El testimonio de la vida

Homilía del Papa Francisco en Santa Marta

Ya estamos cerca de Pentecostés y las lecturas nos hablan cada vez más del Espíritu Santo. Los Hechos de los Apóstoles (16,11-15) relatan que el Señor abrió el corazón de una mujer de nombre Lidia, una vendedora de púrpura que, en la ciudad de Tiatira, escuchaba las palabras de Pablo. Algo siente esta mujer dentro de sí que la empuja a decir: ¡Esto es verdadero! Estoy de acuerdo con lo que dice este hombre, este hombre que de testimonio de Jesucristo. ¡Es verdad lo que dice! Pero, ¿quién ha tocado el corazón de esta mujer? ¿Quién le ha dicho: Escucha, porque es verdadero? Pues precisamente el Espíritu Santo, que hizo sentir a esa mujer que Jesús era el Señor; hizo sentir a esa mujer que la salvación estaba en las palabras de Pablo; hizo sentir a esa mujer un testimonio. El Espíritu da testimonio de Jesús. Y cada vez que sentimos en el corazón algo que nos acerca a Jesús, es el Espíritu quien trabaja dentro.

El Evangelio (Jn 15,26–16,4a) habla de un doble testimonio: el del Espíritu que nos da el testimonio de Jesús y el de nuestro testimonio. Nosotros somos testigos del Señor con la fuerza del Espíritu. Jesús invita a los discípulos a no escandalizarse, porque el testimonio trae consigo persecuciones. Desde las pequeñas persecuciones de la murmuración y la crítica, a las grandes, de las que la historia de la Iglesia está llena, que lleva a los cristianos a la cárcel o incluso a dar la vida. Es –dice Jesús– el precio del testimonio cristiano. Os excomulgarán de la sinagoga; más aún, llegará incluso una hora cuando el que os dé muerte pensará que da culto a Dios. El cristiano, con la fuerza del Espíritu, da testimonio de que el Señor vive, que el Señor ha resucitado, que el Señor está entre nosotros, que el Señor celebra con nosotros su muerte, su resurrección, cada vez que nos acercamos al altar. También el cristiano da testimonio, ayudado por el Espíritu, en su vida ordinaria, con su modo de actuar. Es el testimonio continuo del cristiano. Pero tantas veces ese testimonio provoca ataques, provoca persecuciones.

El Espíritu Santo que nos ha hecho conocer a Jesús es el mismo que nos empuja a darlo a conocer, no ya con palabras, sino con el testimonio de la vida. Es bueno pedir al Espíritu Santo que venga a nuestro corazón para que demos testimonio de Jesús; decirle: Señor, que yo no me aleje de Jesús. Enséñame lo que enseñó Jesús. Hazme recordar lo que dijo e hizo Jesús y, también, ayúdame a dar testimonio de esas cosas. Que la mundanidad, las cosas fáciles, las cosas que vienen del padre de la mentira, del príncipe de este mundo, el pecado, no me aleje del testimonio.

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