“El Dios de las sorpresas”

Homilía de la Misa en Santa Marta

Jesús habla a los doctores de la ley que le piden una señal y les define como generación perversa. Muchas veces esos doctores piden señales a Jesús, y Él les responde que no son capaces de ver los signos de los tiempos. Porque esos doctores de la ley no entendían los signos del tiempo y pedía una señal extraordinaria (Jesús se la dio después) ¿Por qué no entendían? En primer lugar, porque estaban cerrados, encerrados en sus esquemas, habían compuesto muy bien la ley, una obra maestra. Todos los hebreos sabían qué se podía hacer, qué no se podía hacer, hasta adónde se podía ir. Todo estaba reglamentado. Y se encontraban seguros así. Y para ellos eran cosas extrañas las que hacía Jesús: Ir a los pecadores, comer con los publicanos. No les gusta, es peligroso; estaba en peligro la doctrina de la ley que ellos, los teólogos, habían hecho durante siglos, doctrina que hicieron por amor, por ser fieles a Dios. Pero quedaron atrapados ahí, simplemente habían olvidado la historia. Olvidaron que Dios es el Dios de la ley, pero también es el Dios de las sorpresas. Además, a ese mismo pueblo Dios le había reservado sorpresas tantas veces, como cuando lo salvó de la esclavitud da Egipto. No comprendían que Dios es el Dios de las sorpresas, que Dios es siempre nuevo; nunca se niega a sí mismo, nunca dice que lo que había dicho fuera equivocado, nunca, pero siempre nos sorprende. Pero ellos no entendían y se encerraban en aquel sistema hecho con tanta buena voluntad, y pedían a Jesús: ¡Danos una señal! No comprendían las muchas señales que hacía Jesús y que indicaban que el tiempo estaba maduro. ¡Clausura!

Luego, habían olvidado que eran un pueblo en camino. ¡En camino! Y cuando se camina, cuando uno está en camino, siempre encuentra cosas nuevas, cosas que no conocía. Y un camino no es absoluto en sí mismo, es el camino hacia la manifestación definitiva del Señor. La vida es un camino hacia la plenitud de Jesucristo, cuando venga por segunda vez. Esta generación pide una señal pero, dice el Señor, no le será dada otra señal que la señal de Jonás, es decir, la señal de la Resurrección, de la Gloria, de la escatología hacia la que estamos en camino. Pero los doctores estaban encerrados en sí mismos, no abiertos al Dios de las sorpresas, no conocían el camino ni la escatología. Así, cuando en el Sinedrín Jesús afirma que es el Hijo de Dios, se rasgaron las vestiduras, se escandalizaron diciendo que había blasfemado. La señal que Jesús le da era una blasfemia. Y por eso dice Jesús: generación perversa.

No comprendían que la ley que protegían y amaban era una pedagogía hacia Jesús. Si la ley no lleva a Jesucristo, si no nos acerca a Él, está muerta. Por eso Jesús le reprocha que estén atrapados, que nos sean capaces de conocer los signos de los tiempos, que no estén abiertos al Dios de las sorpresas. Y esto debe hacernos pensar: ¿Yo estoy apegado a mis cosas, a mis ideas, encerrado? ¿O estoy abierto al Dios de las sorpresas? ¿Soy una persona quieta o una persona que camina? ¿Creo en Jesucristo —en lo que hizo: murió, resucitó—, creo que el camino avanza a la madurez, a la manifestación de la gloria del Señor? ¿Soy capaz de entender los signos de los tiempos y ser fiel a la voz del Señor que se manifiesta en ellos? Podemos hacernos hoy estas preguntas y pedir al Señor un corazón que ame la ley, porque la ley es de Dios; que ame también las sorpresas de Dios y que sepa que esa ley santa no es fin en sí misma. Está en camino, es una pedagogía que nos lleva a Jesucristo, al encuentro definitivo, donde estará la gran señal del Hijo del hombre.