“El corazón libre de las cosas de la tierra”

“No acumuléis tesoros en la tierra”, dice Jesús en el evangelio de hoy. Es un consejo de prudencia, porque los tesoros de la tierra no están seguros: se estropean, o vienen los ladrones y se los llevan. ¿En qué tesoros piensa Jesús? Principalmente en tres.

El primer tesoro es el oro, el dinero, las riquezas. Pero, con eso, no estás seguro porque quizá te lo roban. Ni estás seguro con las inversiones; a lo mejor cae la Bolsa y te quedas sin nada. Dime, ¿un euro más te hace más feliz o no? Las riquezas: un tesoro peligroso. Aunque las riquezas son buenas, sirven para hacer muchas cosas buenas, para sacar adelante la familia: es verdad. Pero si las acumulas como un tesoro, ¡te roban el alma! Jesús, en el evangelio, habla muchas veces de las riquezas, del peligro de las riquezas, de poner la esperanza en las riquezas.

El otro tesoro es la vanidad, el tesoro de tener prestigio, de hacerse ver. Jesús siempre lo condena. Pensemos en lo que dice a los doctores de la ley cuando ayunaban, cuando daban limosna, cuando rezaban para ser vistos. La vanidad no sirve, se acaba. San Bernardo afirmaba: “Tu belleza acabará siendo pasto de los gusanos”.

El tercer tesoro es el orgullo, el poder. En la primera lectura se narra la caída de la cruel reina Atalía. Su gran poder duró siete años, y luego la mataron. El poder se acaba. Cuántos grandes y orgullosos, hombres y mujeres, poderosos han acabado en el anonimato, en la miseria o en prisión.

De ahí la exhortación a no acumular dinero, vanidad, orgullo, poder. Esos tesoros no sirven. El Señor nos pide, en cambio, acumular tesoros en el cielo. Aquí está el mensaje de Jesús. Si tu tesoro está en las riquezas, en la vanidad, en el poder, en el orgullo, tu corazón se quedará encadenado ahí. Tu corazón será esclavo de las riquezas, de la vanidad, del orgullo. Y lo que Jesús quiere es que tengamos el corazón libre. Ese es el mensaje de hoy. Por favor, ¡tened un corazón libre!, nos dice Jesús. Nos habla de la libertad del corazón. Y solo se puede tener un corazón libre con los tesoros del cielo: el amor, la paciencia, el servicio a los demás, la adoración a Dios. Esas son las verdaderas riquezas que no se pueden robar. Las otras gravan el corazón, pesan: lo encadenan, no le dan libertad.

Un corazón esclavo no es un corazón luminoso, sino tenebroso. Y si acumulamos tesoros en la tierra, acumulamos tinieblas, que no sirven. Esos tesoros no nos dan la alegría y, mucho menos, la libertad. En cambio, un corazón libre es un corazón luminoso, que alumbra a los demás y muestra el camino que lleva a Dios. Un corazón luminoso, que no está encadenado, un corazón que va adelante y que hasta envejece bien, porque es como el buen vino: cuando el buen vino envejece se convierte en un buen vino envejecido. En cambio, el corazón que no es luminoso es como el vino malo: pasa el tiempo, se estropea y se vuelve vinagre.

Que el Señor nos dé prudencia espiritual, para saber bien dónde está mi corazón, a qué tesoro está apegado mi corazón. Y que nos dé la fuerza para desatarlo, si está encadenado, para que sea libre, luminoso y nos dé la felicidad de los hijos de Dios: ¡la verdadera libertad!