Dónde está tu hermano

Homilía del Papa Francisco en Santa Marta

La escena de Caín y Abel, de la primera lectura de la misa de hoy (Gen 4,1-15.25), forma parte de ese género literario que se repite tantas veces en la Biblia: podemos llamarlo preguntas incómodas y respuestas de compromiso. Porque es una pregunta embarazosa la que dirige Dios a Caín: ¿Dónde está tu hermano? Y la respuesta es un poco de compromiso, y también para defenderse: ¿Qué tengo yo que ver con la vida de mi hermano? ¿Soy yo el guardián de mi hermano? Yo me lavo las manos. Así Caín intenta escapar de la mirada de Dios.

Hay más preguntas incómodas que hace Jesús. Muchas veces se las hizo a Pedro, por ejemplo cuando le pregunta tres veces: ¿Me amas? Tanto que al final Pedro ya no sabía qué responder. Y también a los discípulos: ¿Quién dice la gente que soy yo? Y le responden: un profeta, el Bautista... ¿Y vosotros, qué decís? Una pregunta embarazosa. A Caín le pregunta: ¿Dónde está tu hermano? Es una pregunta incómoda: mejor no hacerla. Y tenemos tantas respuestas: Es su vida, yo la respeto, me lavo las manos, no me meto en la vida ajena, cada uno es libre de elegir su camino… En la vida diaria, a esas preguntas incómodas del Señor, solemos responder con frases genéricas que no dicen nada, pero que lo dicen todo, todo lo que está en el corazón.

Hoy el Señor a cada uno hace esa pregunta: ¿Dónde está tu hermano? Quizá alguno que esté un poco distraído puede decir que está en casa con su mujer, pero estamos hablando del hermano hambriento, enfermo, encarcelado, perseguido por la justicia: ¿Dónde está tu hermano? –No lo sé –¡Pero está hambriento! –Sí, sí, seguramente está comiendo en Caritas de la parroquia, sí, allí le darán de comer, y con esa respuesta de compromiso salvo el pellejo. ¿Y el enfermo? –Seguro que está en el hospital. –Pero si no hay sitio en el hospital. ¿Tiene medicinas? –Bueno, eso es cosa suya, yo no puedo meterme en la vida ajena… tendrá parientes que le den las medicinas…, y me lavo las manos. ¿Dónde está tu hermano, el encarcelado? –Está pagando lo que se merece. ¡Quien la hace, la paga! Ya estamos cansados de tantos delincuentes por la calle: ¡que pague! Ojalá nunca oigas esa respuesta dicha a ti de boca del Señor. ¿Dónde está tu hermano, el explotado, el que trabaja en negro nueve meses al año para volver a contratarlo, después de tres meses, otro año? Y así, ni seguridad social, ni vacaciones… Pero es que hoy no hay trabajo y uno pilla lo que puede…: otra respuesta de compromiso.

El Señor me pregunta a mí: ¿Dónde está tu hermano? Pon el nombre de los hermanos que el Señor nombra en el capítulo 25 de Mateo: el enfermo, el hambriento, el sediento, el que no tiene ropa, aquel hermanito que no puede ir a la escuela, el drogadicto, el encarcelado… ¿dónde están? ¿Está tu hermano en tu corazón? ¿Hay sitio para esa gente en nuestro corazón? O bien, sí, hablamos de la gente, y descargamos un poco la conciencia dando una limosna. Pero que no molesten mucho, por favor, porque con esas cosas sociales la Iglesia acaba pareciendo un partido comunista, y eso es malo. Ya, pero el Señor preguntó: ¿Dónde está tu hermano? No es el partido, es el Señor. Nos hemos acostumbrado a dar respuestas de compromiso, respuestas para escapar del problema, para no ver el problema, para no tocar el problema.

Insisto: hagamos la lista de todos los que el Señor nombra en Mateo 25. Si no, empieza a crearse una vida oscura: el pecado está acurrucado a tu puerta, dice el Señor a Caín, y si llevamos esa vida oscura sin poner en práctica lo que el Señor nos ha enseñado, en la puerta está el pecado, acechando, esperando para entrar y destruirnos. Planteémonos la otra pregunta del Génesis, la que Dios dirige a Adán tras el pecado: Adán, ¿dónde estás? Y Adán se escondió de vergüenza, de miedo. Ojalá sintamos esa vergüenza. ¿Dónde está tu hermano? ¿Dónde estás? ¿En qué mundo vives, que no te das cuenta de esas cosas, de esos sufrimientos, de esos dolores? ¿Dónde está tu hermano? ¿Dónde estás? No te escondas de la realidad. Responde abiertamente, con lealtad, es más, con alegría, a esas dos preguntas del Señor.