Jesucristo Rey del Universo; ciclo C

 

Homilía I: con textos de homilías pronunciadas por S.S. Juan Pablo II
Homilía II: a cargo de D. Justo Luis Rodríguez Sánchez de Alva
Homilía III: basada en el Catecismo de la Iglesia Católica

(Sam 5,1-3) "Tú serás el pastor de mi pueblo Israel"
(Col 1,12-20) "Y por él quiso reconciliar consigo todos los seres"
(Lc 23,35-43) "Hoy estarás conmigo en el paraíso"

 

Homilía I: con textos de homilías pronunciadas por S.S. Juan Pablo II

Homilía en la Misa de Cristo Rey (23-XI-1980)

--- Jesús reina en la cruz
--- Reinado espiritual
--- Apostolado

--- Jesús reina en la cruz

Regnavit a ligno Deus!

El texto evangélico de San Lucas, que se acaba de proclamar, nos lleva con el pensamiento a la escena altamente dramática que se desarrolla en el "lugar llamado Calvario" (Lc 23,33) y nos presenta, en torno a Jesús crucificado, tres grupos de personas que discuten diversamente sobre su "figura" y sobre su "fin". ¿Quién es en realidad el que está allí crucificado? Mientras la gente común y anónima permanece más bien incierta y se limita a mirar, los príncipes, en cambio, se burlaban diciendo: "A otros salvó, sálvese a sí mismo, si es el Mesías de Dios el Elegido". Como se ve, su arma es la ironía negativa y demoledora. Pero también los soldados -el segundo grupo- lo escarnecían y, como en tono de provocación y desafío, le decían: "Si eres el rey de los judíos, sálvate a ti mismo", partiendo, quizá, de las palabras mismas de la inscripción, que veían puesta sobre su cabeza. Estaban, además, los dos malhechores, en contraste entre sí, al juzgar al compañero de pena: mientras uno blasfemaba de él, recogiendo y repitiendo las expresiones despectivas de los soldados y de los jefes, el otro declaraba abiertamente que Jesús "nada malo había hecho" y, dirigiéndose a Él, le imploraba así: "Señor, acuérdate de mí, cuando estés en tu reino".

He aquí cómo, en el momento culminante de la crucifixión, precisamente cuando la vida del Profeta de Nazaret está para ser suprimida, podemos recoger, incluso en lo vivo de las discusiones y contradicciones, estas alusiones arcanas al rey y al reino.

Esta escena os es bien conocida y no necesita comentarios. Pero es muy oportuno y significativo y, diría, es muy justo y necesario que esta fiesta de Cristo-Rey se enmarque precisamente en el Calvario. Podemos decir, sin duda, que la realeza de Cristo, como la celebramos y meditamos también hoy, debe referirse siempre al acontecimiento que se desarrolla en ese monte, y debe ser comprendida en el misterio salvífico que allí realiza Cristo: me refiero al acontecimiento y al misterio de la redención del hombre. Cristo Jesús -debemos ponerlo de relieve- se afirma rey precisamente en el momento que, entre los dolores y los escarnios de la cruz, entre las incomprensiones y las blasfemias de los circunstantes, agoniza y muere. En verdad, es una realeza singular la suya, tal que sólo pueden reconocerla los ojos de la fe: Regnavit a ligno Deus!

--- Reinado espiritual

La realeza de Cristo, que brota de la muerte en el Calvario y culmina con el acontecimiento de la resurrección, inseparable de ella, nos llama a esa centralidad, que le compete en virtud de lo que es y de lo que ha hecho. Verbo de Dios e Hijo de Dios, ante todo y sobre todo, "por quien todo fue hecho", como repetiremos dentro de poco en el Credo, tiene un intrínseco, esencial e inalienable primado en el orden de la creación, respecto a la cual es la causa suprema y ejemplar. Y después que "el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros" (Jn 1,14), también como hombre e Hijo del hombre, consigue un segundo título en el orden de la redención, mediante la obediencia al designio del Padre, mediante el sufrimiento de la muerte y el consiguiente triunfo de la resurrección.

Al converger en Él este doble primado, tenemos, pues, no sólo el derecho y el deber, sino también la satisfacción y el honor de confesar su excelso señorío sobre las cosas y sobre los hombres que, con término ciertamente ni impropio ni metafórico, puede ser llamado realeza. "Se humilló a sí mismo, obedeciendo hasta la muerte y muerte de cruz. Por lo cual Dios le exaltó y le otorgó el Nombre, que está sobre todo nombre. Para que al nombre de Jesús toda rodilla se doble en los cielos, en la tierra y en los abismos, y toda lengua confiese que Cristo Jesús es SEÑOR para gloria de Dios Padre"(Fil 2,8-11).

Este es el nombre del que nos habla el Apóstol: es el nombre del Señor y vale la pena designar la incomparable dignidad, que compete a Él solo y le sitúa a Él solo en el centro, más aún, en el vértice del cosmos y de la historia.

--- Apostolado

Pero queriendo considerar, además de los títulos y de las razones, también la naturaleza y el ámbito de la realeza de Cristo nuestro Señor, no podemos prescindir de remontarnos a esa potestad que Él mismo, cuando iba a dejar esta tierra, definió total y universal, poniéndola en la base de la misión confiada a los Apóstoles: "Jesús se acercó a ellos y les habló así: Me ha sido dado todo poder en el cielo y en la tierra. Id, pues, y haced discípulos a todas las gentes bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, y enseñándoles a guardar todo lo que yo os he mandado. Y he aquí que yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo"(Mt 28,18-20).

En estas palabras no hay sólo -como es evidente- la reivindicación explícita de una autoridad soberana, sino que se indica además, en el acto mismo en que es participada por los Apóstoles, una ramificación suya en distintas, aún cuando coordinadas, funciones espirituales. Efectivamente, si Cristo resucitado dice a los suyos que vayan y recuerda lo que ya ha mandado, si les da la misión tanto de enseñar como de bautizar, esto se explica porque Él mismo, precisamente en virtud de la potestad suma que le pertenece, posee en plenitud estos derechos y está habilitado para ejercitar estas funciones, como Rey, Maestro y Sacerdote.

Ciertamente no se trata de preguntarnos cuál sea el primero de estos tres títulos, porque, en el contexto general de la misión salvífica que Cristo ha recibido del Padre, corresponden a cada uno de ellos funciones igualmente necesarias e importantes. Sin embargo, incluso para mantenernos en sintonía con el contenido de la liturgia de hoy, es oportuno insistir en la función real y concentrar nuestra mirada, iluminada por la fe, en la figura de Cristo como Rey y Señor.

A este respecto aparece obvia la exclusión de cualquier referencia de naturaleza política o temporal. A la pregunta formal que le hizo Pilato: "¿Eres Tú el rey de los judíos?" (Jn 18,33), Jesús responde explícitamente que su reino no es de este mundo y, ante la insistencia del procurador romano, afirma: "Tú dices que soy rey", añadiendo inmediatamente después: "Para esto he nacido y para esto he venido al mundo, para dar testimonio de la verdad" (Jn 18,37). De este modo declara cuál es la dimensión exacta de su realeza y la esfera en que se ejercita: es la dimensión espiritual que comprende, en primer lugar, la verdad que hay que anunciar y servir. Su reino, aún cuando comienza aquí abajo en la tierra, nada tiene, sin embargo, de terreno y transciende toda limitación humana, puesto que tiende hacia la consumación más allá del tiempo, en la infinitud de la eternidad.

A este reino nos ha llamado Cristo Señor, otorgándonos una vocación que es participación en esos poderes suyos que ya he recordado. Todos nosotros estamos al servicio del Reino y, al mismo tiempo, en virtud de la consagración bautismal, hemos sido investidos de una dignidad y de un oficio real, sacerdotal y profético, a fin de poder colaborar eficazmente en su crecimiento y en su difusión.

DP-309 1980

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Homilía II: a cargo de D. Justo Luis Rodríguez Sánchez de Alva

Termina el Año Litúrgico con la Solemnidad de Cristo Rey. Pero ¿qué rey es éste que agoniza de forma tan atroz y humillante? Aparentemente todo parece un fracaso: las autoridades religiosas, el pueblo y los soldados romanos, ignorantes del misterio que presenciaban, se burlaban diciendo "A otros ha salvado, que se salve a sí mismo si él es el Mesías de Dios". También uno de los  crucificados con Él se unió al coro de los blasfemos. Jesús sufre y calla porque Él reina desde la Cruz y no desde el poder. Su reino es de amor: "Dios amó tanto al mundo que le entregó a su Hijo Unigénito" (Jn 3,16).

Debemos rogar al Espíritu Santo que no olvidemos esta gran lección: la entrega de nuestra vida hasta el último aliento por amor a Dios y a los demás, unida a la de Cristo en la Cruz, es lo que nos salva y nos asocia a la implantación del reinado de Cristo en este mundo. Lo que resulta escandaloso o mera locura, es fuerza y sabiduría de Dios, "porque la locura de Dios es más sabia que los hombres, y la debilidad de Dios es más fuerte que los hombres" (1 Co 1,25).

Frente a la tentación de la fuerza y el poder de un reinado político, Jesús reina desde la Cruz. Su corona son las espinas. Su cetro y su púrpura una caña y un manto de burla. Sus armas la verdad. Su ley el  amor. Ante el desafío para que emplee su poder divino bajando de la Cruz, el Señor calla. Pero su silencio también habla. Habla de un amor inmenso, grande como  el mismo Dios. Allí nos salvó de la muerte y luego entregó su Espíritu.

Salvo María, la Madre de Jesús y nuestra, y quienes están más o menos cerca de la Cruz, tan sólo un pecador arrepentido -el buen ladrón que la tradición conoce con el nombre de Dimas- alcanza a ver algo del misterio de Jesús y, con humildad, le pide que se acuerde de él cuando llegue a su reino. "He repetido muchas veces, dice S. Josemaría Escrivá de Balaguer, aquel verso del himno eucarístico: peto quod petivit latro poenitens, y siempre me conmuevo: ¡pedir como el ladrón arrepentido! Reconoció que él sí merecía aquel castigo atroz. Y con una palabra robó el corazón a Cristo y se abrió las puertas del Cielo". Jesús, como de costumbre, le dio más de lo que pedía.

Hoy estarás conmigo en el paraíso. Cristo es Rey de un modo radicalmente distinto a los de esta tierra. Sí, existe un mundo en el que la verdad y la vida -como reza el Prefacio de hoy-, la santidad y la gracia, la justicia, el amor y la paz, contrastan con las perversiones que nos rodean. Cristo nos ha abierto las puertas de ese mundo. Es lo que hoy celebramos con toda la Iglesia. Que María nos consiga del Espíritu Santo el don de sabiduría para ver en los sinsabores y penas de la vida lo que va edificando el Reinado de Jesucristo.

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Homilía III: basada en el Catecismo de la Iglesia Católica

«Amén»

I. LA PALABRA DE DIOS

2 S 5, 1-3: Ungieron a David como rey de Israel
Sal 121, 1-2.3-4a.4b-5: Qué alegría cuando me dijeron: «Vamos a la casa del Señor»
Col 1, 12-20: Nos ha trasladado al Reino de su Hijo querido
Lc 23, 35-43: Señor, acuérdate de mí, cuando llegues a tu Reino

II. LA FE DE LA IGLESIA

«El nombre de Cristo significa "Ungido", "Mesías". Jesús es el Cristo porque "Dios le ungió con el Espíritu Santo y con poder" (Hch 10, 38). Era "el que ha de venir" (Lc 7, 19), el objeto de "la esperanza de Israel" (Hch 28, 20)» (453).

«El nombre de Hijo de Dios significa la relación única y eterna de Jesucristo con Dios su Padre: el es el Hijo único del Padre y El mismo es Dios. Para ser cristiano es necesario creer que Jesucristo es el Hijo de Dios» (454).

«El nombre de Señor significa la soberanía divina. Confesar o invocar a Jesús como Señor es creer en su divinidad "Nadie puede decir: `!Jesús es Señor!' sino por influjo del Espíritu Santo" (1 Co 12, 3)» (455).

III. TESTIMONIO CRISTIANO

La vida cristiana de cada día será también el «Amén» al «Creo» de la Profesión de fe de nuestro Bautismo: «Que tu símbolo sea para tí como un espejo. Mírate en él: para ver si crees todo lo que declaras creer. Y regocíjate todos los días en tu fe» (San Agustín) (1064).

IV. SUGERENCIAS PARA EL ESTUDIO DE LA HOMILÍA

A. Apunte bíblico-litúrgico

David es ungido del Señor. Es Cristo o ungido. Se ungía a los reyes porque representaban a Dios en medio de su pueblo.

Jesús fue ungido por el Espíritu Santo publicamente en el Bautismo del Jordán. En la cruz es proclamado rey por el título de su condena y por la invocación del malhechor crucificado junto a él.

Los redimidos por Cristo han de ser trasladados a su reino eterno, en el que Cristo es el el primer ciudadano y soberano a partir de la Resurrección. El himno recogido en esta carta acumula título sobre título para exaltar la indescriptible grandeza de nuestro Señor.

B. Contenidos del Catecismo de la Iglesia Católica

La fe:

Cristo, Hijo único de Dios, Señor: 436-451.

La respuesta:

Amén: 1061-1065.

C. Otras sugerencias

La entronización del Rey del universo se hace en la cruz, suplicio de muerte para malhechores.

El reinado de Jesucristo es el Reinado de Dios, de amor y de vida. Amor que tiene su máxima expresión en la cruz. Vida que la gana para todos los hombres en la cruz.

Los nombres de Jesús, los adjetivos sobre su reinado, las alabanzas y los cánticos a Cristo Rey, todo, debe entenderse referido a Dios que en Jesucristo se hace visible.

La doxología de la plegaria eucarística y el Amén de las oraciones nos hacen recapitular todo en el único Dios y Señor, en el Rey del universo.

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