No olvidemos que el tiempo compartido en familia no solo ayuda a nuestros hijos a mejorar como personas, sino también a nosotros mismos
Para muchos de nosotros va a comenzar nuestro deseado tiempo de vacaciones. Unas merecidas vacaciones en las que intentaremos oxigenar el cuerpo y el alma después de un curso escolar intenso, arduos y aburridos desplazamientos hasta nuestro lugar de trabajo, y jornadas laborales interminables. Por ello, y antes de la diáspora vacacional, se me ocurría haceros participes de varias consideraciones a las que estoy dándole vueltas estos días.
Primera. Muchos de nosotros buscamos un lugar de veraneo que nos ofrezca la tranquilidad y serenidad de “hacer familia”. En primer lugar, porque tenemos la “obligación”, el empeño, de dar a nuestros hijos lo mejor de nosotros mismos disfrutando de ellos y ellos de nosotros, compartiendo actividades que durante el resto del año no podemos compartir, hablando y conociéndonos mejor, riendo y divirtiéndonos juntos; en definitiva, descubriendo lo enriquecedora y gratificante que es la vida de familia. No olvidemos que el tiempo compartido en familia no solo ayuda a nuestros hijos a mejorar como personas, sino también a nosotros mismos.
Y en segundo lugar, porque los padres debemos procurar recordarles con cariño y atención constante, con comprensión y exigencia, con espíritu de servicio y con sentido del humor, que todas las familias, —la tuya y la mía, y la del vecino—, nos preocupamos seriamente en evitar que el tiempo de vacaciones sea un tiempo perdido en la educación de nuestros hijos. No seamos permisivos… Tenemos mucho que perder… tenemos mucho que defender.
No vale decir “estoy cansando/a”, o “en vacaciones todo vale”, convirtiendo nuestras vacaciones en un tiempo anárquico. Los padres, y en vacaciones aún más, tenemos la responsabilidad de fortalecer los lazos padres-hijos, reafirmar los vínculos afectivos con nuestra familia, formar a nuestros hijos, y el ocio y el tiempo libre también va incluido en el lote del enriquecimiento personal.
Es cierto que puede parecer una tarea agotadora; y más aún en vacaciones, pero, como dice el refranero español, “lo cortés no quita lo valiente”, y lo cierto es que vale la pena seguir inculcando a nuestros hijos que los verdaderos valores humanos —como la humildad, la solidaridad, la honestidad, la disciplina, la gratitud, la alegría, el espíritu de servicio, y la deportividad— son las raíces de la paz y la convivencia.
Y la segunda. Faltan pocos días para la JMJ y no quiero dejar pasar la ocasión para considerar tres particularidades.
1. Juan Pablo II, “el amigo de los jóvenes llenos de sueños y esperanzas”, va a estar muy presente en la Jornada Mundial de la Juventud. No solo porque ha sido nombrado uno de los Patrones de la Jornada, sino porque bajo su pontificado comenzaron estas Jornadas y las convirtió en una cita ineludible para miles de jóvenes a los que exhortaba: «Vosotros, jóvenes, sois la esperanza de la Iglesia y del mundo. Vosotros sois mi esperanza». O dicho de otro modo: «vosotros sois la juventud de las naciones y de la sociedad, la juventud de cada familia y de toda la humanidad. Vosotros sois también la juventud de la Iglesia. Todos miramos hacia vosotros, porque todos nosotros en cierto sentido volvemos a ser jóvenes constantemente gracias a vosotros. Por eso, vuestra juventud no es sólo algo vuestro, algo personal o de una generación, sino algo que pertenece al conjunto de ese espacio que cada hombre recorre en el itinerario de su vida, y es a la vez un bien especial de todos. Un bien de la humanidad misma. En vosotros está la esperanza, porque pertenecéis al futuro, y el futuro os pertenece».
2. Considerado por muchos como un paladín de la libertad y la tolerancia, de las libertades, los derechos humanos, la dignidad humana, los jóvenes, y la justicia social, Juan Pablo II dio su vida para “introducir a la Iglesia en el tercer milenio”, según señaló el cardenal Stefan Wyszyński la tarde del 16 de octubre de 1978, convirtiéndose en un referente no solo humano y religioso, sino también político, económico y social.
«Aquello que el Papa recién elegido pedía a todos, él mismo lo llevó a cabo en primera persona: abrió a Cristo la sociedad, la cultura, los sistemas políticos y económicos, invirtiendo con la fuerza de un gigante, fuerza que le venía de Dios, una tendencia que podía parecer irreversible. Con su testimonio de fe, de amor y de valor apostólico, acompañado de una gran humanidad, este hijo ejemplar de la Nación polaca ayudó a los cristianos de todo el mundo a no tener miedo de llamarse cristianos, de pertenecer a la Iglesia, de hablar del Evangelio. En una palabra: ayudó a no tener miedo de la verdad, porque la verdad es garantía de libertad. Más en síntesis todavía: nos devolvió la fuerza de creer en Cristo, porque Cristo es ‘Redemptor hominis’, Redentor del hombre: el tema de su primera Encíclica e hilo conductor de todas las demás» (Benedicto XVI, Homilía Beatificación Juan Pablo II)
Juan Pablo II, que perdió a su madre siendo muy niño, puso su confianza en los brazos de María, sabiendo que como la mejor de las madres, sabe comprender nuestras palabras y gestos para presentárselas al Señor con una sonrisa cómplice de la que se sabe Mediadora de todas las gracias, y nos acaricia en su regazo en «momentos de cansancio, de desilusión, de amargura por las dificultades de la vida, por las derrotas sufridas, por la falta de ayudas y de modelos, por la soledad que lleva a la desconfianza y a la depresión, por la incertidumbre del futuro. Si alguna vez os encontráis en estas situaciones, recordad que el Señor, en el designio providencial de la creación y de la redención, ha querido poner junto a nosotros a María Santísima, que, lo mismo que el ángel para el profeta, está a nuestro lado, nos ayuda, nos exhorta, nos indica con su espiritualidad dónde están la luz y la fuerza para proseguir el camino de la vida. Siendo todavía joven, el padre Maximiliano Kolbe escribía desde Roma a su madre: “¡Cuántas veces en la vida, pero especialmente en los momentos más importantes, he experimentado la protección especial de la Inmaculada...!”».
3. Juan Pablo II fue un Papa intensamente mariano, y no dudó en coronar su pontificado a María con su lema Totus tuus, como expresión de su profundo amor a la Virgen María. Como nos recordó Benedicto XVI en la homilía de la Misa de la Beatificación: «Karol Wojtyła encontró (en la célebre expresión de San Luis María Grignion de Monfort) un principio fundamental para su vida: “Totus tuus ego sum et omnia mea tua sunt. Accipio Te in mea omnia. Praebe mihi cor tuum" (Maria, soy todo tuyo y todo cuanto tengo es tuyo. Tú eres mi todo, oh María; préstame tu corazón)».
Por todo ello, y recordando que «las madres no contabilizan los detalles de cariño que sus hijos les demuestran; no pesan ni miden con criterios mezquinos. Una pequeña muestra de amor la saborean como miel, y se vuelcan concediendo mucho más de lo que reciben. Si así reaccionan las madres buenas de la tierra, imaginaos lo que podremos esperar de nuestra Madre Santa María», como solía decir San Josemaría Escrivá de Balaguer; no se me ocurre mejor manera que encomendar al Corazón de María a todos los jóvenes que participaran , de una manera u otra, de la JMJ, con esta oración:
“Mujer, ahí tienes a tu hijo” (Jn 19, 26).
Mientras se acerca el final de este Año Jubilar, en el que tú, Madre, nos has ofrecido de nuevo a Jesús, el fruto bendito de tu purísimo vientre, el Verbo hecho carne, el Redentor del mundo, resuena con especial dulzura para nosotros esta palabra suya que nos conduce hacia ti, al hacerte Madre nuestra: “Mujer, ahí tienes a tu hijo”. Al encomendarte al apóstol Juan, y con él a los hijos de la Iglesia, más aún a todos los hombres, Cristo no atenuaba, sino que confirmaba, su papel exclusivo como Salvador del mundo. Tú eres esplendor que no ensombrece la luz de Cristo, porque vives en Él y para Él. Todo en ti es “fiat”: Tú eres la Inmaculada, eres transparencia y plenitud de gracia. Aquí estamos, pues, tus hijos, reunidos en torno a ti en el alba del nuevo Milenio. Hoy la Iglesia, con la voz del Sucesor de Pedro, a la que se unen tantos Pastores provenientes de todas las partes del mundo, busca amparo bajo tu materna protección e implora confiada tu intercesión ante los desafíos ocultos del futuro.
Son muchos los que, en este año de gracia, han vivido y están viviendo la alegría desbordante de la misericordia que el Padre nos ha dado en Cristo. En las Iglesias particulares esparcidas por el mundo y, aún más, en este centro del cristianismo, muchas clases de personas han acogido este don. Aquí ha vibrado el entusiasmo de los jóvenes, aquí se ha elevado la súplica de los enfermos. Por aquí han pasado sacerdotes y religiosos, artistas y periodistas, hombres del trabajo y de la ciencia, niños y adultos, y todos ellos han reconocido en tu amado Hijo al Verbo de Dios, encarnado en tu seno. Haz, Madre, con tu intercesión, que los frutos de este Año no se disipen, y que las semillas de gracia se desarrollen hasta alcanzar plenamente la santidad, a la que todos estamos llamados.
Hoy queremos confiarte el futuro que nos espera, rogándote que nos acompañes en nuestro camino. Somos hombres y mujeres de una época extraordinaria, tan apasionante como rica de contradicciones. La humanidad posee hoy instrumentos de potencia inaudita. Puede hacer de este mundo un jardín o reducirlo a un cúmulo de escombros. Ha logrado una extraordinaria capacidad de intervenir en las fuentes mismas de la vida: Puede usarlas para el bien, dentro del marco de la ley moral, o ceder al orgullo miope de una ciencia que no acepta límites, llegando incluso a pisotear el respeto debido a cada ser humano. Hoy, como nunca en el pasado, la humanidad está en una encrucijada. Y, una vez más, la salvación está sólo y enteramente, Oh Virgen Santa, en tu hijo Jesús.
Por esto, Madre, como el apóstol Juan, nosotros queremos acogerte en nuestra casa (cf. Jn 19, 27), para aprender de ti a ser como tu Hijo. ¡“Mujer, aquí tienes a tus hijos”!. Estamos aquí, ante ti, para confiar a tus cuidados maternos a nosotros mismos, a la Iglesia y al mundo entero. Ruega por nosotros a tu querido Hijo, para que nos dé con abundancia el Espíritu Santo, el Espíritu de verdad que es fuente de vida. Acógelo por nosotros y con nosotros, como en la primera comunidad de Jerusalén, reunida en torno a ti el día de Pentecostés (cf. Hch 1, 14). Qué el Espíritu abra los corazones a la justicia y al amor, guíe a las personas y las naciones hacia una comprensión recíproca y hacia un firme deseo de paz. Te encomendamos a todos los hombres, comenzando por los más débiles: a los niños que aún no han visto la luz y a los que han nacido en medio de la pobreza y el sufrimiento; a los jóvenes en busca de sentido, a las personas que no tienen trabajo y a las que padecen hambre o enfermedad. Te encomendamos a las familias rotas, a los ancianos que carecen de asistencia y a cuantos están solos y sin esperanza.
Oh Madre, que conoces los sufrimientos y las esperanzas de la Iglesia y del mundo, ayuda a tus hijos en las pruebas cotidianas que la vida reserva a cada uno y haz que, por el esfuerzo de todos, las tinieblas no prevalezcan sobre la luz. A ti, aurora de la salvación, confiamos nuestro camino en el nuevo Milenio, para que bajo tu guía todos los hombres descubran a Cristo, luz del mundo y único Salvador, que reina con el Padre y el Espíritu Santo por los siglos de los siglos. Amén. (Consagración realizada por el Papa Juan Pablo II a los pies de la imagen de la Virgen de Fátima, 8 de octubre de 2000).
Felices vacaciones!!!
Remedios Falaguera
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