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Despedidas
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Despedidas

Okuribito
  • Público apropiado: Adultos
  • Valoración moral: Con inconvenientes
  • Año: 2009
  • Dirección: Yojiro Takita

Contenido S (imagen 36:25-37:00), SD (imágenes y diálogos 40:00-41:15)

Reseña:

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Dirección: Yojiro Takita
Intérpretes: Masahiro Motoki, Ryoko Hirosue, Tsutomu Yamazaki, Kimiko Yo, Kazuko Yoshiyuki, Takashi Sasano
Guión: Kundo Koyama
Música: Joe Hisaishi
Fotografía: Takeshi Hamada
Distribuye en Cine: Golem
Duración: 130 min.
Género: Drama

Vocación profesional

    Daigo es un joven violonchelista recién casado que trabaja en una orquesta de Tokio. Sin embargo, cuando ésta queda disuelta, Daigo queda desolado, pues además de perder el empleo se ve obligado a vender el violonchelo por falta de dinero. 

    Además, el joven acusa en su personalidad el abandono de su padre cuando era un niño; está desorientado con su vida, no tiene claro su futuro musical y ha perdido la confianza en su talento. El joven matrimonio decidirá entonces trasladarse a la pequeña ciudad de Yamagata, en donde la madre de Daigo, recientemente fallecida, le dejó una pequeña casa en herencia. 

    Una vez instalados allí, Daigo acude a una entrevista de trabajo en una empresa que se dedica a las despedidas. Él cree que es una agencia de viajes, pero esas "despedidas" resultan ser algo distinto. En realidad, la empresa NK se encarga de amortajar a los muertos, de prepararlos para el últimos adiós. 

    Hablar de la muerte es complicado. Y en el cine es fácil caer en el exceso o la banalidad cuando se toca este tema. No es el caso de este bello film, justo ganador del Oscar a la mejor película en lengua no inglesa en 2009. Un excelente guión de Kundo Koyama y una primorosa dirección de Yojiro Takita (La espada del samurái) logran la difícil tarea de no deprimir al espectador con asunto tan delicado. 

    Es un tema doloroso, lleno de misterio, y hay lógicamente un enfoque serio de la realidad de la muerte, pero se incide en que ese fin temporal es algo natural, parte de la vida humana, lo cual, junto a la acentuada visión trascendente de la existencia (con apertura sincera a todas las religiones), consigue que el conjunto no provoque en el espectador sentimientos traumáticos de inquietud o desasosiego. 

    Como corresponde a un film japonés de calidad, el ritmo es pausado -oriental-, y se da gran importancia al lenguaje corporal, a los gestos, especialmente primorosos en las escenas de amortajamiento. Por otra parte, esos momentos revelan una delicadeza asombrosa a la hora de tratar el cuerpo humano, que es manipulado con excelsa dignidad, con un respeto casi religioso. 

    La muerte nos iguala a todos, viene a decir la película, y todos los muertos merecen esa honorable despedida final, "hasta que volvamos a vernos"... La emoción surge naturalmente en ciertos momentos, también agudizados por una cuidadísima y sencilla planificación, y por la melodiosa y extraordinaria banda sonora de Joe Hisaishi, que arranca del chelo un sonido de enorme belleza. 

    Con sensibilidad inaudita, el director japonés ofrece además una historia de amor muy original, con varias perspectivas. El vacío que causa la ausencia del padre, un tema lateral al principio, va tomando cuerpo hasta desembocar en tema esencial, capaz de provocar intensa emoción. 

    También se dignifica el trabajo humano, por muy antisocial que parezca. Y desde luego, asombra la sutileza incomparable con que se van desplegando las historias de los personajes, magníficamente interpretados. 

    Nadie se queda fuera; cada uno de ellos, por pequeño que parezca, tiene su pizca de sentido en la película: el jefe, que lleva ocho años viudo; la empleada, que abandonó a su hijo de seis años; la esposa amorosa, que no entiende el trabajo del marido; la señora de los baños, cuyo hijo no la entiende; el amigo anciano, con un trabajo que había pasado oculto durante años. 

    En fin, una película diferente (muy japonesa, si se quiere), que se atreve a hablar de la vida y de la muerte, con mucha sencillez y esperanza. (Decine21)

    Takita desvela facetas insospechadas de la dignidad del ser humano, también de su cuerpo muerto, mostrando de paso el gran peligro que supone el individualismo materialista y hedonista para la unidad de la familia y para el bien común. 

    Lógicamente, en este proceso emerge de un modo natural una visión trascendente del ser humano, expresamente abierta a todas las religiones –también a la cristiana– y en la que, desde luego, su vida no acaba con la muerte. 

    Todo eso lo traduce en imágenes Takita a través de una poética puesta en escena, serena y densa, moderna y clásica a la vez, en la que las emociones crecen hasta la lágrima y la conmoción interior gracias sobre todo a la veracidad de todos los actores y a la preciosa banda sonora de Joe Hisaishi, tan magistral como las que compone para las maravillas animadas de Hayao Miyazaki. 

   La película afronta el tema de la muerte con gran delicadeza. Y es positivo el modo de tratar realidades humanas como la familia, la amistad, el trabajo, etc. Esto es particularmente interesante si se tiene en cuenta que el protagonista y la civilización en que se mueve son paganos, que dan un profundo sentido religioso (y trascendente), que en Europa se ha perdido, a muchos aspectos de la cultura y de la vida.

    En fin, otra gran película japonesa, reveladora del resurgir de una gran cinematografía que llevaba demasiados años destacando sólo en los dibujos animados. La cinta tiene un tempo algo lento. Después de la primera media hora capta totalmente al espectador.(La Gaceta JJM/ Almudí JD-JS)

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