(Pr 8,22-31) "Gozaba con los hijos de los hombres"
(Rom 5,1-5) "El amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones"
(Jn 16,12-15)"Todo lo que tiene el Padre es mío"
Homilía en la Basílica de S. Pedro (29-V-1983)
--- La razón ante la infinitud de Dios
--- Misterio de amor
--- La fuerza del Espíritu Santo
--- La razón ante la infinitud de Dios
“¡Señor, dueño nuestro,/ qué admirable es tu nombre/ en toda la tierra!”(Sal 8,2).
Estas palabras del salmo responsorial de la liturgia de hoy nos ponen con temblor y adoración ante el gran misterio de la Santísima Trinidad. “¡Qué admirable es tu nombre sobre la tierra!”. Y sin embargo la extensión del mundo y del universo, aun cuando ilimitado, no iguala la inconmensurable realidad de la vida de Dios. Ante Él hay que acoger más que nunca con humildad la invitación del Sabio bíblico, cuando advierte: “Que tu corazón no se apresure a proferir una palabra delante de Dios, que en los cielos está Dios, y tú en la tierra” (Qoh 5,1).
Efectivamente, Dios es la única realidad que escapa a nuestras capacidades de medida, de control, de domino, de comprensión exhaustiva. Por esto es Dios: porque es Él quien nos mide, nos rige, nos guía, nos comprende, aun cuando no tuviésemos conciencia de ello. Pero si esto es verdad para la Divinidad en general, vale mucho más para el misterio trinitario, es decir, típicamente cristiano, de Dios mismo. Él es, a la vez, Padre, Hijo y Espíritu Santo. Pero no se trata ni de tres dioses separados -esto sería una blasfemia -ni siquiera de simples modos diversos e impersonales de presentarse una sola persona divina -esto significaría empobrecer radicalmente su riqueza de comunión interpersonal-.
Nosotros podemos decir del Dios Uno y Trino mejor lo que no es, que lo que es. Por lo demás, si pudiésemos explicarlo adecuadamente con nuestra razón, eso querría decir que lo habríamos apresado y reducido a la medida de nuestra mente, lo habríamos como aprisionado en las mallas de nuestro pensamiento; pero entonces lo habríamos empequeñecido a las dimensiones mezquinas de un ídolo.
En cambio: “¡Que admirable es tu nombre en toda la tierra!” ¡Esto es: qué grande eres a nuestros ojos, qué libre, qué diverso eres!
--- Misterio de amor
Sin embargo, he aquí la novedad cristiana: el Padre nos ha amado tanto que nos ha dado a su Hijo unigénito; el Hijo, por amor, ha derramado su Sangre en favor nuestro; y el Espíritu Santo, desde luego, “nos ha sido dado” de tal manera que introduce en nosotros el amor mismo con que Dios nos ama (Rom 5,5), como dice la segunda lectura bíblica de hoy.
El Dios Uno y Trino, pues, no es sólo algo diverso, superior, inalcanzable. Al contrario, el Hijo de Dios “no se avergüenza de llamarnos hermanos” (Hb 2,11), “participando en la sangre y la carne” (ib., 2,14), de cada uno de nosotros; y, después de la resurrección de Pascua, se realiza para cada uno de los cristianos la promesa del Señor mismo, cuando dijo en la última Cena: “Vendremos a Él, y en Él haremos morada” (Jn 14,23). Es evidente, pues, que la Trinidad no es tanto un misterio para nuestra mente, como si se tratase sólo de un teorema intrincado. Es mucho más, es un misterio para nuestro corazón (cfr. 1 Jn 3,20), porque es un misterio de amor. Y nosotros nunca captaremos, no digo tanto la naturaleza ontológica de Dios, cuanto más bien la razón por la que Él nos ha amado hasta el punto de identificarse ante nuestros ojos con el Amor mismo (cfr., 4,16).
Con la confirmación adquirís una relación totalmente particular precisamente con el Señor Jesús. Sois consagrados oficialmente como testigos de Él ante la Iglesia y ante el mundo. Él tiene necesidad de vosotros, y quiere disponer de vosotros como muchachos fuertes, alegres, generosos. De algún modo le prestáis vuestro rostro, vuestro corazón, toda vuestra persona, de manera que Él se comportará ante los otros como os comportéis vosotros: si sois buenos, convencidos, entregados al bien de los demás, servidores fieles del Evangelio, entonces será Jesús mismo el que quede bien; pero si fuerais flojos y viles, ofuscaríais su auténtica identidad y no haríais honor.
Mirad, pues, que habéis sido llamados a una misión altísima, que hace de vosotros cristianos verdaderos, completos. Efectivamente, la confirmación os sitúa en la edad adulta del cristiano, esto es, os confía y os reconoce un sentido de responsabilidad tal que no es de niños. El niño todavía no es dueño de sí, de sus actos, de su vida. En cambio, el adulto tiene la valentía de las propias opciones, sabe sacar sus consecuencias, es capaz de responder personalmente, porque ha adquirido una plenitud interior tal que puede decidir por sí solo, comprometer, como mejor crea, la propia existencia, y sobre todo dar amor, en vez de recibirlo solamente.
Nadie llega a ser un auténtico discípulo de Cristo, si quiere serlo por sí solo, por propia iniciativa y con las propias energías. Es imposible. Sólo se realizaría una caricatura del verdadero cristiano. Lo mismo que no se puede llegar a ser humanamente adultos si no hay una nueva y decisiva aportación de la naturaleza, así ocurre con el cristiano en otro nivel.
--- La fuerza del Espíritu Santo
Pero con la confirmación recibiréis una efusión y una dotación especial del Espíritu Santo, el cual, precisamente como el viento, de donde se deriva la palabra, vivifica, impulsa, da vigor.
Él es nuestra fuerza secreta, diría que es como la reserva inagotable y la energía propulsora de todo nuestro pensar y actuar como cristianos. Él os da valentía, como a los Apóstoles en el Cenáculo de Pentecostés. Él os hace aceptar la verdad y la belleza de las palabras de Jesús como hemos leído en el Evangelio de hoy tomado de San Juan. Él os da la vida, como dice bien el Apóstol Pablo (cfr. 2 Cor 3,6). Efectivamente, Él es el Espíritu de Dios y el Espíritu de Cristo. Y esto significa que, al venir a vosotros, no viene solo, sino que trae consigo el sello del Padre y del Hijo Jesús. Al mismo tiempo, Él os introduce en ese misterio trinitario que, si es difícil hablar de él, no por eso deja de ser el fundamento y sello inconfundible de nuestra identidad cristiana.
Si éstas son cosas grandes, pensad que, de ahora en adelante, precisamente en cuanto adultos en la fe, vosotros no podéis ni debéis prescindir de ellas.
Deseo de corazón que vuestros pulmones estén siempre llenos de este viento del Espíritu, que recibís hoy en abundancia, y que os permite a vosotros y a la Iglesia respirar según el ritmo de Cristo mismo.
DP-162 1983
Homilía II: a cargo de D. Justo Luis Rodríguez Sánchez de AlvaTodos tenemos la experiencia de no poder expresar nuestras vivencias más íntimas. Hay algo aquí que será siempre hermético para las palabras. Cualquier yo humano es ya un misterio. "Me he convertido en una pregunta para mí mismo, declara S. Agustín. Pero este misterio se adensa cuando hablamos de la Santísima Trinidad, el Ser que anuda los hilos del Universo. "Cuando lo llamamos Dios, dice Schmaus, no hacemos sino emplear una palabra para no tener que callar del todo sobre Él".
Dios es inescrutable, un misterio absoluto, es cierto "pero se ha abierto a nosotros en la Revelación, recuerda Juan Pablo II, de manera que podamos dirigirnos a Él como al santísimo "Tú" divino. Cada uno de nosotros es capaz de hacerlo porque nuestro Dios, que abraza en Sí y supera y trasciende de modo infinito todo lo que existe, está muy cercano a todos, y más aún, íntimo a nuestro más íntimo ser: 'Interior intimo meo', como escribe San Agustín".
Dios es Espíritu, dijo Jesús, y ello quiere decir vida, no materia inerte. Quiere decir persona, esto es: inteligencia, voluntad y libertad en grado infinito. Quiere decir Sabiduría, Bondad y Poder sin límites, como proclaman tantos textos de la Sagrada Escritura.
"Muchas cosas me quedan por deciros, pero no podéis cargar con ellas por ahora; cuando venga él, el Espíritu de la verdad, os guiará hasta la verdad plena". Dios es inescrutable, pero su Espíritu se ha asentado en nuestros corazones para que lleguemos a tener en él "idénticos sentimientos que Cristo Jesús" (Flp 2,5). Porque el "Espíritu Santo, dice S. Cirilo de Alejandría, no es un artista que dibuja en nosotros la divina sustancia, como si Él fuera ajeno a ella...; sino que Él mismo, que es Dios y de Dios procede, se imprime en los corazones que lo reciben como el sello sobre la cera y, de esa forma, por la comunicación de sí y la semejanza, restablece la naturaleza según la belleza del modelo divino y restituye al hombre la imagen de Dios". De igual modo, iremos recibiendo sus dones: Inteligencia, Ciencia, Sabiduría, Consejo, Piedad, Fortaleza, Temor.
El Espíritu Santo es el aliento de Dios, el ruah o soplo de Yavé, una fuerza invisible cuya acción penetra el universo y explica todas las intervenciones de Dios en la historia. Él, con sus siete dones, nos ayuda a vivir como verdaderos hijos de Dios.
Homilía III: basada en el Catecismo de la Iglesia Católica
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo
I. LA PALABRA DE DIOS
Pr 8,22-31: Antes de comenzar la tierra, la Sabiduría ya había sido engendrada
Sal 8, 4-5.6-7.8-9: ¡Señor, dueño nuestro, qué admirable es tu nombre en toda la tierra!
Rm 5,1-5: Caminamos hacia Dios, por medio de Cristo, en el amor derramado en nuestros corazones por el Espíritu
Jn 16, 12-15: Todo lo que tiene el Padre es mío; el Espíritu recibirá de lo mío y os lo anunciará
II. LA FE DE LA IGLESIA
«El misterio de la Santísima Trinidad es el misterio central de la fe y de la vida cristiana. Sólo Dios puede dárnoslo a conocer revelándose como Padre, Hijo y Espíritu Santo» (261).
«En la liturgia de la Iglesia, Dios Padre es bendecido y adorado como la fuente de todas las bendiciones de la Creación y de la Salvación, con las que nos ha bendecido en su Hijo para darnos el Espíritu de adopción filial» (1110).
«Por la gracia del bautismo "en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo" somos llamados a participar en la vida de la Bienaventurada Trinidad, aquí abajo en la oscuridad de la fe y, después de la muerte, en la luz eterna» (265).
III. TESTIMONIO CRISTIANO
«Ante todo, guardadme este buen depósito, por el cual vivo y combato... la profesión de fe en el Padre y el Hijo y el Espíritu Santo. Os la confío hoy. Os doy una sola Divinidad y Poder, que existe Una en los Tres, y contiene los Tres de una manera distinta... No he comenzado a pensar en la Unidad cuando ya la Trinidad me baña con su esplendor... (San Gregorio Nacianceno)» (256).
IV. SUGERENCIAS PARA EL ESTUDIO DE LA HOMILÍA
A. Apunte bíblico-litúrgico
El Antiguo Testamento ya revela en parte la riqueza vital que se encierra en el único Dios a través de personificaciones como la Divina Sabiduría, maestra y creadora.
S. Pablo enseña que el camino hacia Dios se hace por medio de Cristo, en el amor derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo.
Después de la glorificación de Jesucristo, la Iglesia sigue recibiendo la revelación de parte de Dios Uno y Trino por medio del Espíritu que viene del Padre y del Hijo. Así lo anuncia Jesús en el Evangelio.
B. Contenidos del Catecismo de la Iglesia Católica
La fe:
La Santísima Trinidad: 232-267.
La respuesta:
La liturgia, obra de la Santísima Trinidad: 1077-1112.
C. Otras sugerencias
El misterio central de la fe nos sitúa ante el único que nos basta: Dios. Tal como El ha querido revelarse en su Hijo. Toda la liturgia, la oración y la vida del cristiano gira alrededor de Dios que es Uno en la Trinidad del Padre, Hijo y Espíritu Santo.
Así profesamos nuestra fe: Creo en Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo.
Así celebramos la liturgia: Por Cristo, a ti Dios Padre en la unidad del Espíritu Santo.
Así vivimos: empezamos a vivir en el bautismo. Hemos sido bautizados en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.
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