No hay humildad sin humillación

Homilía del Papa Francisco en Santa Marta

Al leer el Evangelio de hoy (Mc 6,14-29) vemos que Juan Bautista fue enviado por Dios para señalar el senda, el camino de Jesús. El último de los profetas tuvo la gracia de poder decir: “Este es el Mesías”. La labor de Juan Bautista no fue tan predicar que Jesús venía y preparar al pueblo, sino dar testimonio de Jesucristo y darlo con su propia vida. Y dar testimonio de la senda elegida por Dios para nuestra salvación: la senda de la humillación. Pablo la expresa tan claramente en su Carta a los Filipenses: “Jesús se anonadó a sí mismo hasta la muerte, y muerte de cruz” (cfr. Flp 2,8). Y esa muerte de cruz, esa senda de anonadamiento, de humillación, es también nuestra senda, la senda que Dios muestra a los cristianos para seguir adelante.

Tanto Juan como Jesús tuvieron la tentación de la vanidad, de la soberbia: Jesús en el desierto con el diablo, después del ayuno; Juan ante los doctores de la ley que le preguntaban si era el Mesías: habría podido responder que era su ministro, pero se humilló a sí mismo. Ambos tenían autoridad ante el pueblo, su predicación era respetada. Y ambos tuvieron momentos de decaimiento, una especie de depresión humana y espiritual: Jesús en el Huerto de los olivos y Juan en la cárcel, tentado por el gusano de la duda de si Jesús era de verdad el Mesías. Ambos acaban del modo más humillante: Jesús con la muerte en la cruz, la muerte de los criminales más viles, terrible físicamente y también moralmente, desnudo ante el pueblo y su madre. Juan Bautista decapitado en la cárcel por un guardia, por orden de un rey debilitado por los vicios, corrupto por el capricho de una bailarina y el odio de una adúltera. El profeta, el gran profeta, “el hombre más grande nacido de mujer” —así lo califica Jesús (cfr. Lc 7,28)— y el Hijo de Dios escogieron la senda de la humillación. Es la senda que nos muestran y que los cristianos debemos seguir. De hecho, en las Bienaventuranzas se subraya que el camino es el de la humildad (cfr. Mt 5,5).

No se puede ser humildes sin humillaciones. Saquemos, pues, una enseñanza de este mensaje de la Palabra de Dios. Cuando buscamos hacernos ver, en la Iglesia, en la comunidad, para tener un cargo u otra cosa, esa es la senda del mundo, es una senda mundana, no es la senda de Jesús. Y también a los pastores les puede pasar esta tentación de “trepar”: “Esto es una injusticia, esto es una humillación; no lo puedo tolerar”. Pues si un pastor no sigue esa senda, no es discípulo de Jesús: ¡es un “trepa” con sotana! No hay humildad sin humillación. No tengamos miedo de las humillaciones. Pidamos al Señor que nos envíe alguna para hacernos humildes e imitar mejor a Jesús.