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Nueva Encíclica sobre la Eucaristía (17-IV-2003)

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Almudi.org. Nueva Encíclica sobre la Eucaristía Intensamente unido a la última cena de Jesús, Juan Pablo II firmó ayer durante la misa de Jueves Santo la encíclica «La Iglesia vive de la Eucaristía», su «regalo a los creyentes» en el vigesimoquinto año de Pontificado.La decimocuarta encíclica tiene un sabor intimista y arrolladoramente místico, fruto de sus 56 años de sacerdocio apasionado. Volviendo espiritualmente al Cenáculo de Jerusalén, el Santo Padre afirmó q... Almudi.org. Nueva Encíclica sobre la Eucaristía

Intensamente unido a la última cena de Jesús, Juan Pablo II firmó ayer durante la misa de Jueves Santo la encíclica «La Iglesia vive de la Eucaristía», su «regalo a los creyentes» en el vigesimoquinto año de Pontificado.La decimocuarta encíclica tiene un sabor intimista y arrolladoramente místico, fruto de sus 56 años de sacerdocio apasionado.

Volviendo espiritualmente al Cenáculo de Jerusalén, el Santo Padre afirmó que aquella primera Eucaristía, «fue el momento culminante de la existencia terrena de Jesús, el momento de su ofrenda sacrificial al Padre por amor a la humanidad». Entregar la vida por los demás envía, según el Papa, «un mensaje demasiado claro como para que se pueda ignorar: quienes participan en la Celebración eucarística no pueden permanecer insensibles ante las necesidades de los pobres y los desfavorecidos».

En esa línea de solidaridad práctica, el Santo Padre expresó su petición de «que la colecta de esta celebración vaya a aliviar las necesidades urgentes de quienes sufren en Irak las consecuencias de la guerra».

 

Enjugar las lágrimas del que sufre

Adelantando el tono que llevará toda la encíclica, el Papa convirtió su homilía en una plegaria poética, pidiendo al Cristo Eucarístico, «que la Iglesia sea cada vez más solícita en el enjugar las lágrimas de quien sufre y en sostener los esfuerzos de quienes anhelan la justicia y la paz».

Poco antes de firmar el documento, imploró a María, «mujer eucarística», su ayuda para «vivir el misterio de la Eucaristía en el espíritu del Magnificat. Te adoro con devoción, Dios escondido... Te adoro. ¡Ayúdame!».

La nueva encíclica, disponible desde ayer en Internet (www.vatican.va, disponible en siete idiomas, incluido el español), condensa en 78 páginas la reflexión de veinticinco años de Pontificado sobre el elemento central de la Iglesia: la Eucaristía, epicentro de la Redención, de la gracia divina y de la vida espiritual.

El Papa confiesa haberla escrito «con el deseo de suscitar «asombro» eucarístico, en continuidad con la herencia jubilar de la Carta apostólica «Novo millennio Ineunte» y su coronamiento mariano «Rosarium Virginis Mariae»».

En tono emocionado, Karol Wojtyla -el antiguo seminarista clandestino durante la ocupación nazi- recuerda su primera misa en 1946 en la catedral de Cracovia y tantas otras celebradas «en capillas de senderos de montaña, a orillas de los lagos, en las riberas del mar», durante los años de mordaza comunista en Polonia o, ya como Papa, «sobre altares construidos en estadios o en las plazas de las ciudades».

 

No maltratar el Sacramento

Ese contraste le sirve para subrayar que, en cualquier situación, «la Eucaristía se celebra sobre el altar del mundo, pues une el cielo y la tierra, abarcando toda la creación y el tiempo en un único supremo acto de alabanza».

Esa visión grandiosa del sacrifico de la Cruz le lleva a pedir a gritos que no se maltrate el Sacramento y que no se aisle de los avatares del mundo, puesto que la celebración eucarística «no debilita sino que más bien estimula nuestro sentido de responsabilidad respecto a la era presente».

El Papa añade que «deseo recalcarlo con fuerza al principio del nuevo milenio, para que los cristianos se sientan más que nunca comprometidos a no descuidar los deberes de la ciudad terrenal», entre los que cita «la urgencia de trabajar por la paz» en un mundo donde los poderosos extienden despiadadamente el culto a la fuerza.

 

Conciencia de pecado

Al mismo tiempo recuerda, con el tono de San Pablo a los cristianos de Corinto, que nadie debe acercarse indignamente a recibir el Cuerpo y la Sangre de Jesús. Si un fiel cristiano «tiene conciencia de pecado grave» debe acudir antes al sacramento de la Reconciliación.

El Papa reconoce que «el juicio sobre el estado de gracia, obviamente, corresponde sólo al interesado, tratándose de una valoración de conciencia», pero recuerda también, sin especificar los casos, que «el Código de Derecho Canónico no permite admitir a la comunión eucarística a quienes «obstinadamente persistan en un manifiesto pecado grave»».

Juan Pablo II dedica todo un capítulo de los seis que componen el documento al «Decoro de la Celebración Eucarística», urgiendo a manifestar el mismo amor intenso que la mujer que ungió los pies de Jesús con ungüento y los enjugaba con sus cabellos. Pero el más original y mas íntimo es el dedicado a «María, mujer eucarística», donde presenta a la Madre de Dios como primer sagrario durante la visita a Isabel, «donde el Hijo de Dios, todavía invisible, se ofrece a la adoración», y evoca el sacrificio de la Virgen al pie de la Cruz.

 

María y Jesús

El Papa afirma que «en cierto sentido, María practicó su fe eucarística antes incluso de que ésta fuera instituida, por el hecho mismo de haber ofrecido su seno virginal para la encarnación del Hijo de Dios. María concibió al Hijo divino, incluso en la realidad física de su cuerpo y su sangre, anticipando en sí lo que en cierta medida se realiza sacramentalmente en el creyente que recibe, en las especies del pan y el vino, el cuerpo y la sangre del Señor».

Por ese motivo, existe «una analogía profunda entre el «fiat» pronunciado por María en respuesta a las palabras del Ángel y el «amén» que cada fiel pronuncia cuando recibe el cuerpo del Señor». Son, dos modos de decir «hágase» o «así sea»».

El Santo Padre afirma que «María está presente con la Iglesia y como Madre de la Iglesia en todas nuestras celebraciones eucarísticas. Así como Iglesia y Eucaristía son un binomio inseparable, lo mismo se puede decir del binomio María y Eucaristía».

Juan Pablo II invita a «releer el Magnificat en perspectiva eucarística», pues «como el canto de María, la Eucaristía es, ante todo, alabanza y acción de gracias». Según el Papa que lleva en su escudo el «Totus Tuus» mariano, «puesto que el Magnificat expresa la espiritualidad de María, nada nos ayuda a vivir mejor el Misterio eucarístico que esa espiritualidad. ¡La Eucaristía se nos ha dado para que nuestra vida sea, como la de María, toda ella un Magnificat!».

 

Renovar el compromiso ecuménico

Las últimas líneas invitan a «un renovado compromiso ecuménico» para que puedan caer cuanto antes las barreras que impiden la concelebración eucarística, uno de los caballos de batalla en la lucha por la unidad. Conjugando amor y sinceridad, Juan Pablo II ha logrado en veinticinco años un clima de reconciliación con las Iglesias ortodoxas y reformadas. Su insistencia en clarificar el Sacramento central de la Iglesia sugiere un preámbulo hacia nuevos pasos decisivos.

ROMA. JUAN VICENTE BOO. CORRESPONSAL

ABC, 18-IV-2003

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