“La oración de alabanza es difícil pero da alegría”

Homilía de la Misa en Santa Marta

En la Carta a los Efesios San Pablo eleva con alegría su bendición a Dios (cfr. Ef 1,1-10). Se trata de una oración de alabanza, una oración que no solemos hacer tan frecuentemente: alabar a Dios es gratuidad pura y es entrar en una gran alegría. Sabemos rezar muy bien cuando pedimos cosas y cuando damos gracias al Señor, pero la oración de alabanza es un poco más difícil para nosotros: no es tan habitual alabar al Señor. Y eso lo podemos notar mejor cuando recordamos las cosas que el Señor ha hecho en nuestra vida: En Él —en Cristo— nos eligió antes de la creación del mundo (Ef 1,4). ¡Bendito seas Señor, porque me has escogido! Es la alegría de una cercanía paterna y tierna.

La oración de alabanza nos trae la alegría de ser felices ante el Señor. ¡Hagamos un esfuerzo por encontrarla! Pero el punto de partida es precisamente hacer memoria de esa elección. El Señor me ha escogido antes de la creación del mundo. ¡Esto no se puede entender! Ni se puede entender ni se puede imaginar: que el Señor me haya conocido antes de la creación del mundo, que mi nombre estuviera en el corazón del Señor. ¡Esa es la verdad! ¡Esa es la revelación! Si no creemos esto no somos cristianos, ¡eh! Quizá estemos en una religiosidad teísta, ¡pero no cristianos! El cristiano es un escogido, el cristiano es un elegido en el corazón de Dios antes de la creación del mundo. También este pensamiento llena de alegría nuestro corazón: ¡yo soy elegido! Y nos da seguridad.

Nuestro nombre está en el corazón de Dios, en las entrañas de Dios, como el niño está dentro de su madre. Esa es nuestra alegría de ser elegidos. Es algo que no se puede entender solo con la cabeza. Y tampoco solo con el corazón. Para comprenderlo debemos entrar en el Misterio de Jesucristo, el Misterio de su Hijo amado: Derramó su sangre en abundancia sobre nosotros, con toda sabiduría e inteligencia, haciéndonos conocer el misterio de su voluntad (Ef 1,7-9). Y esa es la tercera actitud: entrar en el Misterio. Cuando celebramos la Eucaristía, entramos en este Misterio, que no se puede entender totalmente: el Señor está vivo, está con nosotros, aquí, en su gloria, en su plenitud y entrega otra vez su vida por nosotros. Esa actitud de entrar en el Misterio debemos aprenderla cada día. El cristiano es una persona que se esfuerza por entrar en el Misterio. Y el Misterio no se puede controlar: ¡es el Misterio; yo solo entro!

Así pues, la oración de alabanza es oración de alegría; luego oración de memoria —¡cuánto ha hecho el Señor por mí; con cuánta ternura me ha acompañado, cómo se ha anonadado; se ha inclinado como el padre se agacha con el niño para ayudarle a caminar!—, y finalmente oración al Espíritu Santo para que nos dé la gracia de entrar en el Misterio, sobre todo cuando celebremos la Eucaristía.