Domingo de la semana 33 de tiempo ordinario; ciclo C

Homilía I: con textos de homilías pronunciadas por S.S. Juan Pablo II
Homilía II: a cargo de D. Justo Luis Rodríguez Sánchez de Alva
Homilía III: basada en el Catecismo de la Iglesia Católica

(Mal 3,19-20a) "A los que honran mi nombre los iluminará un sol de justicia"
(2 Tes 3,7-12) "El que no trabaja que no coma"
(Lc 21,5-19) "Con vuestra perseverancia salvaréis vuestras almas"

Homilía I: con textos de homilías pronunciadas por S.S. Juan Pablo II

Homilía a los obreros en Maguncia (16-XI-1980)

--- Valor santificante del trabajo
--- Doctrina social católica. Libertades
--- Fidelidad al Evangelio

--- Doctrina social católica. Libertades

"La gracia y la paz de Dios, nuestro Padre, y del Señor Jesucristo sea con vosotros" (Flp 1,2).

La voz de la liturgia nos presenta "ante la presencia de Yavé, que viene, porque viene a juzgar la tierra. Regirá el orbe con justicia y a los pueblos con equidad" (Sal 95/96,13).

La configuración de la justicia humana y la norma que debe aplicarse a la siempre creciente cuestión social, deben ser vistas desde la perspectiva definitiva de la justicia de Dios mismo. La liturgia de este domingo, el penúltimo del año litúrgico, nos ayuda mucho en este sentido.

--- Valor santificante del trabajo

En la lectura de la segunda Carta de San Pablo a los Tesalonicenses, el Apóstol trata muy clara y directamente el tema del trabajo humano sobre la base de su experiencia personal como apóstol: "Ya sabéis vosotros cómo debéis imitarnos, pues estando entre vosotros no vivimos desordenadamente, ni comimos de balde el pan de nadie, sino que día y noche con fatiga y cansancio trabajamos para no ser una carga a ninguno de vosotros. No porque no tengamos derecho, sino por daros en nosotros un modelo que imitar" (2 Tes 3,7-9).

Pablo de Tarso unió su misión y servicio apostólico al trabajo, al trabajo manual. Como Cristo unió la obra de su redención al trabajo en el taller de Nazaret, así Pablo ha unido el apostolado con el trabajo de sus manos. Ved el problema del trabajo en la dimensión de la obra redentora y unid el trabajo con el apostolado. La Iglesia de nuestros días necesita de modo especial de este apostolado del trabajo: del apostolado del trabajador y del apostolado en medio de los trabajadores para iluminar esta gran dimensión de la vida con la luz del Evangelio.

La luz de la verdad y del amor de Dios debe brillar sobre el trabajo del hombre. Esta luz no debe ser apagada por la sombra de la injusticia, de la explotación, del odio y de la humillación del hombre.

En la segunda Carta a los Tesalonicenses leemos: " A ésos les mandamos y les exhortamos en el Señor Jesucristo a que trabajen con sosiego para comer su propio pan" (2Tes 3,12). Brevemente ha expresado el Apóstol este mismo pensamiento en forma lapidaria: "El que no quiere trabajar, no coma" (3,10).

--- Fidelidad al Evangelio

En el Evangelio de hoy dice también Cristo: "El dijo: «Mirad, no os dejéis engañar. Porque vendrán muchos usurpando mi nombre y diciendo: 'Yo soy' y 'el tiempo está cerca'. No les sigáis" (Lc 21,8).

Cristo continúa diciendo: "Pero, antes de todo esto, pondrán sobre vosotros las manos y os perseguirán, entregándoos a las sinagogas y cárceles y llevándoos ante reyes y gobernadores por mi nombre" (Lc 21,12).

Cristo dice finalmente: "Proponed, pues, en vuestro corazón no preparar la defensa, porque yo os daré una elocuencia y una sabiduría a la que no podrán resistir ni contradecir todos vuestros adversarios" (Lc 21,14-19).

Seréis entregados por padres, hermanos, parientes y amigos, y matarán a algunos de vosotros, y seréis odiados de todos por causa de mi nombre. Pero no perecerá ni un cabello de vuestra cabeza. Con vuestra perseverancia salvaréis vuestras almas".

DP-299 1980

Subir

Homilía II: a cargo de D. Justo Luis Rodríguez Sánchez de Alva

Toda construcción y toda seguridad humana es engañosa: "Esto que contempláis, llegará un día en que no quedará piedra sobre piedra". En este mundo todo pasa, sólo Jesucristo es lo permanente. De ahí que el Señor anime a los suyos a perseverar en la búsqueda de la salvación eterna a pesar de las resistencias, los malos tratos, las persecuciones que, por el testimonio de una vida cristiana coherente, encuentren en el camino.

"Esta espera de un mundo nuevo -enseña el C. Vaticano II- no debe amortiguar, sino más bien avivar, la preocupación de perfeccionar esta tierra donde crece el cuerpo de la nueva familia humana" (GS 39).Por eso S. Pablo advierte en la 2ª Lectura que el que no trabaja, que no coma. Habrá una oposición, en ocasiones muy fuerte, entre la verdad y la mentira, entre el servicio a los demás y la explotación de los más débiles, el amor y el egoísmo... "No tengáis pánico. Porque eso tiene que ocurrir primero", dice el Señor, pero el trabajo paciente y esperanzado impondrá al final su ley, y "ni un cabello de vuestra cabeza perecerá".

La revelación de que Dios nos creó para que trabajáramos (Cf Gen 2,15) y que con ese trabajo la criatura humana va santificándose y santificando la vida cotidiana, ha sido una constante en la predicación del fundador del Opus Dei: "El trabajo, todo trabajo, es testimonio de la dignidad del hombre, de su dominio sobre la creación. Es ocasión de desarrollo de la propia personalidad. Es vínculo de unión con los demás seres, fuente de recursos para sostener a la propia familia; medio de contribuir a la mejora de la sociedad, en la que se vive, y al progreso de la Humanidad..., medio y camino de santidad, realidad santificable y santificadora" (S. Josemaría Escrivá).

La seriedad en el cumplimiento de los propios deberes no es una simple cuestión de honradez u ocasión de lucro egoísta y vanagloria, es un mandato divino. Ciertamente tenemos en nuestras manos, con ese trabajo, los intereses de muchos, su prestigio, sus economías, sus derechos, algunos -los médicos- su salud y sus vidas. No debemos hacer chapuzas. Pero como ese trabajo interesa a Dios, esa responsabilidad se agranda.

Con ese trabajo santificado y santificador, vamos colaborando con Dios en la progresiva implantación del Reino de Cristo. "Reconociendo que el Reino de los cielos es esencialmente don -dice J. L. Illanes- y don al que se llega después de la muerte, se debe afirmar que, al fin de los tiempos, lo transformado no será un mundo cualquiera, sino este mundo, es decir, el mundo que ha sido conformado por el trabajo y el esfuerzo humano; en otras palabras, los cielos nuevos y la nueva tierra están, aunque oscura e imperfectamente, siendo preparados por el trabajo humano".

Botón subirSubir

Homilía III: basada en el Catecismo de la Iglesia Católica

Creo en la vida eterna

I. LA PALABRA DE DIOS

Ml 4,1-2a: Os iluminará un sol de justicia
Sal 97, 5-6.7-8.9: El Señor llega para regir la tierra con justicia
2 Ts 3, 7-12: El que no trabaja, que no coma
Lc 21,5-19: Con vuestra perseverancia, salvaréis vuestras almas

II. LA FE DE LA IGLESIA

«El juicio final sucederá cuando vuelva Cristo glorioso. Sólo el Padre conoce el día y la hora en que tendrá lugar; sólo El decidirá su advenimiento. Entonces, El pronunciará por medio de su Hijo Jesucristo, su palabra definitiva sobre toda la historia. Nosotros conoceremos el sentido último de toda la obra de la creación y de toda la economía de la salvación. Y comprenderemos los caminos admirables por los que su Providencia habrá conducido todas las cosas a su fin último. El Juicio final revelará que la justicia de Dios triunfa de todas las injusticias cometidas por sus criaturas y que su amor es más fuerte que la muerte» (1040).

«La vida subsistente y verdadera es el Padre que, por su Hijo y en el Espíritu Santo, derrama sobre todos sin excepción los dones celestiales. Gracias a su misericordia nosotros también, hombres, hemos recibido la promesa indefectible de la vida eterna» (S. Cirilo de Jerusalén) (1050).

«A la tarde te examinarán en el amor» (San Juan de la Cruz) (1022).

IV. SUGERENCIAS PARA EL ESTUDIO DE LA HOMILÍA

A. Apunte bíblico-litúrgico

Los últimos profetas anteriores a la venida de Jesucristo anunciaron «el día del Señor», grande y terrible.

En el Evangelio, a pesar de la brillantez de la entrada de Jesús en Jerusalén, el presagio de la Pasión ya cercana oscureció los últimos días del Maestro en la ciudad santa, que aprovechó para instruir a los discípulos acerca de la próxima destrucción del Templo y la ciudad, así como sobre las persecuciones que acompañarían al nacimiento de la Iglesia, teniendo como perspectiva última el final de los tiempos.

El apóstol critica en la segunda lectura a los que viven sin trabajar, a costa de los demás, con la excusa de esperar la venida del Señor. El, con su ejemplo de vida, les enseña a mantenerse vigilantes, pero con serenidad y laboriosidad.

B. Contenidos del Catecismo de la Iglesia Católica

La fe:
La vida eterna: 1020.
El juicio final: 1038-1041.
La esperanza de los cielos nuevos y la tierra nueva: 1042-1050.

La respuesta:
Frutos para la vida eterna: 1049-1050.
Venga a nosotros tu Reino: 2816-2821.

C. Otras sugerencias

Las descripciones bíblicas del «último día» hablan de destrucción de lo que es pasajero, y de revelación del único Señor y Dios. ¿Producen temor, o más bien alimentan la esperanza en el Señor que viene?. ¿Dónde está nuestro corazón?.

La enseñanza de la Iglesia sobre el juicio final y el último día es un mensaje esperanzador (1040 y 1060). Quien vive en Cristo, le espera, y ansía ver a Dios.

Si ese es el fin, a partir de aquí y ahora la vida de cada día tiene una meta que transforma cada paso (Segunda lectura).

Subir