El don más grande de Dios: el Espíritu Santo

Homilía del Papa Francisco en Santa Marta

¡Dios tiene tanta misericordia! Lo hemos leído en la colecta[1], en la que pedimos perdón a Dios e incluso lo que la oración no se atreve a pedir. Esto me ha hecho pensar que es propio de la misericordia de Dios no solo perdonar —eso lo sabemos todos— sino ser generoso y dar más. Pedimos incluso lo que no osamos pedir. Quizá en la oración pedimos esto y aquello, ¡pero Él siempre nos da más!

En el Evangelio hay tres palabras clave: el amigo, el Padre y el don. Jesús enseña a los discípulos qué es la oración. Es como un hombre que va a medianoche a casa de un amigo a pedirle algo (cfr. Lc 11,5-13). En la vida hay amigos de oro, esos que te lo dan todo; hay otros, más o menos buenos, aunque la Biblia dice que ¡uno, dos o tres…  no más! Y luego los demás. Y, aunque seamos inoportunos e invasivos, el lazo de amistad hace que nos sea dado lo que pedimos.

Jesús da un paso más y habla del Padre: ¿Qué padre entre vosotros, cuando el hijo le pide pan, le dará una piedra? ¿O si le pide un pez, le dará una serpiente? ¿O si le pide un huevo, le dará un escorpión? Si vosotros, pues, que sois malos, sabéis dar cosas buenas a vuestros hijos, ¿cuánto más vuestro Padre celestial dará el Espíritu Santo a los que se lo piden? (Lc 11,11-13). Por tanto, no solo el amigo que nos acompaña por el camino de la vida nos ayuda y nos da lo que le pedimos; también el Padre del cielo, que nos quiere tanto y del que Jesús dijo que se preocupa de dar de comer a los pajarillos del campo (cfr. Mt 6,26). Jesús quiere reavivar la confianza en la oración, y dice: Pedid y se os dará, buscad y hallaréis, llamad y se os abrirá; porque quien pide recibe, quien busca halla, y al que llama se le abre (Lc 11,9-10). Eso es la oración: pedir, buscar y llamar al corazón de Dios. Y el Padre dará el Espíritu Santo a los que se lo piden (Lc 11,13).

Ese es el don, el “más” de Dios. Dios nunca te da un regalo sin envolverlo bien, sin algo más que lo haga más hermoso. Y lo que el Señor —el Padre— nos da de más es el Espíritu: el verdadero don del Padre es el que la oración no se atreve a pedir. Yo pido esta gracia; pido esto, llamo y pido tanto… Solo espero que me dé esto. Y Él, que es Padre, me da eso y más: el don, el Espíritu Santo.

La oración se hace con el amigo, el compañero de camino en la vida, se hace con el Padre y se hace con el Espíritu Santo. El amigo es Jesús. Es Él quien nos acompaña y nos enseña a rezar. Nuestra oración debe ser trinitaria. Muchas veces: ¿Usted cree? ¡Sí, si!; ¿En qué cree? ¡En Dios! ¿Y qué es Dios para usted? ¡Pues Dios es Dios! ¡Pues un Dios así no existe!: ¡no os escandalicéis! ¡Dios así no existe! Existe el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo: son personas, no una idea en el aire. ¡Un Dios spray no existe! ¡Existen personas! Jesús, que es el compañero de camino y nos da lo que pidamos; el Padre que cuida de nosotros y nos quiere; y el Espíritu Santo que es el don, ese “de más” que da el Padre, lo que nuestra conciencia no se atreve a pedir.


[1] Dios todopoderoso y eterno, que con amor generoso sobrepasas los méritos y los deseos de los que te suplican, derrama sobre nosotros tu misericordia perdonando lo que inquieta nuestra conciencia y concediéndonos aún aquello que no nos atrevemos a pedir (Oración colecta, jueves de la XVII semana del Tiempo ordinario) (N. del T.).