Abrir la ley a la misericordia

Homilía del papa Francisco en Santa Marta

La primera lectura, de los Hechos de los Apóstoles (6,8-15), cuenta cómo los doctores de la ley acusan a Esteban con calumnias porque son incapaces de resistir la sabiduría y el espíritu con que habla. Y para eso, instigan a falsos testigos a que digan haberle oído pronunciar palabras blasfemas contra Moisés, contra Dios.

El corazón cerrado a la verdad de Dios está apegado solo a la verdad de la ley, es más, más que a la ley, a la letra, y no encuentra otra salida que la mentira, el falso testimonio y la muerte. Jesús ya les había echado en cara esa actitud, porque sus padres habían matado a los profetas y ellos, ahora, construyen monumentos a aquellos profetas. La respuesta de los doctores de la ley es cínica más que hipócrita: Si hubiésemos vivido en el tiempo de nuestros padres no habríamos hecho lo mismo. Y así se lavan las manos y se juzgan puros ante sí mismos. Pero su corazón está cerrado a la Palabra de Dios, está cerrado a la verdad, está cerrado al mensajero de Dios que trae la profecía para sacar adelante al pueblo de Dios. Me duele cuando leo aquel pequeño pasaje del evangelio de Mateo (27,3-7), cuando Judas arrepentido va a los sacerdotes y les dice: He pecado entregando sangre inocente, y quiere devolverles las monedas… y lo hace. ¡Qué nos importa a nosotros! —le contestan—; ¡allá tú! Un corazón cerrado ante este pobre hombre arrepentido que no sabía qué hacer. ¡Allá tú! Y fue a ahorcarse. ¿Y qué hacen ellos cuando Judas va a colgarse? ¿Hablan y dicen: pobre hombre? ¡No! Lo primero las monedas: Estas monedas son precio de sangre, no pueden entrar en el templo… la regla tal, tal, tal, tal… ¡Los doctores de la letra!

No les importa la vida de una persona, no les importa el arrepentimiento de Judas: el evangelio dice que volvió arrepentido (Mt 27,3). Solo les importa su sistema de leyes y tantas palabras y tantas cosas que han construido. Esa es la dureza de su corazón, la estupidez del corazón de esa gente que, como no podían resistir la verdad de Esteban, van a buscar testigos falsos para juzgarlo.

Esteban acaba como todos los profetas, acaba como Jesús. Y esto se repite en la historia de la Iglesia. La historia nos habla de tanta gente que es asesinada, juzgada, aunque fuesen inocentes: juzgada con la Palabra de Dios, contra la Palabra de Dios. Pensemos en la caza de brujas o en Santa Juana de Arco, y tantos otros que fueron quemados, condenados, porque no se ajustaban, según los jueces, a la Palabra de Dios. Es el modelo de Jesús que, por ser fiel y haber obedecido a la Palabra del Padre, acaba en la cruz. Con cuánta ternura Jesús dice a los discípulos de Emaús: Oh necios y tardos de corazón (Lc 24,25). Pidamos hoy al Señor que, con la misma ternura, mire las pequeñas o grandes tonterías de nuestro corazón, nos acaricie, y nos diga: Oh necio y tardo de corazón, y empiece a explicarnos todas las cosas (cfr. Lc 24,27).

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