La resurrección es el culmen del Evangelio, la buena noticia por excelencia: ¡Jesús, el crucificado, ha resucitado! Este acontecimiento es la base de nuestra fe y de nuestra esperanza: si Cristo no hubiese resucitado, el cristianismo perdería su valor; toda la misión de la Iglesia perdería su impulso, porque ahí empezó y de ahí recomienza siempre.
El mensaje que los cristianos llevan al mundo es este: Jesús, el amor encarnado, murió en la cruz por nuestros pecados, pero Dios Padre lo resucitó y lo hizo Señor de la vida y de la muerte. En Jesús, el amor venció al odio, la misericordia al pecado, el bien al mal, la verdad a la mentira, la vida a la muerte.
En toda situación humana, caracterizada por la fragilidad, el pecado y la muerte, la buena noticia no es solo una palabra, sino un testimonio de amor gratuito y fiel: es salir de sí para ir al encuentro del otro, estar cerca de quien está herido por la vida, compartir con quien carece de lo necesario, permanecer junto a quien está enfermo, viejo o excluido… “¡Venid y ved!”: el amor es más fuerte, el amor da vida, el amor hace florecer la esperanza en el desierto.
Señor resucitado, ayúdanos a buscarte para que todos podamos encontrarte, saber que tenemos un Padre y no nos sintamos huérfanos; que podamos amarte y adorarte. Ayúdanos a derrotar el flagelo del hambre, agravado por los conflictos y por los gastos inmensos de los que a menudo somos cómplices. Haznos capaces de proteger a los indefensos, sobre todo a los niños, mujeres y ancianos, a veces convertidos en objeto de explotación y abandono.
Haz que podamos curar a los hermanos infectados por la epidemia de ébola en Guinea Conakry, Sierra Leona y Liberia, y a los afectados por tantas otras enfermedades, que se difunden también por la incuria y la pobreza extrema. Consuela a quienes hoy no pueden celebrar la Pascua con sus seres queridos porque fueron arrebatados injustamente de los suyos, como las numerosas personas, sacerdotes y laicos, que en varias partes del mundo han sido secuestradas. Conforta a los que han dejado sus tierras para emigrar a lugares donde poder esperar un futuro mejor, vivir la vida con dignidad y, no pocas veces, profesar libremente su fe.
Te pedimos, Jesús glorioso, que hagas cesar toda guerra, toda hostilidad grande o pequeña, antigua o reciente. Te suplicamos, en particular, por la amada Siria, para que, cuantos sufren las consecuencias del conflicto, puedan recibir las necesarias ayudas humanitarias, y las partes en causa no usen más la fuerza para sembrar muerte, sobre todo contra la población inerme, sino que tengan la audacia de negociar la paz, demasiado tiempo esperada.
Te pedimos que confortes a las víctimas de la violencia fratricida en Irak y que sostengas la esperanza suscitada por la vuelta de las negociaciones entre hebreos y palestinos. Te imploramos que se ponga fin a los desencuentros en la República Centroafricana y que se acaben los atroces atentados terroristas en algunas zonas de Nigeria y la violencia en Sudán del Sur. Te pedimos que los ánimos se dirijan a la reconciliación y a la concordia fraterna en Venezuela.
Por tu resurrección, que este año celebramos junto a las Iglesias que siguen el calendario juliano, te pedimos que ilumines e inspires iniciativas de pacificación en Ucrania, para que todas las partes interesadas, sostenidas por la comunidad internacional, realicen cualquier esfuerzo para impedir la violencia y construir, en espíritu de unidad y diálogo, el futuro del país. Y que ellos, como hermanos, puedan gritar hoy el anuncio de Pascua.
Por todos los pueblos de la tierra te pedimos, Señor, tú que has vencido la muerte, danos tu vida, danos tu paz.
Traducción de L. Montoya del texto de Radio Vaticano.