Misa de sufragio por el padre Hamel

Homilía del Papa Francisco en Santa Marta

En la Cruz de Jesucristo —hoy la Iglesia celebra la fiesta de la Cruz de Jesucristo— entendemos plenamente el misterio de Cristo. En este misterio de anonadamiento, de cercanía a nosotros, Él siendo de condición divina —dice Pablo— no considera un privilegio ser como Dios, sino que se anonadó a sí mismo, tomando la condición de siervo, haciéndose semejante a los hombres. Del aspecto reconocido como hombre, “se humilló a sí mismo haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de Cruz”. Este es el misterio de Cristo. Es un misterio que se hace martirio por la salvación de los hombres. Jesucristo, el primer mártir, es el primero que da la vida por nosotros, y de ese misterio de Cristo comienza toda la historia del martirio cristiano, desde los primeros siglos hasta hoy.

Los primeros cristianos confesaron a Jesucristo pagando con su vida; a los primeros cristianos se les proponía la apostasía, o sea: “Decid que nuestro dios es el verdadero, no el vuestro. Haced un sacrificio a nuestro dios o a nuestros dioses”, y si no hacían eso, si rechazaban la apostasía, los mataban. Esta historia se repite hasta hoy, y hoy hay más mártires cristianos en la Iglesia que en los primeros tiempos. Hoy hay cristianos asesinados, torturados, encarcelados, degollados porque no reniegan de Jesucristo. En esa historia llegamos a nuestro Padre Jacques: él forma parte de esta cadena de mártires. Los cristianos que hoy sufren —ya sea en la cárcel o con la muerte o las torturas— por no renegar de Jesucristo, hacen ver precisamente la crueldad de esta persecución. Y esa crueldad que pide la apostasía —digamos la palabra— es satánica. Y cuánto me gustaría que todas las confesiones religiosas dijeran: “Matar en nombre de Dios es satánico”.

El Padre Jacques Hamel fue degollado en la Cruz, precisamente mientras celebraba el sacrificio de la Cruz de Cristo. Este hombre bueno, manso, fraterno, que siempre procuraba hacer las paces, fue asesinado como si fuese un criminal. Ese es el hilo satánico de la persecución. Pero hay una cosa, en este hombre, que aceptó su martirio allí, con el martirio de Cristo, en al altar, una cosa que me hace pensar mucho: en medio del momento difícil que vivía, en medio también de esta tragedia que veía venir, un hombre manso, un hombre bueno, un hombre que hacía fraternidad, no perdió la lucidez de acusar y decir claramente el nombre del asesino. Y dijo claramente: “¡Vete, Satanás!”. Dio la vida por nosotros, dio la vida por no renegar de Jesús. Dio la vida en el mismo sacrificio de Jesús en el altar y desde ahí acusó al autor de la persecución: “¡Vete, Satanás!”.

Que ese ejemplo de valentía —y también el martirio de su vida—, de vaciarse de sí mismo para ayudar a los demás, de hacer fraternidad entre los hombres, nos ayude a todos a seguir adelante sin miedo. Que a nosotros —que él desde el Cielo, porque tenemos que rezarle: ¡es un mártir! Y los mártires son beatos: hay que rezarle— nos dé la mansedumbre, la fraternidad, la paz, y también el coraje de decir la verdad: matar en nombre de Dios es satánico.