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Tomboy

Tomboy

Tomboy
  • Público apropiado: Adultos
  • Valoración moral: Desaconsejable
  • Año: 2013
  • Dirección: Céline Sciamma
Contenidos: Imagenes (algunas S), Diálogos (algunos D), Ideas (sutil, inteligente y tramposa apología de la ideología de género F)

Dirección y guion: Céline Sciamma. País: Francia. Año: 2011. Duración: 82 min. Género: Drama. Interpretación: Zoé Héran (Laure / Mickäel), Malonn Lévana (Jeanne), Jeanne Disson (Lisa), Sophie Cattani (madre), Mathieu Demy (padre). Producción: Bénédicte Couvreur. Música: Para One. Fotografía: Crystel Fournier. Montaje: Julien Lacheray. Diseño de producción: Thomas Grézaud. Distribuidora: Abordar Distribución – Casa de Películas. Estreno en Francia: 20 Abril 2011. Estreno en España: 1 Mayo 2013.

Reseña:

Una niña que juega a ser un niño. Una directora que juega a ser profesora de ideología de género. Película corta que se hace larga

   Laure (Zoé Héran), una niña francesa de 10 años y aspecto andrógino, se muda a un nuevo vecindario con su padre (Mathieu Demy), su madre embarazada (Sophie Cattani) y su hermanita de cinco años (Malonn Lévana). Allí hace nuevos amigos mientras el verano transcurre entre juegos y risas. Sin embargo, Laure tiene un secreto: se hace pasar por un chico, Mickäel, lo que da pie a situaciones comprometidas, sobre todo cuando Lisa (Jeanne Disson), una chica del grupo, se enamora de ella creyendo que realmente es un chico. ¿Durante cuánto tiempo podrá Laure hacer creer a los demás que es Mickäel? ¿Cuáles serán las consecuencias cuando sus amigos y sus padres descubran su engaño?.

   Premiada en diversos festivales —varios de ellos, de cine gay y lésbico—, esta segunda película de la francesa Céline Sciamma —que se declara lesbiana— se presenta con la apariencia de una sencilla e inocente fábula infantil en torno a las perplejidades afectivas de la pubertad. Pero, en realidad, desde su título en inglés —traducible en castellano como “marimacho”, en referencia a una chica poco femenina— se trata de una sutil, inteligente y tramposa apología de la ideología de género, que da continuidad al primer largometraje de su directora, “Naissance des pieuvres”, en torno a la relación lésbica entre dos nadadoras adolescentes de natación sincronizada. “La protagonista tenía una clara meta y jugaba un dinámico doble juego para conseguirla —ha señalado la propia Sciamma respecto a “Tomboy”—. Esa historia me permitía tomarme el tiempo suficiente para relatar una vívida crónica sobre la infancia con aspectos documentales y giros impredecibles. Y, además, estaba muy comprometida con el tema de la identidad sexual y las cuestiones de género. Se califica a menudo la infancia como la edad de la inocencia; pero creo que es también una época de la vida llena de sensualidad y de emociones ambiguas. Quería retratar esto”.

   La bella y minimalista puesta en escena de Sciamma, casi documental, subraya con sensibilidad las excelentes interpretaciones de todo el reparto, especialmente de las niñas Zoé Héran y Malonn Lévana, que desbordan naturalidad en sus preciosas relaciones fraternales y consolidan de paso la veracidad de los colegas de la protagonista, todos ellos amigos de la propia Zoé Héran en la vida real, salvo Jeanne Disson, que da vida a Lisa. El problema es que la ideología de género disturba toda esa explosión de autenticidad al asentar el argumento en una trampa descarada: la artificiosa ignorancia y pasividad de los padres de Laure ante su extraña actitud andrógina —evidente desde la primera secuencia—, así como su nula relación con ninguno de sus vecinos. Además, con la idílica relación entre ellos y sus hijas, Sciamma subraya que la crisis de identidad sexual de Laure no se debe a la desestructuración de su familia ni a la debilitación de sus referentes femeninos o masculinos, sino a su meditada, consciente y libre decisión de ser un chico, en contra de su sexualidad biológica. Por eso —y aviso que esto es un spoiler—, la niña guarda los restos de un pene de plastilina —con el que ha engañado a sus amigos durante un baño en un lago— en la misma cajita donde guarda sus dientes de leche, como si fuera un trofeo más de su arduo proceso de maduración y construcción de su propia identidad sexual.

   También resulta artificioso, ideológico y poco creíble —otro spoiler— que los niños, sobre todo la divertida hermanita, acaben asumiendo con naturalidad, casi sin traumas ni dramas, el cambio de sexo que pretende la protagonista; mientras que los adultos se escandalizan del mismo y reaccionan con cierta agresividad y rigidez, según los supuestos prejuicios que suelen denunciar los militantes del movimiento gay. Como si la natural inocencia infantil exigiera la aceptación del permisivismo radical en materia sexual, aquí desdramatizado en todo salvo en lo que se oponga a una aceptación incondicional del mismo. Desde luego, la vida misma muestra una realidad bien diferente, mucho más compleja, relacionada más bien con la innata fragilidad humana —sobre todo en la infancia y adolescencia— y con el individualismo hedonista dominante en las sociedades occidentales, que tiende a considerar como acto de legítima libertad y como derecho a proteger cualquier manifestación de los instintos humanos, aunque a veces sean perjudiciales. (Cope J. J. M.)