Docilidad a la Voz de Dios

Homilía del Papa Francisco en Santa Marta

La Conversión de Saulo de Tarso camino de Damasco, llamado por la voz del Señor, es un cambio de página en la historia de la Salvación, marca la apertura a los paganos, a los gentiles, a los que no eran israelitas, en una palabra es la puerta abierta a la universalidad de la Iglesia y promesa del Señor en cuanto es una cosa importante. La figura del Apóstol de las Gentes que, ciego, se quedó en Damasco tres días sin comer ni beber, hasta que Ananías mandado por el Señor, no fue a devolverle la vista dándole la posibilidad de iniciar el camino de conversión y predicación, lleno del Espíritu Santo. Destacaría dos rasgos de su modo de ser. Pocos pero importantes rasgos para definir a Pablo: era un hombre fuerte y enamorado de la ley, de Dios, de la pureza de la ley, pero era honesto y, aunque con carácter, era coherente. Era coherente porque era un hombre abierto a Dios. Si perseguía cristianos era porque estaba convencido de que Dios quería eso. ¿Pero, cómo es posible? De eso nada: estaba convencido de eso. Es el celo que tenía por la pureza de la casa de Dios, por la gloria de Dios. Un corazón abierto a la voz del Señor. Y se arriesgaba, ya lo creo, pero seguía adelante. Y otro rasgo de su temperamento es que era un hombre dócil, tenía docilidad, no era un testarudo. 

Quizá su temperamento era terco, pero no su alma. Pablo estaba abierto a las sugerencias de Dios. Con ardor encarcelaba y mataba cristianos, pero una vez que siente la voz del Señor se vuelve como un niño, se deja llevar. Todas aquellas convicciones que tenía se callan, esperando la voz del Señor: “¿Qué debo hacer, Señor?”. Y va a su encuentro en Damasco, al encuentro de aquel otro hombre dócil, y se deja catequizar como un niño, se deja bautizar como un niño. Y luego retoma fuerzas, ¿y qué hace? Está callado. Se va a Arabia a rezar, cuánto tiempo no sabemos, quizá años, no sabemos. La docilidad. Apertura a la voz de Dios y docilidad. Es un ejemplo de nuestra vida y a mí me gusta hoy hablar de esto ante estas monjas que celebran sus 50 años de vida religiosa. Gracias por escuchar la voz de Dios y gracias por la docilidad.

La docilidad de estas mujeres del Cotolengo me recuerda mi primera visita, en los años 70, a una de las estructuras que, en el espíritu de San Giuseppe Benedetto Cottolengo, acogen en todo el mundo discapacitados psíquicos y físicos. Iba de habitación en habitación llevado por una monja, como las que hoy estáis aquí, y pasan la vida allí, entre los descartados. Sin su perseverancia y docilidad, no podrían hacer lo que hacen. Perseverar. Y eso es una señal de la Iglesia. Yo quería agradecer hoy, en vosotras, a tantos hombres y mujeres, valientes, que arriesgan la vida, que van adelante, y que buscan nuevas sendas en la vida de la Iglesia. ¡Buscan nuevas vías! “Pero, padre, ¿no es pecado?”. ¡No, no es pecado! Busquemos nuevas vías, esto nos vendrá bien a todos. Con tal de que sean los caminos del Señor. Pero adelante, adelante en la profundidad de la oración, en la profundidad de la docilidad, del corazón abierto a la voz de Dios. Y así se hacen los verdaderos cambios en la Iglesia, con personas que saben luchar en lo pequeño y en lo grande. El cristiano debe tener ese carisma de lo pequeño y de lo grande. Pedimos a San Pablo la gracia de la docilidad a la voz del Señor y del corazón abierto al Señor; la gracia de no asustarnos de hacer cosas grandes, de ir adelante, con tal de que tengamos la delicadeza de cuidar las cosas pequeñas.