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La libertad positiva

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“Berlin desconfiaba de la libertad positiva, porque temía que unos ciudadanos se impusieran sobre otros. Quizá no se daba cuenta de que el riesgo consistente en que algunos se impongan sobre todos es mucho mayor”

Gaceta de los Negocios

A finales de los años 60 y comienzos de los 70, era yo un profesor novato que daba clases de Antropología en la Universidad de Valencia. Al llegar el mes de mayo coincidían todos los años dos acontecimientos. Por una parte, la revolución estudiantil —activada por el hervor primaveral de los adolescentes— alcanzaba su máxima virulencia. Por otra, me correspondía explicar en clase el tema de la libertad, situado a mitad de un prograAlmudi.org - Alejandro Llanoma que nunca completaba por la abundancia de huelgas y manifestaciones. Y lo que pasaba es que los alumnos más comprometidos en política —marxistas y anarcos— se negaban a aceptar la existencia de la libertad. Yo me sorprendía y les preguntaba extrañado:

¿Cómo es posible que rechacéis la existencia de una libertad que es el valor máximo que reivindicáis en vuestras proclamas?

No lograba salir de mi perplejidad, hasta que un alumno me dio por fin una contestación reveladora:

Pedimos libertad precisamente porque no existe, porque todavía no existe.

En aquel momento aún no conocía la distinción de Isaiah Berlin entre libertad negativa y libertad positiva. Lo que los estudiantes rebeldes pedían era la libertad negativa, es decir, la libertad de no estar atados a nada, de transgredir las normas vigentes, de desvincularse de la sociedad burguesa y autoritaria que decían despreciar.

A punto de llegar al cuadragésimo aniversario de mayo del año 68, vuelvo a oír la monótona cantinela de que aquella revolución fracasó, cuando lo cierto es que ha sido la única revolución que, con planteamientos marxistas, ha triunfado en Occidente. Lo cual se muestra también en el hecho de que el concepto dominante de libertad, tanto a la izquierda como a la derecha del espectro político, es hoy el de libertad negativa.

Era el sentido de libertad que Isaiah Berlin, como buen liberal, defendía: la libertad de constricciones y vinculaciones. Y sigue siendo hoy día la idea que de libertad tienen los neoliberales y los neoconservadores: libertad del individuo en un mercado sin regulaciones, con un Gobierno que ni siquiera se preocupa de la justicia social, en la línea prescrita por Hayek.

Pero es que también los postsocialistas que en España nos seguirán gobernando durante otros cuatro años, por lo menos, defienden un concepto negativo de libertad. Los individuos deben estar libres de normas éticas, mientras que el aparato administrativo del Estado se preocupa de que no tengan capacidad de iniciativa para llevar a cabo sus proyectos libres con relevancia social.

El lema sería éste: haz lo que quieras con tu cuerpo y con tus sentimientos, siempre que no pretendas intervenir en la configuración de la vida pública, porque de eso se encarga el Estado, que está en nuestras manos y, por lo tanto, al reparo de toda sospecha de parcialidad. Berlin desconfiaba de la libertad positiva, porque temía que unos ciudadanos se impusieran sobre otros. Quizá no se daba cuenta de que el riesgo consistente en que algunos se impongan sobre todos es mucho mayor.

Contra el hecho de que semejante peligro se ha realizado ampliamente entre nosotros, sólo cabe una respuesta eficaz: el ejercicio de la libertad positiva, es decir, de la libertad para lanzar iniciativas y proyectos que surjan de la libertad concertada de los ciudadanos y tengan la mayor relevancia social posible. Ésta es la auténtica libertad democrática, la que vislumbró Tocqueville en América tras una revolución que superaba a la francesa precisamente porque no tenía una idea negativa y destructiva de la libertad, sino una concepción netamente positiva.

Y ahora me pregunto: ¿No será que la democracia española se encuentra atrofiada, porque los dos partidos mayoritarios defienden un concepto negativo de la libertad? Estando así las cosas, esperar que las burocracias que dominan unas siglas, unas listas y un trivial programa político —si lo tienen— se lancen a abrir campo a los proyectos positivos de los ciudadanos, es como pedir peras al olmo. La libertad positiva es emergente, procede de la acción solidaria de personas y grupos que se comprometen para promover la creatividad, la innovación, el conocimiento compartido, la responsabilidad social, la justicia distributiva y la calidad ética de la convivencia. No es otro el camino.

Alejandro Llano es catedrático de Metafísica

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