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Django desencadenado
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Django desencadenado

Django Unchained
  • Público apropiado: Jóvenes-adultos
  • Valoración moral: Desaconsejable
  • Año: 2013
  • Dirección: Quentin Tarantino
Contenidos: Imágenes (varias V+, algunas S, una X)), Ideas (amoralidad F)

Dirección y guion: Quentin Tarantino. País: USA. Año: 2012. Duración: 165 min. Género: Drama, western. Interpretación: Jamie Foxx (Django), Leonardo DiCaprio (Calvin Candie), Christoph Waltz (Dr. King Schultz), Samuel L. Jackson (Stephen), Kerry Washington (Brommhilda), Walton Goggins (Billy Crash), Dennis Christopher (Leonide Moguy), Don Johnson (Big Daddy), James Remar (Butch Pooch / Ace Speck), James Russo (Dicky Speck), Franco Nero (Amerigo). Producción: Pilar Savone, Stacey Sher y Reginald Hudlin. Fotografía: Robert Richardson. Montaje: Fred Raskin. Diseño de producción: J. Michael Riva. Vestuario: Sharen Davis. Distribuidora: Sony Pictures Releasing de España. Estreno en USA: 25 Diciembre 2012. Estreno en España: 18 Enero 2013

Reseña:

Oh, libertad, mi libertad

   La historia de “Django desencadenado” está ambientada en el Sur de los Estados Unidos, dos años antes de estallar la Guerra Civil. El Dr. King Schultz es un cazarrecompensas de origen alemán que sigue la pista de unos asesinos: los hermanos Brittle. Para lograr su objetivo busca la ayuda de un esclavo llamado Django (Jamie Foxx). El poco ortodoxo Schultz se hace con Django bajo la promesa de dejarlo en libertad una vez que hayan capturado a los Brittle, vivos o muertos. El éxito que obtienen en su cometido hace que Schultz libere a Django, pero ambos deciden no separarse y seguir juntos su camino. Django perfecciona su destreza como cazador con un único objetivo: encontrar y rescatar a Broomhilda, la esposa que perdió hace tiempo en el mercado de esclavos. La búsqueda de Django y Schultz finalmente los lleva hasta Calvin Candie, propietario de la infame plantación Candyland. Django y Schultz exploran las instalaciones y despiertan las sospechas de Stephen, el esclavo de confianza de Candie.

   Quentin Tarantino se siente como pez en el agua buceando en la serie B, tocando los palos de todos los subgéneros, ya sea el criminal, la acción de karatekas, el terror, la blaxploitation o el cine de nazis. Ahora con Django desencadenado le toca el turno al spaghetti-western, sus muy queridos Sergio Leone, el Clint Eastwood de antaño o Sergio Corbucci, de quien toma aquí hasta el título, el tema musical y hasta un cameo, Franco Nero. Y si en Malditos bastardos podía permitirse criticar el racismo nazi, ahora convierte en objeto de su ironía y violencia paródica al esclavismo; pero que nadie espere consideraciones sesudas del guionista y director sobre el comercio con seres humanos, el eterno “chico grande” Tarantino, gamberrete donde los haya, entrega, ni más ni menos, un formidable ejercicio de estilo, aparentemente simple en su guión, aunque el libreto tenga su complejidad en el engranaje y la escritura de los diálogos, la creación de la grandilocuencia y el enfatismo, personajes operísticos conscientemente exagerados y que funcionan.

   De modo que el espectáculo de casi tres horas en que consiste Django desencadenado se pasa en un santiamén, con pasajes surrealistas, su ensalada de violencia, sanguinolenta hasta el paroxismo, sus paradojas de negros negreros y blancos buenas personas, el romanticismo de la chica y esposa nunca olvidada, y los guiños, guiños continuos, en los títulos de crédito, en la banda sonora, en los zooms sesenteros y setenteros, en la violencia seca y cortante. (Decine21 / Almudí JD) LEER MÁS

   Desde que Quentin Tarantino saltara a la palestra con “Reservoir Dogs” y “Pulp Fiction”, hace veinte años, se ha consolidado como un auténtico autor, algo que seguramente estaba muy lejos de sus planes a principios de los noventa. Su referente personal era la cultura popular, de la que se había empapado desde pequeño: comics, tv-movies y las películas de kung fu que echaban en el cine de barrio en horas de colegio. Vivió en barrios de negros, trabajó en videoclubs y padeció la ausencia absoluta de un padre. Tarantino era por necesidad la antítesis del academicismo, del formalismo erudito, del cineasta intelectual de cultura universitaria. Su escuela fue la calle, el cine popular, la cultura “pulp”. Pero lo más interesante es que cuando él ha tratado de emular en su cine los géneros de su adolescencia, no ha rodado meros homenajes, sino que ha hecho algo nuevo, diferente, original, atribuible a un nuevo sello autoral: la marca Tarantino.

   Una marca en la que muchos destacan su uso tan brutal como inofensivo de la violencia. Inofensivo porque tiene una función más cómica que dramática, y es tan exagerada y surrealista en su efluvio hemoglobínico, que está más cerca de un cómic de Mortadelo y Filemón que de la violencia gore tan frecuente en mucho cine postmoderno. En el caso que nos ocupa, el cineasta de Tennessee quería ofrecer su personal tributo al “spaguetti western”, y consigue una película que da mil vueltas a la mayoría de los “spaguetti western” de la historia.

   La historia en sí tiene fuerza, ya que muestra a dos hombres capaces del mayor sacrificio en aras uno del amor y otro de la amistad. Pero la seriedad dramática de este planteamiento está tejida con hilos de comedia inteligente y con la pasión de Tarantino por matar a sus personajes —incluido al que él mismo encarna— de la forma más pirotécnica y cromática posible. El resultado es un cóctel que obliga al espectador a reírse, a emocionarse, a sufrir..., todo ello sin parar y combinado, sobre un ritmo perfectamente medido y coronado por unas excelentes interpretaciones (atención a Samuel L. Jackson). Al final queda la sensación de haber visto una película entretenida en el sentido más amplio de la palabra, fiel a su origen popular y poco intelectual, pero sí inteligente y llena de buen cine. Una película absolutamente tarantiniana.(Cope J. O.)