Rezar por nuestros pastores

Homilía del Papa Francisco en Santa Marta

La primera lectura, de los Hechos de los Apóstoles (20,17-27), se podría titular: La despedida de un Obispo. Pablo se despide de la Iglesia de Éfeso, que él mismo había fundado. Ahora tiene que irse. Todos los pastores tenemos que despedirnos. Llega un momento en que el Señor nos dice: ve a otra parte, ve allá, ven aquí, ven a mí. Por eso, uno de los pasos que debe dar un pastor es prepararse para despedirse bien, no hacerlo a medias. El pastor que no aprende a despedirse es porque tiene algún apegamiento no bueno con el rebaño, un vínculo que no está purificado por la Cruz de Jesús.

Pablo llama a todos los presbíteros de Éfeso y, en una especie de consejo presbiteral, se despide. Podemos destacar tres actitudes del Apóstol. En primer lugar, afirma que nunca se echó atrás: Vosotros sabéis que todo el tiempo que he estado aquí (…). Nunca me he reservado nada. No es un acto de vanidad —porque también dice que es el peor de los pecadores, lo sabe y lo dice—sino simplemente cuenta su historia. Y una de las cosas que dará mucha paz al pastor cuando se despida es acordarse de que nunca fue un pastor de componendas, sabe que no dirigió a la Iglesia por compromiso. No se echó para atrás. Y hace falta valor para esto.

Segundo punto. Pablo dice: ahora me dirijo a Jerusalén, forzado por el Espíritu. No sé lo que me espera allí. Obedece al Espíritu. El pastor sabe que está en camino. Mientras dirigía la Iglesia, tenía la actitud de no hacer apaños; ahora el Espíritu le pide ponerse en camino, sin saber lo que le espera. Y lo hace porque no tiene nada propio, no hace de su grey una apropiación indebida. Ha servido. ¿Ahora Dios quiere que me vaya? Me voy sin saber lo que me pasará. No sé lo que me espera allí, sólo sé que el Espíritu Santo, de ciudad en ciudad, me asegura que me aguardan cárceles y luchas. Eso lo sabía. No me jubilo. Voy a otro sitio a servir a otras Iglesias. Siempre el corazón abierto a la voz de Dios: dejo esto, veré qué me pide el Señor. Y ese pastor sin apaños es ahora un pastor en camino.

Tercer punto. Pablo dice: A mí no me importa la vida; no se considera el centro de la historia, de la historia grande o de la historia pequeña, no es el centro, es un servidor. Hay un dicho popular: “Se muere como se vive; se despide como se vive”. Y Pablo se despide con una libertad sin compromisos y en camino. Así se despide un pastor.

Con este ejemplo tan bonito, recemos por los pastores, por nuestros pastores, por los párrocos, por los obispos, por el Papa, para que su vida sea una vida sin componendas, una vida en camino, y una vida donde ellos no se crean el centro de la historia y aprendan así a despedirse. Recemos por nuestros pastores.