El don de Fortaleza

AUDIENCIA GENERAL

Hemos reflexionado en las pasadas catequesis sobre los primeros tres dones del Espíritu Santo: sabiduría, entendimiento y consejo. Pensemos hoy en lo que hace el Señor, que siempre viene a sostenernos en nuestra flaqueza, y eso lo hace con un don especial: el don de fortaleza.

1. Hay una parábola que cuenta Jesús, y que nos ayuda a captar la importancia de este don. Un sembrador sale a sembrar; pero no toda la semilla que esparce da fruto. La que acaba en el camino, se la comen los pájaros; la que cae en terreno pedregoso o entre zarzas, se seca enseguida por el sol o es sofocada por las espinas. Solo la que acaba en terreno bueno puede crecer y dar fruto (cfr Mc 4,3-9; Mt 13,3-9; Lc 8,4-8). Como Jesús mismo explica a sus discípulos, el sembrador representa al Padre, que esparce abundantemente la semilla de su Palabra. Pero la semilla se encuentra a menudo con la aridez de nuestro corazón y, aun cuando es recibida, corre el riesgo de permanecer estéril. Con el don de fortaleza, en cambio, el Espíritu Santo libra el terreno de nuestro corazón, lo libra del adormecimiento, de las incertezas y de todos los temores que puedan frenarlo, para que la Palabra del Señor sea puesta en práctica de modo auténtico y gozoso. Es una auténtica ayuda el don de fortaleza: nos da fuerza y nos libra también de muchos impedimentos.

2. Hay también momentos difíciles y situaciones extremas en las que el don de fortaleza se manifiesta de modo extraordinario, ejemplar. Es el caso de los que tienen que afrontar experiencias particularmente duras y dolorosas, que trastorna su vida y la de sus seres queridos. La Iglesia reluce en testimonios de tantos hermanos y hermanas que no han dudado en dar su vida, con tal de permanecer fieles al Señor y al evangelio. Tampoco hoy faltan cristianos que, en tantas partes del mundo, continúan celebrando y dando testimonio de su fe, con profunda convicción y serenidad, y resisten incluso cuando saben que eso puede comportar un precio más alto. También nosotros, todos, conocemos gente que ha vivido situaciones difíciles, con mucho dolor. Pues, pensemos en esos hombres y mujeres que llevan una vida difícil, y luchan para sacar adelante su familia, educar a sus hijos: hacen todo eso porque el espíritu de fortaleza les ayuda. Cuántos hombres y mujeres —nosotros no sabemos sus nombres— que honran a nuestro pueblo y honran a nuestra Iglesia, porque son fuertes: fuertes para sacar adelante su vida, su familia, su trabajo, su fe. Esos hermanos y hermanas nuestros son santos, santos en lo ordinario, santos ocultos en medio de nosotros: tienen precisamente el don de fortaleza para sacar adelante su deber de personas, de padres, de madres, de hermanos, de hermanas, de ciudadanos. ¡Tenemos tantos! Demos gracias al Señor por los cristianos que llevan esa santidad oculta: ¡es el Espíritu Santo que tienen dentro el que les lleva adelante! Y nos vendrá bien pensar en esa gente: si ellos hacen todo eso, si pueden hacerlo, ¿por que yo no? Y también nos vendrá bien pedir al Señor que nos dé el don de fortaleza.

No hay que pensar que el don de fortaleza solo es necesario en algunas ocasiones o situaciones especiales. Este don debe constituir la nota de fondo de nuestro ser cristianos, en lo ordinario de nuestra vida diaria. Como he dicho, todos los días de la vida ordinaria debemos ser fuertes, necesitamos esa fortaleza para sacar adelante nuestra vida, nuestra familia, nuestra fe. El apóstol Pablo dijo una frase que nos vendrá bien escuchar: «Todo lo puedo en Aquel que me conforta» (Fil 4,13). Cuando afrontemos la vida ordinaria, cuando lleguen las dificultades, recordemos esto: «Todo lo puedo en Aquel que me conforta». El Señor da la fuerza, siempre; no nos faltará. El Señor no nos prueba por encima de los que podemos tolerar. Siempre está con nosotros. «Todo lo puedo en Aquel que me conforta».

Queridos amigos, a veces podemos ser tentados de dejarnos llevar por la pereza o, peor aún, por el desánimo, sobre todo ante las fatigas y pruebas de la vida. En esos casos, no perdamos el ánimo, invoquemos al Espíritu Santo, para que con el don de fortaleza pueda sostener nuestro corazón y comunicar nueva fuerza y entusiasmo a nuestra vida y a nuestro seguimiento de Jesús.