Haced la paz entre vosotros

Homilía del Papa en Santa Marta

Jesús es el príncipe de la paz porque genera paz en nuestros corazones. Las lecturas de hoy (cfr. Col 3,12-17 y Lc 6,27-38) recogen el binomio paz-reconciliación. ¿Agradecemos tanto este don de la paz que hemos recibido de Jesús? La paz ha sido hecha, pero no ha sido aceptada. También hoy, todos los días, en los telediarios, en los periódicos, vemos que hay guerras, destrucción, odio, enemistad. Y también hay hombres y mujeres que trabaja mucho —¡pero mucho!— para fabricar armas para matar, armas que al final se manchan de la sangre de tantos inocentes, de tanta gente. ¡Hay guerras! ¡Hay guerras y está la maldad de preparar la guerra, de hacer armas contra el otro, para matar! La paz salva, la paz te hace vivir, te hace crecer; la guerra te destruye, te hunde.

Sin embargo, la guerra no es solo esa, está también en nuestras comunidades cristianas, entre nosotros. Y aquí está el “consejo” que hoy nos da la liturgia: Haced la paz entre vosotros. El perdón es la palabra clave. El Señor os ha perdonado: haced vosotros lo mismo. Si no sabes perdonar, no eres cristiano. Serás un buen hombre, una buena mujer… Porque no haces lo que hizo el Señor. Y también: si no perdonas, no puedes recibir la paz del Señor, el perdón del Señor. Y cada día, cuando rezamos el PadrenuestroPerdona nuestras ofensas, como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden…—está en condicional—, intentamos convencer a Dios para que sea bueno, como nosotros somos buenos perdonando: ¡al revés! ¿Palabras? Como se cantaba en aquella bonita canción: ‘Parole, parole, parole’. Creo que la cantaba Mina… ¡Parole! ¡Perdonadme! El Señor os ha perdonado: haced vosotros lo mismo.

Hace falta paciencia cristiana. Cuántas mujeres heroicas hay en nuestro pueblo que soportan, por el bien de la familia, de los hijos, tantas brutalidades, tantas injusticias: soportan y van adelante con su familia. Cuántos hombres heroicos hay en nuestro pueblo cristiano que soportan levantarse temprano por la mañana e ir al trabajo —tantas veces un trabajo injusto, mal pagado— para volver ya tarde, por mantener a la mujer y a los hijos. Estos son los justos. Pero, también están los que sacan a pasear la lengua y hacen la guerra, porque la lengua destruye, ¡hace la guerra! Hay otra palabra clave que dice Jesús en el Evangelio: misericordia. Es importante comprender a los demás, no condenarlos.

El Señor, el Padre es tan misericordioso que siempre nos perdona, siempre quiere hacer la paz con nosotros. Pero si no eres misericordioso te arriesgas a que el Señor no sea misericordioso contigo, porque seremos juzgados con la misma medida con la que juzguemos a los demás (cfr. Lc 6,38). Si eres cura y no eres capaz de ser misericordioso, di a tu obispo que te dé un trabajo administrativo, pero no vayas al confesonario, por favor. ¡Un cura que no es misericordioso hace mucho daño en el confesionario! Pega a la gente. No, yo soy misericordioso, pero estoy un poco nervioso… Es verdad... ¡Pues, antes de ir al confesionario ve al médico a que te dé una pastilla contra los nervios! ¡Pero sé misericordioso! Y también misericordiosos entre nosotros. Pero es que lo que ha hecho ese… ¡Ese es más pecador que yo! ¿Quién puede decir eso, que el otro sea más pecador que yo? ¡Ninguno de nosotros puede decir eso! Solo el Señor lo sabe.

Como enseña San Pablo, tenemos que revestirnos de sentimientos de misericordia entrañable, bondad, humildad, dulzura, comprensión. Este es el estilo cristiano, el estilo con el que Jesús hizo la paz y la reconciliación. No es la soberbia, no es la condena, no es hablar mal de los demás. Que el Señor nos dé a todos la gracia de soportarnos mutuamente, de perdonar, de ser misericordiosos, come el Señor es misericordioso con nosotros.