Ángelus

En Italia y en muchos países se celebra en este domingo la fiesta del Cuerpo y la Sangre de Cristo, llamado a menudo con el nombre latino: Corpus o Corpus Christi. La Comunidad eclesial se recoge alrededor de la Eucaristía para adorar al tesoro más precioso que Jesús le ha dejado.

El evangelio de Juan presenta el discurso del "pan de vida", pronunciado por Jesús en la sinagoga de Cafarnaún, en el que afirma: «Yo soy el pan vivo, bajado del cielo. El que come de este pan vivirá para siempre y el pan que yo le daré es mi carne para la vida del mundo» (Jn 6,51). Jesús subraya que no vino al mundo para dar algo, sino para darse él mismo, su vida, como alimento para todos los que creen en Él. Esta comunión nuestra con el Señor compromete a sus discípulos a imitarlo, haciendo de nuestra existencia, con nuestra actitud, un pan partido para los demás, como el Maestro partió el pan que es realmente su carne. Por nuestra parte, debemos tener comportamientos generosos hacia el prójimo que demuestran la actitud de gastar la vida por los demás.

Cada vez que participamos en la Santa Misa y nos alimentamos con el Cuerpo de Cristo, la presencia de Jesús y del Espíritu Santo en nosotros actúa, mueve nuestro corazón, nos comunica actitudes interiores que se traducen en comportamientos según el evangelio. Ante todo la docilidad a la Palabra de Dios, luego la fraternidad entre nosotros, el valor del ejemplo cristiano, la fantasía de la caridad, la capacidad de dar esperanza a los desconfiados, de acoger a los excluidos. De este modo, la Eucaristía hace madurar un estilo de vida cristiano. La caridad de Cristo, acogida con corazón abierto, nos cambia, nos transforma, nos hace capaces de amar no según la medida humana, siempre limitada, sino según la medida de Dios. ¿Y cuál es la medida de Dios? ¡Sin medida! La medida de Dios es sin medida. ¡Todo, todo,  todo! No se puede medir el amor de Dios: ¡es sin medida! Y entonces nos volvemos  capaces de amar incluso a quien no nos ama: y eso no es fácil. Amar a quien no nos ama… ¡No es fácil! Porque si sabemos que una persona no nos quiere, también nosotros empezamos a no quererlo. ¡Pero no puede ser así! ¡Debemos amar hasta a quien no nos ama! Oponernos al mal con el bien, perdonar, compartir, acoger. Gracias a Jesús y a su Espíritu, también nuestra vida se convierte en "pan partido" para nuestros hermanos. Y viviendo así, descubrimos la verdadera alegría. La alegría de hacerse don, para devolver el gran don que nosotros recibimos primero, sin mérito nuestro. Es hermoso esto: nuestra vida se hace don. Eso es imitar a Jesús.

Quisiera recordar estas dos cosas. Primero: la medida del amor de Dios es amar sin medida. ¿Está claro? Y segunda: nuestra vida, con el amor de Jesús, recibiendo la Eucaristía, se hace don, como lo fue la vida de Jesús. No olvidéis estas dos cosas: la medida del amor de Dios es amar sin medida. Y siguiendo a Jesús, nosotros, con la Eucaristía, hacemos de nuestra vida un don.

Jesús, Pan de vida eterna, bajó del cielo y se hizo carne gracias a la fe de María Santísima. Después de haberlo llevado en sí con inefable amor, Ella lo siguió fielmente hasta la cruz y la resurrección. Pidamos a la Virgen que nos ayude a descubrir de nuevo la belleza de la Eucaristía, hacerla el centro de nuestra vida, especialmente en la Misa dominical y en la adoración.