El encuentro con Jesús nos cambia la vida

Homilía de la Misa en Santa Marta

¡Un encuentro! Esa es el modo elegido por Jesús para cambiar la vida de los demás. Y, entre esos encuentros, quizá el más emblemático sea el de Saulo de Tarso que acabamos de leer en la primera lectura (cfr. Hch 9,1-20). De perseguidor anticristiano, cuando llega a Damasco, se convierte en Apóstol. Encuentro, como tantos otros que relatan los Evangelios, y que nos viene bien considerar frecuentemente.

Más en concreto, pensemos en el primer encuentro con Jesús, ese que cambia la vida de quien está delante. Juan y Andrés, que pasan con el Maestro toda la tarde (cfr. Jn 1,39), Simón que se convierte en seguida en la piedra de la nueva comunidad (cfr. Mt 16,18), y luego la Samaritana (cfr. Jn 4,7ss), el leproso que vuelve a dar gracias por haber sido curado (cfr. Lc 17,15ss), la mujer enferma que se cura tocando la orla de la túnica de Cristo (cfr. Lc 8,44). Encuentros decisivos que deben llevar al cristiano a no perder nunca el recuerdo  de su primer contacto con Jesús. Él no lo olvida nunca, aunque nosotros sí olvidamos ese encuentro con Jesús. Y esa sería una buena tarea para hacer en casa, pensar: ¿Cuándo sentí de verdad al Señor cerca de mí? ¿Cuándo noté que tenía que cambiar de vida o ser mejor o perdonar a una persona? ¿Cuándo advertí que el Señor me pedía algo? ¿Cuándo me encontré al Señor? Porque nuestra fe es un encuentro con Jesús. Ese es el fundamento de la fe: me encontré a Jesús, como Saulo hoy.

Preguntémonos con sinceridad: ¿Cuándo me dijiste algo que cambió mi vida o me invitaste a dar aquel paso adelante en la vida? Es una buena oración que os recomiendo hacer cada día. Y cuando te acuerdes, alégrate de ese recuerdo, porque es un recuerdo de amor. Otra bonita tarea sería coger los Evangelios y leer tantas historias que allí se narran, y ver cómo Jesús encuentra a la gente, cómo elige a los apóstoles... Tantos encuentros que hay ahí con Jesús. Quizá alguno se parezca al mío. Cada uno tiene el suyo.

Y tampoco olvidemos que Cristo desea tener trato con nosotros, en el sentido de una predilección, un trato de amor de tú a tú. Recemos y pidamos la gracia de la memoria. ¿Cuándo, Señor, fue aquel encuentro, aquel primer amor? Para no oír el reproche que el Señor hace en el Apocalipsis: Tengo contra ti que te has olvidado del primer amor (Ap 2,4).