Sacerdotalis coelibatus, n. 30).

El sacerdote, renunciando a esta paternidad que es propia de los esposos, busca otra paternidad y casi otra maternidad, recordando las palabras del Apóstol sobre los hijos, que el engendra en el dolor. Ellos son hijos de su espíritu, hombres encomendados por el Buen Pastor a su solicitud. Estos hombres son muchos, más numerosos de cuantos puede abrazar una simple familia humana. La vocación pastoral de los sacerdotes es grande y el Concilio enseña que es universal: está dirigida a toda la Iglesia y, en consecuencia, es también misionera. Normalmente, ella esta unida al servicio de una determinada comunidad del Pueblo de Dios, en la que cada uno espera atención, cuidado y amor. El corazón del Sacerdote, para estar disponible a este servicio, a esta solicitud y amor, debe estar libre. El celibato es signo de una libertad que es para el servicio. En virtud de este signo el sacerdocio jerárquico, o sea «ministerial», esta -según la tradición de nuestra Iglesia- más estrechamente ordenado al sacerdocio común de los fieles. (JUAN PABLO II, Carta Novo incipiente, n. 8).

1.18. El pudor y la modestia, «hermanos pequeños de la pureza»

El pudor advierte el peligro inminente, impide el exponerse a el e impone la fuga en ocasiones a las que se hallan expuestos los menos prudentes. El pudor no gusta de palabras torpes y vulgares, y detesta toda conducta inmodesta, aun la más leve; obliga con todo cuidado a evitar la familiaridad sospechosa con personas de otro sexo, porque llena plenamente el alma de un profundo respeto hacia el cuerpo, que es miembro de Cristo (Pío XII, Enc. Sacra virginitas, 25-III-1954).

El pudor y la modestia son hermanos pequeños de la pureza (S. JOSEMARÍA ESCRIVÁ, Camino, n. 128).

Léese en la Passio SS. Perpetuee et Felicitatis -considerada justamente como una de las joyas mas preciadas de la antigua literatura cristiana- que, cuando en el anfiteatro de Cartago la mártir Vibia Perpetua, lanzada al aire por una ferocísima vaca, cayó sobre la arena, su primer cuidado y su primer ademán fue arreglarse bien su túnica, que se le había abierto al costado, para recubrirla «pudoris potius memor quam doloris», más solícita del pudor que del dolor (Pío XII, Aloc. 6-X-1940).

Este huerto no lo asaltan los ladrones, porque lo defiende el muro infranqueable del pudor. Y como en la heredad cercada de recia valla rinden copiosos frutos la vida y el olivo, y difunde la rosa sus perfumes, así en este místico jardín abundan los frutos de la religión (SAN AMBROSIO, Trat. sobre las vírgenes, I, 45).

La moda y la modestia deberían andar y caminar siempre juntas, como dos hermanas, pues que ambos vocablos tienen la misma etimología, del latín modas, que es tanto como recta medida, mas acá o mas allá de la cual no puede ya encontrarse lo justo (Pío XII, Aloc. 6-X-1940).

Todos los años sube al templo de Jerusalén a celebrar la Pascua, pero acompañada de José, su casto esposo, que es enseñar a las vírgenes a escudar su virginidad con el pudor, amparo a que debe acogerse quien quiera conservarla sin quebranto en esta vida (SAN AMBROSIO, Trat. sobre las vírgenes, 2, 14).

Cristo esta presente en todas partes. Y si nos preguntáis como lo llevareis, os contestamos que principalmente con vuestra modestia cristiana. Sin gazmoñerías ni encogimientos, con buen ánimo y decisión, imponed por doquier el buen tono de vuestro recato y vuestro pudor, como exteriorización natural de vuestra piedad (Pío XII, Aloc. 1-VII-1951).

2.1. Elección libre por amor a Dios

La virginidad no es para mandada, sino para aconsejada y deseada (SAN AMBROSIO, Trat. sobre las vírgenes, 1).

Y porque sé de no pocas jóvenes que, deseosas de consagrar a Dios su virginidad, no lo consiguieron por estorbárselo sus madres (...), a tales madres dirijo ahora mi discurso y pregunto: ¿no son libres vuestras hijas para amar a los hombres y elegir marido entre ellos, amparándolas la ley en su derecho aun contra vuestra voluntad? Y las que pueden libremente desposarse con un hombre, ¿no han de ser libres para desposarse con Dios? (SAN AMBROSIO Trat. sobre las vírgenes, 1).

Quienes se hayan dedicado a Cristo, apartándose de la concupiscencia carnal, se entreguen a Dios tanto en el espíritu como en la carne [...], y que no traten de adornarse ni de agradar a nadie más que a su Señor (SAN CIPRIANO, Sobre el modo de proceder de las vírgenes, 4).

¿Quién os ha dicho que, siendo libre la mujer para elegir esposo, no lo sea para consagrarse a Dios? ¿Tanto cambiaron las cosas, que haya venido a ser culpa y agravio de la Religión la defensa de la integridad corporal y la invitación a la virginidad, predicadas continuamente por el sacerdote santo como oficio propio de su sagrado ministerio? (SAN AMBROSIO, Trat. sobre la virginidad, 27).

La virginidad misma no merece honores por ser virginidad, sino por estar dedicada al Señor [...]. Ni tampoco nosotros elogiamos en las vírgenes el que sean vírgenes, sino el que lo sean con pía continencia por estar consagradas a Dios (SAN AGUSTÍN, Sobre la santa virginidad, 8).

Tal es la finalidad principal y la razón primaria de la virginidad cristiana, a saber, dirigirse únicamente a las cosas divinas poniendo en ello la mente y el corazón; querer en todas las cosas agradar a Dios, pensar en Él constantemente y consagrarle por completo cuerpo y espíritu (Pío XII, Enc. Sacra virginitas, 25-3-1954, n. 5).

El celibato y la castidad perfecta dan al alma, al corazón y a la vida externa de quien los profesa, aquella libertad de la que tanta necesidad tiene el apóstol para poderse prodigar en el bien de las otras almas. Esta virtud que hace a los hombres espirituales y fuertes, libres y ágiles, los habitúa al mismo tiempo a ver a su alrededor almas y no cuerpos, almas que esperan luz de su palabra y de su oración, y caridad de su tiempo y de su afecto.

Debemos amar mucho al celibato y la castidad perfecta, porque son pruebas concretas y tangibles de nuestro amor de Dios y son, al mismo tiempo, fuentes que nos hacen crecer continuamente en este mismo amor. (S. CANALS, Ascética meditada, p. 93).

2.2. Virginidad, humildad y caridad

Puesto que la perpetua continencia, y más aún la virginidad, es un espléndido don de Dios en los santos, preciso es velar con suma vigilancia, no sea que se corrompa con la soberbia. Y cuanto mayor me parece este bien, tanto más temo que traidoramente lo arrebate la soberbia. Ese don de la virginidad nadie lo guarda mejor que Dios, pues Él mismo la concedió; y Dios es caridad. Por lo tanto, la guardiana de la virginidad es la caridad, pero el castillo de tal guardia es la humildad (SAN AGUSTÍN,Sobre la santa virginidad, 33).

No es fecunda la virginidad tan sólo por las obras exteriores a que pueden dedicarse por completo y con facilidad quienes la abrazan; lo es también por las formas más perfectas de caridad hacia el prójimo, cuales son las ardientes oraciones y los graves sufrimientos voluntarios y generosamente soportados por tal finalidad (Pío XII, Enc. Sacra virginitas, 25-III-54).

Hermosa es la unión de la virginidad y de la humildad; y no poco agrada a Dios aquella alma en quien la humildad engrandece a la virginidad y la virginidad adorna a la humildad (SAN BERNARDO, Hom. sobre la Virgen Madre, 1).

2.3. Matrimonio y virginidad

La santa virginidad supera en excelencia al matrimonio. Ya el Divino Redentor la había propuesto a sus discípulos como un consejo de vida más perfecta (cfr. 1 Cor 7, 33). [...] La virginidad consagrada a Dios es por sí misma una expresión tal de fe en el reino de los cielos y una prueba tal de amor al Divino Redentor, que no es de maravillar el que produzca tamaños frutos de santidad [...].

Recientemente hemos condenado, con tristeza de nuestra alma, la opinión de los que llegan a defender que el matrimonio es el único medio de asegurar a la persona humana su incremento natural y su debida perfección: afirman que la gracia divina, conferida por el sacramento del matrimonio ex opere operato, hace tan santo el uso del matrimonio que lo convierte en instrumento más eficaz aún que la misma virginidad para unir las almas con Dios. Doctrina ésta, que hemos denunciado como falsa y muy peligrosa. Verdad es que este sacramento concede a los esposos la gracia divina para cumplir santamente sus deberes conyugales, y que afianza los lazos del amor que recíprocamente les unen [...J.

Posible es llegar a la santidad, aun sin consagrar a Dios la propia castidad; bien lo prueba el ejemplo de tantos santos y santas, honrados por la Iglesia con culto público, que fueron fieles esposos, ejemplares padres y madres de familia; ni es raro tampoco hoy encontrar personas casadas que con todo empeño tienden a la cristiana perfección. (Pío XII, Sacra virginitas, 25-III-54).

La virginidad y el celibato por el Reino de Dios no sólo no contradicen la dignidad del matrimonio, sino que la presuponen y la confirman. El matrimonio y la virginidad son dos modos de expresar y de vivir el único Misterio de la Alianza de Dios con su pueblo. Cuando no se estima el matrimonio, no puede existir tampoco la virginidad consagrada; cuando la sexualidad humana no se considera un gran valor donado por el Creador, pierde significado la renuncia por el Reino de los cielos (JUAN PABLO II,Exhortac. Apost. Familiaris consortio, 22-XII-1981, n. 16).

Buena obra hace la que se casa; pero la que no se casa, hace mejor. Aquélla no peca escogiendo matrimonio, mas la virgen gozará de la eternidad, brillando perpetuamente en la gloria ]...[. No condeno a la casada, pero alabo fervorosamente a la virgen (SAN AMBROSIO, Trat. sobre las vírgenes, 1).

Quien condena al matrimonio, priva también a la virginidad de su gloria; en cambio, quien lo alaba, hace la virginidad más admirable y luminosa. Lo que parece un bien solamente cuando es comparado con un mal, no es un bien demasiado grande; pero lo que es considerado como algo más excelente que los bienes considerados por todos como tales, es, ciertamente, un gran bien. (SAN JUAN CRISÓSTOMO, Trat. sobre la virginidad, 10).

Su condenación (del matrimonio) llevaría aparejada la de nuestro nacimiento, que no podría ser cosa buena siendo malo su origen. Por eso no van contra él mis alabanzas a la santa virginidad, ni pretendo con ellas alejar del matrimonio a los hombres, sino mostrarles un don precioso, que por ser desconocido de muchas almas tiene pocos devotos en el mundo, al revés del matrimonio, que nadie ignora, buscan muchos y a todos es lícito (SAN AMBROSIO, Trat. sobre las vírgenes, 1).

La virginidad mantiene viva en la Iglesia la conciencia del misterio del matrimonio y lo defiende de toda reducción y empobrecimiento.

Haciendo libre de modo especial el corazón del hombre (cfr. 1 Cor 7, 32), ]...[ la virginidad testimonia que el Reino de Dios y su justicia son la perla preciosa que se debe preferir a cualquier otro valor aunque sea grande, es más, que hay que buscarlo como el único valor definitivo. Por eso, la Iglesia, durante toda su historia, ha defendido siempre la superioridad de este carisma frente al del matrimonio, por razón del vínculo singular que tiene con el Reino de Dios.

Aun habiendo renunciado a la fecundidad física, la persona virgen se hace espiritualmente fecunda, padre y madre de muchos, cooperando a la realización de la familia según el designio de Dios. (JUAN PABLO II,Exhortac. Apost. Familiaris consortio, n. 16).

2.4. En María quedó consagrada la virginidad

La virginidad está consagrada en María y en Cristo (SAN JERÓNIMO,Epístola 22, a Eustaquio).

La dignidad virginal comenzó con la Madre de Dios (SAN AGUSTÍN,Sermón 51).

(Dios) amó tanto a esta virtud, que no quiso venir al mundo sino acompañado de ella, naciendo de Madre virgen (SAN AMBROSIO, Trat. sobre las vírgenes, 1).

El sol ilumina al mismo tiempo los cedros y cada florecilla, como si estuviera sola en la tierra; nuestro Señor se interesa también por cada alma en particular, como si no existieran otras iguales (SANTA TERESA DE LISIEUX, Manuscritos autobiográficos).

Cuando Dios Nuestro Señor concede a los hombres su gracia, cuando les llama con una vocación especifica, es como si les tendiera una mano, una mano paterna llena de fortaleza, repleta sobre todo de amor, porque nos busca uno a uno, como a hijas e hijos suyos, y porque conoce nuestra debilidad. Espera el Señor que hagamos el esfuerzo de coger su mano, esa mano que Él nos acerca: Dios nos pide un esfuerzo, prueba de nuestra libertad (S. JOSEMARÍA ESCRIVÁ, Es Cristo que pasa, 17).

Ningún pecador, en cuanto tal, es digno de amor; pero todo hombre, en cuanto tal, es amable por Dios (SAN AGUSTÍN, Sobre la doctrina cristiana, 1).

3.4. Recibimos constantemente innumerables gracias y dones por parte de Dios

En ocasiones, Dios no desdeña de visitarnos con su gracia, a pesar de la negligencia y relajamiento en que ve sumido nuestro corazón ]...[. Tampoco tiene a menos hacer brotar en nosotros abundancia de pensamientos espirituales. Por indignos que seamos, suscita en nuestra alma santas inspiraciones, nos despierta de nuestro sopor, nos alumbra en la ceguedad en que nos tiene envueltos la ignorancia, y nos reprende y castiga con clemencia. Pero hace más: se difunde en nuestros corazones, para que siquiera su toque divino nos mueva a compunción y nos haga sacudir la inercia que nos paraliza (CASIANO, Colaciones, 4)

3.5. La Encarnación del Hijo de Dios, la mayor muestra de su Amor

]...[ ninguna prueba de la caridad divina hay tan patente como el que Dios, creador de todas las cosas, se hiciera criatura, que nuestro Señor se hiciera hermano nuestro, que el Hijo de Dios se hiciera hijo de hombre (SANTO TOMÁS, Sobre el Credo, 1.c., 59).

¡Qué grande y qué manifiesta es esta misericordia y este amor de Dios a los hombres! Nos ha dado una gran prueba de su amor al querer que el nombre de Dios fuera añadido al titulo de hombre (SAN BERNARDO,Sermón 1, sobre la Epifanía).

Aprende, pues, ¡oh, hombre!, y conoce a qué extremos llegó Dios por ti. Aprende (en Belén) esa lección de humildad tan grande que te da un maestro sin hablar todavía. En el paraíso tú tuviste tal honor que pudiste poner nombres a todos los animales, y aquí tu Creador se ha hecho tan niño, que ni aun puede dar a la suya el de madre. Tú en aquel vastísimo lugar de ricos bosques te perdiste desobedeciendo. El se ha hecho hombre mortal en tan estrecha posada para buscar, muriendo, al que estaba muerto. Tú, hombre, quisiste ser Dios y pereciste. El, Dios, quiso ser hombre y te salvó. ¡Tanto pudo la soberbia humana que necesitó de la humildad divina para curarse! (SAN AGUSTÍN, Sermón 183).

3.6. Dios espera de cada hombre una respuesta sin condiciones a su Amor

El amor de Dios es celoso; no se satisface si se acude a su cita con condiciones ]...[ (S. JOSEMARÍA ESCRIVÁ, Amigos de Dios, 28).

Pero el amor sólo con amor se cura. El amor de Dios es la salud del alma. Y cuando no tiene cumplido amor, no tiene salud cumplida y por eso está enferma. La enfermedad es falta de salud. Cuando el alma no tiene ningún grado de amor, está muerta. Pero cuando tiene algún grado de amor de Dios, por pequeño que sea, ya está viva, aunque muy débil y enferma, porque tiene poco amor. Cuanto más amor tiene, más salud también. Cuando tiene amor perfecto tiene total salud (SAN JUAN DE LA CRUZ,Cántico espiritual, 11, 11).

No es razón que amemos con tibieza a un Dios que nos ama con tanto ardor (SAN ALFONSO Mª DE LIGORIO, Visitas al Stmo. Sacramento, 4).

Cuando Dios ama, lo único que quiere es ser amado: si él ama, es para que nosotros le amemos a él, sabiendo que el amor mismo hace felices a los que se aman entre sí (SAN BERNARDO, Sermón 83).

4. Presencia de Dios

4.1. El Señor está con nosotros: nos ve y nos oye

Es preciso convencerse de que Dios está junto a nosotros  de continuo. —Vivimos como si el Señor estuviera allá lejos, donde brillan las estrellas, y no consideramos que también está siempre a nuestro lado.

Y está como un Padre amoroso—a cada uno de nosotros nos quiere más que todas las madres del mundo pueden querer a sus hijos—, ayudándonos, inspirándonos, bendiciendo... y perdonando. ¡Cuántas veces hemos hecho desarrugar el ceño de nuestros padres diciéndoles, después de una travesura: ya no lo haré más! —Quizá aquel mismo día volvimos a caer de nuevo... —Y nuestro padre, con fingida dureza en la voz, la cara seria, nos reprende..., a la par que se enternece su corazón, conocedor de nuestra flaqueza, pensando: pobre chico, ¡qué esfuerzos hace para portarse bien! Preciso es que nos empapemos, que nos saturemos de que Padre y muy Padre nuestro es el Señor, que está junto a nosotros y en los cielos. (S. JOSEMARÍA ESCRIVÁ, Camino, n. 267).

Dios está en todas partes, es inmenso y está cerca de todos,  según atestigua de si mismo: Yo soy —dice— un Dios cercano, no lejano. El Dios que buscamos no está lejos de nosotros, ya que está dentro de nosotros, si somos dignos de esta presencia. (S. COLUMBANO, Instrucciones sobre la fe, 1).

¿Cuál es la explicación de que nos alegremos con el Señor,  si él está lejos? Pero en realidad no está lejos. Tú eres el que hace que esté lejos. Ámalo y se te acercará; ámalo y habitará en ti. El Señor está cerca. No os inquietéis por cosa alguna. (S. AGUSTÍN, Sermón 21).

Nuestro Dios no nos pierde de vista, como una madre que está vigilando al hijito que da los primeros pasos. «Abraham, dice el Señor, anda en mi presencia y la hallarás en todas partes». «¡Dios mío!, exclama Moisés, servíos mostrarme vuestra faz: con ello tendré cuanto puedo desear» (Ex23, 13). Cuán consolado queda un cristiano, al pensar que Dios le ve, que es testigo de sus penalidades y de sus combates, que tiene a Dios de su parte. (SANTO CURA DE ARS, Sermón sobre el Corpus Christi).

Si quieres tener espectadores de las cosas que haces, ahí los tienes: los ángeles, los arcángeles y hasta el mismo Dios del Universo. (S. JUAN CRISÓSTOMO, en Catena Aurea, vol. I, p. 344).

No calles, no guardes silencio en su presencia. Háblale para que también El te hable (S. BERNARDO. Hom. en la Natividad de la B. Virgen María, 15).

Quien ama a Jesús está con Jesús y Jesús está con él. (S. ALFONSO Mª DE LIGORIO, Visitas al Stmo. Sacramento, 12).

Porque como yo temía tanto la honra, todas mis diligencias eran en que fuese secreto, y no miraba que no podía serlo a quien todo lo ve. ¡Oh, Dios mío, qué daño hace en el mundo tener esto en poco y pensar que ha de haber cosa secreta que sea contra Vos! Tengo por cierto que se excusarían grandes males si entendiésemos que no está el negocio en guardarnos de los hombres, sino en guardarnos de descontentaros a Vos. (SANTA TERESA, Vida 2, 4).

Todo lo ve, incluso los pensamientos y los secretos de la voluntad. De ahí que también a los hombres de manera especial les alcanza la necesidad de obrar bien, porque todo lo que piensan y hacen está patente a la mirada divina. Todas las cosas están desnudas y descubiertas a los ojos de Él(Heb 4, 13). (SANTO TOMÁS, Sobre el Credo, 1, 1.c., p.36).

Llega sin ser visto y se aleja sin que se le sienta. Su presencia, por si sola, es luz del alma y del espíritu: en ella se ve lo invisible y se conoce lo incognoscible. (BEATO GUERRIC, Sermón 2° de Adviento).

Cuando Dios os concede la gracia de sentir su presencia y desea que le habléis como al amigo más querido, exponedle vuestros sentimientos con toda libertad y confianza. Se anticipa a darse a conocer a los que le anhelan (Sab 6, 14). Sin esperar a que os acerquéis a él, se anticipa cuando deseáis su amor, y se os presenta, concediéndoos las gracias y remedios que necesitáis. Sólo espera de vosotros una palabra para demostraros que está a vuestro lado y dispuesto a escucharos y consolaros: Sus oídos están atentos a la oración (Sal 33, 16) ]...[. Los demás amigos, los del mundo, tienen horas que pasan conversando juntos y horas en que están separados; pero entre Dios y vosotros, si queréis, jamás habrá una hora de separación. (S. ALFONSO Mª DE LIGORIO, Cómo conversar continua y familiarmente con Dios).

4.2. En medio de las ocupaciones

Cuando la obediencia os trajere empleadas en cosas exteriores, entender que, si es en la cocina, entre los pucheros anda el Señor, ayudándoos en lo interior y exterior. (SANTA TERESA, Fundaciones, 5, 8).

No se os pide aplicación continua del espíritu que os haga olvidar vuestros asuntos y vuestros descansos. Sin descuidar vuestras ocupaciones, no se os pide más que hacer por Dios lo mismo que hacéis siempre por los que os aman y vosotros amáis. (S. ALFONSO Mª DE LIGORIO, Cómo conversar continua y familiarmente con Dios).

Conviene que la atención de nuestra mente no se limite a concentrarse en Dios de modo repentino, en el momento en que nos decidimos a orar, sino que hay que procurar también que cuando está ocupada en otros menesteres, no prescinda del deseo y el recuerdo de Dios. (S. JUAN CRISÓSTOMO, Hom. 6 sobre la oración).

No te preocupes demasiado por saber quién está por ti o contra ti; busca más bien que Dios esté contigo en todo lo que haces. (Imitación de Cristo, II, 2, 3).

Cuando dice: no andéis solícitos..., no quiere decir que no trabajéis, sino que las cosas del mundo no absorban nuestra alma: porque podemos trabajar sin que nos turbe la inquietud. (S. JUAN CRISÓSTOMO, en Catena Aurea, vol. VI, p. 87).

Persuadíos de que no resulta difícil convertir el trabajo en un diálogo de oración. Nada más ofrecérselo y poner manos a la obra, Dios ya escucha, ya alienta. ¡Alcanzamos el estilo de las almas contemplativas, en medio de la labor cotidiana! Porque nos invade la certeza de que Él nos mira, de paso que nos pide un vencimiento nuevo: ese pequeño sacrificio, esa sonrisa ante la persona inoportuna, ese comenzar por el quehacer menos agradable pero más urgente, ese cuidar los detalles de orden, con perseverancia en el cumplimiento del deber cuando tan fácil seria abandonarlo, ese no dejar para mañana lo que hemos de terminar hoy: ¡todo por darle gusto a Él, a Nuestro Padre Dios! Y quizá sobre tu mesa, o en un lugar discreto que no llame la atención, pero que a ti te sirva como despertador del espíritu contemplativo, colocas el crucifijo, que ya es para tu alma y para tu mente el manual donde aprendes las lecciones de servicio. (S. JOSEMARÍA ESCRIVÁ, Amigos de Dios, 67).

Mis delicias, leemos en el libro de los Proverbios, son estar con los hijos de los hombres (7, 31). El paraíso de Dios, por decirlo así, es el corazón del hombre. Dios os ama: amadlo. Sus delicias son estar con vosotros: que las vuestras sean estar con él y pasar el tiempo de vuestra vida junto a aquel con quien esperáis pasar la eternidad en su amable compañía.

Tomad la costumbre de hablarle a solas, familiarmente, con confianza y amor, como a vuestro amigo, como al que más queréis y el que más os quiere. (S. ALFONSO Mª DE LIGORIO, Cómo conversar continua y familiarmente con Dios).

Cuando de dos cosas una es la razón de la otra, la ocupación del alma en una no impide ni disminuye la ocupación en la otra ]...[.

Y como Dios es aprehendido por los santos como la razón de todo cuanto hacen o conocen, su ocupación al percibir las cosas sensibles o al contemplar o al hacer cualquiera otra cosa, en nada les impide la divina contemplación ni viceversa. (SANTO TOMÁS, Suma Teológica, Supl., q. 82, a. 3).

4.3. Sintiéndonos templos de Dios

Acaecíame en esta representación que hacía de ponerme cabe Cristo, que he dicho, y aun algunas veces leyendo, venirme a deshora un sentimiento de la presencia de Dios que en ninguna manera podía dudar que estaba dentro de mí, o yo toda engolfada en Él. (SANTA TERESA, Vida, 10, 1).

¡Oh alma hermosísima más que todas las criaturas! Ya sabes el lugar que deseas. ¡Ya sabes dónde se encuentra tu Amado para buscarte y unirte con El! Tú misma eres su morada. Tú misma el escondite donde está escondido. ¡Alegría grande debe darte saber que está en ti misma! No puedes tú estar sin Él: Mirad, ¡dentro de vosotros está el reino de Dios!(Lc 17, 21); porque nosotros somos templo de Dios vivo (2 Cor 6, 16). (S. JUAN DE LA CRUZ, Cántico espiritual, 1, 7).

Nada hay escondido para el Señor, sino que aun nuestros  secretos más íntimos no escapan a su presencia. Obremos, pues, siempre conscientes de que él habita en nosotros, para que seamos templos suyos y él sea nuestro Dios en nosotros, tal como es en realidad y tal como se manifestará ante nuestra faz; por esto tenemos motivo más que suficiente para amarlo. (S. IGNACIO DE ANTIOQUIA, Carta a los Efesios).

¿Cómo he podido yo saber que estaba presente? Porque  está vivo y es eficaz; apenas entra en mí, despierta mi alma adormecida, vivifica, enternece y excita mi corazón embotado y duro como una piedra. Comienza por arrancar y destruir, por edificar y plantar, por regar mi sequedad, por iluminar mis tinieblas, por abrir lo que estaba cerrado, por inflamar mi frialdad, y también por enderezar los senderos tortuosos y allanar las rugosidades de mi alma, de tal suerte que pueda bendecir al Señor y que todo lo que hay en mí bendiga su santo Nombre (cfr. Sal 102, 1). (S. BERNARDO, Sermón 74 sobre el Cantar de los Cantares).

Considerad, pues, que hay sin duda dentro del alma de cada uno un pozo de agua viva ]...[. Dios está cerca de vosotros; mejor, está dentro de vosotros, y quita la tierra del alma de cada uno para hacer saltar en ella el agua viva (ORIGENES, Hom. sobre el Génesis, 13).

4.4. El cristiano ha de procurar que la presencia de Dios sea continua

Porque yendo con consideración todo es amor. (SANTA TERESA, Camino de perfección, 7, 7).

Si nunca te desvías del buen camino, aunque calle tu lengua, habla tu conducta; y los oídos de Dios atienden a tu corazón. Pues, del mismo modo que nuestros oídos escuchan nuestra voz, así los oídos de Dios escuchan nuestros pensamientos. (S. AGUSTIN, Coment. sobre el Salmo 148).

Nada hay mejor, que la oración y coloquio con Dios ]...[. Me refiero, claro está, a aquella oración que no se hace por rutina, sino de corazón; que no queda circunscrita a unos determinados momentos, sino que se prolonga sin cesar día y noche. (S. JUAN CRISÓSTOMO, Hom. 6 sobre la oración).

Así, pues, todo hombre que vive entre los hombres busque a Aquel a quien ama de modo que no abandone a aquel con quien camina; y preste a éste su auxilio de tal manera que bajo ningún motivo se separe de aquel a quien se dirige. (S. GREGORIO MAGNO, Hom. 38 sobre los Evangelios).

Debemos considerar como una infidelidad a nuestros ojos el alejarnos, aunque no sea más que un instante, de la contemplación de Cristo. (CASIANO, Colaciones, 1).

Aspira, pues, a Dios muy a menudo ]...[, con breves pero ardientes suspiros del corazón, admira su hermosura; implora su auxilio, arrójate en espíritu a los pies de la cruz, adora su bondad, consúltale continuamente sobre tu salud espiritual, entrégale mil veces al día tu alma, fija la vista interior en su dulzura; extiende hacia Él los brazos como un niño chiquito a su padre, para que Él te lleve; ponle como delicioso ramillete sobre tu pecho, fijare en tu alma como bandera y ejercita todos los movimientos del corazón para concebir amor de Dios y excitar en ti una tierna y apasionada dilección del divino Esposo. (S. FRANCISCO DE SALES, Introd. a la vida devota, II, 13).

Así como los que están enamorados con amor humano y  natural casi siempre tienen empleado el pensamiento en recordar, el corazón en estimar y la boca en alabar al objeto de sus amores, y cuando se hallan ausentes no pierden ocasión de manifestar su afecto por cartas, y en cualquier árbol que encuentran escriben el nombre de la persona amada, así los que aman a Dios no pueden dejar de pensar en Él, suspirar por Él, aspirar a Él y hablar de Él, y quisieran, si fuese posible, grabar en todos los corazones del mundo el santo y sagrado nombre de Jesús (S. FRANCISCO DE SALES, Introd. a la vida devota, II, 13).

Este debe ser nuestro principal objetivo y el designio de  nuestro corazón: que nuestra alma esté unida a Dios y a las cosas divinas. Todo lo que aparte de esto, por grande que pueda parecernos, ha de tener en nosotros un lugar puramente secundario o, por mejor decir, el último de todos. Inclusive debemos considerarlo como un daño positivo. (CASIANO,Colaciones, 1).

Reflexionad bien qué es en lo que estáis pensando a todas  horas. Unos piensan en los honores, otros en el dinero, otros en la extensión de sus posesiones. Todas estas cosas están en lo bajo, y cuando el alma se ocupa de tales cosas queda doblada de la rectitud de su estado; y como no se eleva a los deseos celestiales, no puede mirar hacia arriba, como la mujer encorvada (S. GREGORIO MAGNO, Hom. 31 sobre los Evang.).

La oración se hace continua, como el latir del corazón, como el pulso. Sin esa presencia de Dios no hay vida contemplativa; y sin vida contemplativa de poco vale trabajar por Cristo, porque en vano se esfuerzan los que construyen, si Dios no sostiene la casa (cfr. Sal 126, 1). (S. JOSEMARÍA ESCRIVÁ, Es Cristo que pasa, 8).

Y creedme, mientras pudiéredes no estéis sin tan buen amigo. Si os acostumbráis a traerle cabe vos y Él ve que lo hacéis con amor y que andáis procurando contentarle, no le podréis —como dicen—echar de vos, no os faltará para siempre, ayudaros ha en todos vuestros trabajos, tenerle heis en todas partes; mirad que es gran cosa un tal amigo al lado. (SANTA TERESA, Camino de perfección, 26, 1).

Si este comportamiento es frecuente, ¡cuántos pecados se evitarían y cuántas acciones buenas se realizarían! ]...[. Porque si el recuerdo de un hombre valiente y sabio nos incita a imitarlo y reprime nuestra tendencia al mal, cuánto más nos ayudará en la oración el recuerdo de Dios, nuestro Padre, si estamos convencidos de su presencia y de que nos escucha y nos habla. (ORIGENES, Tratado sobre la oración, 8-9)  

4.5. Especialmente al comenzar y al terminar el día

Del mismo modo que la pureza y la atención durante el día preparan una noche santa, así las vigilias nocturnas nos hacen atesorar energías para toda la jornada. (CASIANO, Instituciones, 6).

Oremos con acción de gracias al despuntar el nuevo día, al salir de casa, antes de comer y después de haber comido, a la hora de ofrecer incienso y entregarnos al descanso. Y aun en la misma cama quiero que alternes los salmos con la oración dominical, ya antes de que el sueño domine, ya cuando despiertes, para que el sueño te coja libre de pensamientos mundanos y ocupada en los divinos. (S. AMBROSIO, Sobre las vírgenes, 3).

Antes de que amanezca el día en el firmamento, luzca el sol de la gracia en nuestro pecho y salga de nuestros labios la confesión del Símbolo, como signo de defensa y amparo contra los peligros que rodean la vida. ¿Qué soldado va a la guerra sin llevar su santo y seña? (SAN AMBROSIO,Sobre las vírgenes, 3).  

4.6. «Industrias humanas» para tener presencia de Dios

Emplea esas santas «industrias humanas» que te aconsejé  para no perder la presencia de Dios: jaculatorias, actos de Amor y desagravio, comuniones espirituales, «miradas» a la imagen de Nuestra Señora... (S. JOSEMARÍA ESCRIVÁ, Camino, n. 272).

Brotarán de tu alma más actos de amor, jaculatorias, acciones de gracias, actos de desagravio, comuniones espirituales. Y esto, mientras atiendes tus obligaciones: al descolgar el teléfono, al subir a un medio de transporte, al cerrar o abrir una puerta, al pasar ante una iglesia, al comenzar una nueva tarea, al realizarla y al concluirla; todo lo referirás a tu Padre Dios. (S. JOSEMARÍA ESCRIVÁ, Amigos de Dios, 149).

Las criaturas son como un rastro del paso de Dios. Por esta huella se rastreará su grandeza, poder, sabiduría y todos sus atributos. (S. JUAN DE LA CRUZ, Cántico espiritual, 5, 3).

¡Qué felices seríamos de no tener sino a Jesús en el entendimiento, a Jesús en la memoria, a Jesús en la voluntad, a Jesús en la imaginación! Jesús estaría por todo en nosotros, y nosotros estaríamos por todo en Él. Tratemos de que sea así; pronunciémosle tan a menudo como podamos. Aunque no sea sino tartamudeando ]...[. (S. FRANCISCO DE SALES,Epistolario, fragm. 20, 1.c., p. 654).

Rezaremos algunas preces en honor del santo Ángel de la  Guarda, y no dejaremos nunca de bendecir la mesa, ni de dar gracias después de la comida, de rezar el Ángelus, y el Ave María cuando dan las horas: todo lo cual nos va recordando nuestro último fin, nos hace presente que en breve ya no estaremos en la tierra, y así nos iremos desligando de ella ]...[. Ya veis, cuán fácil es orar constantemente, practicando lo que hemos dicho. Esta es la manera como oraban siempre los santos. (SANTO CURA DE ARS, Sermón sobre la oración).

No seas tan ciego o tan atolondrado que dejes de meterte  dentro de cada Sagrario cuando divises los muros o torres de las casas del Señor. Él te espera. No seas tan ciego o tan atolondrado que dejes de rezar a María Inmaculada una jaculatoria siquiera cuando pases junto a los lugares donde sabes que se ofende a Cristo. (S. JOSEMARÍA ESCRIVÁ, Camino, n. 269).

Tu Crucifijo. —Por cristiano, debieras llevar siempre contigo tu Crucifijo. Y ponerlo sobre tu mesa de trabajo. Y besarlo antes de darte al descanso y al despertar: y cuando se rebele contra tu alma el pobre cuerpo, bésalo también. (S. JOSEMARÍA ESCRIVÁ, Camino, n. 302).

4.7. Jaculatorias

¿Cuándo llegará la hora de su presencia? Cuando le veamos cara a cara, como dice el Apóstol; esto es lo que nos promete Dios como premio a nuestros trabajos. Cuando trabajas para esto lo haces: para llegar a la visión. (S, AGUSTIN, Coment. sobre el Salmo 90).

Ayuda para la memoria continua de Dios y el andar siempre en su presencia, el uso de aquellas breves oraciones que S. Agustín llama jaculatorias, porque éstas guardan la casa del corazón y conservan el calor de la devoción. (S. PEDRO DE ALCÁNTARA, Trat. de la oración y meditación, II, 2).

Se dice que los monjes de Egipto hacen frecuentes oraciones, pero muy cortas, a manera de jaculatorias brevísimas, para que así la atención, que es tan sumamente necesaria en la oración, se mantenga vigilante y despierta. (S. AGUSTIN, Carta 130, a Proba).

Acaecíanos estar muchos ratos tratando de esto y gustábamos de decir muchas veces: ¡Para siempre, siempre, siempre! En pronunciar esto mucho rato era el Señor servido me quedase en esta niñez impreso el camino de la verdad. (SANTA TERESA, Vida, I, 4).

En otras ocasiones nos bastarán dos o tres expresiones, lanzadas al Señor como saeta, iaculata: jaculatorias, que aprendemos en la lectura atenta de la historia de Cristo: Domine, si vis, potes me inundare (Mt 8, 2.), Señor, si quieres, puedes curarme; Domine, tu omnia nosti, tu scis quia amo te (Jn 21, 17), Señor, Tú lo sabes todo, Tú sabes que te amo; Credo, Domine, sed aditiva incredulitatem meam (Mc 9, 23), creo, Señor, pero ayuda mi incredulidad, fortalece mi fe; Domine non sum dignus (Mt 8, 8), ¡Señor, no soy digno!; Dominus meus et Deus meus (Jn 20, 28), ¡Señor mío y Dios mío!... U otras frases, breves y afectuosas, que brotan del fervor íntimo del alma, y responden a una circunstancia concreta. (S. JOSEMARÍA ESCRIVÁ, Es Cristo que pasa, 119).

4.8. La plenitud de la presencia de Dios tendrá lugar después de esta vida

Yo estaré con vosotros ]...[. El que en la vida presente permanece con sus escogidos, protegiéndoles, también estará con ellos después que esto haya concluido, premiándolos. (SAN BEDA, en Catena Aurea, vol. III, pp. 432-433).

Sus ovejas encontrarán pastos, porque todo aquel que le  sigue con un corazón sencillo es alimentado con un pasto siempre verde. ¿Y cuál es el pasto de estas ovejas, sino el gozo infinito de un paraíso siempre lozano? El pasto de los elegidos es presencia del rostro de Dios, que, al ser contemplado ya sin obstáculo alguno, sacia para siempre el espíritu con el alimento de vida. (SAN GREGORIO MAGNO Hom. 14 sobre los Evang.).

Podemos decir que el Señor viaja con aquellos que viven  dentro de la fe ]...[, y estará con nosotros (en este mundo) hasta que, saliendo de nuestros cuerpos, nos reunamos con Él (en el cielo). (ORIGENES, enCatena Aurea, vol. III, p. 225).

4.9. A través de la Virgen

]...[ no nos importe repetirlo durante el día—con el corazón, sin necesidad de palabras—pequeñas oraciones, jaculatorias. La devoción cristiana ha reunido muchos de esos elogios encendidos en las Letanías que acompañan al Santo Rosario. Pero cada uno es libre de aumentarlas, dirigiéndole nuevas alabanzas, diciéndole lo que —por un santo pudor que Ella entiende y aprueba— no nos atreveríamos a pronunciar en voz alta. (S. JOSEMARÍA ESCRIVÁ, Amigos de Dios, 294).

Si te acostumbras, siquiera una vez por semana, a buscar la unión con María para ir a Jesús, verás cómo tienes más presencia de Dios. (S. JOSEMARÍA ESCRIVÁ, Camino, n. 276).

5. Rectitud de intención

5.1. Actuar de cara a Dios y no de cara a los hombres

No te preocupes demasiado por saber quién está por ti o contra ti; busca más bien que Dios esté contigo en todo lo que haces. (Imitación de Cristo, II, 2, 3).

Pureza de intención. –La tendrás siempre, sí, siempre y en todo, sólo buscas agradar a Dios. (S. JOSEMARÍA ESCRIVÁ, Camino, n. 287).

La presencia y el respeto de los hombres no le moverá a ser más honesto, ni disminuirá en nada su virtud la soledad. Siempre y dondequiera, lleva consigo el árbitro supremo de sus actos y de sus pensamientos: su conciencia. Y todo su empeño consiste en complacer a Aquel a quien sabe que no se puede eludir ni defraudar. (CASIANO, Colaciones, 11).

El corazón del hombre camina derecho cuando va de acuerdo con la voluntad divina. (SANTO TOMÁS, Sobre el Padrenuestro, 1.c., 142).

En los trabajos con que busco la nave, no es la nave lo que busco, sino la patria. (S. AGUSTÍN, Sobre el Sermón de la Montaña, 2).

No nos seduzca ninguna prosperidad halagüeña, porque es un viajero necio el que se para en el camino a contemplar los paisajes amenos y se olvida del punto al que se dirige. (S. GREGORIO MAGNO, Hom. 14 sobre los Evang.).

Es imposible al que tiene una doble voluntad pelear y salir airoso de las batallas del Señor: El hombre dé doble corazón -dice la Escritura- es inconstante en todos sus caminos. (CASIANO, Instituciones, 7).

Hay muchos que se sienten impulsados a hacer cosas buenas refiriéndolo todo a Dios, de modo que no son ellos mismos sino su Padre celestial quien resulta glorificado. (S. GREGORIO MAGNO, Moralia, 19).

La pureza de intenciones no es más que presencia de Dios: Dios nuestro Señor está presente en todas nuestras intenciones. ¡Qué libre estará nuestro corazón de todo impedimento terrenal, qué limpia será nuestra mirada y qué sobrenatural todo nuestro modo de obrar cuando Jesucristo reine de verdad en el mundo de nuestra intimidad y presida toda nuestra intención! (S. CANALS, Ascética meditada, p. 143).

Si quieres tener espectadores de las cosas que haces, ahí los tienes: los ángeles, los arcángeles y hasta el mismo Dios del Universo. (S. JUAN CRISÓSTOMO, Catena Aurea, vol. I, p. 344).

El que no procura ser visto por los hombres, aun cuando haga algo en presencia de los hombres, no puede decirse que actúa en presencia de ellos: el que hace algo por Dios, no ve más que a Dios en su corazón, por quien hace aquello, como el artista tiene siempre presente a aquella persona que le encargó la obra en que se ocupa. (S. JUAN CRISÓSTOMO, en Catena Aurea, vol. I, p. 337).

Tened confianza, carísimo amigo, le decía el sacerdote que le asistía, después de haberle administrado los últimos sacramentos. Os habéis comportado con suma integridad en vuestra vida sacerdotal, y los millares de sermones que habéis predicado sostendrán vuestra causa ante Dios, defendiéndoos contra la insuficiencia de la vida interior de que habláis. -¡Mis sermones! ¡Con qué ojos tan distintos los contemplo en estos momentos! ¡Ah! Si Nuestro Señor no empieza a hablarme de ellos, seguramente que no seré yo el primero en mencionarlos. (J.B. CHAUTARD, El alma de todo apostolado, pp. 107-108).

5.2. Rectificar muchas veces la intención

El que desea saber si habita en él Dios, examine sinceramente el fondo de su corazón e indague con empeño con qué humildad resiste al orgullo, con qué benevolencia combate la envidia, en qué medida vence los halagos y se alegra con el bien ajeno. Examine sí no desea volver mal por mal y sí prefiere perdonar las injurias antes que perder la imagen y semejanza de su Creador. (S. LEÓN MAGNO, Sermón 8, para la Epifanía).

 (Debemos) examinar con mucho cuidado nuestra intención en todo lo que hacemos, y no buscar nuestros intereses, si queremos servir al Señor. (S. GREGORIO MAGNO, Hom. sobre Ezequiel 2).

La inclinación de la carne, la propia voluntad, la esperanza del galardón, la afección del provecho pocas veces nos dejan. (Imitación de Cristo, I, 15, 2).

Pureza de intención. -Las sugestiones de la soberbia y los ímpetus de la carne los conoces pronto... y peleas y, con la gracia, vences.

Pero los motivos que te llevan a obrar, aun en las acciones más santas, no te parecen claros... y sientes una voz allá dentro que te hace ver razones humanas..., con tal sutileza, que se infiltra en tu alma la intranquilidad de pensar que no trabajas como debes hacerlo -por puro Amor, sola y exclusivamente por dar a Dios toda su gloría.

Reacciona en seguida cada vez y di: «Señor, para mi nada quiero. -Todo para tu gloría y por Amor». (S. JOSEMARÍA ESCRIVÁ. Camino, n. 788).

Todos los males mortifican a los hijos del diablo, pero el deseo de la vanagloria mortifica más bien a los hijos de Dios que a los hijos del diablo. (S. JUAN CRISÓSTOMO, en Catena Aurea, vol. I, p. 336).

Volved, hermanos carísimos, dentro de vuestro corazón y ved siempre qué es lo que a todas horas estáis revolviendo en vuestros pensamientos: el uno en los honores, el otro en las riquezas, aquel en la extensión de sus predios. Todas estas cosas de abajo son, y cuando el alma se enreda en ellas, declina el estado de su rectitud. (S. GREGORIO MAGNO, Moralia, 31).

5.3. Huir del aplauso humano

Examina bien los motivos que te impulsan a obrar para descubrir las emboscadas de la vanidad y del amor propio; sólo a Dios debes referir todo el bien que hagas, porque has de saber que es una gran ganancia mantener oculta y secreta una obra buena de modo que sólo Dios la conozca; sí por descuido tuyo viene a ser conocida de los hombres, pierde casi todo su valor, como un hermoso fruto que los pájaros han empezado a picotear. (J. PECCI -León XIII-, Práctica de la humildad, 48).

De nada debe huir el hombre prudente tanto como de vivir según la opinión de los demás. (S. BASILIO, Discurso a los jóvenes).

Tampoco aquí se dice que sea ilícito el ser vistos de los hombres, sino el obrar para ser vistos de ellos. Es superfluo repetir siempre lo mismo, ya que la regla que debe observarse es una sola: temer y rehuir, no que los hombres conozcan nuestras buenas obras, sino el hacerlas con la intención de que nuestro galardón sea el aplauso humano. (S. AGUSTÍN,Sobre el Sermón de la Montaña, 2).

Todo lo que a tu alrededor o en ti mismo te conduce a la presunción, recházalo. No presumas más que de Dios; ten necesidad únicamente de él y él te llenará. (S. AGUSTÍN, Coment. sobre el salmo 85).

5.4. El premio de las obras hechas con rectitud de intención

Jamás llegaremos a comprender el grado de gloria que nos proporcionará en el cielo cada acción buena, sí la realizamos puramente por Dios. (SANTO CURA DE ARS, Sermón sobre la esperanza).

La serpiente (se refiere a la vanagloria) que debemos vigilar es invisible; entra en secreto y seduce. Sí esta invasión del enemigo sucede en un corazón puro, bien pronto conoce el justo que sufre las influencias de un espíritu extraño (y puede rectificar); pero si el corazón está lleno de iniquidades no comprende fácilmente las sugestiones del demonio. (S. JUAN CRISÓSTOMO, en Catena Aurea, vol. I, p. 336).

]...[ En todo el bien que hacemos a nuestro prójimo, hemos de tener como objetivo el agradar a Dios y salvar nuestra alma. Cuando vuestras limosnas no vayan acompañadas de estas dos intenciones, la obra buena resultará perdida para el cielo. (SANTO CURA DE ARS, Sermón sobre la limosna).

Cuánto poder tenga para hacer daño el deseo de la vanagloria, nadie lo conoce mejor que aquel que le declara la guerra; porque es fácil no buscar la propia alabanza cuando ésta es negada, pero es difícil no complacerse en ella cuando se ofrece. (S. AGUSTÍN, en Catena Aurea, vol. I, p. 336).

Aquel que, después de ser menospreciado, deja de hacer el bien que hacía, da a entender que actúa por el aplauso de los hombres; pero si en cualquier circunstancia hacemos el bien a los demás, tendremos una grandísima recompensa. (S. JUAN CRISÓSTOMO, en Catena Aurea, vol. II, p. 43).

5.5. Frutos

No existen los fracasos, si se obra con rectitud de intención y queriendo cumplir la voluntad de Dios, contando siempre con su gracia y con nuestra nada. (J. ESCRIVÁ DE BALAOLER, Es Cristo que pasa, 76).

Si fuese Dios siempre el fin último de nuestro deseo, no tan presto nos turbaría la contradicción de nuestra sensualidad. Pero muchas veces tenemos algo de dentro escondido, o algo ocurre fuera cuya afición nos lleva tras sí. Muchos buscan su propio interés secretamente en las obras que hacen, y no lo entienden; y paréceles estar en buena paz cuando se hacen las cosas a su propósito; mas sí de otra manera suceden, presto se alteran y entristecen. (Imitación de Cristo, I, 14, 2).

Si tú me dices: «Muéstrame a tu Dios», yo te responderé: «Muéstrame primero qué tal sea tu persona», y entonces te mostraré a mi Dios. Muéstrame primero si los ojos de tu mente ven, si los oídos de tu corazón oyen. (S. TEÓFILO DE ANTIOQUIA, Libro 1).

No es pequeño fruto el desprecio de la gloria humana; y es entonces cuando uno está libre del yugo de los hombres. (S. JUAN CRISÓSTOMO, en Catena Aurea, vol. I, p. 380).

5.6. Rectitud de intención del sacerdote

He aquí las señales por las que se conoce si un sacerdote obra con recta intención: 1. Si ama los trabajos de su mayor desagrado y de menos relieve. 2. Si se queda tranquilo cuando sus planes no tienen éxito; quien obra por Dios alcanza su fin, que es agradarle; quien, por el contrarío, se intranquiliza al considerar el fracaso de sus planes, da indicios de que no ha obrado sólo por Dios. 3. Si disfruta del bien que hacen los demás como si él mismo lo hiciera, y ve sin envidia que los demás emprendan las obras que emprenden, deseando que todos procuren la gloría de Dios. (S. ALFONSO M.ª DE LIGORIO, Plática sobre el amor a Dios, 1.c., p. 312).

6. Tibieza

6.1. Tristeza y pereza en el trato con Dios. Causas

Una cierta tristeza, por la que el hombre se vuelve tardo para realizar actos espirituales a causa del esfuerzo que comportan (SANTO TOMÁS,Suma Teológica, 1, q. 63, a. 2 ad 2).

Tristeza ante el bien espiritual y divino (SANTO TOMÁS, Suma Teológica, 2-2, q. 35, a. 3).

No es razón que amemos con tibieza a un Dios que nos ama con tanto ardor (SAN ALFONSO M.ª DE LIGORIO, Visitas al Stmo. Sacramento, 4).

No por causa de faltas aisladas merece uno el reproche de ser tibio. La tibieza es más bien un estado que se caracteriza por no tomar en serio, de un modo más o menos consciente, los pecados veniales, un estado sin celo por parte de la voluntad. No es tibieza el sentirse y hallarse en estado de sequedad, de desconsuelo y de repugnancia de sentimientos contra lo religioso y lo divino, porque, a pesar de todos estos estados, puede subsistir el celo de la voluntad, el querer sincero. Tampoco es tibieza el incurrir con frecuencia en pecados veniales, con tal de que se arrepienta uno seriamente de ellos y los combata. Tibieza es el estado de una falta de celo consciente y querida, una especie de negligencia duradera o de vida de piedad a medias, fundada en ciertas ideas erróneas: que no debe ser uno minucioso, que Dios es demasiado grande para ser tan exigente en las cosas pequeñas, que otros también lo practican así, y excusas semejantes (B. BAUR, La confesión frecuente, p. 103).

La diferencia entre la caridad y la devoción es la misma que hay entre el fuego y la llama ]...J. Así que la devoción sólo añade al fuego de la caridad la llama que la hace pronta, activa y diligente (SAN FRANCISCO DE SALES, Introd. a la vida devota, I, 1).

Esa tristeza es una carencia de grandeza de ánimo; no quiere proponerse la empresa grande propia de la naturaleza del cristiano. La «acedia» es una humildad pervertida; no quiere aceptar los bienes sobrenaturales, porque implican esencialmente una exigencia para el que los recibe [...].

La «acedia» es, en la medida en que pasa del terreno del afecto al de la decisión espiritual, una aversión consciente, una auténtica huida de Dios. El hombre huye ante Dios porque le ha elevado a un modo de ser superior, divino, y le ha obligado, por tanto, a una norma superior de deber. La «acedia» finalmente, es una franca «detestatio boni divinis», lo cual significa la monstruosidad de que el hombre tenga la convicción y el deseo expreso de que Dios no le debería haber elevado sino «dejado en paz».

La pereza como pecado capital es la renuncia malhumorada y triste, estúpidamente egoísta, del hombre a la «nobleza que obliga» de ser hijos de Dios (J. PIEPER, Sobre la Esperanza, pp. 61-63).

Y pierden del todo el agua, sin beber poca ni mucha, ni de charco ni de arroyo (SANTA TERESA, Camino de perfección, 21, 5).

¡Oh almas criadas para estas grandezas y para ellas llamadas!, ¿qué hacéis?, ¿en qué os entretenéis? ¡Oh miserable ceguera de los ojos de vuestra alma; pues para tanta luz estáis ciegos, y para tan grandes voces sordos! (SAN JUAN DE LA CRUZ, Cántico espiritual, 39).

Suelen tener tedio (los principiantes) en las cosas que son más espirituales y huyen de ellas, como son aquellas que contradicen el gusto sensible [...]. Y así por esta acedia posponen el camino de perfección (SAN JUAN DE LA CRUZ, Noche oscura, I, 7).

Debemos observar que el siervo inútil llama duro a su señor, a quien sin embargo rehúsa servir, y dice que temió negociar con el talento recibido el que sólo debía temer devolvérselo a su señor sin lucro alguno. Pues hay muchos dentro de la Santa Iglesia de los que es una viva imagen este siervo, los cuales temen emprender el camino de mejor vida y no temen permanecer en la indolencia; y considerándose pecadores, tiemblan de entrar en las vías de la santidad, y no tiemblan de seguir en sus vicios (SAN GREGORIO MAGNO, Hom. 9 sobre los Evang.).

6.2. Síntomas de la tibieza

[...] porque de razón de tibieza es no se le dar mucho, ni tener solicitud interior por las cosas de Dios [...]. Lo que es sólo sequedad purgativa tiene consigo ordinaria solicitud con cuidado y pena, como digo, de que no sirve a Dios [...] (SAN JUAN DE LA CRUZ, Noche oscura, I, 9).

Nadie atribuya su descarrío a un repentino derrumbamiento, sino a haber seguido malos consejos o haberse apartado de la virtud poco a poco, por una pereza mental prolongada. De ese modo es como comienzan a ganar terreno insensiblemente los malos hábitos, y sobreviene una situación extrema. El derrumbamiento -se lee en los Proverbios- viene precedido por un deterioro y éste por un mal pensamiento (Prov 16, 18). Sucede lo mismo que con una casa: se viene abajo un buen día sólo en virtud de un antiguo defecto en los cimientos, o por una desidia prolongada de sus moradores. Gotitas muy pequeñas penetran imperceptiblemente, corroyendo los soportes del techo; y gracias a esa falta de atención repetida, se agrandan los boquetes y los desperfectos. Después la lluvia y la tempestad penetran a mares (CASIANO, Colaciones, 6).

(La curiosidad) embaraza los sentidos, inquieta el ánimo y derrámala en muchas partes, y así impide la devoción (SAN PEDRO DE ALCÁNTARA,Trat. de la oración y meditación, 2,3).

Así se apodera poco a poco el enemigo del todo, por no resistirle al principio. Y cuanto uno fuere más perezoso en resistir, tanto cada día se hace más flaco, y el enemigo contra él más fuerte (Imitación de Cristo, I, 13, 5).

El alma tibia no está aún absolutamente muerta a los ojos de Dios, ya que no están enteramente extinguidas en ella la fe, la esperanza y la caridad, que constituyen su vida espiritual. Pero su fe es una fe sin celo; su esperanza, una esperanza sin firmeza; y su caridad, una caridad sin ardor. (SANTO CURA DE ARS, Sermón sobre la tibieza).

Otro extremo contrario es el de los regalados, que, so color de discreción, hurtan el cuerpo a los trabajos, el cual, aunque en todo género de persona es muy dañoso, mucho más lo es en los que comienzan, porque [...] siendo aún nuevo y mozo, comienza a tratarse y regalarse como viejo (SAN PEDRO DE ALCÁNTARA, Trat. de la oración y meditación, 2, 5).

 (El tibio) se parece a una persona que sintiese deseos de pasear en carro triunfal, mas no se dignase ni tan sólo levantar el pie para subir a él (SANTO CURA DE ARS, Sermón sobre la tibieza).

Eres tibio si haces perezosamente y de mala gana las cosas que se refieren al Señor; si buscas con cálculo o «cuquería» el modo de disminuir tus deberes; si no piensas más que en ti y en tu comodidad; si tus conversaciones son ociosas y vanas; si no aborreces el pecado venial; si obras por motivos humanos (S. JOSEMARÍA ESCRIVÁ, Camino, n. 331).

6.3. Consecuencias

Muchos hay que envejecen en la tibieza y relajación que han contraído en su adolescencia, intentando granjearse autoridad no por la madurez de su vida, sino por su edad avanzada (CASIANO, Colaciones, 2).

Con el cuerpo pesado y harto de mantenimiento, muy mal aparejado está el ánimo para volar a lo alto (SAN PEDRO DE ALCÁNTARA, Trat. de la oración y meditación, 2, 3).

(Los demonios, a quienes están metidos en la tibieza y no hacen nada por salir de ella) empiezan a despojarles del temor y recuerdo de Dios, así como de la meditación espiritual. Luego, una vez desarmados del socorro y protección divinos, se abalanzan osados sobre sus víctimas como sobre una presa fácil. Y así acaban por establecer allí su morada, cual si fuera una posesión que ha sido entregada en sus manos (CASIANO, Colaciones, 7).

(De la tibieza) nace la malicia, el rencor, la pusilanimidad, la falta de esperanza, la indolencia en lo tocante a los mandamientos, la divagación de la mente por lo ilícito (SAN GREGORIO MAGNO, Moralia, 31).

Las imperfecciones de aquellos que caminan con tibieza a la perfección, por más que las sufran los fuertes y tolerantes, los mismos imperfectos no pueden soportarlas. Mejor dicho, no pueden sufrir que les sufran. Viven en su corazón y están connaturalizadas con ellos las causas de sus enojos; por eso no les dejan vivir en paz y armonía. Les sucede lo que a los enfermos, imputan a negligencia de los cocineros o de sus domésticos las repugnancias de su estómago enfermizo. Y por mucho que se esmere uno en atenderles, no dejan de hacer responsables a los sanos de su abatimiento morboso, sin percatarse de que éste se encuentra en sí mismos y responde al estado anormal de su salud quebrantada (CASIANO,Colaciones, 16).

En fin, van siempre errantes al albur de una imaginación sin freno. Ni pasa por sus mentes lamentarse cuando se ven alejados de la divina contemplación, que es algo único y simplicísimo. Más: no tienen nada cuya pérdida puedan deplorar. Abriendo su alma de par en par a todo pensamiento que la invade, no tienen ningún objeto en que afincarse y que polarice todos sus deseos (CASIANO Colaciones, 23).

Porque dormir es morir. Dormitar antes del sueño significa debilitarse la salud; porque por la enfermedad se llega al sueño de la muerte (SAN GREGORIO MAGNO, Hom. 12 sobre los Evang.).

(Palabras de S. Basilio a un monje poco entregado). «Et senatorem perdidisti, et monachum non fecisti»: Has sacrificado al senador y no has hecho al monje (CASIANO, Instituciones, 7).

La devoción, que Santo Tomás define como «voluntad decidida para entregarse a todo lo que pertenece al servicio de Dios», desaparece en el estado de tibieza (cfr. SANTO TOMÁS, Suma Teológica, 2-2, q. 82, a. 1).

A medida que el alma se vea endurecida con sus acciones, cuesta más el ablandarla para las cosas que pertenecen al amor de Dios (SAN GREGORIO MAGNO, Hom. 17 sobre los Evang.).

Todo le indigna, todo le exaspera; el trabajo le causa tedio y es motivo para que murmure sin cesar. No conoce moderación ninguna, y como un caballo indómito corre vertiginoso y sin freno hacia el precipicio. Vive descontento de todo; del régimen de vida, del vestido, de la convivencia con los hermanos. Y dice paladinamente que no podrá soportar por mucho tiempo tal estado de cosas (CASIANO, Instituciones, 7).

Las más de las veces se funda en no haber renunciado en un principio con sinceridad a todas las cosas y en un amor tibio hacia Dios (CASIANO,Instituciones, 7).

6.4. Remedios

Nosotros somos los vasos, Cristo es la fuente (SAN AGUSTÍN, Sermón 289).

Hemos de huir siempre del pecado; pero la tentación del pecado hay que vencerla unas veces huyendo y otras ofreciendo resistencia. Huyendo cuando el continuo pensamiento aumenta el incentivo del pecado, como sucede en la lujuria [...]. Resistiendo, empero, cuando el pensar detenidamente en el objeto que la provoca, ayuda a alejar el peligro, que precisamente nace de no considerarlo bien. Tal es el caso de la pereza espiritual o acidia, porque cuanto más pensamos en los bienes espirituales más nos agrada, y más desaparece el tedio que provocaba el conocerlos superficialmente (SANTO TOMÁS, Suma Teológica, 2-2, q. 35, a. 1).

Tener gran confianza, porque conviene mucho no apocar los deseos, sino creer de Dios, que si nos esforzamos poco a poco, aunque no sea enseguida, podremos llegar con su favor a lo mismo que muchos santos (SANTA TERESA, Vida, 13, 2).

Me duele ver el peligro de tibieza en que te encuentras cuando no te veo ir seriamente a la perfección dentro de tu estado. –Di conmigo: ¡no quiero tibieza!: «confige timore tuo carnes meas!» -¡dadme, Dios mío, un temor filial, que me haga reaccionar! (S. JOSEMARÍA ESCRIVÁ, Camino, n. 326).

Que siempre vuestros pensamientos sean animosos, que de aquí vendrá el que el Señor os dé gracias para que lo sean las obras (SANTA TERESA,Meditaciones sobre los cantares, 2, 19).

Cristo es fuente de vida: acércate, bebe y vive; es luz: acércate, ilumínate y ve. Sin su influjo estarás seco y ciego (SAN AGUSTÍN, Sermón 284).

6.5. El amor a la Virgen, remedio contra la tibieza

El amor a nuestra Madre será soplo que encienda en lumbre viva las brasas de virtudes que están ocultas en el rescoldo de tu tibieza (S. JOSEMARÍA ESCRIVÁ, Camino, n. 492).

Pio Santiago

Tomas Trigo

1. Caridad

1.1. Tiene su origen en Dios, fuente de toda caridad

1.2. Quien no ama al prójimo no ama a Dios

1.3. La caridad es forma, fundamento, raíz y alma de todas las virtudes y buenas acciones. Sin caridad, no existe ninguna otra virtud.

1.4. La caridad lo informa todo, le da sentido a todo

1.5. Es universal

1.6. La caridad tiene un orden, en cuanto a las personas y en cuanto a los bienes

1.7. Es el camino para seguir a Dios más de cerca

1.8. La humildad, fundamento de la caridad

1.9. Es «el distintivo» del cristiano

1.10. La caridad es lo que más nos asemeja a Dios

1.11. La caridad se alimenta en la oración

1.11. La caridad atrae la misericordia divina

1.12. Es falsa caridad la «compasión» por el prójimo que separa de Dios

1.13. Caridad y salvación

1.14. Cualquier detalle de caridad, en cualquiera de sus formas, es largamente recompensado por Dios

1.15. Acercar las almas a Dios, la mejor muestra de caridad

1.16. Algunos detalles y muestras de caridad

1.17. Estar dispuestos siempre al perdón con prontitud y generosidad

1.18. Ahogar el mal en abundancia de bien

1.19. Caridad en los detalles de la vida ordinaria

1.20. Medios para fomentar la caridad

1.21. La virginidad, estímulo de la caridad

1.22. Caridad con nuestros enemigos, con quienes no nos aprecian o no se comportan correctamente con nosotros

1.23. Caridad y amor humano

1.24. Todos tenemos necesidad de ayuda

1.25. Corazón grande para dar

1.26. Evitar las singularidades indebidas al vivir la caridad fraterna

1.27. Procurar hacer bien lo que nos parece que los demás hacen mal

1.28. Omisiones en la caridad

1.29. Caridad con las almas del Purgatorio

1.30. El amor verdadero

1.31. Conocer y amar

1.32. El privilegio del hombre es poder amar

1.33. «Nuestro corazón está hecho para amar»

1.34. El amor a Dios hace posible y fortalece el amor humano

1.35. Amor saca amor

1.36. El amor pide correspondencia

1.37. Felicidad y amor

1.38. El amor no conoce límite

1.39. Amor y esperanza

1.40. El amor se manifiesta en las obras

1.41. La recompensa del amor es poder amar más

1.42. Hacerlo todo por amor

1.43. Sólo el amor construye

2. Unidad

2.1. «La caridad es madre de la unidad»

2.2. Unidad de la Iglesia

2.3. Unidad, fortaleza y eficacia

2.4. Unidad de vida

2.5. La Sagrada Eucaristía, fuente de unidad

2.6. María, «Madre de la unidad»

3. Corrección fraterna

3.1. Una gran ayuda espiritual

3.2. Responsabilidad de hacer la corrección fraterna

3.3. Modo de hacerla

3.4. Humildad para recibirla

3.5. Seguir el consejo recibido en la corrección fraterna

3.6. Eficacia de la corrección fraterna

4. Escándalo

4.1. «Dicho o hecho menos recto, que es ocasión para otros de ruina espiritual»

4.2. Gravedad del escándalo

4.3. Pecado contra la caridad

4.4. Escándalo farisaico

4.5. Espectáculos que son ocasión de escándalo


1. Caridad

1.1. Tiene su origen en Dios, fuente de toda caridad

El amor que debe mediar entre los cristianos nace de Dios, que es amor (S. JOSEMARÍA ESCRIVÁ, Amigos de Dios, 228).

Mas ninguno, por el mero hecho de amar a su prójimo, piense ya tener caridad, sino que primero debe examinar la fuerza misma de su amor. Pues si alguno ama a los demás, pero no los ama por Dios, no tiene caridad, aunque piense que la tiene. Es caridad verdadera cuando se ama al amigo en Dios y al enemigo en Dios (SAN GREGORIO MAGNO, Hom. 38 sobre los Evang.).

Amamos a Dios y al prójimo con la misma caridad. Pero debemos amar a Dios por sí mismo, y al prójimo por Dios (SAN AGUSTÍN, en Catena Aurea, vol. III, p. 92).

El que ama a Dios ama también inevitablemente al prójimo (SAN MÁXIMO,Sobre la caridad, 1,1).

Nuestro Rey, a pesar de su condición altísima, por nosotros viene humilde, mas no con las manos vacías; el trae para sus soldados una dádiva espléndida, ya que no solo les otorga copiosas riquezas, sino que les da también una fortaleza invencible en el combate. En efecto, trae consigo el don de la caridad (SAN FULGENCIO DE RUSPE, Sermón 3).

Así pues, todo hombre que vive entre los hombres busque a Aquel a quien ama, de modo que no abandone a aquel con quien camina; y preste a este su auxilio de tal manera que bajo ningún motivo se separe de Aquel a quien se dirige (SAN GREGORIO MAGNO, Hom. 38 sobre los Evang.).

El Creador del universo, cuando os sacó de la nada, depositó en vuestros corazones simientes de caridad (ORÍGENES, Sobre el Cantar de los Cantares, 2, 9).

No se trata de saber cuánto amor debemos al hermano y cuanto a Dios: incomparablemente más a Dios que a nosotros, y a nuestros hermanos tanto como a nosotros; ahora bien, no podemos amarnos mucho a nosotros si no amamos mucho a Dios. Es, pues, con un mismo amor con el que amamos a Dios y al hermano; pero amamos a Dios por sí mismo, a nosotros y al prójimo por Dios (SAN AGUSTÍN, Trat. sobre la Santísima Trinidad, 8, 12).

Cuanto más cerca esta de Dios el apóstol, se siente más universal: se agranda el corazón para que quepan todos y todo en los deseos de poner el universo a los pies de Jesús (S. JOSEMARÍA ESCRIVÁ, Camino, n. 764).

1.2. Quien no ama al prójimo no ama a Dios

No se entiende el amor a Dios si no lleva consigo el amor al prójimo. Es «como si soñase que estaba caminando», es sólo sueño, no se camina. Quien no ama al prójimo, no ama a Dios (SAN JUAN CLÍMACO, Escala del paraíso, 33).

Cuando los hombres tienen alguna disensión entre sí, no recibe (Dios) ninguna ofrenda de ellos, ni oye sus oraciones, mientras dure la enemistad. Ninguno, pues, puede ser amigo de dos que son enemigos entre sí, y por ello Dios no quiere ser amigo de los fieles mientras sean enemigos entre sí. Y nosotros no mantenemos la fe en Dios si amamos a sus enemigos y aborrecemos a sus amigos (SAN JUAN CRISÓSTOMO, enCatena Aurea, vol. I, p. 290).

1.3. La caridad es forma, fundamento, raíz y alma de todas las virtudes y buenas acciones. Sin caridad, no existe ninguna otra virtud

Ni el don de lenguas, ni el don de la fe, ni otro alguno, dan la vida si falta el amor. Por más que a un cadáver se le vista de oro y piedras preciosas, cadáver sigue (SANTO TOMÁS, Sobre la Caridad, 1. c., p. 203).

La caridad, por tanto, es la fuente y el origen de todo bien, la mejor defensa, el camino que lleva al cielo. El que camina en la caridad no puede errar ni temer, porque ella es guía, protección, camino seguro. Por esto, hermanos, ya que Cristo ha colocado la escalera de la caridad, por la que todo cristiano puede subir al cielo, aferraos a esta pura caridad, practicadla unos con otros y subid por ella cada vez más arriba (SAN FULGENCIO DE RUSPE, Sermón 3).

Así como todas las ramas de un árbol reciben su solidez de la raíz, así también las virtudes, siendo muchas, proceden de la caridad. Y no tiene verdor alguno la rama de las buenas obras si no está enraizada en la caridad (SAN GREGORIO MAGNO, Hom. 27 sobre los Evang.).

A esta renuncia total añade otra de más quilates, al decir: Aunque yo entregare mi cuerpo a las llamas, no teniendo caridad, nada me aprovecha. Como si dijera: Aunque distribuyera todos mis bienes hasta no reservarme nada de ellos, todo eso es inútil sin la caridad. Y si a esta liberalidad añadiera yo el martirio del fuego, dando mi vida por Cristo, pero sigo siendo impaciente, irascible, envidioso o soberbio, o si la injuria me indigna y hace montar en cólera, si busco mi interés, si soy mal intencionado o peor sufrido, la renuncia y el martirio del hombre exterior no me reportarán ventaja alguna, porque el hombre interior quedará aún cautivo en los vicios pasados (CASIANO, Colaciones 3, 8).

La caridad es la forma, el fundamento, la raíz y la madre de todas las demás virtudes (SANTO TOMÁS, Suma Teológica, 2-2, q. 24, a. 8).

El que reúne todas las demás virtudes y no tiene caridad es como el que transporta el polvo contra el viento (SAN AGUSTÍN, Sermón sobre la humildad y temor de Dios).

Aunque es algo muy grande tener una fe recta y una doctrina sana, y aunque sean muy dignas de alabanza la sobriedad, la dulzura y la pureza, todas estas virtudes, sin embargo, no valen nada sin la caridad. Y ninguna conducta es fecunda, por muy excelente que parezca, si no está engendrada por el amor [...] (SAN LEÓN MAGNO, Sermón 48)

Practiquemos la caridad, sin la cual todas las demás virtudes pierden su brillo (SAN LEÓN MAGNO, Sermón 72 sobre la Ascensión del Señor).

Cuando yo veo almas muy diligentes a entender la oración que tienen y muy encapotadas cuando están en ella (que parecen no osan bullir, ni menear el pensamiento, porque no se les vaya un poquito de gusto y devoción que han tenido), hácese ver cuán poco entienden del camino por donde se alcanza la unión. Y piensan que allí está todo el negocio. Que no, hermanas, no; obras quiere el Señor, y que, si ves una enferma a quien puedes dar algún alivio, no se te de nada en perder esa devoción y te compadezcas de ella, y si tiene algún dolor, te duela a ti, y si fuera menester, lo ayunes, porque ella lo coma, no tanto por ella como porque sabes que tu Señor quiere aquello (SANTA TERESA, Las Moradas, V, 3,11).

La caridad se compara al fundamento y a la raíz, porque de ella se sustentan y alimentan todas las demás virtudes (SANTO TOMÁS, Suma Teológica, 2-2, q. 33, a. 8 ad 2).

Entrando el rey [...] vio allí a un hombre que no llevaba el traje de boda(cfr. Mt 22, 11). ¿Qué debemos entender por vestido de bodas sino la caridad?, porque el Señor lo puso de manifiesto cuando vino a celebrar sus bodas con la Iglesia. Entra, pues, a las bodas sin el vestido nupcial quien cree en la Iglesia, pero no tiene caridad (SAN GREGORIO MAGNO, en Catena Aurea, vol. III, p. 66).

Todo, incluso lo que se estima como verdaderamente útil, debe relegarse a segundo término ante el bien de la paz y de la caridad (CASIANO,Colaciones, 16, 6).

¿Quien será capaz de explicar debidamente el vínculo que la caridad divina establece? ¿Quien podrá dar cuenta de la grandeza de su hermosura? La caridad nos eleva hasta unas alturas inefables. La caridad nos une a Dios, la caridad cubre la multitud de los pecados, la caridad lo aguanta todo, lo soporta todo con paciencia; nada sórdido ni altanero hay en ella; la caridad no admite divisiones, no promueve discordias, sino que lo hace todo en la concordia; en la caridad hallan su perfección todos los elegidos de Dios y sin ella nada es grato a Dios (SAN CLEMENTE, Carta a los Corintios).

La fuerza de la oración esta en la caridad (SAN GREGORIO MAGNO, Hom. 27 sobre los Evang.).

Tú, por tanto, que deseas ser útil a las almas del prójimo, primero acude a Dios de todo corazón y pídele simplemente esto: que se digne infundir en ti aquella caridad que es el compendio de todas las virtudes, ya que ella te hará alcanzar lo que deseas (SAN VICENTE FERRER, Trat. de la vida espiritual, 13).

Aunque la castidad sobresalga de modo tan eminente, sin la caridad no tiene ni valor ni mérito. La castidad sin la caridad es una lámpara sin aceite (SAN BERNARDO, Trat. sobre las costumbres y ministerio de los obispos, 3, 8).

Nada más precioso, nada más perfecto y sublime, nada, por decirlo así, más perenne que la caridad. Porque las profecías cesarán, como también las lenguas; la ciencia se desvanecerá; en cambio, la caridad no terminará jamás (1 Cor 13, 1). Sin ella, los carismas, aun los más preciados, la gloria misma del martirio, se disipan como el viento (CASIANO,Colaciones, 11,12).

Todo el que tiene el don de la caridad, percibe además otros dones. Mas el que no tiene el don de la caridad, pierde aun aquellos dones que parecía haber percibido. De aquí que sea necesario, hermanos míos, que en todas vuestras acciones tratéis de conservar la caridad (SAN GREGORIO MAGNO, Hom. 9 sobre los Evang.).

Porque de nada nos serviría una fidelidad meticulosa en todas las cosas si echáramos en olvido lo que es primero y a lo que está ordenado todo lo demás (CASIANO, Colaciones, 1, 7).

1.4. La caridad lo informa todo, le da sentido a todo

La caridad me hace entrar en la plenitud de Dios y de todas las cosas. Las cosas no tienen su plenitud sino en la gloria de Dios, porque lo que constituye su fondo, su esencia, el todo de ellas mismas, es lo que en ellas conduce a Dios. La tierra tiene su plenitud en la posesión de Dios, está llena de su alabanza. Esta plenitud es abrazada por la caridad, que no ama en todas las cosas sino lo que va a la gloria divina, y que de esta suerte se apodera del todo de todas las cosas: por esto la caridad es la plenitud de la ley (J. TISSOT, La vida interior, Herder, Barcelona 1963, pág. 86-87).

La obra exterior sin caridad no aprovecha; mas todo cuanto se hace con caridad, por poco y despreciable que sea, todo es fructuoso (Imitación de Cristo, I, 15, 1).

La caridad de Cristo no es solo un buen sentimiento en relación al prójimo; no se para en el gusto por la filantropía. La caridad, infundida por Dios en el alma, transforma desde dentro la inteligencia y la voluntad: fundamenta sobrenaturalmente la amistad y la alegría de obrar el bien (S. JOSEMARÍA ESCRIVÁ, Es Cristo que pasa, 71).

Debemos, pues, corregir por amor; no con deseos de hacer daño, sino con la cariñosa intención de lograr su enmienda. Si así lo hacemos, cumpliremos muy bien el precepto... ¿Por qué le corriges? ¿Porque te apena haber sido ofendido por él? No lo quiera Dios. Si lo haces por amor propio, nada haces. Si es el amor lo que te mueve, obras excelentemente (SAN AGUSTÍN, Sermón 82).

(La caridad) es el lustre del alma, la enriquece y la hace aparecer buena y hermosa. El que piensa compadecerse de la miseria de otro, empieza a abandonar el pecado (SAN AGUSTÍN, en Catena Aurea, vol. VI, p. 48).

Con el amor al prójimo purificas tu ojo para ver a Dios (SAN AGUSTÍN,Trat. Evang. S. Juan, 17, 8).

Si te callas, cállate por amor; si gritas, grita por amor; si corriges, hazlo por amor; si perdonas, hazlo también por amor (SAN AGUSTÍN, Coment. 1 Epist. S. Juan,9).

La caridad es la que da unidad y consistencia a todas las virtudes que hacen al hombre perfecto (SAN ALFONSO Mª DE LIGORIO, Práctica del amor a Jesucristo, I, 1).

1.5. Es universal

Que no exceptuó a hombre alguno el que mandó amar al prójimo, lo demuestra el Señor en la parábola del que se encontró medio muerto, llamando prójimo al que fue misericordioso para con él, para que comprendiésemos que prójimo es todo aquel a quien se debe prestar socorro, si lo necesita. ¿Y quién pone en duda que a nadie debe negarse este auxilio cuando el mismo Señor dice: Haced bien a los que os aborrecen? (SAN AGUSTÍN, Sobre la doctrina cristiana, I, 30).

Nuestro corazón se dilata. Del mismo modo que el calor dilata los cuerpos, así también la caridad tiene un poder dilatador, pues se trata de una virtud cálida y ardiente. Esta caridad es la que abría la boca de Pablo y dilataba su corazón [...]. Nada encontraríamos más dilatado que el corazón de Pablo, el cual, como un enamorado, estrechaba a todos los creyentes con el fuerte abrazo de su amor, sin que por ello se dividiera o debilitara ese amor, sino que se mantenía íntegro en cada uno de ellos. Y ello no debe admirarnos, ya que este sentimiento de amor no solo abarcaba a los creyentes, sino que en su corazón tenían también cabida los infieles de todo el mundo (SAN JUAN CRISÓSTOMO, Hom. sobre la 2º carta a los Corintios).

Hermanos, os exhortamos vivamente a que tengáis caridad, no sólo para con vosotros mismos, sino también para con los de fuera, ya se trate de los paganos, que todavía no creen en Cristo, ya de los que están separados de nosotros, que reconocen a Cristo como cabeza, igual que nosotros, pero están divididos de su cuerpo (SAN AGUSTÍN, Coment. sobre el Salmo 32).

Universalidad de la caridad significa, por eso, universalidad del apostolado; traducción en obras y de verdad, por nuestra parte, del gran empeño de Dios, que quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad (1 Tim 2, 4) (S. JOSEMARÍA ESCRIVÁ, Amigos de Dios, 230).

Extiende tu caridad por todas las partes del globo si quieres amar a Dios como es debido, pues los miembros de Cristo están dispersos por el mundo; si no amas la parte estás partido; si no estás en todo el cuerpo, no estás en la cabeza (SAN AGUSTÍN, Trat. Evang. S. Juan, 10, 8).

El que da limosna no hace, a imitación de Dios, discriminación alguna, en lo que afane a las necesidades corporales, entre buenos y malos, justos o injustos, sino que reparte a todos por igual, en proporción de las necesidades de cada uno, aunque su buena voluntad le inclina a preferir a los que se esfuerzan en practicar la virtud, mas bien que a los malos (SAN MÁXIMO, Sobre la caridad, centuria I, 1).

(Hemos de amar a todos), no porque son hermanos, sino para que lo sean; para andar siempre con amor fraterno: hacia el que ya es hermano, y hacia el enemigo para que venga a ser hermano (SAN AGUSTÍN,Coment. 1 Epístola S. Juan, 10, 7).

Ningún pecador, en cuanto tal, es digno de amor; pero todo hombre, en cuanto tal, es amable por Dios (SAN AGUSTÍN, Sobre la doctrina cristiana, 1, 1, 27).

Si quieres amar a Cristo, extiende tu caridad a toda la tierra, porque los miembros de Cristo están por todo el mundo (SAN AGUSTÍN, Coment. 1 Epist. S. Juan, 10, S).

1.6. La caridad tiene un orden, en cuanto a las personas y en cuanto a los bienes

El Evangelio se ha expresado sin eufemismos: Quien se irrita contra su hermano será reo de juicio. Porque, si bien según la verdad y la ley de la naturaleza hemos de tener a todo hombre por hermano nuestro, no obstante, el mismo nombre de hermano, en este pasaje, designa en primer lugar a los fieles y a aquellos que comparten nuestra vida y profesión, mas bien que a los paganos (CASIANO, Colaciones, 16, 17).

Ojalá que el Señor Jesús ordene en mí también la pequeña parcela de caridad que me ha concedido, para que, preocupándome de todo lo que le concierne, me dedique en primer lugar a hacer bien lo que es mi deber y mi tarea particular (SAN BERNARDO, Sermón 49 sobre el Cantar de los Cantares).

Esa dilectio, esa caridad, se llena de matices más entrañables cuando se refiere a los hermanos en la fe, y especialmente a los que, porque así lo ha establecido Dios, trabajan más cerca de nosotros: los padres, el marido o la mujer, los hijos y los hermanos, los amigos y los colegas, los vecinos. Si no existiese ese cariño, amor humano noble y limpio, ordenado a Dios y fundado en Él, no habría caridad (S. JOSEMARÍA ESCRIVÁ, Amigos de Dios, 230).

Entre todos los hombres, hemos de hacer el bien a los que se hallan vinculados con nosotros, porque si uno no cuida de los suyos, particularmente de los de su casa, es un infiel (1 Tim 5, 8). Y entre los parientes, los más allegados a nosotros son el padre y la madre (SANTO TOMÁS, Sobre los mandamientos, 1. c., p. 249).

Confieso que con facilidad me entrego totalmente a la caridad de los que me son más íntimos y familiares... En esta caridad descanso sin preocupación alguna, porque allí siento que está Dios, a quien me entrego seguro y en quien descanso seguro [...] (SAN AGUSTÍN, Carta 73).

Es, por muchas razones, una virtud más noble y de mayores quilates curar los desmayos del alma que las debilidades físicas de nuestros semejantes (CASIANO, Colaciones, 15, 8).

1.7. Es el camino para seguir a Dios más de cerca

La caridad es el camino para seguir a Dios más de cerca (SANTO TOMÁS,Coment. sobre la Epístola a los Efesios, 5, 1).

En la caridad descubrí el quicio de mi vocación (SANTA TERESA DE LISIEUX, Manuscritos autobiográficos, Lisieux 1957, 227).

Teniendo un deseo inmenso del martirio, acudí a las cartas de San Pablo, para tratar de hallar una respuesta. Mis ojos dieron casualmente con los capítulos doce y trece de la primera carta a los Corintios, y en el primero de ellos leí que no todos pueden ser al mismo tiempo apóstoles, profetas y doctores, que la Iglesia consta de diversos miembros y que el ojo no puede ser al mismo tiempo mano. Una respuesta bien clara, ciertamente, pero no suficiente para satisfacer mis deseos y darme paz. Continué leyendo sin desanimarme, y encontré esta consoladora exhortación:Aspirad a los dones más excelentes; yo quiero mostraros un camino todavía mejor. El apóstol, en efecto, hace notar como los mayores dones sin la caridad no son nada y como esta misma caridad es el mejor camino para llegar a Dios de un modo seguro. Por fin había hallado la tranquilidad (SANTA TERESA DE LISIEUX, Manuscritos autobiográficos, 227-229).

Piensa que tú, que aun no ves a Dios, merecerás contemplarlo si amas al prójimo, pues amando al prójimo purificas tu mirada para que tus ojos puedan contemplar a Dios (SAN AGUSTÍN, Trat. Evang. S. Juan, 17, 7-9).

Que cada uno de los fieles se examine, pues, a sí mismo, esforzándose en discernir sus más íntimos afectos; y, si descubre en su conciencia frutos de caridad, tenga por cierto que Dios está en él y procure hacerse más y más capaz de tan gran huésped, perseverando con mas generosidad en las obras de misericordia (SAN LEÓN MAGNO, Sermón 10 sobre la Cuaresma).

Amando al prójimo y preocupándote por él, progresas sin duda en tu camino. Y ¿hacia donde avanzas por este camino sino hacia el Señor tu Dios, hacia aquel a quien debemos amar con todo el corazón, con toda el alma y con toda la mente? Aun no hemos llegado hasta el Señor, pero el prójimo lo tenemos ya con nosotros. Preocúpate, pues, de aquel que tienes a tu lado mientras caminas por este mundo y llegarás a aquel con quien deseas permanecer eternamente (SAN AGUSTÍN, Trat. Evang. S. Juan, 17, 7-9).

Cuanto mas ames mas subirás (SAN AGUSTÍN, Coment. sobre el Salmo 83).

1.8. La humildad, fundamento de la caridad

La morada de la caridad es la humildad (SAN AGUSTÍN, Sobre la virginidad, 51).

Estas dos virtudes, es decir, la humildad y la caridad, son tan indivisibles y tan inseparables, que quien se establece en una de ellas de la otra forzosamente se adueña, porque así como la humildad es una parte de la caridad, así la caridad es una parte de la humildad. Si nos paramos a mirar las cosas que el apóstol llamo estériles sin el bien de la caridad, observamos que esas mismas son también infructuosas si falta la verdadera humildad. Y en verdad, ¿qué fruto puede dar la ciencia con la soberbia, o la fe con la gloria humana, o la ostentación con la limosna, o el martirio con el orgullo? (SAN AMBROSIO, Epístola a Demetrio, 10).

Sufre con paciencia los defectos y la fragilidad de los otros, teniendo siempre ante los ojos tu propia miseria, por la que has de ser tú también compadecido de los demás (J. PECCI, -León XIII-, Práctica de la humildad, 22).

Una de sus primeras manifestaciones se concreta en iniciar al alma en los caminos de la humildad. Cuando sinceramente nos consideramos nada; cuando comprendemos que, sin el auxilio divino, la más débil y flaca de las criaturas sería mejor que nosotros; cuando nos vemos capaces de todos los errores y de todos los horrores; cuando nos sabemos pecadores aunque peleemos con empeño para apartarnos de tantas infidelidades, ¿cómo vamos a pensar mal de los demás? ¿Como se podrá alimentar en el corazón el fanatismo, la intolerancia, la altanería? (S. JOSEMARÍA ESCRIVÁ, Amigos de Dios, 233).

Entre soberbios hay siempre contiendas (Prov 13, 10); pues quien tiene un elevado concepto de sí mismo y menosprecia al prójimo no puede soportar los fallos de este (SANTO TOMÁS, Sobre la caridad, 1. c., p. 221).

Nada tiene de extraño que la soberbia engendre divisiones y el amor unidad (SAN AGUSTÍN, Sermón 46 sobre los pastores 1).

1.9. Es «el distintivo» del cristiano

Esta es, pues, la señal del cumplimiento de la ley divina, el amor al prójimo: La señal por la que conocerán que sois discípulos míos será que os améis unos a otros (Jn 13, 35). No dice el resucitar a muertos, ni cualquier otra prueba evidente, sino esta, que os améis unos a otros (SANTO TOMÁS, Sobre la caridad, 1. c., p. 218).

El bienaventurado San Juan Evangelista, al final de sus días, cuando moraba en Efeso y apenas podía ir a la iglesia, sino en brazos de sus discípulos, y no podía decir muchas palabras seguidas en voz alta, no solía hacer otra exhortación que ésta: Hijitos, amaos unos a otros. Finalmente, sus discípulos y los hermanos que le escuchaban, aburridos de oírle siempre lo mismo, le preguntaron: Maestro, ¿por que siempre nos dices esto? Y les respondió con una frase digna de Juan: Porque este es el precepto del Señor y su solo cumplimiento es más que suficiente (SAN JERÓNIMO, Coment. sobre la Epístola a los Gálatas, 3, 6).

La práctica de la caridad es lo que nos caracteriza delante de los demás: «Ved como se aman, dicen, dispuestos a morir los unos por los otros». Porque ellos están más bien dispuestos a matarse. En cuanto al nombre de hermanos con que nosotros nos llamamos, ellos se forman una idea falsa, ya que entre ellos los nombres de parentesco son únicamente expresiones mentirosas de afecto. Por derecho de la naturaleza, nuestra madre común, también nosotros somos vuestros hermanos..., pero, ¡con cuánta mayor razón son considerados y llamados hermanos los que reconocen a Dios como a único Padre, los que beben del mismo Espíritu de santidad, y los que, salidos del mismo seno de la ignorancia, han quedado maravillados ante la misma luz de la verdad! (TERTULIANO, Apologético, 39).

Se preguntan muchos si aman a Cristo, y van buscando señales por las cuales poder descubrir y reconocer si le aman: la señal que no engaña nunca es la caridad fraterna [...]. La caridad fraterna es también la medida del estado de nuestra vida interior, especialmente de nuestra vida de oración (B. BAUR, En la intimidad con Dios, p. 246).

1.10. La caridad es lo que más nos asemeja a Dios

Nada emparenta más al hombre con Dios como la facultad de hacer el bien [...] Que tu voluntad de dar supla lo que falta de riqueza a tu don. Si no tienes nada, ofrece tus lágrimas. Es un gran consuelo para los desgraciados que la piedad brote del corazón, y una compasión sincera endulza el sufrimiento [...] (SAN GREGORIO NACIANCENO, Sobre el amor a los pobres, 27).

Nada puede hacerte tan imitador de Cristo como la preocupación por los demás. Aunque ayunes, aunque duermas en el suelo, aunque -por así decir- te mates, si no te preocupas del prójimo poca cosa hiciste, aun distas mucho de Su imagen (SAN JUAN CRISÓSTOMO, Hom. sobre la Epístola a los Corintios).

1.11. La caridad se alimenta en la oración

Si mirásemos a nuestro alrededor, encontraríamos quizá razones para pensar que la caridad es una virtud ilusoria. Pero, considerando las cosas con sentido sobrenatural, descubrirás también la raíz de esa esterilidad: la ausencia de un trato intenso y continuo, de tú a Tú, con Nuestro Señor Jesucristo; y el desconocimiento de la obra del Espíritu Santo en el alma, cuyo primer fruto es precisamente la caridad (S. JOSEMARÍA ESCRIVÁ,Amigos de Dios, 236).

La diferencia entre la caridad y la devoción es la misma que hay entre el fuego y la llama... Así que la devoción solo añade al fuego de la caridad la llama que la hace pronta, activa y diligente (SAN FRANCISCO DE SALES,Introd. a la vida devota, 1, 1).

Pero vosotros os preguntáis y os decís: ¿Cuándo vamos a poder poseer semejante caridad? No desesperes tan pronto: quizás ha nacido ya, pero no ha alcanzado aun su perfección; aliméntala, no sea que se ahogue (SAN AGUSTÍN, Coment. a la 1 Epístola de Juan, 5, 12).

1.11. La caridad atrae la misericordia divina

Tanto se complace Dios en nuestros actos de bondad para con los demás, que ofrece su misericordia solamente a quienes son misericordiosos (SAN HILARIO, en Catena Aurea, vol. I, p. 248).

Vea Dios Todopoderoso nuestra caridad con el prójimo, para que tenga piedad y compasión por nuestros pecados. Recordad las palabras que se nos han dicho: Perdonad y se os perdonara (Lc 6, 37) (SAN GREGORIO MAGNO, Hom. 27 sobre los Evang.).

1.12. Es falsa caridad la «compasión» por el prójimo que separa de Dios

El que ama con verdad a su prójimo, debe obrar con él de modo que también ame a Dios con todo su corazón (SAN AGUSTÍN, Sobre la doctrina cristiana, 1, 22).

Tanto los predicadores del Señor como los fieles, deben estar en la Iglesia de tal manera que compadezcan al prójimo con caridad, pero no se separen de la vía del Señor por falsa compasión (SAN GREGORIO MAGNO,Hom. 37 sobre los Evang.).

Debemos tener para el prójimo una separación discreta, de manera que le amemos por lo que es, y le rechacemos en cuanto sea un obstáculo en el camino que nos conduce a Dios (SAN GREGORIO MAGNO, Hom. 37 sobre los Evang.).

En resumen, debemos amar a nuestros prójimos, debemos tener caridad con todos, tanto parientes como extraños, pero jamás ella nos ha de apartar del amor de Dios (SAN GREGORIO MAGNO, Hom. 37 sobre los Evang.).

1.13. Caridad y salvación

De una persona caritativa, por miserable que ella sea, podemos afirmar que se pueden concebir grandes esperanzas de que se salvará (SANTO CURA DE ARS, Sermón sobre la limosna).

Esta es la idea invariable del Señor: que quienes ahora gozan en servir a sus prójimos, sean alimentados después en la mesa sacratísima del Señor con los manjares de la vida eterna (SAN BEDA, en Catena Aurea, vol. VI p. 447).

Es de notar que la bienaventuranza se otorga en proporción a la caridad y no en proporción a cualquier otra virtud (SANTO TOMÁS, Sobre la caridad, 1. c., p. 204).

Quien posee la caridad está muy lejos de todo pecado (SAN POLICARPO,Carta a los Filipenses, 3, 1).

El amor conduce a la felicidad. Solo a los que lo tienen se les promete la bienaventuranza eterna. Y sin el todo lo demás resulta insuficiente (SANTO TOMÁS, Sobre la caridad, 1. c. 204).

1.14. Cualquier detalle de caridad, en cualquiera de sus formas, es largamente recompensado por Dios

¿Cómo somos nosotros, que cuando Dios nos da queremos recibir, y cuando nos pide no le queremos dar? Porque cuando un pobre pasa hambre es Cristo quien pasa necesidad, como dijo el mismo: Tuve hambre y no me disteis de comer. No apartes, pues, tu mirada de la miseria de los pobres, si quieres esperar confiado el perdón de los pecados. Ahora, hermanos, Cristo pasa hambre, es el quien se digna padecer hambre y sed en la persona de todos los pobres; y lo que reciba aquí en la tierra lo devolverá luego en el cielo (SAN CESAREO DE ARLES, Sermón 25).

La tierra produce unos frutos de los que ella no ha de gozar, sino que están destinados a tu provecho. En cambio, los frutos de beneficencia que tú produces los recolectas en provecho propio, ya que la recompensa de las buenas obras revierte en beneficio de los que las hacen (SAN BASILIO MAGNO, Hom. sobre la caridad, 3, 6).

Quien da socorros temporales a los que tienen dones espirituales es cooperador también de estos dones espirituales (SAN GREGORIO MAGNO, Hom. 20 sobre los Evang.).

1.15. Acercar las almas a Dios, la mejor muestra de caridad

Quizá no tenga pan con que socorrer al necesitado; pero quien tiene lengua dispone de un bien mayor que puede distribuir; pues vale más el reanimar con el alimento de la palabra al alma que ha de vivir para siempre, que saciar con el pan terreno el cuerpo que ha de morir. Por lo tanto, hermanos, no neguéis al prójimo la limosna de vuestra palabra (SAN GREGORIO MAGNO, Hom. 4 sobre los Evang.).

El cristiano ha de mostrarse siempre dispuesto a convivir con todos, a dar a todos -con su trato- la posibilidad de acercarse a Cristo Jesús (S. JOSEMARÍA ESCRIVÁ, Es Cristo que pasa, 124).

Ansí me acaece que, cuando en la vida de los santos leemos que convirtieron almas, mucha más devoción me hace y más ternura y más envidia que todos los martirios que padecen (por ser esta la inclinación que Dios me ha dado), pareciéndome que precia más un alma que por nuestra industria y oración la ganásemos mediante su misericordia, que todos los servicios que le podamos hacer (SANTA TERESA, Fundaciones, 1, 7).

Todos los hombres son lámparas que pueden encenderse y apagarse. Y las lámparas, cuando son sabias, lucen y dan calor espiritual. Los siervos de Dios son lámparas buenas por el óleo de su misericordia, no por sus fuerzas. Porque aquella gracia gratuita de Dios es el aceite de las lámparas (SAN AGUSTÍN, Trat. Evang. S. Juan, 23, 3).

1.16. Algunos detalles y muestras de caridad

Solo la caridad puede llevar la duda a la mejor parte (SAN AGUSTÍN,Sermón 1).

Nunca hables mal de tu hermano, aunque tengas sobrados motivos. -Ve primero al Sagrario, y luego ve al Sacerdote, tu padre, y desahoga también tu pena con él. Y con nadie más (S. JOSEMARÍA ESCRIVÁ,Camino, n. 444).

Es ciertamente mas fácil enfadarse que tener paciencia, amenazar a un niño más que persuadirlo; diría incluso que es más cómodo para nuestra impaciencia y nuestro orgullo castigar a los que nos resisten que corregirlos, soportándolos con firmeza y bondad [...]. Las enfermedades del alma exigen ser tratadas con un cuidado tan grande como las del cuerpo. No hay nada más peligroso que un remedio dado a despropósito y contratiempo. Un médico prudente espera a que el enfermo esté en condiciones de soportar el remedio y para ello acecha el momento favorable (SAN JUAN BOSCO, Carta 2395. Epistolario, vol. 4 pp. 201-205).

Empieza por tener paz en ti mismo, y así podrás dar paz a los demás (SAN AMBROSIO, en Catena Aurea, vol. I, p. 254).

La caridad no se practica sólo con el dinero. Podéis visitar a un enfermo, hacerle un rato de compañía, prestarle algún servicio, arreglarle la cama, prepararle los remedios, consolarle en sus penas, leerle algún libro piadoso (SANTO CURA DE ARS, Sermón sobre la limosna).

Es menester endulzar la ira que nuestro hermano haya concebido contra nosotros -aun sin motivo-, como si fuese nuestra (CASIANO, Colaciones, 16, 7).

No tengas enemigos. Ten solamente amigos: amigos... de la derecha -si te hicieron o quisieron hacerte bien- y... de la izquierda -si te han perjudicado o intentaron perjudicarte- (S. JOSEMARÍA ESCRIVÁ, Camino, n. 838).

El saludo es cierta especie de oración (SANTO TOMÁS en Catena Aurea, vol. 1, p. 334).

Quien ha dicho que no debes airarte contra tu hermano, ha dicho también que no debes menospreciar su tristeza, viendo indiferente su aflicción (CASIANO, Colaciones, 16, 6).

Cuando oigas hablar mal, suspende el juicio, si puedes hacerlo con justicia; si no, excusa la intención del acusado; si ni aún esto pudieres, muestra compasión de él, y muda la conversación, teniendo presente y recordando a los demás que los que no caen en faltas deben esta gracia a Dios solo; procura hacer con suavidad que el maldiciente entre en sí, y di alguna otra cosa buena de la persona ofendida, si la sabes (SAN FRANCISCO DE SALES, Introd. a la vida devota, 3, 29).

La caridad es la mejor medicina de todas las enfermedades, pero en particular de ésta (de la murmuración) (SAN FRANCISCO DE SALES,Introd. a la vida devota, 3, 28).

Quien lleva vida libre de crímenes y delitos, labra su propio bien; si además pone a salvo su honor practica una obra de misericordia con el prójimo, pues si la buena vida es personalmente necesaria, el buen nombre lo es para los demás (SAN AGUSTÍN, Del bien de la viudez, 12).

Un seglar cumple con el deber de hospitalidad abriendo su casa a algún que otro peregrino. El obispo, si no tiene su puerta abierta a todo el que llegue, es un hombre sin corazón (SAN ISIDORO, Trat. de los oficios eclesiásticos, 5, 1617).

[...] aprenderemos también a descubrir tantas virtudes en los que nos rodean -nos dan lecciones de trabajo, de abnegación, de alegría...-, y no nos detendremos demasiado en sus defectos; solo cuando resulte imprescindible, para ayudarles con la corrección fraterna (S. JOSEMARÍA ESCRIVÁ, Amigos de Dios, 20).

Ama todavía poco a su prójimo el que no comparte con él, cuando se encuentra en necesidad, aun las cosas que tiene como necesarias (SAN GREGORIO MAGNO, Hom. 20 sobre los Evang.).

Muchas veces la paciencia fingida provoca más ira que los insultos verbales, y un silencio malicioso es peor que las palabras desabridas (CASIANO, Colaciones, 16, 18).

No queramos juzgar. -Cada uno ve las cosas desde su punto de vista... y con su entendimiento, bien limitado casi siempre, y oscuros o nebulosos, con tinieblas de apasionamiento sus ojos, muchas veces. Además, lo mismo que la de esos pintores modernistas, es la visión de ciertas personas tan subjetiva y tan enfermiza, que trazan unos rasgos arbitrarios asegurándonos que son nuestro retrato, nuestra conducta... -¡Qué poco valen los juicios de los hombres! -No juzguéis sin tamizar vuestro juicio en la oración (S. JOSEMARÍA ESCRIVÁ, Camino, n. 451).

Aunque vierais algo malo, no juzguéis al instante a vuestro prójimo, sino más bien excusadle en vuestro interior. Excusad la intención, si no podéis excusar la acción. Pensad que lo habrá hecho por ignorancia, o por sorpresa, o por desgracia. Si la cosa es tan clara que no podéis disimularla, aun entonces procurad creerlo así, y decid para vuestros adentros: la tentación habrá sido muy fuerte (SAN BERNARDO, Sermón sobre el Cantar de los Cantares, 40).

Hemos de portarnos como hijos de Dios con los hijos de Dios: el nuestro ha de ser un amor sacrificado, diario, hecho de mil detalles de comprensión, de sacrificio silencioso, de entrega que no se nota (S. JOSEMARÍA ESCRIVÁ, Es Cristo que pasa, 36).

Pues no solo es malo injuriar a las claras, sino hacerlo a lo disimulado y encubierto. Nuestro Juez, en su examen imparcial, escudriñará no tanto las modalidades exteriores de la injuria, cuanto lo esencial de ella (CASIANO, Colaciones, 16, 18).

¡Qué insensatez también creernos a veces muy pacientes porque no respondemos verbalmente a las provocaciones que se nos hacen! Y, no obstante, por un silencio lacerante, un movimiento, un gesto sombrío, una sonrisa maliciosa, nos burlamos de nuestros hermanos tácitamente y les excitamos mucho más a la ira con esa máscara impasible de lo que podrían hacerlo furiosas invectivas (CASIANO, Colaciones 16, 18).

Los peores son, sin duda alguna, los que de boca aman y con el corazón destrozan (SANTO TOMÁS, Sobre la caridad, 1.c., p. 220).

Si entre los que te rodean hay alguno que te parece despreciable, obrarás sabia y prudentemente si en vez de publicar y censurar sus defectos te fijas en las buenas cualidades naturales y sobrenaturales de que Dios le ha dotado, y que le hacen digno de respeto y honor (J. PECCI -León XIII-,Práctica de la humildad, 37).

La caridad no se demuestra solamente con la limosna, sino sobre todo con el hecho de comunicar a los demás las enseñanzas divinas y prodigarles cuidados corporales (SAN MÁXIMO, Sobre la caridad, centuria 1, 1).

El fruto de la caridad consiste en la beneficencia sincera y de corazón para con el prójimo, en la liberalidad y la paciencia, y también en el recto uso de las cosas (SAN MÁXIMO, Sobre la caridad, centuria 1, 1).

1.17. Estar dispuestos siempre al perdón con prontitud y generosidad

Nada nos asemeja tanto a Dios como estar siempre dispuestos al perdón (SAN JUAN CRISÓSTOMO, Hom. sobre S. Mateo, 19).

Señor, ¿cuántas veces deberé perdonar a mi hermano? (Mt 18, 21). No encerró el Señor el perdón en un número determinado, sino que dio a entender que hay que perdonar con prontitud y siempre (SAN JUAN CRISÓSTOMO, Hom. sobre S. Mateo, 6).

Sentirse turbado o afligido por las palabras del hermano, proviene bien de que uno no se encuentra en buena disposición, o bien de que tiene rencores al hermano en cuestión (SAN DOROTEO ABAD, Sobre la acusación de si mismo, 7).

Y perdónanos nuestras deudas... El bien que pedimos a Dios con contrición, concedámoslo al prójimo desde el primer instante de nuestra conversión (SAN GREGORIO MAGNO, Moralia, 10, 11).

Tú estás seguro, has pesado bien los pros y los contras, estás seguro de que es el quien ha pecado contra ti y no tu contra él. «Sí –dices-, estoy seguro». Que tu conciencia descanse tranquila en esta certeza. No vayas a buscar a tu hermano que ha pecado contra ti, para pedirle perdón; te basta con estar presto a perdonar de corazón. Si estás dispuesto a perdonar, ya has perdonado. Te queda todavía pedir a Dios por tu hermano (SAN AGUSTÍN, Sermón 211, Sobre la caridad fraterna).

1.18. Ahogar el mal en abundancia de bien

Hemos de comprender a todos, hemos de convivir con todos, hemos de disculpar a todos, hemos de perdonar a todos. No diremos que lo injusto es justo, que la ofensa a Dios no es ofensa a Dios, que lo malo es bueno. Pero, ante el mal, no contestaremos con otro mal, sino con la doctrina clara y con la acción buena: ahogando el mal en abundancia de bien (cfr. Rom. 12, 21) (S. JOSEMARÍA ESCRIVÁ, Es Cristo que pasa, 182).

1.19. Caridad en los detalles de la vida ordinaria

Esta caridad no hay que buscarla únicamente en los acontecimientos importantes, sino, ante todo, en la vida ordinaria (CONC VAT. II, Const. Gaudium et spes, 38).

Las palabras de la lección sagrada (parábola del mal rico y del pobre Lázaro) deben enseñarnos a cumplir los preceptos de la caridad. Todos los días, si lo buscamos, hallamos a Lázaro y, aunque no lo busquemos, le tenemos a la vista... No perdáis el tiempo de la misericordia (SAN GREGORÍO MAGNO, Hom. 40 sobre los Evang.).

1.20. Medios para fomentar la caridad

[...] y crece la caridad con ser comunicada (SANTA TERESA, Vida, 7, 8).

Dios es caridad, y el que permanece en la caridad permanece en Dios y Dios en el (1 Io 4,16). Y Dios difunde su caridad en nuestros corazones por el Espíritu Santo, que se nos ha dado (cfr. Rom 5, 5). Por consiguiente, el primero y más imprescindible don es la caridad, con la que amamos a Dios sobre todas las cosas y al prójimo por Él. Pero, a fin de que la caridad crezca en el alma como una buena semilla y fructifique, todo fiel debe escuchar de buena gana la palabra de Dios y poner por obra su voluntad con la ayuda de la gracia. Participar frecuentemente en los sacramentos, sobre todo en la Eucaristía, y en las funciones sagradas. Aplicarse asiduamente a la oración, a la abnegación de si mismo, al solícito servicio de los hermanos y al ejercicio de todas las virtudes. Pues la caridad, como vinculo de perfección y plenitud de la ley (cfr. Col 3, 14;Rom 3, 10), rige todos los medios de santificación, los informa y los conduce a su fin. De ahí que la caridad para con Dios y para con el prójimo sea el signo distintivo del verdadero discípulo de Cristo (CONC. VAT. II, Const. Lumen gentium, 42).

1.21. La virginidad, estímulo de la caridad

No es fecunda la virginidad tan solo por las obras exteriores a que pueden dedicarse por completo y con facilidad quienes la abrazan; lo es también por las formas más perfectas de caridad hacia el prójimo, cuales son las ardientes oraciones y los graves sufrimientos voluntarios y generosamente soportados por tal finalidad (PÍO XII, Sacra virginitas, 25-III-1954).

La santidad de la Iglesia también se fomenta de una manera especial con los múltiples consejos que el Señor propone en el Evangelio para que los observen sus discípulos. Entre ellos destaca el precioso don de la divina gracia, concedido a algunos por el Padre (cfr. Mt 19, 11; 1 Cor 7, 7), para que se consagren a solo Dios con un corazón que en la virginidad o en el celibato se mantiene mas fácilmente indiviso (cfr. 1 Cor 7, 32-34). Esta perfecta continencia por el reino de los cielos siempre ha sido tenida en la más alta estima por la Iglesia, como señal y estímulo de la caridad y como un manantial extraordinario de espiritual fecundidad en el mundo (CONC. VAT. II, Const. Lumen gentium, 42).

1.22. Caridad con nuestros enemigos, con quienes no nos aprecian o no se comportan correctamente con nosotros

Si se ha de amar también a los enemigos -me refiero a los que nos colocan entre sus enemigos: yo no me siento enemigo de nadie ni de nada-, habrá que amar con mas razón a los que solamente están lejos, a los que nos caen menos simpáticos, a los que, por su lengua, por su cultura o por su educación, parecen lo opuesto a ti o a mi (S. JOSEMARÍA ESCRIVÁ, Amigos de Dios, 230).

¿Qué razón tienes para no amar? ¿Que el otro respondió a tus favores con injurias? ¿Que quiso derramar tu sangre en agradecimiento de tus beneficios? Pero, si amas por Cristo, esas son razones que te han de mover a amar más aun. Porque lo que destruye las amistades del mundo, eso es lo que afianza la caridad de Cristo. ¿Como? Primero, porque ese ingrato es para ti causa de un premio mayor. Segundo, porque ese precisamente necesita de más ayuda y de más intenso cuidado (SAN JUAN CRISÓSTOMO, Hom. sobre S. Mateo, 60, 3).

Nuestros enemigos se hacen mal a sí mismos y nos prestan a nosotros un servicio, ya que nos ayudan a conseguir la corona de la gloria eterna, mientras que provocan sobre ellos la ira de Dios, y por esto debemos compadecerlos y amarlos en vez de odiarlos y aborrecerlos. Más aun, debemos orar por ellos y no dejarnos vencer del mal, sino vencer el mal con el bien (SAN ANTONIO MARIA ZACARÍAS, Sermón a sus hermanos de religión).

No dejéis de hacer el bien a todas horas. Era tanto como decirles: no dejéis de practicar la caridad, incluso con los negligentes y que acaso menosprecian lo que acabo de escribiros. Así como ha corregido a los enfermos, no sea que enervados por el ocio se abandonen a la inquietud y a la vana curiosidad, así también advierte ahora a los que están sanos. Y les dice que no deben rehusar sus deberes de caridad a quienes no quieran convertirse a la sana doctrina [...]. No quiere que cesen de hacerles el bien y sostenerles, ya consolando, ya reprendiendo segur las circunstancias, haciéndoles objeto de la benevolencia y caridad acostumbradas (CASIANO, Instituciones, 10, 15).

Lo sé. Hay personas que vienen todos los días, se hincan de rodillas, golpean el suelo con sus frentes, y hasta a veces inundan su cara de lágrimas, y en esta actitud tan humilde, en esta emoción tan viva, dicen: «Señor, véngame, mata a mi enemigo». ¡Bien! Ruega para que mate a tu enemigo y al mismo tiempo salve a tu hermano; que muera el odio y que salve el alma. Ruega para que Dios te vengue; perezca el que te perseguía para dejar lugar a que te sea devuelto tu hermano en la caridad (SAN AGUSTÍN, Sermón 211, Sobre la caridad fraterna).

Hay una cosa decisiva que pone a prueba la caridad: amar a aquel mismo que nos es contrario (SAN GREGORIO MAGNO, Hom. 2 sobre los Evang.).

1.23. Caridad y amor humano

Estas seis cosas, entre otras muchas, se encierran en la palabra amor: amar, aconsejar, socorrer, sufrir, perdonar y edificar (Fr. LUIS DE GRANADA, Sobre las virtudes teologales, 1. c., p. 401).

Con frecuencia, los cristianos no hemos sabido corresponder a ese don; a veces lo hemos rebajado, como si se limitase a una limosna, sin alma, fría; o lo hemos reducido a una conducta de beneficencia más o menos formularia. Expresaba bien esta aberración la resignada queja de una enferma: a mí me tratan con caridad, pero mi madre me cuidaba con cariño. El amor que nace del corazón de Cristo no puede dar lugar a esa clase de distinciones (S. JOSEMARÍA ESCRIVÁ, Amigos de Dios, 229).

«La caridad es benigna», no solo sabe «ver» al «otro», sino que se abre a él, lo busca, va a su encuentro. El amor da con generosidad [...]. Y cuán frecuentemente, sin embargo, nos cerramos en el caparazón de nuestro «yo», no sabemos, no queremos, no tratamos de abrirnos al «otro», de darle algo de nuestro propio «yo», sobrepasando los límites de nuestro egocentrismo o quizá del egoísmo, y esforzándonos para convertirnos en hombre, mujer, «para los demás», a ejemplo de Cristo (JUAN PABLO II,Hom. 3-II-1980).

1.24. Todos tenemos necesidad de ayuda

A menudo restringimos la caridad a su vertiente activa: a las obras que realizamos en servicio del prójimo. Pero también es caridad ese modo de contar con los demás que consiste en aceptar su ayuda, en proporcionarles la ventaja de ser acreedores a nuestra gratitud. Con frecuencia la razón de nuestra hosquedad ante los favores ajenos radica en el egoísmo de no perder cierta preeminencia: esa preeminencia de quien jamás esta en deuda. Pero el no deber nada es situación que solo se conserva al precio de tampoco recibir nada: y semejante penuria es un precio demasiado alto para tan menguada satisfacción. (J. M. PEROSANZ,La hora sexta, pp. 173-174).

El alma sola, sin maestro, que tiene virtud, es como el carbón encendido que está solo: antes se irá enfriando que encendiendo... Y el que cae ciego, solo no se levantará; y si se levantare solo, encaminará por donde no conviene (SAN JUAN DE LA CRUZ, Avisos y sentencias, 7 y 11).

c -El hermano ayudado por su hermano es tan fuerte como una ciudad amurallada. -Piensa un rato y decídete a vivir la fraternidad que siempre te recomiendo (S. JOSEMARÍA ESCRIVÁ, Camino, n. 460).

1.25. Corazón grande para dar

En el alma bien dispuesta hay siempre un vivo, firme y decidido propósito de perdonar, sufrir, ayudar y una actitud que mueve siempre a realizar actos de caridad. Si en el alma ha arraigado este deseo de amar y este ideal de amar desinteresadamente, tendrá con ello la prueba más convincente de que sus comuniones, confesiones, meditaciones y toda su vida de oración están en orden y son sinceras y fecundas (B. BAUR, En la intimidad con Dios, p. 247).

Dios, en este mundo, padece frío y hambre en la persona de todos los necesitados, como dijo el mismo: Cada vez que lo hicisteis con uno de estos mis humildes hermanos, conmigo lo hicisteis. El mismo Dios que se digna dar en el cielo quiere recibir en la tierra (SAN CESAREO DE ARLES,Sermón 25).

Deberías estar agradecido, contento y feliz por el honor que se te ha concedido, al no ser tú quien ha de importunar a la puerta de los demás, sino los demás quienes acuden a la tuya. Y en cambio te retraes y te haces casi inaccesible, rehúyes el encuentro con los demás, para no verte obligado a soltar ni una pequeña dádiva. Solo sabes decir: «No tengo nada que dar, soy pobre». En verdad eres pobre y privado de todo bien; pobre en amor, pobre en humanidad, pobre en confianza en Dios, pobre en esperanza eterna (SAN BASILIO MAGNO, Hom. sobre la caridad).

Si todavía no te sientes en disposición de morir por tu hermano, disponte al menos a darle algo de lo que tienes. Que la caridad comience ya a conmover tus entrañas (SAN AGUSTÍN, Sobre la 1 Epístola de S. Juan, 5, 12).

[...] y queriendo no ser exteriormente vencidos, quedamos heridos en lo interior; al defender exteriormente cosas de poca importancia perdemos en el interior cosas muy grandes, porque amando lo temporal perdemos el amor verdadero. Todo aquel que nos arrebata cualquier cosa nuestra, es nuestro enemigo; pero si empezamos a tenerle odio, dentro esta lo que perdemos (SAN GREGORIO MAGNO, Hom. 27 sobre los Evang.).

Poniendo sobre ellos sus manos, quedaban curados. Para curar no hay tiempo ni lugar determinados. En todos los lugares y tiempos se ha de aplicar la medicina (SAN AMBROSIO, Trat. sobre la virginidad, 8).

Le buscaban las turbas. ¿Y por qué? Porque, imponiéndoles las manos, las curaba, y daba salud en cualquier tiempo y lugar que se lo pedían, enseñándonos así a prodigar la medicina al enfermo que la pide (SAN AMBROSIO, Trat. sobre la virginidad, 42).

[...] hemos de pedir al Señor que nos conceda un corazón bueno, capaz de compadecerse de las penas de las criaturas, capaz de comprender que, para remediar los tormentos que acompañan y no pocas veces angustian las almas en este mundo, el verdadero bálsamo es el amor, la caridad: todos los demás consuelos apenas sirven para distraer un momento, y dejar más tarde amargura y desesperación (S. JOSEMARÍA ESCRIVÁ, Es Cristo que pasa, 167).

1.26. Evitar las singularidades indebidas al vivir la caridad fraterna

No ames a una persona más que a otra, que erraras, porque aquel es digno de más amor, que Dios ama más, y no sabes tú a cuál Dios ama más (SAN JUAN DE LA CRUZ, Cautelas, 6, 1. c., p. 1272).

Nunca anheles ser amado de manera singular. Puesto que el amor depende de la voluntad, y la voluntad está inclinada hacia el bien por naturaleza, ser amado, y ser amado como bueno, es una misma cosa; ahora bien, el afán de ser estimado por encima de los demás es inconciliable con una sincera humildad (J. PECCI -León XIII-, Práctica de la humildad, 26).

Que en esta casa que son pocas todas han de ser amigas, todas se han de amar, todas se han de querer, todas se han de ayudar; y guárdense de estas particularidades por amor del Señor, por santas que sean, que aun entre hermanos acaece ponzoña; ningún provecho en ello veo; y si son deudos es muy peor (SANTA TERESA, Camino de perfección, 4, 7).

1.27. Procurar hacer bien lo que nos parece que los demás hacen mal

Procurad adquirir las virtudes que creéis que faltan en vuestros hermanos, y ya no veréis sus defectos porque no los tendréis vosotros (SAN AGUSTÍN, Coment. sobre el Salmo 30).

Los hombres sin remedio son aquellos que dejan de atender a sus propios pecados para fijarse en los de los demás. No buscan lo que hay que corregir, sino en que pueden morder. Y, al no poderse excusar a sí mismos, están siempre dispuestos a acusar a los demás (SAN AGUSTÍN,Sermón 19).

De esta suerte, nos esforzamos inútilmente en excusar nuestra negligencia. Y en lugar de atribuir la agitación que nos aqueja a nuestra impaciencia, pretendemos buscar la causa en la imperfección de nuestros hermanos. Pero es un hecho incuestionable que, atribuyendo a los demás la responsabilidad de nuestros defectos, no llegaremos nunca, por ese medio, al final de nuestra carrera, que es la paciencia y la perfección (CASIANO, Instituciones, 8, 16).

Siempre sientan mucho cualquier falta [...], y encomendarla mucho a Dios y procurar hacer vos con gran perfección la virtud contraria de la falta que os parece que hay en la otra (SANTA TERESA, Camino de perfección, 7, 7).

1.28. Omisiones en la caridad

El que tiene, pues, talento, procure no ser perro mudo; quien tiene abundancia de bienes, no descuide la caridad; el que experiencia de mundo, dirija a su prójimo; el que es elocuente, interceda ante el rico por el pobre; porque a cada uno se le contará como talento lo que hiciere, aunque haya sido por el más pequeño (SAN GREGORIO MAGNO, enCatena Aurea, vol. III, p. 236).

¿Tienes dinero? Pues no seas tardo en socorrer con él a los que lo necesitan. ¿Puedes defender los derechos de alguien? Pues no digas entonces que no tienes dinero... ¿Puedes ayudar con tu trabajo? Hazlo. ¿Eres médico? Cuida de los enfermos... ¿Puedes ayudar con tu consejo? Mejor todavía, ya que librará a tu hermano no del hambre, sino del peligro de la muerte... Si ves a un amigo dominado por la avaricia, compadécete de él, y si se ahoga apaga su fuego. ¿Que no te hace caso? Haz lo que puedas, no seas perezoso (SAN JUAN CRISÓSTOMO, Hom. sobre los Hechos de los Apóstoles).

No era atormentado (el mal rico) por sus riquezas, sino porque no había sido compasivo (SAN JUAN CRISÓSTOMO, en Catena Aurea, vol. VI, p. 250).

1.29. Caridad con las almas del Purgatorio

Durante el tiempo que media entre la muerte del hombre y la resurrección final, las almas quedan retenidas en lugares recónditos, según es digna cada una de reposo o de castigo, conforme a lo que hubiere merecido cuando vivía en la carne. Y no se puede negar que las almas de los difuntos reciben alivio por la piedad de sus parientes vivos, cuando por ellas se ofrece el sacrificio del Mediador o cuando se hacen limosnas en la Iglesia (SAN AGUSTÍN, Enquiridio, 109-110).

1.30. El amor verdadero

Tales almas son siempre aficionadas a dar mucho más que no a recibir, y aún con el mismo Criador les acaece esto. Y esta afición santa merece nombre de amor, que esotras aficiones bajas tiénenle usurpado el nombre (SANTA TERESA, Camino de perfección, 6, 7).

Nadie hay que no ame, pero lo que interesa es cuál sea el objeto de su amor. No se nos dice que amemos, sino que elijamos a quién amar (SAN AGUSTÍN, Sermón 34).

El amor es la explicación de todo. Un amor que se abre al otro en su individualidad irrepetible y le dice la palabra decisiva: «quiero que tú seas». Si no se comienza por esta aceptación del otro, como quiera que se presente, reconociendo en él una imagen real, aunque empañada, de Cristo, no se puede decir que se ama verdaderamente (JUAN PABLO II,Aloc. 13-IV-1980).

El amor ilumina el corazón (SANTO TOMÁS, Sobre la caridad, 1.c., p. 205).

No dejan huella en el alma las buenas costumbres, sino los buenos amores (SAN AGUSTÍN, Sermón 311).

Es también característico del amor ir transformando al amante en el amado. Por lo cual, si amamos lo vil y caduco, nos convertimos en viles e inseguros: Se hicieron despreciables como las cosas que amaban (Os 9, 10). Pero si amamos a Dios, nos divinizamos, porque el que se une al Señor, se hace un solo espíritu con Él (1 Cor 6, 17) (SANTO TOMÁS, Sobre la caridad, 1. c., 202).

Hay más amistad en amar que en ser amado (SANTO TOMÁS, Suma Teológica, 22, q. 27, a. 1).

Todo amor, desde el momento en que es auténtico, puro y desinteresado, lleva en sí mismo su justificación Amar gratuitamente es un derecho inalienable de la persona, incluso -habría que decir sobre todo- cuando el Amado es Dios mismo (JUAN PABLO II, Aloc. 2-VI-1980).

El amor basta por sí solo, satisface por sí solo y por causa de sí. Su mérito y su premio se identifican con él mismo. El amor no requiere otro motivo fuera de él mismo, ni tampoco ningún provecho; su fruto consiste en su misma práctica. Amo porque amo, amo para amar. Gran cosa es el amor, con tal de que recurra a su principio y origen, con tal de que vuelva siempre a su fuente y sea una continua emanación de la misma (SAN BERNARDO, Sermón 83).

Esto es en verdad el amor: obedecer y creer al que se ama (SAN AGUSTÍN, Hom. sobre S. Juan, 74).

1.31. Conocer y amar

El conocimiento es causa del amor por la misma razón por la que lo es el bien, que no puede ser amado si no es conocido (SANTO TOMÁS, Suma Teológica, 1-2, q. 27, a. 2).

El amor es más unitivo que el conocimiento (SANTO TOMÁS, Suma Teológica, 1-2, q. 28, a. l).

1.32. El privilegio del hombre es poder amar

El gran privilegio del hombre es poder amar, trascendiendo así lo efímero y lo transitorio. Puede amar a las otras criaturas, decir un tú y un yo llenos de sentido. Y puede amar a Dios, que nos abre las puertas del cielo [...] (S. JOSEMARÍA ESCRIVÁ, Es Cristo que pasa, 48).

El amor reviste de gran dignidad al hombre (SANTO TOMÁS, Sobre la caridad, 1. c., 207).

1.33. «Nuestro corazón está hecho para amar»

Este corazón nuestro ha nacido para amar. Y cuando no se le da un afecto puro y limpio y noble, se venga y se inunda de miseria. El verdadero amor de Dios -la limpieza de vida, por tanto- se halla igualmente lejos de la sensualidad que de la insensibilidad, de cualquier sentimentalismo como de la ausencia o dureza de corazón (S. JOSEMARÍA ESCRIVÁ, Amigos de Dios, 183).

Mi peso es el amor (SAN AGUSTIN, Confesiones, 13).

1.34. El amor a Dios hace posible y fortalece el amor humano

No es el amor pasional y sensible, sino la caridad que viene de Dios, la que afianza las buenas relaciones entre los casados (SAN AGUSTÍN,Sermón 51).

El Señor, por un don especial de su gracia y de su caridad, se ha dignado sanar, perfeccionar y elevar este amor (humano). Tal amor, que junta al mismo tiempo lo divino y lo humano, conduce a los esposos a un libre y mutuo don de sí mismos, demostrado en la ternura de obras y afectos, y penetra toda su vida. De ahí que sea algo muy superior a la mera inclinación erótica que, cultivada en forma egoísta, desaparece pronto y miserablemente (CONC. VAT. II, Const. Gaudium et spes, 49).

El amor que tiene por motivo a Cristo es firme, inquebrantable e indestructible. Nada, ni las calumnias, ni los peligros, ni la muerte ni cosa semejante será capaz de arrancarlo del alma. Quien así ama, aun cuando tenga que sufrir cuanto se quiera, no dejará nunca de amar si mira el motivo por el que ama. El que ama por ser amado terminará con su amor apenas sufra algo desagradable; pero quien está unido a Cristo jamás se apartará de ese amor (SAN JUAN CRISÓSTOMO, Hom. sobre S. Mateo, 60).

1.35. Amor saca amor

Amor saca amor (SANTA TERESA, Vida, 22, 14). 157

Donde no hay amor, pon amor y sacarás amor (SAN JUAN DE LA CRUZ,Carta a la M. M. a de la Encarnación, en Vida, BAC, Madrid 1950, p. 1322).

De todos los movimientos del alma, de sus sentimientos y de sus afectos, el amor es el único que permite a la criatura responder a su Creador, si no de igual a igual, al menos de semejante a semejante (SAN BERNARDO,Sermón 83, sobre el Cantar de los Cantares).

1.36. El amor pide correspondencia

Esto es lo primero en la intención del amante: que sea correspondido por el amado. A esto tienden, en efecto, todos los esfuerzos del amante, a atraer hacia sí el amor del amado, y si esto no ocurre, es preciso que el amor se disuelva (SANTO TOMÁS, Suma contra los Gentiles, III, 151).

Dice Aristóteles que "amar es querer el bien para alguien", y siendo esto así, el movimiento del amor tiene dos términos: el bien que se quiere para alguien [...] y ese alguien para quien se quiere aquel bien (SANTO TOMÁS, Suma Teológica, 1-2, q. 26, a. 4).

Nada hay que mueva tanto a amar como el pensamiento, por parte de la persona amada, de que aquel que la ama desea en gran manera verse correspondido (SAN JUAN CRISÓSTOMO, Hom. sobre la 2ª Epístola a los Corintios, 14).

El verdadero amor crece con las dificultades; el falso, se apaga. Por experiencia sabemos que, cuando soportamos pruebas difíciles por alguien a quien queremos, no se derrumba el amor, sino que crece. Aguas torrenciales (esto es, abundantes tribulaciones) no pudieron apagar el amor (Cant 8, 7). Y así los santos, que soportan por Dios contrariedades, se afianzan en su amor con ello; es como un artista, que se encariña más con la obra que más sudores le cuesta (SANTO TOMÁS, Sobre la caridad, 1. c., p. 212).

Todo lo duro que puede haber en los mandamientos lo hace llevadero el amor... ¿Qué no hace el amor...? Ved cómo trabajan los que aman: no sienten lo que padecen, redoblan sus esfuerzos a tenor de las dificultades (SAN AGUSTÍN, Sermón 96).

No es posible separar el amor del dolor ni el dolor del amor; por esto, el alma enamorada se alegra en sus dolores y se regocija en su amor doliente (SAN PABLO DELA CRUZ, Carta 1).

[...] el amor se adquiere en la fatiga espiritual. El amor crece en nosotros y se desarrolla también entre las contradicciones, entre las resistencias que se le oponen desde el interior de cada uno de nosotros, y a la vez «desde fuera», esto es, entre las múltiples fuerzas que le son extrañas e incluso hostiles (JUAN PABLO II, Hom. 3-II-1980).

1.37. Felicidad y amor

No puede llamarse feliz quien no tiene lo que ama, sea lo que fuere; ni el que tiene lo que ama si es pernicioso; ni el que no ama lo que tiene, aun cuando sea lo mejor (SAN AGUSTÍN, Sobre las costumbres de la Iglesia, 1).

El amor conduce a la felicidad. Sólo a los que lo tienen se les promete la bienaventuranza eterna. Y sin él, todo lo demás resulta insuficiente (SANTO TOMÁS, Sobre la caridad, 1. c., 204).

El amor produce en el hombre la perfecta alegría. En efecto, sólo disfruta de veras el que vive en caridad (SANTO TOMÁS, Sobre la caridad, 1. c., 205).

1.38. El amor no conoce límite

Cuanto más amo, me siento todavía más deudor (SAN AGUSTÍN, Epístola 192).

La fuerza del amor no mide las posibilidades. Ignora las fronteras. El amor no discierne, no reflexiona, no conoce razones. El amor no se resigna ante la imposibilidad, no se intimida ante ninguna dificultad (SAN PEDRO CRISÓLOGO, Sermón 147).

Todo amor auténtico vuelve a proponer en cierta medida la valoración primigenia de Dios, repitiendo con el Creador, en referencia a cada individuo humano concreto, que su existencia es «algo muy bueno» (Gen1, 31). ¿Cómo no recordar, a este respecto, la insistencia con que San Pablo retorna sobre la dimensión universal de la caridad? El afirma que se ha hecho esclavo de todos (cfr. 1 Cor 9, 19), que se ha hecho todo para todos (ibid. 9, 22), que se esfuerza por «agradar a todos en todo» (ibid. 10, 33); y exhorta: «mientras hay tiempo», hagamos bien a todos" (Gal 6, IO) (JUAN PABLO II, Aloc. 13-IV-1980).

1.39. Amor y esperanza

El que alguien nos ame hace que nosotros esperemos en él; pero el amor a él es causado por la esperanza que en él tenemos (SANTO TOMÁS,Suma Teológica, 1-2, q. 40, a. 7).

El amor a Dios es el amor por excelencia. Es, como he dicho, amor sin interés propio; todo lo que desea y quiere es ver al alma que ama rica de los bienes del cielo. Esta sí es voluntad, y no estos quereres desastrados de por acá, y aún no digo de los malos, que de ésos Dios nos libre (SANTA TERESA, Camino de perfección, 7, I).

¡No hay más amor que el Amor! (S. JOSEMARÍA ESCRIVÁ, Camino, n. 417).

La humildad, necesaria para amar. Cuanto más vacíos estamos de la hinchazón de la soberbia más llenos estamos de amor (SAN AGUSTÍN,Trat. sobre la Santísima Trinidad, 8).

1.40. El amor se manifiesta en las obras

El amor se manifiesta mejor con hechos que con palabras (SANTO CURA DE ARS, Sermón sobre Jesucristo).

Cuentan de un alma que, al decir al Señor en la oración «Jesús, te amo», oyó esta respuesta del cielo: «Obras son amores y no buenas razones». Piensa si acaso tú no mereces también ese cariñoso reproche (S. JOSEMARÍA ESCRIVÁ, Camino, n. 933).

1.41. La recompensa del amor es poder amar más

La paga y el jornal del amor es recibir más amor hasta llegar al colmo del amor El amor sólo con amor se paga (SAN JUAN DE LA CRUZ, Cántico espiritual, 9, 7).

1.42. Hacerlo todo por amor

Este breve mandato se te ha dado de una vez para siempre: Ama y haz lo que quieras; si te callas, calla por amor; si hablas, habla por amor; si corriges, corrige por amor; si perdonas, perdona por amor; ten la raíz del amor en el fondo de tu corazón: de esta raíz solamente puede salir lo que es bueno (SAN AGUSTÍN, Coment. a la 1ª Epístola de S. Juan, 7).

1.43. Sólo el amor construye

Me convencí de que sólo el amor aproxima lo que es diferente y realiza la unión en la diversidad. Las palabras de Cristo: Un precepto nuevo os doy: que os améis los unos a los otros, como yo os he amado (Jn 13, 34), me parecían entonces, por encima de su inigualable profundidad teológica, como germen y principio de la única transformación lo suficientemente radical como para ser apreciada por un joven. Germen y principio de la única revolución que no traiciona al hombre. Sólo el amor verdadero construye (JUAN PABLO II, Aloc. 1-VII-1980).

Cada uno de los hombres -y toda la humanidad- vive «entre» el amor y el odio. Si no acepta el amor, el odio encontrará fácilmente acceso a su corazón y comenzará a invadirlo cada vez más, trayendo frutos siempre más venenosos (JUAN PABLO II, Hom. 3-II-1980).

2.1. «La caridad es madre de la unidad»

No están todos los herejes por toda la tierra, pero hay herejes en toda la superficie de la tierra. Hay una secta en África, otra herejía en Oriente, otra en Egipto, otra en Mesopotamia. En países diversos hay diversas herejías, pero todas tienen por madre la soberbia, como nuestra única madre católica engendró a todos los fieles cristianos repartidos por el mundo. No es extraño, pues, que la soberbia engendre división, mientras la caridad es madre de la unidad (SAN AGUSTÍN, Sermón 46, sobre los pastores).

El templo del Rey tiene unidad; el templo del Rey no está  arruinado, ni agrietado, ni dividido. El cemento de las piedras vivas es la caridad (SAN AGUSTÍN, Coment. sobre el Salmo 44).

Corred todos a una como a un solo templo de Dios, como a un solo altar, a un solo Jesucristo que procede de un solo Padre (SAN IGNACIO DE ANTIOQUÍA, Carta a los Magnesios, 5, 6).

Para poder encomendar a Pedro sus ovejas, sin que con ello pareciera que las ovejas quedaban encomendadas a otro pastor distinto de sí mismo, el Señor le pregunta: «Pedro, ¿me amas?» El respondió: «Te amo». Y le dice por segunda vez: «¿Me amas?». Y respondió: «Te amo». Y le pregunta aún por tercera vez: «¿Me amas?». Y respondió: «Te amo». Quería fortalecer el amor para reforzar así la unidad. De este modo, el que es Único apacienta a través de muchos, y los que son muchos apacientan formando parte del que es único (SAN AGUSTÍN, Sermón 46, sobre los pastores).

Cuando nuestras ideas nos separan de los demás, cuando nos llevan a romper la comunión, la unidad con nuestros hermanos, es señal clara de que no estamos obrando según el espíritu de Dios (S. JOSEMARÍA ESCRIVÁ, Es Cristo que pasa, 17).

Colaborad mutuamente unos con Otros, luchad unidos, corred juntamente, sufrid con las penas de los demás, permaneced unidos en espíritu aun durante el sueño, así como al despertar, como administradores que sois de Dios, como sus asistentes y servidores (SAN IGNACIO DE ANTIOQUÍA, Carta a S. Policarpo de Esmirna).

La caridad no se demuestra solamente con la limosna, sino sobre todo con el hecho de comunicar a los demás las enseñanzas divinas y prodigarles cuidados corporales (SAN MÁXIMO, Sobre la caridad, 1).

Siervo soy de la Iglesia y principalmente de sus miembros más débiles, ya que somos miembros del mismo cuerpo (SAN CIPRIANO, Sobre el trabajo de los monjes, 29).

2.2. Unidad de la Iglesia

Hemos sido agregados al mismo Cuerpo de Cristo, mediante la fe y el bautismo en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo; es el mismo Espíritu el que nos justifica y el que anima nuestra vida cristiana: Sólo hay un cuerpo y un Espíritu, como también habéis sido llamados con una misma esperanza, la de vuestra vocación. Sólo un Señor, una fe, un bautismo (Ef 4, 4-5). Esta es la única fuente que conduce y requiere, tanto hoy como en el alba de la Iglesia, «la unidad en la doctrina de los apóstoles, en la mutua unión, en la fracción del pan y en las oraciones» (Lumen gentium, 13). La estructura misma de la Iglesia, con su jerarquía y sus sacramentos, no hace más que traducir y realizar esta unidad esencial recibida de Cristo-Cabeza. Finalmente, esta unidad interior en la Iglesia de Cristo, constituye «para todo el género humano, un germen segurísimo de unidad, de esperanza y de salvación» (Lumen gentium, 9) (JUAN PABLO II, Aloc. 30-XII-1980).

Todo el coro innumerable de los pastores se reduce al cuerpo de un solo Pastor (SAN AGUSTÍN, Sermón 16).

En la Santa Iglesia los católicos encontramos nuestra fe, nuestras normas de conducta, nuestra oración, el sentido de la fraternidad, la comunión con todos los hermanos que ya desaparecieron y que se purifican en el Purgatorio -Iglesia purgante-, o con los que gozan ya -Iglesia triunfante- de la visión beatífica, amando eternamente al Dios tres veces Santo. Es la Iglesia que permanece aquí y, al mismo tiempo, trasciende la historia. La Iglesia, que nació bajo el manto de Santa María, y continúa -en la tierra y en el cielo- alabándola como Madre (S. JOSEMARÍA ESCRIVÁ, Hom. El fin sobrenatural de la Iglesia, 28-V-1972).

Yo estoy en la Iglesia católica, cuyos miembros son todas las iglesias, que, por las Escrituras canónicas, sabemos deben su origen, y también su firmeza, a los trabajos de los apóstoles; según la ayuda que me diere el Señor, no abandonaré su comunión ni en África ni en ninguna parte (SAN Agustín, Contra el donatista Cresconio, 3).

Leemos que, ya desde los orígenes de la predicación apostólica, se observaba esta norma tan importante: La multitud de los creyentes no era sino un solo corazón y una sola alma. Tal, en efecto, debe ser el pueblo de Dios: todos hermanos bajo un mismo Padre, todos una sola cosa bajo un solo Espíritu, todos concurriendo unánimes a una misma casa de oración, todos miembros de un mismo cuerpo que es único (SAN HILARIO, Trat. sobre el Salmo 132).

Si alguno de vosotros sigue a alguien que fomenta los cismas no poseerá el reino de Dios; el que camina con un sentir distinto al de la Iglesia no tiene parte en la pasión del Señor (SAN IGNACIO DE ANTIOQUÍA, Carta a los de Filadelfia, 1).

La unidad de misión y de sacerdocio exigen que el presbítero no se sienta una «pieza suelta», sino que experimente vitalmente una peculiar comunión con todos los demás miembros del Pueblo de Dios llamados a participar de esa misma tarea (A. DEL PORTILLO, Escritos sobre el sacerdocio, pp. 46-47).

Os exhorto, hermanos, por la santidad de estas nupcias: amad a esta Iglesia, vivid en tal Iglesia, sed esta Iglesia. Amad al buen Pastor, hombre tan bueno que a nadie engaña y quiere que todos se salven. Rogad también por las ovejas dispersas; vengan también ellas, reconozcan ellas, amen también ellas, para que haya un solo rebaño y un solo Pastor (SAN AGUSTÍN, Coment. sobre el Salmo 139).

2.3. Unidad, fortaleza y eficacia

Recibimos nosotros el Espíritu Santo si amamos a la Iglesia, si vivimos unidos en caridad y nos gloriamos del nombre de católicos y de la fe. Creamos, hermanos: en la proporción en que ama cada uno a la Iglesia, recibe el Espíritu Santo (SAN AGUSTÍN, Trat. Evang. S. Juan, 32).

En tu empresa de apostolado no temas a los enemigos de fuera, por grande que sea su poder. Este es el enemigo imponente: tu falta de «filiación» y tu falta de «fraternidad» (S. JOSEMARÍA ESCRIVÁ, Camino, n. 955).

¿Ves? Un hilo y otros y muchos, bien trenzados, forman esa maroma capaz de alzar pesos enormes. -Tú y tus hermanos, unidas vuestras voluntades para cumplir la de Dios, seréis capaces de superar todos los obstáculos (S. JOSEMARÍA ESCRIVÁ, Camino, n. 480).

[...] El (vínculo) de la caridad crece con el tiempo, adquiere nuevas formas por su duración y escapa a la guadaña de la muerte, que lo siega todo, excepto la caridad. La caridad es tan fuerte como la muerte y más dura que el hierro. Este es nuestro lazo, éstas son nuestras cadenas, las cuales, cuanto más nos unan y estrechen, mayor ventaja y libertad nos darán. Su fuerza no es sino suavidad, su violencia no es sino dulzura; nada hay tan blando como esto, y nada como esto tan firme (SAN FRANCISCO DE SALES, Epistolario, fragm. 1, 1. c., p. 635).

2.4. Unidad de vida

La espiritualidad no puede ser nunca entendida como un conjunto de prácticas piadosas y ascéticas yuxtapuestas de cualquier modo al conjunto de derechos y deberes determinados por la propia condición; por el contrario, las propias circunstancias, en cuanto respondan al querer de Dios, han de ser asumidas y vitalizadas sobrenaturalmente por un determinado modo de desarrollar la vida espiritual, desarrollo que ha de alcanzarse precisamente en y a través de aquellas circunstancias (A. DEL PORTILLO, Escritos sobre el sacerdocio, 113).

No soportamos los cristianos una doble vida: mantenemos una unidad de vida, sencilla y fuerte en la que se fundan y compenetran todas nuestras acciones (S. JOSEMARÍA ESCRIVÁ, Es Cristo que pasa, 126).

Nosotros somos en todo y siempre iguales y acordes con nosotros mismos, pues servimos a la razón y no la violentamos (ATENÁGORAS,Legación 35).

«Y ¿en un ambiente paganizado o pagano, al chocar este ambiente con mi vida, no parecerá postiza mi naturalidad?», me preguntas. -Y te contesto: Chocará sin duda, la vida tuya con la de ellos: y ese contraste, por confirmar con tus obras tu fe, es precisamente la naturalidad que yo te pido (S. JOSEMARÍA ESCRIVÁ, Camino, n. 380).

2.5. La Sagrada Eucaristía, fuente de unidad

Este gran sacramento que nos confiere la participación en la vida de Cristo nos une también los unos a los otros, a todos los demás miembros de la Iglesia, a todos los bautizados sin diferencia de edad o de continente. Aunque los que pertenecemos a la Iglesia nos hallemos dispersos por todo el mundo, aunque hablemos diferentes lenguas, tengamos diferentes entornos culturales y seamos ciudadanos de diferentes naciones, porque el pan es uno, somos muchos en un solo cuerpo, pues todos participamos de este único pan (1 Cor 10, 17) (JUAN PABLO II, Hom. Pakistán, 16-II-1981).

2.6. María, «Madre de la unidad»

La experiencia del cenáculo no reflejaría la hora de gracia de la efusión del Espíritu, si no tuviese la gracia y la alegría de la presencia de María. Con María, la Madre de Jesús (Hech 1, 14), se lee en el gran momento de Pentecostés [...]. Ella, Madre del amor y de la unidad, nos une profundamente para que, como la primera comunidad nacida del Cenáculo, seamos un solo corazón y una sola alma. Ella, «Madre de la unidad», en cuyo seno el Hijo de Dios se unió a la humanidad, inaugurando místicamente la unión esponsalicia del Señor con todos los hombres, nos ayude para ser «uno» y para convertirnos en instrumentos de unidad entre nuestros fieles y entre todos los hombres (JUAN PABLO II,Hom. 24-III-1980).

3. Corrección fraterna

3.1. Una gran ayuda espiritual

La corrección es la llave con que se abren semejantes postemas: ella hace que se descubran muchas culpas, que desconocen a veces incluso los mismos que las cometieron (SAN GREGORIO MAGNO, Regla pastoral, 2, 4).

Cuando en nuestra vida personal o en la de los otros advirtamos algo que no va, algo que necesita del auxilio espiritual y humano que podemos y debemos prestar los hijos de Dios, una manifestación clara de prudencia consistirá en poner el remedio oportuno, a fondo, con caridad y con fortaleza, con sinceridad. No caben las inhibiciones. Es equivocado pensar que con omisiones o con retrasos se resuelven los problemas (S. JOSEMARÍA ESCRIVÁ, Amigos de Dios, 157).

Aprovecha mas la corrección amiga que la acusación violenta; aquella inspira compunción, ésta excita la indignación (SAN AMBROSIO, en Catena Aurea, vol. VI, p. 266).

3.2. Responsabilidad de hacer la corrección fraterna

Callar cuando puedes y debes reprender es consentir; y sabemos que está reservada la misma pena para los que hacen el mal y para los que lo consienten (SAN BERNARDO, Sermón 9, en la natividad de San Juan).

Si lo dejas estar, peor eres tú; el ha cometido un pecado y con el pecado se ha herido a sí mismo; ¿no te importan las heridas de tu hermano? Le ves perecer o que ha perecido, ¿y te encoges de hombros? Peor eres tú callando que el faltando (SAN AGUSTÍN, Sermón 82).

Y ninguno diga: yo no sirvo para amonestar, no soy idóneo para exhortar. Haz lo que puedas, para que no se te pida cuenta en los tormentos de lo recibido y mal guardado (SAN GREGORIO MAGNO, Hom. 4 sobre los Evang.).

Y, ¿quién tiene celo por la casa de Dios? Aquel que pone empeño en corregir todo lo censurable que en ella observa [...]. ¿Ves a tu hermano en peligro? Detenlo, adviérteselo, siéntelo de corazón, si es que te come el celo de la casa de Dios (SAN AGUSTÍN, Trat. Evang. S. Juan, l0).

3.3. Modo de hacerla

Ni la corrección ha de ser tan rígida que desanime, ni ha de haber connivencia que facilite el pecar (SAN AMBROSIO, en Catena Aurea, vol. VI, p. 266).

Por consiguiente, si un hermano falta en alguna cosa y es necesario corregirle, se le corregirá ciertamente. No obstante, hay que hacerlo de suerte que al querer aplicar el remedio al doliente -cuya fiebre no es grave por ventura-, no caiga aquel, por efecto de la ira, en la enfermedad más temible de la ceguera (CASIANO, Instituciones, 8).

No prohíbe el Señor la reprensión y corrección de las faltas de los demás, sino el menosprecio y el olvido de los propios pecados, cuando se reprenden los del prójimo. Conviene, pues, en primer lugar examinar con sumo cuidado nuestros defectos, y entonces pasemos a reprender los de los demás (SAN JUAN CRISÓSTOMO, en Catena Aurea, vol. I, p. 421).

Aprenderemos también a descubrir tantas virtudes en los que nos rodean -nos dan lecciones de trabajo, de abnegación, de alegría...-, y no nos detendremos demasiado en sus defectos; solo cuando resulte imprescindible, para ayudarles con la corrección fraterna (S. JOSEMARÍA ESCRIVÁ, Amigos de Dios, 20).

Imita en esto a los buenos médicos, que no curan de un modo solo (SAN JUAN CRISÓSTOMO, Hom. sobre S. Mateo, 29).

Debemos, pues, corregir por amor; no con deseos de hacer daño, sino con la cariñosa intención de lograr su enmienda. Si así lo hacemos, cumpliremos muy bien el precepto [...]. ¿Por qué le corriges? ¿Porque te apena haber sido ofendido por él? No lo quiera Dios. Si lo haces por amor propio, nada haces. Si es el amor lo que te mueve, obras excelentemente (SAN AGUSTÍN, Sermón 82).

Cuando nos veamos precisados a reprender a otros, pensemos primero si alguna vez hemos cometido aquella falta que vamos a reprender; y si no la hemos cometido, pensemos que somos hombres y que hemos podido cometerla. O si la hemos cometido en otro tiempo, aunque ahora no la cometamos. Y entonces tengamos presente la común fragilidad, para que la misericordia, y no el rencor, preceda a aquella corrección (SAN AGUSTÍN, Sobre el Sermón de la Montaña, 2).

3.4. Humildad para recibirla

La reprensión, que hace mejorar a los humildes, suele parecer intolerable a los soberbios (SAN CIRILO, en Catena Aurea, vol. VI, p. 52).

3.5. Seguir el consejo recibido en la corrección fraterna

No habiendo cosa más provechosa para el progreso espiritual que el ser advertido de los propios defectos, es muy conveniente y necesario que los que te hayan hecho alguna vez esta caridad se sientan estimulados por ti a hacértela en cualquier ocasión. Después que hayas recibido con muestras de alegría y de reconocimiento sus advertencias, imponte como un deber el seguirlas, no solo por el beneficio que reporta el corregirse, sino también para hacerles ver que no han sido vanos sus desvelos y que tienes en mucho su benevolencia. El soberbio, aunque se corrija, no quiere aparentar que ha seguido los consejos que le han dado, antes bien los desprecia; el verdadero humilde tiene a honra someterse a todos por amor de Dios, y observa los sabios consejos que recibe como venidos de Dios mismo, cualquiera que sea el instrumento de que El se haya servido (J. PECCI -León XIII-, Práctica de la humildad, 41).

3.6. Eficacia de la corrección fraterna

¿Acaso no debemos reprender y corregir al hermano, para que no vaya hacia la muerte? Suele a veces ocurrir que, en un primer momento, se contrista, se resiste y protesta, dolido por la corrección; después, sin embargo, en el silencio de Dios, sin temor del juicio de los hombres, puede que llegue a considerar por que ha sido corregido, y empiece a temer ofender a Dios si no se corrige, y considere la necesidad de volver a hacer aquello por lo que ha sido corregido justamente. Así, cuando crece su odio hacia el pecado cometido, crece más su amor al hermano, que es enemigo de su pecado (SAN AGUSTÍN, Trat. Evang. S. Juan, 10).

3.7. Corrección fraterna entre los sacerdotes

[...] fraternidad que es fecunda en sus consecuencias prácticas, desde la ayuda mutua en el ministerio hasta la solicitud -discreta y eficaz- por todos los hermanos en el sacerdocio, especialmente por aquellos que, en un momento determinado, pueden experimentar alguna dificultad, sabiendo advertir a los demás, con una caridad noble y llena de delicadeza, que dice la verdad a la cara -corrección fraterna de honda raigambre evangélica-, todo aquello que pueda ayudarles a mejorar su vida y cumplir mas eficazmente su misión (A. DEL PORTILLO, Escritos sobre el sacerdocio, pp. 47-48).

4. Escándalo

4.1. «Dicho o hecho menos recto, que es ocasión para otros de ruina espiritual»

En la vida espiritual se puede llegar a la ruina espiritual por un dicho o hecho de otro, en cuanto que con su amonestación, solicitación o ejemplo lleva a otro a pecar. Y esto es con toda propiedad el escándalo [...]. Y por eso se dice que es «un dicho o un hecho menos recto que es ocasión de ruina» (SANTO TOMÁS, Suma Teológica, 2-2, q. 43, a. 1).

Si no eres malo, y lo parece, eres tonto. -Y esa tontería -piedra de escándalo- es peor que la maldad (S. JOSEMARÍA ESCRIVÁ, Camino, n. 370).

Procuremos, hermanos, no sólo vivir rectamente, sino también obrar con rectitud delante de los hombres; y no sólo preocuparnos de tener la conciencia tranquila, sino también [...] procuremos no hacer nada que pueda hacer sospechar mal a nuestro hermano mas cebil, no sea que comiendo hierba limpia y bebiendo un agua pura pisoteemos los pastos de Dios, y las ovejas más cebiles tengan que comer una hierba pisoteada y beber un agua enturbiada (SAN AGUSTÍN, Sermón 47, sobre las ovejas, 12-14).

4.2. Gravedad del escándalo

Más le valiera que se atara una piedra de molino... Habla el Señor como era costumbre en Palestina, porque los mayores crímenes entre los judíos se castigaban así, atando una piedra al cuello y arrojando al fondo del mar; y en realidad sería mucho mejor que un inocente sufriera esta pena que, aunque tan terrible, al fin es temporal, que dar la muerte eterna al alma de un hermano (SAN BEDA, en Catena Aurea, vol. VI, p. 265).

Muchos no temen a Dios, pero delante de los demás guardan el debido respeto, y por esto faltan menos. Pero cuando alguno obra con imprudencia delante de los demás, lleva entonces el vicio a su cima (TEOFILO, en Catena Aurea, vol. VI, p. 294).

El que vive mal en presencia del pueblo, en cuanto de el depende, mata a aquel que contempla el mal ejemplo de su vida (SAN AGUSTÍN, Sermón sobre los pastores, 46, 9).

Por el castigo del que escandaliza se puede conocer el premio del que salva. Si la salvación de una sola alma no fuese para Él de tanta importancia, no amenazarla con un castigo tan grande a quienes escandalizan (SAN JUAN CRISÓSTOMO, en Catena Aurea, vol. VI, p. 266).

4.3. Pecado contra la caridad

¡Ay de aquel hombre! Más le valiera no haber nacido, que escandalizar a uno solo de mis escogidos. Mejor le fuera que le colgaran una piedra de molino al cuello y lo hundieran en el mar, que no extraviar a uno solo de mis escogidos. Vuestra escisión extravió a muchos, desalentó a muchos, hizo dudar a muchos, nos sumió en la tristeza a todos nosotros (SAN CLEMENTE, Carta a los Corintios, 46).

4.4. Escándalo farisaico

Queda tranquilo si asentaste una opinión ortodoxa, aunque la malicia del que te escuchó le lleve a escandalizarse. -Porque su escándalo es farisaico (S. JOSEMARÍA ESCRIVÁ, Camino, n. 349).

Siempre que podamos, sin pecar, debemos evitar el escándalo de nuestros prójimos; pero si el escándalo proviene de la verdad, más vale permitir el escándalo que abandonar la verdad (SAN BEDA, en Catena Aurea, vol. VI, p. 265).

4.5. Espectáculos que son ocasión de escándalo

Ya es un gran daño pasar allí inútilmente el tiempo y ser escándalo para los otros (habla de la asistencia a espectáculos inconvenientes) [...], y, ¿cómo podrá decirse que tú no sufres daños, cuando contribuyes a los que se producen? [...]. Porque si no hubiera espectadores, tampoco habría quienes se dedicaran a esas infamias (SAN JUAN CRISÓSTOMO, Hom. sobre S. Mateo, 37).

No me vengas con que todo es una representación. Si, una representación que ha convertido a muchos en adúlteros y trastornado muchas familias [...]. Si el hecho es un mal, su representación, también tiene que serlo. Y nada digo todavía de cuantos adúlteros producen los que representan esos dramas de adulterio, y cuán insolentes y desvergonzados hacen a los que tales espectáculos contemplan. Nada hay, en efecto, más deshonesto, nada más procaz, que un ojo capaz de soportar esa vista [...]. Mejor fuera embadurnarte los ojos con barro y con cieno que no contemplar esa iniquidad (SAN JUAN CRISÓSTOMO, Hom. sobre S. Mateo, 6).

Pio Santiago

 

Tomas Trigo

1. Amor a Dios

1.2. Amor a Dios sobre todas las cosas

1.3. Amar a Dios sin medida

1.4. Sólo Dios basta

1.5. Amar a Dios es la suprema razón

1.6. Todo se hace llevadero por amor a Dios

1.7. Amor y santo temor de Dios

1.8. Amor a Dios y desprendimiento

1.9. La santidad «no está en pensar mucho, sino en amar mucho»

1.10. El premio del amor a Dios es amarle todavía más

1.11. El amor a Dios refuerza la unidad

1.12. El amor de Dios, regla y medida de todos los actos

1.13. «Quien no se arrepiente de verdad, no ama de veras»

1.14. Acabar el examen de conciencia con un acto de amor

1.15. Por amor de Dios todo se puede

1.16. «El amor es fuerte como la muerte»

1.17. El amor a Dios aquí y en el cielo

2. Amar al prójimo por Dios

3. Amor de Dios a los hombres

3.1. Dios nos ama infinitamente

3.2. Dios no abandona nunca a los hombres

3.3. Dios nos busca a cada uno

3.4. Recibimos constantemente innumerables gracias y dones por parte de Dios

3.5. La Encarnación del Hijo de Dios, la mayor muestra de su Amor

3.6. Dios espera de cada hombre una respuesta sin condiciones a su Amor

4. Presencia de Dios

4.1. El Señor está con nosotros: nos ve y nos oye

4.2. En medio de las ocupaciones

4.3. Sintiéndonos templos de Dios

4.4. El cristiano ha de procurar que la presencia de Dios sea continua

4.5. Especialmente al comenzar y al terminar el día

4.6. «Industrias humanas» para tener presencia de Dios

4.7. Jaculatorias

4.8. La plenitud de la presencia de Dios tendrá lugar después de esta vida

4.9. A través de la Virgen

5. Rectitud de intención

5.1. Actuar de cara a Dios y no de cara a los hombres

5.2. Rectificar muchas veces la intención

5.3. Huir del aplauso humano

5.4. El premio de las obras hechas con rectitud de intención

5.5. Frutos

5.6. Rectitud de intención del sacerdote

6. Tibieza

6.1. Tristeza y pereza en el trato con Dios. Causas

6.2. Síntomas de la tibieza

6.3. Consecuencias

6.4. Remedios

6.5. El amor a la Virgen, remedio contra la tibieza

1. Amor a Dios

1.1. Amar a Dios con todo el corazón

¡Qué dulces y llenas de amor son las obras de Dios en nosotros! Si alguno pudiera conocerlas, se encendería tal fuego de amor en su corazón que, si pudiese extenderse y realizar su obra como lo hace el fuego material, en un instante consumiría todo lo que puede arder. Hablo así viendo la vehemencia inexplicable del divino amor (SANTA CATALINA DE GÉNOVA,Le libre arbitre, en «Études Carmelitaines», 1959).

En resumen: amar significa viajar, correr hacia el objeto amado. Dice la Imitación de Cristo: el que ama «currit, volat, laetatur», corre, vuela, goza (III, 5, 4). Así pues, amar a Dios es un viajar con el corazón hacia Dios. Viaje bellísimo. Cuando era muchacho me entusiasmaban los viajes descritos por Julio Verne [...]. Pero los viajes del amor de Dios son mucho más interesantes (JUAN PABLO I, Aud. gen. 27-9-1978).

El viaje comporta a veces sacrificios. Pero éstos no nos deben detener. Jesús está en la cruz, ¿lo quieres besar? No puedes por menos de inclinarte hacia la cruz y dejar que te puncen algunas espinas de la corona que tiene la cabeza del Señor. No puedes hacer lo que el bueno de San Pedro, que supo muy bien gritar Viva Jesús en el monte Tabor, donde había gozo, pero ni siquiera se dejó ver junto a Jesús en el monte Calvario, donde había peligro y dolor (JUAN PABLO I, Aud. gen. 27-9-1978).

Has querido que nosotros te amáramos, porque en rigor no podíamos conseguir la salvación más que amándote. Y nosotros ni podíamos amarte, a menos que este amor viniera de ti. Como lo afirma tu apóstol predilecto, tú nos amaste primero y tú amas primero a los que te aman (cfr. 1 Jn 4, 10). Pero nosotros te amamos por la caridad y el amor que tú mismo has puesto en nosotros (GUILLERMO DE SAN-THIERRY, La contemplación de Dios, 14).

Está escrito: Amarás al Señor, tu Dios, con todo el corazón, con toda el alma y con todas las fuerzas [...] (cfr. Deut 6, 5-9). Aquel «todo», repetido y llevado a la práctica con tanta insistencia, es en verdad la bandera del maximalismo cristiano. Y es justo: Dios es demasiado grande, merece demasiado Él de nosotros, para que podamos echarle, como a un pobre Lázaro, apenas unas pocas migajas de nuestro tiempo y de nuestro corazón. Él es un bien infinito y será nuestra felicidad eterna; el dinero, los placeres, las fortunas de este mundo, en comparación, son apenas fragmentos de bien y momentos fugaces de felicidad. No sería sabio dar tanto de nosotros a estas cosas y poco de nosotros a Jesús (JUAN PABLO I, Aud. gen. 27-91978).

Se te manda que ames a Dios de todo corazón, para que le consagres todos tus pensamientos; con toda tu alma, para que le consagres tu vida;con toda tu inteligencia, para que consagres todo tu entendimiento a Aquel de quien has recibido todas estas cosas. No deja parte alguna de nuestra existencia que deba estar ociosa y que dé lugar a que quiera gozar de otra cosa. Por tanto, cualquier cosa que queramos amar, diríjase también hacia el punto donde debe fijarse toda la fuerza de nuestro amor. Un hombre es muy bueno cuando toda su vida se dirige hacia el Bien inmutable (SAN AGUSTÍN, en Catena Aurea, vol. III, p. 89).

Considera lo más hermoso y grande de la tierra..., lo que place al entendimiento y a las otras potencias..., y lo que es recreo de la carne y de los sentidos... Y el mundo, y los otros mundos, que brillan en la noche: el Universo entero. –Y eso, junto con todas las locuras del corazón satisfechas..., nada vale, es nada y menos que nada, al lado de ¡este Dios mío! –¡tuyo!–, tesoro infinito, margarita preciosísima, humillado, hecho esclavo, anonadado con forma de siervo en el portal donde quiso nacer, en el taller de José, en la Pasión y en la muerte ignominiosa... y en la locura de Amor de la Sagrada Eucaristía (S. JOSEMARÍA ESCRIVÁ,Camino, n. 432).

Diliges Dominum Deum ex toto corde tuo, et in tota anima tua, et in tota mente tua. ¿Qué queda de tu corazón para amarte a ti mismo? ¿Qué, de tu alma? ¿Qué, de tu mente? Ex toto, con todo, dice. Todo te exige el que todo te ha dado (SAN AGUSTIN, Sermón 34).

1.2. Amor a Dios sobre todas las cosas

Y si lo que ama no lo posee totalmente, tanto sufre cuanto le falta por poseer [...]. Mientras esto no llega, está el alma como en un vaso vacío que espera estar lleno; como el que tiene hambre y desea la comida; como el enfermo que llora por su salud; y como el que está colgado en el aire y no tiene dónde apoyarse (SAN JUAN DE LA CRUZ, Cántico espiritual, 9, 6).

No sería justo decir: «O Dios o el hombre». Deben amarse «Dios y el hombre»; a este último, nunca más que a Dios o contra Dios o igual que a Dios. En otras palabras: el amor a Dios es ciertamente prevalente, pero no exclusivo. La Biblia declara a Jacob santo (Dan 3, 35) y amado por Dios (Mat 1, 27; Rom 9. 13); lo muestra empleando siete años en conquistar a Raquel como mujer, y le parecen pocos años, aquellos años -tanto era su amor por ella- (Gen 29, 20). Francisco de Sales comenta estas palabras: «Jacob -escribe- ama a Raquel con todas sus fuerzas y con todas sus fuerzas ama a Dios; pero no por ello ama a Raquel como a Dios, ni a Dios como a Raquel. Ama a Dios como su Dios sobre todas las cosas y más que a si mismo; ama a Raquel como a su mujer sobre todas las otras mujeres y como a si mismo. Ama a Dios con amor absoluto y soberanamente sumo, y a Raquel con sumo amor marital; un amor no es contrario al otro, porque el de Raquel no viola las supremas ventajas del amor de Dios» (JUAN PABLO I, Aud. gen. 27-9-1978).

1.3. Amar a Dios sin medida

Señor, que yo te ame siempre más. También aquí está la obediencia a un mandamiento de Dios, que ha puesto en nuestro corazón la sed del progreso. Desde los palafitos, desde las cavernas, desde las cabañas, hemos pasado a las casas, a los palacios, a los rascacielos; desde el viajar a pie, a lomo de mulo o de camello, a las carrozas, a los trenes, a los aviones. Y se desea progresar todavía con medios más rápidos, alcanzando siempre metas más lejanas. Pues amar a Dios [...] es también un viaje: Dios lo quiere siempre más intenso y perfecto. Ha dicho a todos los suyos: Vosotros sois la luz del mundo, la sal de la tierra (Mt 5, 48),sed perfectos como vuestro Padre celestial es perfecto (Mt 5, 48). Esto significa: amar a Dios no poco, sino mucho; no detenerse en el punto al cual se ha llegado, sino con su ayuda progresar en el amor (JUAN PABLO I, Aud. gen. 27-9-1978).

La medida del amor a Dios es amarlo sin medida (SAN BERNARDO,Sermón 6, sobre el amor a Dios).

La medida y regla de la virtud teologal es el mismo Dios; nuestra fe se regula según la verdad divina; nuestra caridad según la bondad de Dios; y nuestra esperanza, según la intensidad de su omnipotencia y misericordia. Y ésta es una medida que excede de tal manera a toda capacidad humana que el hombre nunca puede amar a Dios tanto como debe ser amado, ni creer o esperar en Él tanto como se debe; luego mucho menos llegará al exceso en tales acciones (SANTO TOMÁS, Suma Teológica, 1-2, q. 54, a. 4, c).

[...] quien no quisiera amar a Dios más de lo que le ama, de ninguna manera cumplirá el precepto del amor (SANTO TOMÁS, Coment. a la Epístola a los Hebreos, 6, 1).

No está permitido querer con amor menguado [...], pues debéis llevar grabado en vuestro corazón al que por vosotros murió clavado en la Cruz (SAN AGUSTÍN, Sobre la Santa virginidad, 55).

Señor: que tenga peso y medida en todo... menos en el Amor (S. JOSEMARÍA ESCRIVÁ, Camino, n. 427).

El hombre nunca puede amar a Dios tanto como Él debe ser amado (SANTO TOMÁS, Suma Teológica, 1-2, q. 6, a. 4 e).

Cuanto más amo, más deudor me siento cada día (SAN AGUSTÍN, Epístola 192).

1.4. Sólo Dios basta

No quieras que te llene nada que no sea Dios. No desees gustos de Dios. No desees tampoco entender de Dios más de lo que debes entender. La fe y el amor serán los lazarillos que te llevarán a Dios por donde tú no sabes ir. La fe son los pies que llevan a Dios al alma. El amor es el orientador que la encamina (SAN JUAN DE LA CRUZ, Cántico espiritual, 1, 11).

Dios sólo basta para colmar nuestros deseos: Más grande es Dios que nuestro corazón (1 Jn 3, 20). Por eso dice Agustín en el libro primero de las Confesiones: «Nos has hecho, Señor, para ti, y nuestro corazón está intranquilo hasta que descanse en ti» (SANTO TOMÁS, Sobre la caridad, 1. c., p. 206).

Aunque no se dijera absolutamente nada más en las páginas de las Sagradas Escrituras y solamente oyéramos de boca del Espíritu Santo que Dios es amor, nos bastaría (SAN AGUSTÍN, Coment. a la 1.ª Epístola de S. Juan, 7).

Nada te turbe, nada te espante, todo se pasa, Dios no se muda, la paciencia todo lo alcanza; quien a Dios tiene nada le falta: sólo Dios basta. (SANTA TERESA, Poesías VI, p. 1123).

1.5. Amar a Dios es la suprema razón

Entendí que sólo el amor es el que impulsa a obrar a los miembros de la Iglesia, y que si faltase este amor, ni los apóstoles anunciarían ya el Evangelio, ni los mártires derramarían su sangre. Reconocí claramente y me convencí de que el amor encierra en sí todas las vocaciones, que el amor lo es todo, que abarca todos los tiempos y lugares, en una palabra que el amor es eterno. Entonces, llena de alegría desbordante, exclamé: «Oh, Jesús, amor mío, por fin he encontrado mi vocación: mi vocación es el amor. Sí, he hallado mi propio lugar en la Iglesia, y este lugar es el que tú me has señalado, Dios mío. En el corazón de la Iglesia, que es mi madre, yo seré el amor: de este modo lo seré todo y mi deseo se verá colmado» (SANTA TERESA DE LISIEUX, Manuscritos autobiográficos).

El amor a Dios es la razón suprema de todas las cosas (SANTO TOMÁS,Suma Teológica, 1, q. 19, a. 4).

Mientras realizamos con la mayor perfección posible, dentro de nuestras equivocaciones y limitaciones, las tareas propias de nuestra condición y de nuestro oficio, el alma ansía escaparse. Se va hacia Dios, como el hierro atraído por la fuerza del imán. Se comienza a amar a Jesús, de forma más eficaz, con un dulce sobresalto (S. JOSEMARÍA ESCRIVÁ, Amigos de Dios, 296).

¿Qué soy yo para ti, que me mandas amarte y que, si no lo hago, te enojas conmigo y me amenazas con ingentes infortunios? ¿No es ya suficiente infortunio el hecho de no amarte? (SAN AGUSTÍN, Confesiones,2, 5, 5).

Fuego que abrasa, luz ardiente, fuente que apaga la sed, tesoro que contiene en sí todos los bienes. Dios es tan bueno y nos ama tan ardientemente que no quiere de nosotros otra cosa, sino ser amado (SAN ALFONSO Mª DE LIGORIO, Visitas al Stmo. Sacramento).

Hacedlo todo por Amor. -Así no hay cosas pequeñas: todo es grande. -La perseverancia en las cosas pequeñas, por Amor, es heroísmo (S. JOSEMARÍA ESCRIVÁ, Camino, n. 813).

1.6. Todo se hace llevadero por amor a Dios

Pedro, ¿me amas? Apacienta mis ovejas. Y esto por tres veces consecutivas. Se le preguntaba sobre el amor, y se le imponía una labor; porque, cuanto mayor es el amor, tanto menor es el trabajo (SAN AGUSTÍN, Sermón 340).

Quien le amare mucho, verá que puede padecer mucho por El; el que amare poco, poco. Tengo yo para mi que la medida del poder llevar gran cruz o pequeña es la del amor (SANTA TERESA, Camino de perfección, 32, 7).

El amor defiende de las adversidades. A quien lo tiene, nada adverso le puede resultar perjudicial, antes al contrario se le convierte en útil: Todo contribuye al bien de los que aman a Dios (Rom 8, 28). Hasta los reveses y dificultades son llevaderos para el que ama, como observamos a diario en el terreno meramente humano (SANTO TOMÁS, Sobre la caridad, 1. c., p. 204).

Todo lo duro que puede haber en los mandamientos lo hace llevadero el amor... ¿Qué no hace el amor [...]? Ved cómo trabajan los que aman; no sienten lo que padecen, redoblando sus esfuerzos a tenor de las dificultades (SAN AGUSTÍN, Sermón 96).

Todas estas cosas, sin embargo, las hallan difíciles los que no aman; los que aman, al revés, eso mismo les parece liviano. No hay padecimiento, por cruel y desaforado que sea, que no lo haga llevadero y casi nulo el amor (SAN AGUSTÍN, Sermón 70).

1.7. Amor y santo temor de Dios

«Timor Domini sanctus». -Santo es el temor de Dios. -Temor que es veneración del hijo para su Padre, nunca temor servil, porque tu Padre-Dios no es un tirano (S. JOSEMARÍA ESCRIVÁ, Camino, n. 435).

¡Como quien no dice nada: amor y temor de Dios! Son dos castillos fuertes, desde donde se da guerra al mundo y a los demonios (SANTA TERESA, Camino de perfección, 40, 2).

Fundada en la caridad, se eleva el alma a un grado más excelente y sublime: el temor de amor. Esto no deriva del pavor que causa el castigo ni del deseo de la recompensa. Nace de la grandeza misma del amor. En esa amalgama de respeto y afecto filial en que se barajan la reverencia y la benevolencia que un hijo tiene para con un padre, el hermano para con su hermano, el amigo para con su amigo, la esposa para con su esposo. No recela los golpes ni reproches. Lo único que teme es herir el amor con el más leve roce o herida. En toda acción, en toda palabra, se echa de ver la piedad y solicitud con que procede. Teme que el fervor de la dilección se enfríe en lo más mínimo (CASIANO, Colaciones, 11).

Cuando el amor llega a eliminar del todo el temor, el mismo temor se convierte en amor (SAN GREGORIO DE NISA,  Homilía 15).

El remedio que podemos tener, hijas, y nos dio Su Majestad es amor y temor; que el amor nos hará apresurar los pasos y el temor nos hará ir mirando adónde ponemos los pies para no caer por camino adonde hay tanto que tropezar, como caminamos todos los que vivimos, y con esto a buen seguro que no seamos engañadas (SANTA TERESA, Camino de perfección, 40, 1).

1.8. Amor a Dios y desprendimiento

Y el alma sale para ir detrás de Dios; sale de todo pisoteando y despreciando todo lo que no es Dios. Y sale de sí misma olvidándose de sí por amor de Dios (SAN JUAN DE LA CRUZ, Cántico espiritual, 1, 20).

Tú, al que llenas de ti, lo elevas; mas, como yo aún no me he llenado de ti, soy todavía para mí mismo una carga (SAN AGUSTÍN, Confesiones, 10, 26).

Y éste es el índice para que el alma pueda conocer con claridad si ama a Dios o no, con amor puro. Si le ama, su corazón no se centrará en sí misma, ni estará atenta a conseguir sus gustos y conveniencias. Se dedicará por completo a buscar la honra y gloria de Dios y a darle gusto a El. Cuanto más tiene corazón para sí misma menos lo tiene para Dios (SAN JUAN DE LA CRUZ, Cántico espiritual, 9, 5).

Sólo ama de verdad a Dios quien no se acuerda de sí mismo (SAN GREGORIO MAGNO, Hom. 38 sobre los Evang.).

1.9. La santidad «no está en pensar mucho, sino en amar mucho»

Querría dar a entender que el alma no es el pensamiento, ni la voluntad es mandada (por él) que tendría harta mala ventura; por donde el aprovechamiento del alma no está en pensar mucho, sino en amar mucho (SANTA TERESA, Fundaciones, 5, 2).

¿No has visto en qué «pequeñeces» está el amor humano? -Pues también en «pequeñeces» está el Amor divino (J. ESCRIVÁ DE BALAGUER, Camino, n. 824).

Cuanto más ames más subirás (SAN AGUSTÍN, Coment. sobre el Salmo 83).

Porque alguno he topado que les parece está todo el negocio en el pensamiento, y si éste pueden tener mucho en Dios, aunque sea haciéndose gran fuerza, luego les parece que son espirituales; y si se distraen, no pudiendo más, aunque sea para cosas buenas, luego les viene gran desconsuelo y les parece que están perdidos [...]. No digo que no es merced del Señor quien siempre puede estar meditando en sus obras, y es bien que se procure. Mas se ha de entender que no todas las imaginaciones son hábiles de su natural para esto, mas todas las almas lo son para amar (SANTA TERESA, Fundaciones, 5, 2).

1.10. El premio del amor a Dios es amarle todavía más

El que ama a Dios se contenta con agradarle, porque el mayor premio que podemos desear es el mismo amor [...]. El alma piadosa e integra busca en ello su plenitud y no desea otro deleite (SAN GREGORIO MAGNO,Sermón 92).

Alma que ama a Dios no ha de pretender ni esperar otra recompensa por sus servicios prestados que la perfección de amar a Dios (SAN JUAN DE LA CRUZ, Cántico espiritual, 9, 7).

El amor no descansa mientras no ve lo que ama; por eso los santos estimaban en poco cualquier recompensa, mientras no viesen a Dios. Por eso el amor que ansía ver a Dios se ve impulsado, por encima de todo discernimiento, por el deseo ardiente de encontrarse con él. Por eso Moisés se abrevió a decir: Si he obtenido tu favor, muéstrame tu rostro(Ex 33, 13) [...]. Por eso también se dice en otro lugar: Déjame ver tu rostro (Sal 79, 4). Y hasta los mismos paganos en medio de sus errores se fabricaron ídolos para poder ver con sus propios ojos el objeto de su culto (SAN PEDRO CRISÓLOGO, Sermón 147).

1.11. El amor a Dios refuerza la unidad

Para poder encomendar a Pedro sus ovejas, sin que con ello pareciera que las ovejas quedaban encomendadas a otro pastor distinto de sí mismo, el Señor le pregunta: «Pedro, ¿me amas?» El respondió: «Te amo». Y le dice por segunda vez: «¿Me amas?», y respondió: «Te amo». Quería fortalecer el amor para reforzar así la unidad. De este modo el que es Único apacienta a través de muchos, y los que son muchos apacientan formando parte del que es único (SAN AGUSTÍN, Sermón 46, sobre los pastores).

El amor que unirá a Dios con los que habitan allí, y a éstos entre sí, será tan grande que todos se amarán como a sí mismos y amarán a Dios más que a sí mismos. Por eso nadie querrá más que lo que Dios quiere; lo que quiera uno lo querrán todos, y la voluntad de todos será la voluntad de Dios... Todos juntos como un solo hombre serán reyes con Dios, porque todos querrán la misma cosa y se cumplirá su voluntad (SAN ANSELMO,Carta 112, a Hugo el recluso, pp. 245-246).

1.12. El amor de Dios, regla y medida de todos los actos

Todo lo que se hace por Amor adquiere hermosura y se engrandece (S. JOSEMARÍA ESCRIVÁ, Camino, n. 429).

Una producción artística se considera buena y acertada cuando se ajusta a sus reglas peculiares. Del mismo modo, cualquier obra humana es recta y virtuosa cuando concuerda con la regla del amor divino, y no es buena ni recta o perfecta si se aparta de ella. Todos los actos humanos, para resultar buenos, deben atenerse a la regla del amor divino (SANTO TOMÁS, Sobre la caridad, 1. c., 201).

El secreto para dar relieve a lo más humilde, aún a lo más humillante, es amar (S. JOSEMARÍA ESCRIVÁ, Camino, n. 418).

Es el amor el que «pone nombre a la obra», el que le da su verdadero sentido y cualidad (SAN BUENAVENTURA, Coment. a las Sentencias, 11, 40, 1).

No nos amemos, pues, a nosotros mismos, sino a Él. No sé por qué motivo inexplicable, quien se ama a sí mismo y no ama a Dios no se ama a sí mismo; y en cambio, quien ama a Dios y no se ama a sí mismo, se ama a sí mismo (SAN AGUSTÍN, Trat. Evang. S. Juan, 123).

Los que de veras aman a Dios, todo lo bueno aman, todo lo bueno quieren, todo lo bueno favorecen, todo lo bueno loan, con los buenos se juntan siempre y los favorecen y defienden; no aman sino verdades y cosas que sean dignas de amar (SANTA TERESA, Camino de perfección, 40, 3).

También en lo pequeño se muestra la grandeza del alma [...]. Por eso el alma que se entrega a Dios pone en las cosas pequeñas el mismo fervor que en las cosas grandes (SAN JERÓNIMO, Epístola 60).

1.13. «Quien no se arrepiente de verdad, no ama de veras»

Quien no se arrepiente de verdad, no ama de veras; es evidente que cuanto más queremos a una persona, tanto más nos duele haberla ofendido. Es, pues, éste uno más de los efectos del amor (SANTO TOMÁS,Sobre la caridad, 1. c., 205).

Preguntaron al Amigo cuál era la fuente del amor. Respondió que aquella en donde el Amado nos ha limpiado de nuestras culpas, y en la cual da de balde el agua viva, de la cual, quien bebe, logra vida eterna en amor sin fin (R. LLULL, Libro del Amigo y del Amado, 115).

1.14. Acabar el examen de conciencia con un acto de amor

Acaba siempre tu examen con un acto de Amor  -dolor de Amor-: por ti, por todos los pecados de los hombres... -Y considera el cuidado paternal de Dios, que te quitó los obstáculos para que no tropezases (S. JOSEMARÍA ESCRIVÁ, Camino, n. 246).

1.15. Por amor de Dios todo se puede

El amor de contentar a Dios y la fe hacen posible lo que por razón natural no lo es (SANTA TERESA, Fundaciones, 2, 4).

Un poquito de este puro amor..., más provecho hace a la Iglesia, aunque parece que no hace nada, que todas esas obras juntas (SAN JUAN DE LA CRUZ, Cántico 2, anotación a canción 29).

Cualquier otra carga te oprime y abruma, mas la carga de Cristo te alivia el peso. Cualquier otra carga tiene peso, pero la de Cristo tiene alas. Si a un pájaro le quitas las alas parece que le alivias del peso, pero cuanto más le quites este peso, tanto más le atas a la tierra. Ves en el suelo al que quisiste aliviar de un peso; restitúyele el peso de sus alas y verás cómo vuela (SAN AGUSTIN, Sermón 126).

Esteban tenía por armas la caridad y con ella vencía en todas partes. Por amor a Dios no se cruzó de brazos ante los enfurecidos judíos; por amor al prójimo intercedía por quienes lo lapidaban; por amor argüía a los que estaban en el error, para que se corrigiesen... Apoyado en la fuerza de la caridad, venció la violenta crueldad de Saulo, y mereció tener por compañero en el cielo al que en la tierra tuvo como perseguidor (SAN FULGENCIO, Sermón 3).

1.16. «El amor es fuerte como la muerte»

También se dice que es semejante el reino de los cielos a un comerciante que anda en busca de buenas perlas, y hallando una muy preciosa, vende cuanto tiene y la compra [...]. En comparación de aquélla nada tiene valor, y el alma abandona todo cuanto había adquirido, derrama todo cuanto había congregado, se enardece con el amor de las cosas celestiales, no tiene placer en las cosas terrenas y considera como deforme todo lo que le parecía bello en la tierra, porque sólo brilla en el alma el resplandor de aquella perla preciosa. Acerca de este amor dice Salomón: El amor es fuerte como la muerte (SAN GREGORIO MAGNO,Hom. 11 sobre los Evang.).

Es fuerte el amor como la muerte, porque el amor de Cristo da muerte a la misma muerte [...]. También el amor con que nosotros amamos a Cristo es fuerte como la muerte, ya que viene a ser él mismo como una muerte, en cuanto que es el aniquilamiento de la vida anterior, la abolición de las malas costumbres y el sepelio de las obras muertas (SAN BALDUINO DE CANTORBERY, Tratado 10)

1.17. El amor a Dios aquí y en el cielo

Si el Amor, aun el amor humano, da tantos consuelos aquí, ¿qué será el Amor en el cielo? (S. JOSEMARÍA ESCRIVÁ, Camino, n. 428).

Este amor será la medida de la gloria de que disfrutaremos en el paraíso, ya que ella será proporcionada al amor que habremos tenido a Dios durante nuestra vida; cuanto más hayamos amado a Dios en este mundo, mayor será la gloria de que gozaremos en el cielo, y más le amaremos también, puesto que la virtud de la caridad nos acompañará durante toda la eternidad, y recibirá mayor incremento en el cielo. ¡Qué dicha la de haber amado mucho a Dios en esta vida!, pues así lo amaremos también mucho en el paraíso (SANTO CURA DE ARS, Sermón sobre el precepto 1.º del decálogo).

2. Amar al prójimo por Dios

A algunas personas es fácil amarlas; a otras, es difícil: no son simpáticas, nos han ofendido o hecho mal; sólo si amo a Dios en serio, llego a amarlas en cuanto hijas de Dios y porque Él me lo manda. Jesús ha fijado también cómo amar al prójimo, esto es, no sólo con el sentimiento, sino con los hechos: [...] tenía hambre en la persona de mis hermanos más pequeños, ¿me habéis dado de comer? ¿Me habéis visitado cuando estaba enfermo? (cfr. Mt 5, 34 ss) (JUAN PABLO I, Aud. gen. 27-9-78).

Amarás a tu prójimo como a ti mismo; pero tratándose del amor que se debe profesar a Dios, no se señala limite alguno (SAN GREGORIO MAGNO,Hom. 38 sobre los Evang.).

Amamos a Dios y al prójimo con la misma caridad. Pero debemos amar a Dios por sí mismo, y al prójimo por Dios (SAN AGUSTÍN, Trat. sobre la Santísima Trinidad, 7).

El que ama a Dios ama también inevitablemente al prójimo (SAN MÁXIMO,Sobre la caridad, 1)

3. Amor de Dios a los hombres

3.1. Dios nos ama infinitamente

Hasta te serviré, porque vine a servir y no a ser servido. Yo soy amigo, y miembro y cabeza, y hermano y hermana y madre; todo lo soy, y solo quiero contigo intimidad. Yo, pobre por ti, mendigo por ti, crucificado por ti, sepultado por ti; en el cielo, por ti ante Dios Padre; y en la tierra soy legado suyo ante ti. Todo lo eres para Mí, hermano y coheredero, amigo y miembro. ¿Qué más quieres? (SAN JUAN CRISÓSTOMO, Hom. sobre S. Mateo, 76).

Tan espléndida es la gracia de Dios y su amor a nosotros, que hizo El más por nosotros de lo que podemos comprender (SANTO TOMÁS, Sobre el Credo, 1. c., 61).

¿Saber que me quieres tanto, Dios mío, y... no me he vuelto loco? (S. JOSEMARÍA ESCRIVÁ, Camino, n. 425).

Ninguna lengua es suficiente para declarar la grandeza del amor que Jesús tiene a cualquier alma que está en gracia (SAN ALFONSO M.ª DE LIGORIO, Visitas al Stmo. Sacramento, 2).

El fuego de amor de Ti, que en nosotros quieres que arda hasta encendernos, abrasarnos y quemarnos lo que somos, y transformarnos en Ti, Tú lo soplas con las mercedes que en tu vida nos hiciste, y lo haces arder con la muerte que por nosotros pasaste (SAN JUAN DE ÁVILA, Audi filia, 69).

3.2. Dios no abandona nunca a los hombres

El abismo de malicia, que el pecado lleva consigo, ha sido salvado por una Caridad infinita. Dios no abandona a los hombres (S. JOSEMARÍA ESCRIVÁ, Es Cristo que pasa, 95).

Oye cómo fuiste amado cuando no eras amable; oye cómo fuiste amado cuando eras torpe y feo; antes, en fin, de que hubiera en ti cosa digna de amor. Fuiste amado primero para que te hicieras digno de ser amado (SAN AGUSTÍN, Sermón 142).

Ahora me da devoción ver cómo me daba Dios tan presto lo que yo perdí por mi culpa (SANTA TERESA, Vida, 1, 4).

3.3. Dios nos busca a cada uno

Considerad conmigo esta maravilla del amor de Dios: el Señor que sale al encuentro, que espera, que se coloca a la vera del camino, para que no tengamos más remedio que verle. Y nos llama personalmente, hablándonos de nuestras cosas, que son también las suyas, moviendo nuestra conciencia a la compunción, abriéndola a la generosidad, imprimiendo en nuestras almas la ilusión de ser fieles, de podernos llamar sus discípulos (J ESCRIVÁ DE BALAGUER, Es Cristo que pasa, 59).

¿Cuál es la explicación de que nos alegremos con el Señor, si Él está lejos? Pero en realidad no está lejos. Tú eres el que hace que esté lejos. Ámalo y se te acercará; ámalo y habitará en ti. El Señor está cerca. No os inquietéis por cosa alguna (SAN AGUSTÍN, Sermón 21).

El sol ilumina al mismo tiempo los cedros y cada florecilla, como si estuviera sola en la tierra; nuestro Señor se interesa también por cada alma en particular, como si no existieran otras iguales (SANTA TERESA DE LISIEUX, Manuscritos autobiográficos).

Cuando Dios Nuestro Señor concede a los hombres su gracia, cuando les llama con una vocación especifica, es como si les tendiera una mano, una mano paterna llena de fortaleza, repleta sobre todo de amor, porque nos busca uno a uno, como a hijas e hijos suyos, y porque conoce nuestra debilidad. Espera el Señor que hagamos el esfuerzo de coger su mano, esa mano que Él nos acerca: Dios nos pide un esfuerzo, prueba de nuestra libertad (S. JOSEMARÍA ESCRIVÁ, Es Cristo que pasa, 17).

Ningún pecador, en cuanto tal, es digno de amor; pero todo hombre, en cuanto tal, es amable por Dios (SAN AGUSTÍN, Sobre la doctrina cristiana, 1).

3.4. Recibimos constantemente innumerables gracias y dones por parte de Dios

En ocasiones, Dios no desdeña de visitarnos con su gracia, a pesar de la negligencia y relajamiento en que ve sumido nuestro corazón [...]. Tampoco tiene a menos hacer brotar en nosotros abundancia de pensamientos espirituales. Por indignos que seamos, suscita en nuestra alma santas inspiraciones, nos despierta de nuestro sopor, nos alumbra en la ceguedad en que nos tiene envueltos la ignorancia, y nos reprende y castiga con clemencia. Pero hace más: se difunde en nuestros corazones, para que siquiera su toque divino nos mueva a compunción y nos haga sacudir la inercia que nos paraliza (CASIANO, Colaciones, 4)

3.5. La Encarnación del Hijo de Dios, la mayor muestra de su Amor

[...] ninguna prueba de la caridad divina hay tan patente como el que Dios, creador de todas las cosas, se hiciera criatura, que nuestro Señor se hiciera hermano nuestro, que el Hijo de Dios se hiciera hijo de hombre (SANTO TOMÁS, Sobre el Credo, 1.c., 59).

¡Qué grande y qué manifiesta es esta misericordia y este amor de Dios a los hombres! Nos ha dado una gran prueba de su amor al querer que el nombre de Dios fuera añadido al titulo de hombre (SAN BERNARDO,Sermón 1, sobre la Epifanía).

Aprende, pues, ¡oh, hombre!, y conoce a qué extremos llegó Dios por ti. Aprende (en Belén) esa lección de humildad tan grande que te da un maestro sin hablar todavía. En el paraíso tú tuviste tal honor que pudiste poner nombres a todos los animales, y aquí tu Creador se ha hecho tan niño, que ni aun puede dar a la suya el de madre. Tú en aquel vastísimo lugar de ricos bosques te perdiste desobedeciendo. El se ha hecho hombre mortal en tan estrecha posada para buscar, muriendo, al que estaba muerto. Tú, hombre, quisiste ser Dios y pereciste. El, Dios, quiso ser hombre y te salvó. ¡Tanto pudo la soberbia humana que necesitó de la humildad divina para curarse! (SAN AGUSTÍN, Sermón 183).

3.6. Dios espera de cada hombre una respuesta sin condiciones a su Amor

El amor de Dios es celoso; no se satisface si se acude a su cita con condiciones [...] (S. JOSEMARÍA ESCRIVÁ, Amigos de Dios, 28).

Pero el amor sólo con amor se cura. El amor de Dios es la salud del alma. Y cuando no tiene cumplido amor, no tiene salud cumplida y por eso está enferma. La enfermedad es falta de salud. Cuando el alma no tiene ningún grado de amor, está muerta. Pero cuando tiene algún grado de amor de Dios, por pequeño que sea, ya está viva, aunque muy débil y enferma, porque tiene poco amor. Cuanto más amor tiene, más salud también. Cuando tiene amor perfecto tiene total salud (SAN JUAN DE LA CRUZ,Cántico espiritual, 11, 11).

No es razón que amemos con tibieza a un Dios que nos ama con tanto ardor (SAN ALFONSO Mª DE LIGORIO, Visitas al Stmo. Sacramento, 4).

Cuando Dios ama, lo único que quiere es ser amado: si él ama, es para que nosotros le amemos a él, sabiendo que el amor mismo hace felices a los que se aman entre sí (SAN BERNARDO, Sermón 83).

4. Presencia de Dios

4.1. El Señor está con nosotros: nos ve y nos oye

Es preciso convencerse de que Dios está junto a nosotros  de continuo. —Vivimos como si el Señor estuviera allá lejos, donde brillan las estrellas, y no consideramos que también está siempre a nuestro lado.

Y está como un Padre amoroso—a cada uno de nosotros nos quiere más que todas las madres del mundo pueden querer a sus hijos—, ayudándonos, inspirándonos, bendiciendo... y perdonando. ¡Cuántas veces hemos hecho desarrugar el ceño de nuestros padres diciéndoles, después de una travesura: ya no lo haré más! —Quizá aquel mismo día volvimos a caer de nuevo... —Y nuestro padre, con fingida dureza en la voz, la cara seria, nos reprende..., a la par que se enternece su corazón, conocedor de nuestra flaqueza, pensando: pobre chico, ¡qué esfuerzos hace para portarse bien! Preciso es que nos empapemos, que nos saturemos de que Padre y muy Padre nuestro es el Señor, que está junto a nosotros y en los cielos. (S. JOSEMARÍA ESCRIVÁ, Camino, n. 267).

Dios está en todas partes, es inmenso y está cerca de todos,  según atestigua de si mismo: Yo soy —dice— un Dios cercano, no lejano. El Dios que buscamos no está lejos de nosotros, ya que está dentro de nosotros, si somos dignos de esta presencia. (S. COLUMBANO, Instrucciones sobre la fe, 1).

¿Cuál es la explicación de que nos alegremos con el Señor,  si él está lejos? Pero en realidad no está lejos. Tú eres el que hace que esté lejos. Ámalo y se te acercará; ámalo y habitará en ti. El Señor está cerca. No os inquietéis por cosa alguna. (S. AGUSTÍN, Sermón 21).

Nuestro Dios no nos pierde de vista, como una madre que está vigilando al hijito que da los primeros pasos. «Abraham, dice el Señor, anda en mi presencia y la hallarás en todas partes». «¡Dios mío!, exclama Moisés, servíos mostrarme vuestra faz: con ello tendré cuanto puedo desear» (Ex23, 13). Cuán consolado queda un cristiano, al pensar que Dios le ve, que es testigo de sus penalidades y de sus combates, que tiene a Dios de su parte. (SANTO CURA DE ARS, Sermón sobre el Corpus Christi).

Si quieres tener espectadores de las cosas que haces, ahí los tienes: los ángeles, los arcángeles y hasta el mismo Dios del Universo. (S. JUAN CRISÓSTOMO, en Catena Aurea, vol. I, p. 344).

No calles, no guardes silencio en su presencia. Háblale para que también El te hable (S. BERNARDO. Hom. en la Natividad de la B. Virgen María, 15).

Quien ama a Jesús está con Jesús y Jesús está con él. (S. ALFONSO Mª DE LIGORIO, Visitas al Stmo. Sacramento, 12).

Porque como yo temía tanto la honra, todas mis diligencias eran en que fuese secreto, y no miraba que no podía serlo a quien todo lo ve. ¡Oh, Dios mío, qué daño hace en el mundo tener esto en poco y pensar que ha de haber cosa secreta que sea contra Vos! Tengo por cierto que se excusarían grandes males si entendiésemos que no está el negocio en guardarnos de los hombres, sino en guardarnos de descontentaros a Vos. (SANTA TERESA, Vida 2, 4).

Todo lo ve, incluso los pensamientos y los secretos de la voluntad. De ahí que también a los hombres de manera especial les alcanza la necesidad de obrar bien, porque todo lo que piensan y hacen está patente a la mirada divina. Todas las cosas están desnudas y descubiertas a los ojos de Él(Heb 4, 13). (SANTO TOMÁS, Sobre el Credo, 1, 1.c., p.36).

Llega sin ser visto y se aleja sin que se le sienta. Su presencia, por si sola, es luz del alma y del espíritu: en ella se ve lo invisible y se conoce lo incognoscible. (BEATO GUERRIC, Sermón 2° de Adviento).

Cuando Dios os concede la gracia de sentir su presencia y desea que le habléis como al amigo más querido, exponedle vuestros sentimientos con toda libertad y confianza. Se anticipa a darse a conocer a los que le anhelan (Sab 6, 14). Sin esperar a que os acerquéis a él, se anticipa cuando deseáis su amor, y se os presenta, concediéndoos las gracias y remedios que necesitáis. Sólo espera de vosotros una palabra para demostraros que está a vuestro lado y dispuesto a escucharos y consolaros: Sus oídos están atentos a la oración (Sal 33, 16) [...]. Los demás amigos, los del mundo, tienen horas que pasan conversando juntos y horas en que están separados; pero entre Dios y vosotros, si queréis, jamás habrá una hora de separación. (S. ALFONSO Mª DE LIGORIO, Cómo conversar continua y familiarmente con Dios).

4.2. En medio de las ocupaciones

Cuando la obediencia os trajere empleadas en cosas exteriores, entender que, si es en la cocina, entre los pucheros anda el Señor, ayudándoos en lo interior y exterior. (SANTA TERESA, Fundaciones, 5, 8).

No se os pide aplicación continua del espíritu que os haga olvidar vuestros asuntos y vuestros descansos. Sin descuidar vuestras ocupaciones, no se os pide más que hacer por Dios lo mismo que hacéis siempre por los que os aman y vosotros amáis. (S. ALFONSO Mª DE LIGORIO, Cómo conversar continua y familiarmente con Dios).

Conviene que la atención de nuestra mente no se limite a concentrarse en Dios de modo repentino, en el momento en que nos decidimos a orar, sino que hay que procurar también que cuando está ocupada en otros menesteres, no prescinda del deseo y el recuerdo de Dios. (S. JUAN CRISÓSTOMO, Hom. 6 sobre la oración).

No te preocupes demasiado por saber quién está por ti o contra ti; busca más bien que Dios esté contigo en todo lo que haces. (Imitación de Cristo, II, 2, 3).

Cuando dice: no andéis solícitos..., no quiere decir que no trabajéis, sino que las cosas del mundo no absorban nuestra alma: porque podemos trabajar sin que nos turbe la inquietud. (S. JUAN CRISÓSTOMO, en Catena Aurea, vol. VI, p. 87).

Persuadíos de que no resulta difícil convertir el trabajo en un diálogo de oración. Nada más ofrecérselo y poner manos a la obra, Dios ya escucha, ya alienta. ¡Alcanzamos el estilo de las almas contemplativas, en medio de la labor cotidiana! Porque nos invade la certeza de que Él nos mira, de paso que nos pide un vencimiento nuevo: ese pequeño sacrificio, esa sonrisa ante la persona inoportuna, ese comenzar por el quehacer menos agradable pero más urgente, ese cuidar los detalles de orden, con perseverancia en el cumplimiento del deber cuando tan fácil seria abandonarlo, ese no dejar para mañana lo que hemos de terminar hoy: ¡todo por darle gusto a Él, a Nuestro Padre Dios! Y quizá sobre tu mesa, o en un lugar discreto que no llame la atención, pero que a ti te sirva como despertador del espíritu contemplativo, colocas el crucifijo, que ya es para tu alma y para tu mente el manual donde aprendes las lecciones de servicio. (S. JOSEMARÍA ESCRIVÁ, Amigos de Dios, 67).

Mis delicias, leemos en el libro de los Proverbios, son estar con los hijos de los hombres (7, 31). El paraíso de Dios, por decirlo así, es el corazón del hombre. Dios os ama: amadlo. Sus delicias son estar con vosotros: que las vuestras sean estar con él y pasar el tiempo de vuestra vida junto a aquel con quien esperáis pasar la eternidad en su amable compañía.

Tomad la costumbre de hablarle a solas, familiarmente, con confianza y amor, como a vuestro amigo, como al que más queréis y el que más os quiere. (S. ALFONSO Mª DE LIGORIO, Cómo conversar continua y familiarmente con Dios).

Cuando de dos cosas una es la razón de la otra, la ocupación del alma en una no impide ni disminuye la ocupación en la otra [...].

Y como Dios es aprehendido por los santos como la razón de todo cuanto hacen o conocen, su ocupación al percibir las cosas sensibles o al contemplar o al hacer cualquiera otra cosa, en nada les impide la divina contemplación ni viceversa. (SANTO TOMÁS, Suma Teológica, Supl., q. 82, a. 3).

4.3. Sintiéndonos templos de Dios

Acaecíame en esta representación que hacía de ponerme cabe Cristo, que he dicho, y aun algunas veces leyendo, venirme a deshora un sentimiento de la presencia de Dios que en ninguna manera podía dudar que estaba dentro de mí, o yo toda engolfada en Él. (SANTA TERESA, Vida, 10, 1).

¡Oh alma hermosísima más que todas las criaturas! Ya sabes el lugar que deseas. ¡Ya sabes dónde se encuentra tu Amado para buscarte y unirte con El! Tú misma eres su morada. Tú misma el escondite donde está escondido. ¡Alegría grande debe darte saber que está en ti misma! No puedes tú estar sin Él: Mirad, ¡dentro de vosotros está el reino de Dios!(Lc 17, 21); porque nosotros somos templo de Dios vivo (2 Cor 6, 16). (S. JUAN DE LA CRUZ, Cántico espiritual, 1, 7).

Nada hay escondido para el Señor, sino que aun nuestros  secretos más íntimos no escapan a su presencia. Obremos, pues, siempre conscientes de que él habita en nosotros, para que seamos templos suyos y él sea nuestro Dios en nosotros, tal como es en realidad y tal como se manifestará ante nuestra faz; por esto tenemos motivo más que suficiente para amarlo. (S. IGNACIO DE ANTIOQUIA, Carta a los Efesios).

¿Cómo he podido yo saber que estaba presente? Porque  está vivo y es eficaz; apenas entra en mí, despierta mi alma adormecida, vivifica, enternece y excita mi corazón embotado y duro como una piedra. Comienza por arrancar y destruir, por edificar y plantar, por regar mi sequedad, por iluminar mis tinieblas, por abrir lo que estaba cerrado, por inflamar mi frialdad, y también por enderezar los senderos tortuosos y allanar las rugosidades de mi alma, de tal suerte que pueda bendecir al Señor y que todo lo que hay en mí bendiga su santo Nombre (cfr. Sal 102, 1). (S. BERNARDO, Sermón 74 sobre el Cantar de los Cantares).

Considerad, pues, que hay sin duda dentro del alma de cada uno un pozo de agua viva [...]. Dios está cerca de vosotros; mejor, está dentro de vosotros, y quita la tierra del alma de cada uno para hacer saltar en ella el agua viva (ORIGENES, Hom. sobre el Génesis, 13).

4.4. El cristiano ha de procurar que la presencia de Dios sea continua

Porque yendo con consideración todo es amor. (SANTA TERESA, Camino de perfección, 7, 7).

Si nunca te desvías del buen camino, aunque calle tu lengua, habla tu conducta; y los oídos de Dios atienden a tu corazón. Pues, del mismo modo que nuestros oídos escuchan nuestra voz, así los oídos de Dios escuchan nuestros pensamientos. (S. AGUSTIN, Coment. sobre el Salmo 148).

Nada hay mejor, que la oración y coloquio con Dios [...]. Me refiero, claro está, a aquella oración que no se hace por rutina, sino de corazón; que no queda circunscrita a unos determinados momentos, sino que se prolonga sin cesar día y noche. (S. JUAN CRISÓSTOMO, Hom. 6 sobre la oración).

Así, pues, todo hombre que vive entre los hombres busque a Aquel a quien ama de modo que no abandone a aquel con quien camina; y preste a éste su auxilio de tal manera que bajo ningún motivo se separe de aquel a quien se dirige. (S. GREGORIO MAGNO, Hom. 38 sobre los Evangelios).

Debemos considerar como una infidelidad a nuestros ojos el alejarnos, aunque no sea más que un instante, de la contemplación de Cristo. (CASIANO, Colaciones, 1).

Aspira, pues, a Dios muy a menudo [...], con breves pero ardientes suspiros del corazón, admira su hermosura; implora su auxilio, arrójate en espíritu a los pies de la cruz, adora su bondad, consúltale continuamente sobre tu salud espiritual, entrégale mil veces al día tu alma, fija la vista interior en su dulzura; extiende hacia Él los brazos como un niño chiquito a su padre, para que Él te lleve; ponle como delicioso ramillete sobre tu pecho, fijare en tu alma como bandera y ejercita todos los movimientos del corazón para concebir amor de Dios y excitar en ti una tierna y apasionada dilección del divino Esposo. (S. FRANCISCO DE SALES, Introd. a la vida devota, II, 13).

Así como los que están enamorados con amor humano y  natural casi siempre tienen empleado el pensamiento en recordar, el corazón en estimar y la boca en alabar al objeto de sus amores, y cuando se hallan ausentes no pierden ocasión de manifestar su afecto por cartas, y en cualquier árbol que encuentran escriben el nombre de la persona amada, así los que aman a Dios no pueden dejar de pensar en Él, suspirar por Él, aspirar a Él y hablar de Él, y quisieran, si fuese posible, grabar en todos los corazones del mundo el santo y sagrado nombre de Jesús (S. FRANCISCO DE SALES, Introd. a la vida devota, II, 13).

Este debe ser nuestro principal objetivo y el designio de  nuestro corazón: que nuestra alma esté unida a Dios y a las cosas divinas. Todo lo que aparte de esto, por grande que pueda parecernos, ha de tener en nosotros un lugar puramente secundario o, por mejor decir, el último de todos. Inclusive debemos considerarlo como un daño positivo. (CASIANO,Colaciones, 1).

Reflexionad bien qué es en lo que estáis pensando a todas  horas. Unos piensan en los honores, otros en el dinero, otros en la extensión de sus posesiones. Todas estas cosas están en lo bajo, y cuando el alma se ocupa de tales cosas queda doblada de la rectitud de su estado; y como no se eleva a los deseos celestiales, no puede mirar hacia arriba, como la mujer encorvada (S. GREGORIO MAGNO, Hom. 31 sobre los Evang.).

La oración se hace continua, como el latir del corazón, como el pulso. Sin esa presencia de Dios no hay vida contemplativa; y sin vida contemplativa de poco vale trabajar por Cristo, porque en vano se esfuerzan los que construyen, si Dios no sostiene la casa (cfr. Sal 126, 1). (S. JOSEMARÍA ESCRIVÁ, Es Cristo que pasa, 8).

Y creedme, mientras pudiéredes no estéis sin tan buen amigo. Si os acostumbráis a traerle cabe vos y Él ve que lo hacéis con amor y que andáis procurando contentarle, no le podréis —como dicen—echar de vos, no os faltará para siempre, ayudaros ha en todos vuestros trabajos, tenerle heis en todas partes; mirad que es gran cosa un tal amigo al lado. (SANTA TERESA, Camino de perfección, 26, 1).

Si este comportamiento es frecuente, ¡cuántos pecados se evitarían y cuántas acciones buenas se realizarían! [...]. Porque si el recuerdo de un hombre valiente y sabio nos incita a imitarlo y reprime nuestra tendencia al mal, cuánto más nos ayudará en la oración el recuerdo de Dios, nuestro Padre, si estamos convencidos de su presencia y de que nos escucha y nos habla. (ORIGENES, Tratado sobre la oración, 8-9)  

4.5. Especialmente al comenzar y al terminar el día

Del mismo modo que la pureza y la atención durante el día preparan una noche santa, así las vigilias nocturnas nos hacen atesorar energías para toda la jornada. (CASIANO, Instituciones, 6).

Oremos con acción de gracias al despuntar el nuevo día, al salir de casa, antes de comer y después de haber comido, a la hora de ofrecer incienso y entregarnos al descanso. Y aun en la misma cama quiero que alternes los salmos con la oración dominical, ya antes de que el sueño domine, ya cuando despiertes, para que el sueño te coja libre de pensamientos mundanos y ocupada en los divinos. (S. AMBROSIO, Sobre las vírgenes, 3).

Antes de que amanezca el día en el firmamento, luzca el sol de la gracia en nuestro pecho y salga de nuestros labios la confesión del Símbolo, como signo de defensa y amparo contra los peligros que rodean la vida. ¿Qué soldado va a la guerra sin llevar su santo y seña? (SAN AMBROSIO,Sobre las vírgenes, 3).  

4.6. «Industrias humanas» para tener presencia de Dios

Emplea esas santas «industrias humanas» que te aconsejé  para no perder la presencia de Dios: jaculatorias, actos de Amor y desagravio, comuniones espirituales, «miradas» a la imagen de Nuestra Señora... (S. JOSEMARÍA ESCRIVÁ, Camino, n. 272).

Brotarán de tu alma más actos de amor, jaculatorias, acciones de gracias, actos de desagravio, comuniones espirituales. Y esto, mientras atiendes tus obligaciones: al descolgar el teléfono, al subir a un medio de transporte, al cerrar o abrir una puerta, al pasar ante una iglesia, al comenzar una nueva tarea, al realizarla y al concluirla; todo lo referirás a tu Padre Dios. (S. JOSEMARÍA ESCRIVÁ, Amigos de Dios, 149).

Las criaturas son como un rastro del paso de Dios. Por esta huella se rastreará su grandeza, poder, sabiduría y todos sus atributos. (S. JUAN DE LA CRUZ, Cántico espiritual, 5, 3).

¡Qué felices seríamos de no tener sino a Jesús en el entendimiento, a Jesús en la memoria, a Jesús en la voluntad, a Jesús en la imaginación! Jesús estaría por todo en nosotros, y nosotros estaríamos por todo en Él. Tratemos de que sea así; pronunciémosle tan a menudo como podamos. Aunque no sea sino tartamudeando [...]. (S. FRANCISCO DE SALES,Epistolario, fragm. 20, 1.c., p. 654).

Rezaremos algunas preces en honor del santo Ángel de la  Guarda, y no dejaremos nunca de bendecir la mesa, ni de dar gracias después de la comida, de rezar el Ángelus, y el Ave María cuando dan las horas: todo lo cual nos va recordando nuestro último fin, nos hace presente que en breve ya no estaremos en la tierra, y así nos iremos desligando de ella [...]. Ya veis, cuán fácil es orar constantemente, practicando lo que hemos dicho. Esta es la manera como oraban siempre los santos. (SANTO CURA DE ARS, Sermón sobre la oración).

No seas tan ciego o tan atolondrado que dejes de meterte  dentro de cada Sagrario cuando divises los muros o torres de las casas del Señor. Él te espera. No seas tan ciego o tan atolondrado que dejes de rezar a María Inmaculada una jaculatoria siquiera cuando pases junto a los lugares donde sabes que se ofende a Cristo. (S. JOSEMARÍA ESCRIVÁ, Camino, n. 269).

Tu Crucifijo. —Por cristiano, debieras llevar siempre contigo tu Crucifijo. Y ponerlo sobre tu mesa de trabajo. Y besarlo antes de darte al descanso y al despertar: y cuando se rebele contra tu alma el pobre cuerpo, bésalo también. (S. JOSEMARÍA ESCRIVÁ, Camino, n. 302).

4.7. Jaculatorias

¿Cuándo llegará la hora de su presencia? Cuando le veamos cara a cara, como dice el Apóstol; esto es lo que nos promete Dios como premio a nuestros trabajos. Cuando trabajas para esto lo haces: para llegar a la visión. (S, AGUSTIN, Coment. sobre el Salmo 90).

Ayuda para la memoria continua de Dios y el andar siempre en su presencia, el uso de aquellas breves oraciones que S. Agustín llama jaculatorias, porque éstas guardan la casa del corazón y conservan el calor de la devoción. (S. PEDRO DE ALCÁNTARA, Trat. de la oración y meditación, II, 2).

Se dice que los monjes de Egipto hacen frecuentes oraciones, pero muy cortas, a manera de jaculatorias brevísimas, para que así la atención, que es tan sumamente necesaria en la oración, se mantenga vigilante y despierta. (S. AGUSTIN, Carta 130, a Proba).

Acaecíanos estar muchos ratos tratando de esto y gustábamos de decir muchas veces: ¡Para siempre, siempre, siempre! En pronunciar esto mucho rato era el Señor servido me quedase en esta niñez impreso el camino de la verdad. (SANTA TERESA, Vida, I, 4).

En otras ocasiones nos bastarán dos o tres expresiones, lanzadas al Señor como saeta, iaculata: jaculatorias, que aprendemos en la lectura atenta de la historia de Cristo: Domine, si vis, potes me inundare (Mt 8, 2.), Señor, si quieres, puedes curarme; Domine, tu omnia nosti, tu scis quia amo te (Jn 21, 17), Señor, Tú lo sabes todo, Tú sabes que te amo; Credo, Domine, sed aditiva incredulitatem meam (Mc 9, 23), creo, Señor, pero ayuda mi incredulidad, fortalece mi fe; Domine non sum dignus (Mt 8, 8), ¡Señor, no soy digno!; Dominus meus et Deus meus (Jn 20, 28), ¡Señor mío y Dios mío!... U otras frases, breves y afectuosas, que brotan del fervor íntimo del alma, y responden a una circunstancia concreta. (S. JOSEMARÍA ESCRIVÁ, Es Cristo que pasa, 119).

4.8. La plenitud de la presencia de Dios tendrá lugar después de esta vida

Yo estaré con vosotros [...]. El que en la vida presente permanece con sus escogidos, protegiéndoles, también estará con ellos después que esto haya concluido, premiándolos. (SAN BEDA, en Catena Aurea, vol. III, pp. 432-433).

Sus ovejas encontrarán pastos, porque todo aquel que le  sigue con un corazón sencillo es alimentado con un pasto siempre verde. ¿Y cuál es el pasto de estas ovejas, sino el gozo infinito de un paraíso siempre lozano? El pasto de los elegidos es presencia del rostro de Dios, que, al ser contemplado ya sin obstáculo alguno, sacia para siempre el espíritu con el alimento de vida. (SAN GREGORIO MAGNO Hom. 14 sobre los Evang.).

Podemos decir que el Señor viaja con aquellos que viven  dentro de la fe [...], y estará con nosotros (en este mundo) hasta que, saliendo de nuestros cuerpos, nos reunamos con Él (en el cielo). (ORIGENES, enCatena Aurea, vol. III, p. 225).

4.9. A través de la Virgen

[...] no nos importe repetirlo durante el día—con el corazón, sin necesidad de palabras—pequeñas oraciones, jaculatorias. La devoción cristiana ha reunido muchos de esos elogios encendidos en las Letanías que acompañan al Santo Rosario. Pero cada uno es libre de aumentarlas, dirigiéndole nuevas alabanzas, diciéndole lo que —por un santo pudor que Ella entiende y aprueba— no nos atreveríamos a pronunciar en voz alta. (S. JOSEMARÍA ESCRIVÁ, Amigos de Dios, 294).

Si te acostumbras, siquiera una vez por semana, a buscar la unión con María para ir a Jesús, verás cómo tienes más presencia de Dios. (S. JOSEMARÍA ESCRIVÁ, Camino, n. 276).

5. Rectitud de intención

5.1. Actuar de cara a Dios y no de cara a los hombres

No te preocupes demasiado por saber quién está por ti o contra ti; busca más bien que Dios esté contigo en todo lo que haces. (Imitación de Cristo, II, 2, 3).

Pureza de intención. –La tendrás siempre, sí, siempre y en todo, sólo buscas agradar a Dios. (S. JOSEMARÍA ESCRIVÁ, Camino, n. 287).

La presencia y el respeto de los hombres no le moverá a ser más honesto, ni disminuirá en nada su virtud la soledad. Siempre y dondequiera, lleva consigo el árbitro supremo de sus actos y de sus pensamientos: su conciencia. Y todo su empeño consiste en complacer a Aquel a quien sabe que no se puede eludir ni defraudar. (CASIANO, Colaciones, 11).

El corazón del hombre camina derecho cuando va de acuerdo con la voluntad divina. (SANTO TOMÁS, Sobre el Padrenuestro, 1.c., 142).

En los trabajos con que busco la nave, no es la nave lo que busco, sino la patria. (S. AGUSTÍN, Sobre el Sermón de la Montaña, 2).

No nos seduzca ninguna prosperidad halagüeña, porque es un viajero necio el que se para en el camino a contemplar los paisajes amenos y se olvida del punto al que se dirige. (S. GREGORIO MAGNO, Hom. 14 sobre los Evang.).

Es imposible al que tiene una doble voluntad pelear y salir airoso de las batallas del Señor: El hombre dé doble corazón -dice la Escritura- es inconstante en todos sus caminos. (CASIANO, Instituciones, 7).

Hay muchos que se sienten impulsados a hacer cosas buenas refiriéndolo todo a Dios, de modo que no son ellos mismos sino su Padre celestial quien resulta glorificado. (S. GREGORIO MAGNO, Moralia, 19).

La pureza de intenciones no es más que presencia de Dios: Dios nuestro Señor está presente en todas nuestras intenciones. ¡Qué libre estará nuestro corazón de todo impedimento terrenal, qué limpia será nuestra mirada y qué sobrenatural todo nuestro modo de obrar cuando Jesucristo reine de verdad en el mundo de nuestra intimidad y presida toda nuestra intención! (S. CANALS, Ascética meditada, p. 143).

Si quieres tener espectadores de las cosas que haces, ahí los tienes: los ángeles, los arcángeles y hasta el mismo Dios del Universo. (S. JUAN CRISÓSTOMO, Catena Aurea, vol. I, p. 344).

El que no procura ser visto por los hombres, aun cuando haga algo en presencia de los hombres, no puede decirse que actúa en presencia de ellos: el que hace algo por Dios, no ve más que a Dios en su corazón, por quien hace aquello, como el artista tiene siempre presente a aquella persona que le encargó la obra en que se ocupa. (S. JUAN CRISÓSTOMO, en Catena Aurea, vol. I, p. 337).

Tened confianza, carísimo amigo, le decía el sacerdote que le asistía, después de haberle administrado los últimos sacramentos. Os habéis comportado con suma integridad en vuestra vida sacerdotal, y los millares de sermones que habéis predicado sostendrán vuestra causa ante Dios, defendiéndoos contra la insuficiencia de la vida interior de que habláis. -¡Mis sermones! ¡Con qué ojos tan distintos los contemplo en estos momentos! ¡Ah! Si Nuestro Señor no empieza a hablarme de ellos, seguramente que no seré yo el primero en mencionarlos. (J.B. CHAUTARD, El alma de todo apostolado, pp. 107-108).

5.2. Rectificar muchas veces la intención

El que desea saber si habita en él Dios, examine sinceramente el fondo de su corazón e indague con empeño con qué humildad resiste al orgullo, con qué benevolencia combate la envidia, en qué medida vence los halagos y se alegra con el bien ajeno. Examine sí no desea volver mal por mal y sí prefiere perdonar las injurias antes que perder la imagen y semejanza de su Creador. (S. LEÓN MAGNO, Sermón 8, para la Epifanía).

 (Debemos) examinar con mucho cuidado nuestra intención en todo lo que hacemos, y no buscar nuestros intereses, si queremos servir al Señor. (S. GREGORIO MAGNO, Hom. sobre Ezequiel 2).

La inclinación de la carne, la propia voluntad, la esperanza del galardón, la afección del provecho pocas veces nos dejan. (Imitación de Cristo, I, 15, 2).

Pureza de intención. -Las sugestiones de la soberbia y los ímpetus de la carne los conoces pronto... y peleas y, con la gracia, vences.

Pero los motivos que te llevan a obrar, aun en las acciones más santas, no te parecen claros... y sientes una voz allá dentro que te hace ver razones humanas..., con tal sutileza, que se infiltra en tu alma la intranquilidad de pensar que no trabajas como debes hacerlo -por puro Amor, sola y exclusivamente por dar a Dios toda su gloría.

Reacciona en seguida cada vez y di: «Señor, para mi nada quiero. -Todo para tu gloría y por Amor». (S. JOSEMARÍA ESCRIVÁ. Camino, n. 788).

Todos los males mortifican a los hijos del diablo, pero el deseo de la vanagloria mortifica más bien a los hijos de Dios que a los hijos del diablo. (S. JUAN CRISÓSTOMO, en Catena Aurea, vol. I, p. 336).

Volved, hermanos carísimos, dentro de vuestro corazón y ved siempre qué es lo que a todas horas estáis revolviendo en vuestros pensamientos: el uno en los honores, el otro en las riquezas, aquel en la extensión de sus predios. Todas estas cosas de abajo son, y cuando el alma se enreda en ellas, declina el estado de su rectitud. (S. GREGORIO MAGNO, Moralia, 31).

5.3. Huir del aplauso humano

Examina bien los motivos que te impulsan a obrar para descubrir las emboscadas de la vanidad y del amor propio; sólo a Dios debes referir todo el bien que hagas, porque has de saber que es una gran ganancia mantener oculta y secreta una obra buena de modo que sólo Dios la conozca; sí por descuido tuyo viene a ser conocida de los hombres, pierde casi todo su valor, como un hermoso fruto que los pájaros han empezado a picotear. (J. PECCI -León XIII-, Práctica de la humildad, 48).

De nada debe huir el hombre prudente tanto como de vivir según la opinión de los demás. (S. BASILIO, Discurso a los jóvenes).

Tampoco aquí se dice que sea ilícito el ser vistos de los hombres, sino el obrar para ser vistos de ellos. Es superfluo repetir siempre lo mismo, ya que la regla que debe observarse es una sola: temer y rehuir, no que los hombres conozcan nuestras buenas obras, sino el hacerlas con la intención de que nuestro galardón sea el aplauso humano. (S. AGUSTÍN,Sobre el Sermón de la Montaña, 2).

Todo lo que a tu alrededor o en ti mismo te conduce a la presunción, recházalo. No presumas más que de Dios; ten necesidad únicamente de él y él te llenará. (S. AGUSTÍN, Coment. sobre el salmo 85).

5.4. El premio de las obras hechas con rectitud de intención

Jamás llegaremos a comprender el grado de gloria que nos proporcionará en el cielo cada acción buena, sí la realizamos puramente por Dios. (SANTO CURA DE ARS, Sermón sobre la esperanza).

La serpiente (se refiere a la vanagloria) que debemos vigilar es invisible; entra en secreto y seduce. Sí esta invasión del enemigo sucede en un corazón puro, bien pronto conoce el justo que sufre las influencias de un espíritu extraño (y puede rectificar); pero si el corazón está lleno de iniquidades no comprende fácilmente las sugestiones del demonio. (S. JUAN CRISÓSTOMO, en Catena Aurea, vol. I, p. 336).

[...] En todo el bien que hacemos a nuestro prójimo, hemos de tener como objetivo el agradar a Dios y salvar nuestra alma. Cuando vuestras limosnas no vayan acompañadas de estas dos intenciones, la obra buena resultará perdida para el cielo. (SANTO CURA DE ARS, Sermón sobre la limosna).

Cuánto poder tenga para hacer daño el deseo de la vanagloria, nadie lo conoce mejor que aquel que le declara la guerra; porque es fácil no buscar la propia alabanza cuando ésta es negada, pero es difícil no complacerse en ella cuando se ofrece. (S. AGUSTÍN, en Catena Aurea, vol. I, p. 336).

Aquel que, después de ser menospreciado, deja de hacer el bien que hacía, da a entender que actúa por el aplauso de los hombres; pero si en cualquier circunstancia hacemos el bien a los demás, tendremos una grandísima recompensa. (S. JUAN CRISÓSTOMO, en Catena Aurea, vol. II, p. 43).

5.5. Frutos

No existen los fracasos, si se obra con rectitud de intención y queriendo cumplir la voluntad de Dios, contando siempre con su gracia y con nuestra nada. (J. ESCRIVÁ DE BALAOLER, Es Cristo que pasa, 76).

Si fuese Dios siempre el fin último de nuestro deseo, no tan presto nos turbaría la contradicción de nuestra sensualidad. Pero muchas veces tenemos algo de dentro escondido, o algo ocurre fuera cuya afición nos lleva tras sí. Muchos buscan su propio interés secretamente en las obras que hacen, y no lo entienden; y paréceles estar en buena paz cuando se hacen las cosas a su propósito; mas sí de otra manera suceden, presto se alteran y entristecen. (Imitación de Cristo, I, 14, 2).

Si tú me dices: «Muéstrame a tu Dios», yo te responderé: «Muéstrame primero qué tal sea tu persona», y entonces te mostraré a mi Dios. Muéstrame primero si los ojos de tu mente ven, si los oídos de tu corazón oyen. (S. TEÓFILO DE ANTIOQUIA, Libro 1).

No es pequeño fruto el desprecio de la gloria humana; y es entonces cuando uno está libre del yugo de los hombres. (S. JUAN CRISÓSTOMO, en Catena Aurea, vol. I, p. 380).

5.6. Rectitud de intención del sacerdote

He aquí las señales por las que se conoce si un sacerdote obra con recta intención: 1. Si ama los trabajos de su mayor desagrado y de menos relieve. 2. Si se queda tranquilo cuando sus planes no tienen éxito; quien obra por Dios alcanza su fin, que es agradarle; quien, por el contrarío, se intranquiliza al considerar el fracaso de sus planes, da indicios de que no ha obrado sólo por Dios. 3. Si disfruta del bien que hacen los demás como si él mismo lo hiciera, y ve sin envidia que los demás emprendan las obras que emprenden, deseando que todos procuren la gloría de Dios. (S. ALFONSO M.ª DE LIGORIO, Plática sobre el amor a Dios, 1.c., p. 312).

6. Tibieza

6.1. Tristeza y pereza en el trato con Dios. Causas

Una cierta tristeza, por la que el hombre se vuelve tardo para realizar actos espirituales a causa del esfuerzo que comportan (SANTO TOMÁS,Suma Teológica, 1, q. 63, a. 2 ad 2).

Tristeza ante el bien espiritual y divino (SANTO TOMÁS, Suma Teológica, 2-2, q. 35, a. 3).

No es razón que amemos con tibieza a un Dios que nos ama con tanto ardor (SAN ALFONSO M.ª DE LIGORIO, Visitas al Stmo. Sacramento, 4).

No por causa de faltas aisladas merece uno el reproche de ser tibio. La tibieza es más bien un estado que se caracteriza por no tomar en serio, de un modo más o menos consciente, los pecados veniales, un estado sin celo por parte de la voluntad. No es tibieza el sentirse y hallarse en estado de sequedad, de desconsuelo y de repugnancia de sentimientos contra lo religioso y lo divino, porque, a pesar de todos estos estados, puede subsistir el celo de la voluntad, el querer sincero. Tampoco es tibieza el incurrir con frecuencia en pecados veniales, con tal de que se arrepienta uno seriamente de ellos y los combata. Tibieza es el estado de una falta de celo consciente y querida, una especie de negligencia duradera o de vida de piedad a medias, fundada en ciertas ideas erróneas: que no debe ser uno minucioso, que Dios es demasiado grande para ser tan exigente en las cosas pequeñas, que otros también lo practican así, y excusas semejantes (B. BAUR, La confesión frecuente, p. 103).

La diferencia entre la caridad y la devoción es la misma que hay entre el fuego y la llama [...J. Así que la devoción sólo añade al fuego de la caridad la llama que la hace pronta, activa y diligente (SAN FRANCISCO DE SALES, Introd. a la vida devota, I, 1).

Esa tristeza es una carencia de grandeza de ánimo; no quiere proponerse la empresa grande propia de la naturaleza del cristiano. La «acedia» es una humildad pervertida; no quiere aceptar los bienes sobrenaturales, porque implican esencialmente una exigencia para el que los recibe ]...[.

La «acedia» es, en la medida en que pasa del terreno del afecto al de la decisión espiritual, una aversión consciente, una auténtica huida de Dios. El hombre huye ante Dios porque le ha elevado a un modo de ser superior, divino, y le ha obligado, por tanto, a una norma superior de deber. La «acedia» finalmente, es una franca «detestatio boni divinis», lo cual significa la monstruosidad de que el hombre tenga la convicción y el deseo expreso de que Dios no le debería haber elevado sino «dejado en paz».

La pereza como pecado capital es la renuncia malhumorada y triste, estúpidamente egoísta, del hombre a la «nobleza que obliga» de ser hijos de Dios (J. PIEPER, Sobre la Esperanza, pp. 61-63).

Y pierden del todo el agua, sin beber poca ni mucha, ni de charco ni de arroyo (SANTA TERESA, Camino de perfección, 21, 5).

¡Oh almas criadas para estas grandezas y para ellas llamadas!, ¿qué hacéis?, ¿en qué os entretenéis? ¡Oh miserable ceguera de los ojos de vuestra alma; pues para tanta luz estáis ciegos, y para tan grandes voces sordos! (SAN JUAN DE LA CRUZ, Cántico espiritual, 39).

Suelen tener tedio (los principiantes) en las cosas que son más espirituales y huyen de ellas, como son aquellas que contradicen el gusto sensible ]...[. Y así por esta acedia posponen el camino de perfección (SAN JUAN DE LA CRUZ, Noche oscura, I, 7).

Debemos observar que el siervo inútil llama duro a su señor, a quien sin embargo rehúsa servir, y dice que temió negociar con el talento recibido el que sólo debía temer devolvérselo a su señor sin lucro alguno. Pues hay muchos dentro de la Santa Iglesia de los que es una viva imagen este siervo, los cuales temen emprender el camino de mejor vida y no temen permanecer en la indolencia; y considerándose pecadores, tiemblan de entrar en las vías de la santidad, y no tiemblan de seguir en sus vicios (SAN GREGORIO MAGNO, Hom. 9 sobre los Evang.).

6.2. Síntomas de la tibieza

]...[ porque de razón de tibieza es no se le dar mucho, ni tener solicitud interior por las cosas de Dios ]...[. Lo que es sólo sequedad purgativa tiene consigo ordinaria solicitud con cuidado y pena, como digo, de que no sirve a Dios ]...[ (SAN JUAN DE LA CRUZ, Noche oscura, I, 9).

Nadie atribuya su descarrío a un repentino derrumbamiento, sino a haber seguido malos consejos o haberse apartado de la virtud poco a poco, por una pereza mental prolongada. De ese modo es como comienzan a ganar terreno insensiblemente los malos hábitos, y sobreviene una situación extrema. El derrumbamiento -se lee en los Proverbios- viene precedido por un deterioro y éste por un mal pensamiento (Prov 16, 18). Sucede lo mismo que con una casa: se viene abajo un buen día sólo en virtud de un antiguo defecto en los cimientos, o por una desidia prolongada de sus moradores. Gotitas muy pequeñas penetran imperceptiblemente, corroyendo los soportes del techo; y gracias a esa falta de atención repetida, se agrandan los boquetes y los desperfectos. Después la lluvia y la tempestad penetran a mares (CASIANO, Colaciones, 6).

(La curiosidad) embaraza los sentidos, inquieta el ánimo y derrámala en muchas partes, y así impide la devoción (SAN PEDRO DE ALCÁNTARA,Trat. de la oración y meditación, 2,3).

Así se apodera poco a poco el enemigo del todo, por no resistirle al principio. Y cuanto uno fuere más perezoso en resistir, tanto cada día se hace más flaco, y el enemigo contra él más fuerte (Imitación de Cristo, I, 13, 5).

El alma tibia no está aún absolutamente muerta a los ojos de Dios, ya que no están enteramente extinguidas en ella la fe, la esperanza y la caridad, que constituyen su vida espiritual. Pero su fe es una fe sin celo; su esperanza, una esperanza sin firmeza; y su caridad, una caridad sin ardor. (SANTO CURA DE ARS, Sermón sobre la tibieza).

Otro extremo contrario es el de los regalados, que, so color de discreción, hurtan el cuerpo a los trabajos, el cual, aunque en todo género de persona es muy dañoso, mucho más lo es en los que comienzan, porque ]...[ siendo aún nuevo y mozo, comienza a tratarse y regalarse como viejo (SAN PEDRO DE ALCÁNTARA, Trat. de la oración y meditación, 2, 5).

 (El tibio) se parece a una persona que sintiese deseos de pasear en carro triunfal, mas no se dignase ni tan sólo levantar el pie para subir a él (SANTO CURA DE ARS, Sermón sobre la tibieza).

Eres tibio si haces perezosamente y de mala gana las cosas que se refieren al Señor; si buscas con cálculo o «cuquería» el modo de disminuir tus deberes; si no piensas más que en ti y en tu comodidad; si tus conversaciones son ociosas y vanas; si no aborreces el pecado venial; si obras por motivos humanos (S. JOSEMARÍA ESCRIVÁ, Camino, n. 331).

6.3. Consecuencias

Muchos hay que envejecen en la tibieza y relajación que han contraído en su adolescencia, intentando granjearse autoridad no por la madurez de su vida, sino por su edad avanzada (CASIANO, Colaciones, 2).

Con el cuerpo pesado y harto de mantenimiento, muy mal aparejado está el ánimo para volar a lo alto (SAN PEDRO DE ALCÁNTARA, Trat. de la oración y meditación, 2, 3).

(Los demonios, a quienes están metidos en la tibieza y no hacen nada por salir de ella) empiezan a despojarles del temor y recuerdo de Dios, así como de la meditación espiritual. Luego, una vez desarmados del socorro y protección divinos, se abalanzan osados sobre sus víctimas como sobre una presa fácil. Y así acaban por establecer allí su morada, cual si fuera una posesión que ha sido entregada en sus manos (CASIANO, Colaciones, 7).

(De la tibieza) nace la malicia, el rencor, la pusilanimidad, la falta de esperanza, la indolencia en lo tocante a los mandamientos, la divagación de la mente por lo ilícito (SAN GREGORIO MAGNO, Moralia, 31).

Las imperfecciones de aquellos que caminan con tibieza a la perfección, por más que las sufran los fuertes y tolerantes, los mismos imperfectos no pueden soportarlas. Mejor dicho, no pueden sufrir que les sufran. Viven en su corazón y están connaturalizadas con ellos las causas de sus enojos; por eso no les dejan vivir en paz y armonía. Les sucede lo que a los enfermos, imputan a negligencia de los cocineros o de sus domésticos las repugnancias de su estómago enfermizo. Y por mucho que se esmere uno en atenderles, no dejan de hacer responsables a los sanos de su abatimiento morboso, sin percatarse de que éste se encuentra en sí mismos y responde al estado anormal de su salud quebrantada (CASIANO,Colaciones, 16).

En fin, van siempre errantes al albur de una imaginación sin freno. Ni pasa por sus mentes lamentarse cuando se ven alejados de la divina contemplación, que es algo único y simplicísimo. Más: no tienen nada cuya pérdida puedan deplorar. Abriendo su alma de par en par a todo pensamiento que la invade, no tienen ningún objeto en que afincarse y que polarice todos sus deseos (CASIANO Colaciones, 23).

Porque dormir es morir. Dormitar antes del sueño significa debilitarse la salud; porque por la enfermedad se llega al sueño de la muerte (SAN GREGORIO MAGNO, Hom. 12 sobre los Evang.).

(Palabras de S. Basilio a un monje poco entregado). «Et senatorem perdidisti, et monachum non fecisti»: Has sacrificado al senador y no has hecho al monje (CASIANO, Instituciones, 7).

La devoción, que Santo Tomás define como «voluntad decidida para entregarse a todo lo que pertenece al servicio de Dios», desaparece en el estado de tibieza (cfr. SANTO TOMÁS, Suma Teológica, 2-2, q. 82, a. 1).

A medida que el alma se vea endurecida con sus acciones, cuesta más el ablandarla para las cosas que pertenecen al amor de Dios (SAN GREGORIO MAGNO, Hom. 17 sobre los Evang.).

Todo le indigna, todo le exaspera; el trabajo le causa tedio y es motivo para que murmure sin cesar. No conoce moderación ninguna, y como un caballo indómito corre vertiginoso y sin freno hacia el precipicio. Vive descontento de todo; del régimen de vida, del vestido, de la convivencia con los hermanos. Y dice paladinamente que no podrá soportar por mucho tiempo tal estado de cosas (CASIANO, Instituciones, 7).

Las más de las veces se funda en no haber renunciado en un principio con sinceridad a todas las cosas y en un amor tibio hacia Dios (CASIANO,Instituciones, 7).

6.4. Remedios

Nosotros somos los vasos, Cristo es la fuente (SAN AGUSTÍN, Sermón 289).

Hemos de huir siempre del pecado; pero la tentación del pecado hay que vencerla unas veces huyendo y otras ofreciendo resistencia. Huyendo cuando el continuo pensamiento aumenta el incentivo del pecado, como sucede en la lujuria ]...[. Resistiendo, empero, cuando el pensar detenidamente en el objeto que la provoca, ayuda a alejar el peligro, que precisamente nace de no considerarlo bien. Tal es el caso de la pereza espiritual o acidia, porque cuanto más pensamos en los bienes espirituales más nos agrada, y más desaparece el tedio que provocaba el conocerlos superficialmente (SANTO TOMÁS, Suma Teológica, 2-2, q. 35, a. 1).

Tener gran confianza, porque conviene mucho no apocar los deseos, sino creer de Dios, que si nos esforzamos poco a poco, aunque no sea enseguida, podremos llegar con su favor a lo mismo que muchos santos (SANTA TERESA, Vida, 13, 2).

Me duele ver el peligro de tibieza en que te encuentras cuando no te veo ir seriamente a la perfección dentro de tu estado. –Di conmigo: ¡no quiero tibieza!: «confige timore tuo carnes meas!» -¡dadme, Dios mío, un temor filial, que me haga reaccionar! (S. JOSEMARÍA ESCRIVÁ, Camino, n. 326).

Que siempre vuestros pensamientos sean animosos, que de aquí vendrá el que el Señor os dé gracias para que lo sean las obras (SANTA TERESA,Meditaciones sobre los cantares, 2, 19).

Cristo es fuente de vida: acércate, bebe y vive; es luz: acércate, ilumínate y ve. Sin su influjo estarás seco y ciego (SAN AGUSTÍN, Sermón 284).

6.5. El amor a la Virgen, remedio contra la tibieza

El amor a nuestra Madre será soplo que encienda en lumbre viva las brasas de virtudes que están ocultas en el rescoldo de tu tibieza (S. JOSEMARÍA ESCRIVÁ, Camino, n. 492).

Pio Santiago

Tomas Trigo

1.      El amor verdadero.

2.      Conocer y amar.

3.      El privilegio del hombre es poder amar.

4.      «Nuestro corazón está hecho para amar».

5.      El amor a Dios hace posible y fortalece el amor humano.

6.      Amor saca amor.

7.      El amor pide correspondencia.

8.      El verdadero amor crece con las dificultades; el falso, se apaga.

9.      Felicidad y amor.

10.     El amor no conoce límite.

11.     Amor y esperanza.

12.     El amor a Dios es el amor por excelencia.

13.     La humildad, necesaria para amar.

14.     El amor se manifiesta en las obras.

15.     La recompensa del amor es poder amar más.

16.     Hacerlo todo por amor.

    17.     Sólo el amor construye.

1. El amor verdadero

Tales almas son siempre aficionadas a dar mucho más que no a recibir, y aún con el mismo Criador les acaece esto. Y esta afición santa merece nombre de amor, que esotras aficiones bajas tiénenle usurpado el nombre (SANTA TERESA, Camino de perfección 6, 7).

Nadie hay que no ame, pero lo que interesa es cuál sea el objeto de su amor. No se nos dice que amemos, sino que elijamos a quién amar (SAN AGUSTÍN, Sermón 34)

El amor es la explicación de todo. Un amor que se abre al otro en su individualidad irrepetible y le dice la palabra decisiva: «quiero que tú seas». Si no se comienza por esta aceptación del otro, como quiera que se presente, reconociendo en él una imagen real, aunque empañada, de Cristo, no se puede decir que se ama verdaderamente (JUAN PABLO II,Aloc. 13lV1980).

El amor ilumina el corazón (SANTO TOMÁS, Sobre la caridad, 1.c., p. 205).

No dejan huella en el alma las buenas costumbres, sino los buenos amores (SAN AGUSTÍN, Sermón 311).

Es también característico del amor ir transformando al amante en el amado. Por lo cual, si amamos lo vil y caduco, nos convertimos en viles e inseguros: Se hicieron despreciables como las cosas que amaban (Os 9, 10). Pero si amamos a Dios, nos divinizamos, porque el que se une al Señor, se hace un solo espíritu con Él (I Cor 6, 17) (SANTO TOMÁS, Sobre la caridad, 1. c., 202).

Hay más amistad en amar que en ser amado (SANTO TOMÁS, Suma Teológica, 22, q. 27, a. l).

145 Todo amor, desde el momento en que es auténtico, puro y desinteresado, lleva en si mismo su justificación. Amar gratuitamente es un derecho inalienable de la persona, incluso habría que decir sobre todo cuando el Amado es Dios mismo (JUAN PABLO II, Aloc. 2VI1980).

146 El amor basta por sí solo, satisface por sí solo y por causa de sí. Su mérito y su premio se identifican con él mismo. El amor no requiere otro motivo fuera de él mismo, ni tampoco ningún provecho; su fruto consiste en su misma práctica. Amo porque amo, amo para amar. Gran cosa es el amor, con tal de que recurra a su principio y origen, con tal de que vuelva siempre a su fuente y sea una continua emanación de la misma (SAN BERNARDO, Sermón 83).

147 Esto es en verdad el amor: obedecer y creer al que se ama (SAN AGUSTIN, Hom. sobre S. Juan, 74).

2. Conocer y amar

148 El conocimiento es causa del amor por la misma razón por la que lo es el bien, que no puede ser amado si no es conocido (SANTO TOMÁS, Suma Teológica, 12, q. 27, a. 2).

149 El amor es más unitivo que el conocimiento (SANTO TOMÁS, Suma Teológica, 12, q. 28, a. l).

3. El privilegio del hombre es poder amar

150 El gran privilegio del hombre es poder amar, trascendiendo así lo efímero y lo transitorio. Puede amar a las otras criaturas, decir un tú y un yo llenos de sentido. Y puede amar a Dios, que nos abre las puertas del cielo [...] (S. JOSEMARÍA ESCRIVÁ DE BALAGUER, Es Cristo que pasa, 48).

151 El amor reviste de gran dignidad al hombre (SANTO TOMÁS, Sobre la caridad, 1. c., 207).

4. «Nuestro corazón está hecho para amar»

152 Este corazón nuestro ha nacido para amar. Y cuando no se le da un afecto puro y limpio y noble, se venga y se inunda de miseria. El verdadero amor de Dios -la limpieza de vida, por tanto- se halla igualmente lejos de la sensualidad que de la insensibilidad, de cualquier sentimentalismo como de la ausencia o dureza de corazón (S. JOSEMARÍA ESCRIVÁ DE BALAGUER, Amigos de Dios, 183).

153 Mi peso es el amor (SAN AGUSTIN, Confesiones, 13).

5. El amor a Dios hace posible y fortalece el amor humano

154 No es el amor pasional y sensible, sino la caridad que viene de Dios, la que afianza las buenas relaciones entre los casados (SAN AGUSTÍN, Sermón 51).

155 El Señor, por un don especial de su gracia y de su caridad, se ha dignado sanar, perfeccionar y elevar este amor (humano). Tal amor, que junta al mismo tiempo lo divino y lo humano, conduce a los esposos a un libre y mutuo don de sí mismos, demostrado en la ternura de obras y afectos, y penetra toda su vida. De ahí que sea algo muy superior a la mera inclinación erótica que, cultivada en forma egoísta, desaparece pronto y miserablemente (CONC. VAT. II, Const. Gaudium et spes, 49).

156 El amor que tiene por motivo a Cristo es firme, inquebrantable e indestructible. Nada, ni las calumnias, ni los peligros, ni la muerte ni cosa semejante será capaz de arrancarlo del alma. Quien así ama, aun cuando tenga que sufrir cuanto se quiera, no dejará nunca de amar si mira el motivo por el que ama. El que ama por ser amado terminará con su amor apenas sufra algo desagradable; pero quien está unido a Cristo jamás se apartará de ese amor (SAN JUAN CRISÓSTOMO, Hom. sobre S. Mateo, 60).

6. Amor saca amor

Amor saca amor (SANTA TERESA, Vida, 22, 14). 157

158 Donde no hay amor, pon amor y sacarás amor (SAN JUAN DE LA CRUZ, Carta a la M. Mª de la Encarnación, en Vida, BAC, Madrid 1950, p. 1322).

159 De todos los movimientos del alma, de sus sentimientos y de sus afectos, el amor es el único que permite a la criatura responder a su Creador, si no de igual a igual, al menos de semejante a semejante (SAN BERNARDO, Sermón, 83 sobre el Cantar de los Cantares).

7. El amor pide correspondencia

160 Esto es lo primero en la intención del amante: que sea correspondido por el amado. A esto tienden, en efecto, todos los esfuerzos del amante, a atraer hacia si el amor del amado, y si esto no ocurre, es preciso que el amor se disuelva (SANTO TOMÁS, Suma contra los Gentiles, III, 151).

161 Dice Aristóteles que "amar es querer el bien para alguien", y siendo esto así, el movimiento del amor tiene dos términos: el bien que se quiere para alguien [...] y ese alguien para quien se quiere aquel bien (SANTO TOMÁS, Suma Teológica, 12, q. 26, a. 4).

162 Nada hay que mueva tanto a amar como el pensamiento, por parte de la persona amada, de que aquel que la ama desea en gran manera verse correspondido (SAN JUAN CRISÓSTOMO, Hom. sobre la 2ª Epístola a los Corintios, 14).

8. El verdadero amor crece con las dificultades; el falso, se apaga

163 .Por experiencia sabemos que, cuando soportamos pruebas difíciles por alguien a quien queremos, no se derrumba el amor, sino que crece. Aguas torrenciales (esto es, abundantes tribulaciones) no pudieron apagar el amor (Cant 8, 7). Y así los santos, que soportan por Dios contrariedades, se afianzan en su amor con ello; es como un artista, que se encariña más con la obra que más sudores le cuesta (SANTO TOMÁS, Sobre la caridad, 1. c., p. 212).

164 Todo lo duro que puede haber en los mandamientos lo hace llevadero el amor... ¿Qué no hace el amor...? Ved cómo trabajan los que aman: no sienten lo que padecen, redoblan sus esfuerzos a tenor de las dificultades (SAN AGUSTÍN, Sermón 96).

165 No es posible separar el amor del dolor ni el dolor del amor; por esto, el alma enamorada se alegra en sus dolores y se regocija en su amor doliente (SAN PABLO DELA CRUZ, Carta 1).

166 [...] el amor se adquiere en la fatiga espiritual. El amor crece en nosotros y se desarrolla también entre las contradicciones, entre las resistencias que se le oponen desde el interior de cada uno de nosotros, y a la vez <desde fuera>, esto es, entre las múltiples fuerzas que le son extrañas e incluso hostiles (JUAN PABLO II, Hom. 3II1980).

9. Felicidad y amor

167 No puede llamarse feliz quien no tiene lo que ama, sea lo que fuere; ni el que tiene lo que ama si es pernicioso; ni el que no ama lo que tiene, aun cuando sea lo mejor (SAN AGUSTIN, Sobre las costumbres de la Iglesia, 1).

168 El amor conduce a la felicidad. Sólo a los que lo tienen se les promete la bienaventuranza eterna. Y sin él, todo lo demás resulta insuficiente (SANTO TOMÁS, Sobre la caridad, 1. c., 204).

169 El amor produce en el hombre la perfecta alegría. En efecto, sólo disfruta de veras el que vive en caridad (SANTO TOMÁS Sobre la caridad, 1. c., 205).

10. El amor no conoce límite

170 Cuanto más amo, me siento todavía más deudor (SAN AGUSTÍN, Epístola 192).

171 La fuerza del amor no mide las posibilidades. Ignora las fronteras. El amor no discierne, no reflexiona, no conoce razones. El amor no se resigna ante la imposibilidad, no se intimida ante ninguna dificultad (SAN PEDRO CRISÓLOGO, Sermón 147).

172 Todo amor auténtico vuelve a proponer en cierta medida la valoración primigenia de Dios, repitiendo con el Creador, en referencia a cada individuo humano concreto, que su existencia es "algo muy bueno" (Gen I, 31). ¿Cómo no recordar, a este respecto, la insistencia con que San Pablo retorna sobre la dimensión universal de la caridad? El afirma que se ha hecho esclavo de todos (cfr. I Cor 9, 19), que se ha hecho todo para todos (ibid. 9, 22), que se esfuerza por "agradar a todos en todo" (ibid. 10, 33); y exhorta: "mientras hay tiempo, hagamos bien a todos" (Cal 6, IO) (JUAN PABLO II, Aloc. 13lV1980).

11. Amor y esperanza

173 El que alguien nos ame hace que nosotros esperemos en él; pero el amor a él es causado por la esperanza que en él tenemos (SANTO TOMÁS, Suma Teológica, 12, q. 40, a. 7).

12. El amor a Dios es el amor por excelencia

174. Es, como he dicho, amor sin interés propio; todo lo que desea y quiere es ver al alma que ama rica de los bienes del cielo. Esta sí es voluntad, y no estos quereres desastrados de por acá, y aún no digo de los malos, que de ésos Dios nos libre (SANTA TERESA, Camino de perfección 7, I).

175 ¡No hay más amor que el Amor! (S. JOSEMARÍA ESCRIVÁ DE BALAGUER, Camino, n. 417).

13. La humildad, necesaria para amar

176. Cuanto más vacíos estamos de la hinchazón de la soberbia más llenos estamos de amor (SAN AGUSTIN, Trat. sobre la Santísima Trinidad, 8).

14. El amor se manifiesta en las obras

177 El amor se manifiesta mejor con hechos que con palabras (SANTO CURA DE ARS, Sermón sobre Jesucristo).

178 Cuentan de un alma que, al decir al Señor en la oración "Jesús, te amo", oyó esta respuesta del cielo: "Obras son amores y no buenas razones". Piensa si acaso tú no mereces también ese cariñoso reproche (S. JOSEMARÍA ESCRIVÁ DE BALAGUER, Camino, n. 933).

15. La recompensa del amor es poder amar más

179 La paga y el jornal del amor es recibir más amor hasta llegar al colmo del amor. El amor sólo con amor se paga (SAN JUAN DE LA CRUZ, Cántico espiritual, 9, 7).

16. Hacerlo todo por amor

180 Este breve mandato se te ha dado de una vez para siempre: Ama y haz lo que quieras; si te callas, calla por amor; si hablas, habla por amor; si corriges, corrige por amor; si perdonas, perdona por amor; ten la raíz del amor en el fondo de tu corazón: de esta raíz solamente puede salir lo que es bueno (SAN AGUSTIN, Coment. a la 1. a Epístola de S. Juan, 7).

17. Sólo el amor construye

181 Me convencí de que sólo el amor aproxima lo que es diferente y realiza la unión en la diversidad. Las palabras de Cristo Un precepto nuevo os doy: que os améis los unos a los otros, como yo os he amado (Jn 13, 34), me parecían entonces, por encima de su inigualable profundidad teológica, como germen y principio de la única transformación lo suficientemente radical como para ser apreciada por un joven. Germen y principio de la única revolución que no traiciona al hombre. Sólo el amor verdadero construye (JUAN PABLO II, Aloc. lVII1980).

182 Cada uno de los hombres -y toda la humanidad- vive <entre> el amor y el odio. Si no acepta el amor, el odio encontrará fácilmente acceso a su corazón y comenzará a invadirlo cada vez más, trayendo frutos siempre más venenosos (JUAN PABLO II, Hom. 3II1980).

Pio Santiago

Deseamos poner a disposición de quienes estén interesados en el conocimiento de las virtudes, ensayos, artículos y estudios que puedan servir como material de trabajo y reflexión, y abrir un marco de colaboración para todos aquellos que deseen participar en un diálogo interdisciplinar sobre una cuestión de tanta trascendencia para la vida moral de la persona y de la sociedad. 

Sección Coordinada por Tomás Trigo, Facultad de Teología de la Universidad de Navarra, Profesor adjunto del Departamento de Teología Moral y Espiritual desde 1996.
 

Contacto para sugerencias y preguntas: Tomás Trigo