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Ida
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Ida

Ida
  • Público apropiado: Adultos
  • Valoración moral: Con inconvenientes
  • Año: 2014
  • Dirección: Pawel Pawlikowski

Contenidos: Imágenes (algunas V, S)

Dirección: Pawel Pawlikowski. País: PoloniaAño: 2013. Duración: 80 min. Género: Drama. Interpretación: Agata Kulesza (Wanda), Agata Trzebuchowska (Hermana Anna)), Joanna Kulig, Dawid Ogrodnik, Adam Szyszkowski. Guion: Pawel Pawlikowski y Rebecca Lenkiewicz. Producción: Eric Braham, Piotr Dzieciol y Ewa Puszczynska. Música: Kristian Selin Eidnes Andersen. Fotografía: Lukas Zal y Ryszard Lenczewski. Montaje: Jarek Kaminski. Diseño de producción: Katarzyna Sobanska y Marcel Slawinski. Vestuario: Ola Staszko. Distribuidora: Caramel Films. Estreno en Polonia: 25 Octubre 2013. Estreno en España: 28 Marzo 2014.

Reseña:

   Polonia, 1960, en plena dictadura comunista. Anna (Agata Trzebuchowska) es una joven novicia huérfana, que fue acogida en el convento cuando era un bebé, y que ahora está a punto de hacer su profesión perpetua. La superiora le ordena que, antes de dar ese paso, salga del convento y pase unos días con su tía Wanda (Agata Kulesza), una mujer amargada y compleja, a la que Anna desconoce por completo. Esa convivencia con su tía revelará a Anna las graves razones que motivaron la decisión de la superiora. Unas razones que tienen que ver con el verdadero nombre de la chica, Ida, y con un terrible secreto de su familia, a través del que descubre los abismos de la maldad humana y también la belleza del amor conyugal.

   Tras la decepcionante “La mujer del quinto”, el polaco afincado en París Pawel Pawlikowski (“Last Resort”, “My Summer of Love”) recupera la forma con “Ida”, premiada película que ha gozado de un notable éxito en Francia. Rodada en blanco y negro, y con escasos diálogos, en ella el director reflexiona sobre sus propias raíces polacas, marcadas por el sufrido catolicismo de la mayoría, la cruel ocupación nazi y la implacable dictadura estalinista. Además de unas sobrias pero poderosísimas interpretaciones, el filme ofrece una sensacional puesta en escena, asentada en el opresivo formato 4:3, la preciosa fotografía de Lukas Zal y Ryszard Lenczewski, y el predominio casi total de una singular planificación fija y descentrada —dos tercios de cielo y uno de suelo—, cuya arrebatadora capacidad poética es subrayada por la inteligente banda sonora, compuesta por sustanciales fragmentos de música clásica y un par de esplendidas canciones de John Coltrane.

 

   Tales opciones estéticas dotan de entidad dramática a las complejas reflexiones de Pawlikowski sobre la fe de la protagonista, mostrada con sumo respeto, aunque con cierto silencio de Dios, lo que a ratos la hace más protestante que católica. De hecho, la película está visualmente más cerca de Dreyer o Bergman que de cualquier referente claramente “católico”, aunque también se adivina la admiración de Pawlikowski hacia John Ford y Terrence Malick, sobre todo en sus apabullantes secuencias en exteriores. En todo caso, el doloroso viaje existencial de Anna/Ida —en cierto modo, inverso al de Audrey Hepburn en “Historia de una monja”, de Fred Zinemmann— pondrá a prueba todas sus convicciones religiosas para, quizás, integrar en ellas el propio pasado y asumirlas con una mayor madurez. Un planteamiento no exento de cierta tristeza, pero muy sugerente y nada convencional, sobre todo en su pulso entre la esperanza de la fe y el nihilismo del escepticismo cínico.(Cope J. J. M.)

   Hay que avisar al espectador que Ida no es un producto de masas; hace falta gusto estético, capacidad de silencio, paciencia y apertura de mente para entrar en una película que solo se entiende –y no del todo– desde el matiz. Desde la mirada a ese campo de batalla del alma. Una película con múltiples lecturas, con un final cerrado que se presta a muchas interpretaciones, ninguna de ellas, ciertamente, demasiado esperanzadora. Una historia trágica, una película con una tristeza de fondo muy acusada. Una pequeña joya para un público capaz de apreciarla. (Aceprensa)


   A pesar de que el film es pesimista, y muestra la terrible soledad del ser humano –llama la atención que Anna-Ida no tenga un interlocutor con quien compartir sus anhelos y dudas, ya sea un confesor, la madre superiora, su tía, alguien en definitiva, sólo queda Dios, pero un Dios silencioso, al que sólo cabe rendirse aunque aparentemente no responda–, muestra una poco habitual apertura a la trascendencia y un reconocimiento de que los horrores del mundo son consecuencia de la actuación libre de las personas, que se labran su propio destino, aunque puedan verse fuertemente condicionados por los avatares históricos. Cinéfilos 
(Decine21 / Almudí JD) LEER MÁS