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¡Queremos más hermanos; y vendrán!

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Escrito por Ernesto Juliá
Publicado: 12 Septiembre 2018

Acontecimientos casi sin relieve, que llenan el alma de paz, de serenidad, de esperanza: la Iglesia sigue viva en su Cabeza, Cristo, y en la Fe de sus fieles, y sembrando amor y aroma de Dios en todos los rincones del mundo

En medio de noticias que nos llegan estos días desde algunos sectores de la Iglesia, y que nos llevan a desagraviar al Señor por tanta ofensa y mal ejemplo de personas que, con sus vidas, están llamados a manifestar la presencia del Amor de Dios en este mundo; recibimos también muchas luces.

Acontecimientos casi sin relieve, como el que voy a narrar, que llenan el alma de paz, de serenidad, de esperanza: la Iglesia sigue viva en su Cabeza, Cristo, y en la Fe de sus fieles, y sembrando amor y aroma de Dios en todos los rincones del mundo.

Este es el “acontecimiento”

Adelaida, una mujer madre de tres hijos y ya entrada en sus cincuenta, directora del departamento financiero de una gran empresa de transportes se decidió a dar un paso bajo su completa responsabilidad. ¿Qué paso? Llamarle la atención en el tono más claro y severo que pudiera a una amiga suya, Pilar, madre de 5 hijos que días atrás le había anunciado que su sexta criatura estaba en camino en sus cuatro meses de vida. Y que en la casa reinaba una serena alegría.

−¡Estás loca!; con los tiempos que corren. ¡Cómo se te ocurre una barbaridad semejante!

Fue su primer saludo, dicho con los aires con que solía llamar la atención a los subordinados en su trabajo.

−¡Que no eres ninguna “coneja”, mujer! ¡O quieres arreglar tu sola el déficit de la natalidad: no lo conseguirás!

Pilar venció el primer impulso de responderle con una bofetada; y sonrió mientras acariciaba serenamente la “mansión” de la criatura de apenas cuatro meses de vida.

−Tú reza a Jesús por él, para que venga bien. Es niño y hasta ahora todo es normal. Y de paso reza también para que yo tenga un buen parto; ya sabes que en alguno de los cinco anteriores lo he pasado un poco mal.

−¡Cómo voy a rezar! Esto es una locura. ¿Cómo vas a llevar adelante tu despacho −Pilar dirigía un despacho fiscal con bastantes clientes− con todas estas criaturas? ¿Y las clases que dabas en la Universidad? Te vas a convertir en una “maruja”.

−Cálmate, Laida, ya me manejaré como he hecho con los otros cinco. Javier ayuda mucho. Y además, tú sabes que los hijos, la familia, han sido siempre lo primero para mí. Las clases de la Universidad y el trabajo en el despacho lo pueden hacer cualquiera. Madre de mis hijos solo puedo ser yo.

−¡Pero no de tantos! Por lo memos asegúrame que este será el último, por favor.

−No lo sé, contestó Pilar. Si te digo que ya estoy rezando para que éste sea sacerdote…

Marisol, la segunda hija de Pilar, nueve años y preparándose para recibir al Señor en la Primera Comunión, asistió a toda la conversación en un rincón de la sala sin atreverse a decir una palabra, pero con muchas ganas de acercarse a Laida y darle una patadita. Al oír su último improperio, y a respuesta de su madre, no pudo contenerse más: se levantó, y en un arranque de genio se dirigió a Laida y le dijo:

−¡No! ¡Queremos más hermanos, y vendrán!

A Pilar se le saltaron las lágrimas al oír la voz fuerte y enfadada de su hija. Sonrió. Acarició de nuevo la “mansión” de su sexta criatura, a la vez que dejaba a todos sus hijos en las manos de sus Ángeles de la Guarda.

Ernesto Juliá, en religion.elconfidencialdigital.com.

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