“Ahora me alegro por los padecimientos que soporto por vosotros, y completo en mi carne lo que falta a la Pasión de Cristo, a favor de su Cuerpo, que es la Iglesia” (Col 1, 24).
I. Introducción
La beatificación de Ana Catalina Emmerick, el domingo 3 de octubre de 2004, por Juan Pablo II, ha puesto de manifiesto una vez más la importancia del sufrimiento humano y el significado redentor de la pasión de Cristo. Ana Catalina protagonizó insólitos fenómenos, muy llamativos, tanto en su época como en la nuestra, inexplicables a la luz de la razón y en los que se mueve con desconcertante facilidad, como de ello testifican sus coetáneos. La santidad de vida ha sido reconocida oficialmente por la Iglesia 180 años después su muerte [1].
Desde la adolescencia Ana Catalina tuvo especiales conocimientos de la verdad de la fe, a través de constantes y sobrenaturales visiones de la vida y pasión de Jesucristo, de la Santísima Virgen y de los santos. Ella misma nos lo explica: “Las muchas y admirables visiones concernientes al Antiguo y al Nuevo Testamento y las innumerables imágenes de la vida de los santos me fueron otorgadas por la misericordia de Dios, no sólo para mi instrucción, sino también para que las publicara, para que declarara muchas cosas ignoradas y escondidas. Siempre me fue inculcado este mandado…. Él ha escrito todo [Clemente Brentano]: a mí me toca únicamente el anunciar mis visiones. Y cuando el Peregrino lo haya ordenado todo, y todo esté acabado, luego morirá también él” [2].
Ana Catalina era consciente de haber adquirido esta responsabilidad delante de Dios, la de “referir todo lo que vea, aunque se burlen de mí y no pueda comprender el provecho que se siga de esto. También he conocido que nunca ha visto nadie estas cosas con el grado y medida en que las he visto yo, y que no son cosas mías, sino de la Iglesia” [3]. El instrumento para transmitir las visiones, lo sobrenatural, de un modo sensible por medio de los sentidos y la luz profética de Ana Catalina fue “el Peregrino”, nombre con que designaba al poeta Clemente Brentano [4].
Desde los últimos días de julio de 1820 empezó Ana Catalina a referirle a Brentano las visiones y revelaciones, que él anota, redacta y trascribe en sus puntos principales, en un cuaderno, a modo de secretario docto y fiel [5]. Las visiones y revelaciones que Ana Catalina veía se las contaba luego en conversación mantenida en el dialecto de Westfalia. Además de la vida interior de visiones que consigue trasmitir con todo lujo de detalles, no se olvida del mundo propiamente en el que vive, una realidad turbada y profundamente dolorosa. Los escritos de Brentano llevan su estilo y sello literario propio de la lengua alemana; las visiones, la fuerza y la verdad de la sabiduría, por así decir, corresponden a Ana Catalina Emmerick [6].
Diez años después de la muerte de Ana Catalina publicó Brentano una parte de sus escritos bajo el título: La dolorosa pasión de Nuestro Señor Jesucristo [7]. Esta obra alcanzó de inmediato una gran difusión. El resto de revelaciones quedaron manuscritas a la muerte de Brentano (+ 1842). Los manuscritos llegaron a manos del provincial de los Padres Redentoristas, Carlos Erardo Schmöger, quien comenzó en 1858 la publicación de la Vida de Nuestro Señor Jesucristo. A este autor se debe también una biografía completa en tres tomos de Ana Catalina Emmerick [8], pronto traducida al francés [9] e italiano [10]. La obra principal que ahora utilizo en esta primera aproximación a Ana Catalina es mayormente un resumen de la biografía extensa de Schmöger, organizada con los escritos de Brentano, y cuya edición abreviada también se encuentra traducida al inglés [11]. Los textos de Brentano nos ayudarán a descubrir el verdadero rostro de una mujer enteramente entregada a Dios y al servicio del prójimo.
II. Nacimiento e infancia (1774-1786)
Ana Catalina nació el 8 de septiembre de 1774 en Flamschen, aldea situada a media legua de la ciudad de Coesfeld, diócesis de Münster (Alemania). Fue el quinto hijo, de los nueve que tuvo el matrimonio formado por Bernando Emmerick, de profesión labrador, y de Ana Hillers. El mismo día de su nacimiento la llevaron a la iglesia parroquial de Santiago de Coesfeld para ser bautizada. La niñez de Ana Catalina trascurrió con sencillez e inocencia, ayudando en casa, en el trabajo del campo y guardando vacas. La asistencia a la escuela de Falmschen, que regía un anciano labrador, fue escasa y más bien corta [12]. Ya por entonces sus padres y hermanos mayores apreciaron en Ana Catalina una clara inclinación a las cosas religiosas y hacia la vida de oración, mostrando conocimientos de diferentes pasajes de la Sagrada Escritura que no acaban de explicase quienes la escuchaban.
Aquella niña que se juzgaba con severidad y que nunca se enfadaba con sus padres [13], de tez pálida, cabellos oscuros, voz delicada y ágil expresión hablaba de cosas que nadie la había enseñando y que parecían secretas y misteriosas. Dios la había agraciado con un don sobrenatural, no aprendido por boca de maestros ni de lecturas de libros. Las visiones y revelaciones no abandonarán nunca a Emmerick, primero relativas al Antiguo Testamento, luego completadas con la vida de Jesucristo. Con igual familiaridad habla de Roma que de Tierra Santa, el Vaticano, el palacio de David, el Templo de Jerusalén, el Cenáculo y los santos lugares de Jerusalén. De modo claro y penetrante, incluso en los más leves detalles, instruye y enriquece las visiones que de continuo acompañaron a Ana Catalina sobre los misterios de la fe. Visiones y contemplaciones, como veremos, siempre seguidas de padecimientos físicos y espirituales, que vividos con diversa intensidad según las miserias y necesidades del mundo, nos dan a entender el carácter y significado de cada uno de ellos.
III. Vaquera y costurera con aspiración a la vida religiosa (1786-1794)
Con doce años de edad, una vez hecha la primera comunión, se fue a servir a casa de un labrador de la familia Emmerick, residente también en la aldea de Flamschen, donde permaneció durante tres años. Un primo suyo dio el siguiente testimonio delante de la autoridad eclesiástica el 8 de abril de 1813: “Cuando Ana Catalina tuvo doce o trece años estuvo en mi casa y guardaba las vacas [14]. Se mostró afable y complaciente hacia todos, y nunca tuve nada que reprenderla... era muy devota, aplicada, fiel y callada. De todos hablaba bien, y decía que no quería que ella le fuera bien en el mundo... Tenía muy buen corazón; ayunaba con mucha frecuencia, y lo disimulaba diciendo que no tenía apetito. Cuando yo la disuadía de su propósito de ser monja, porque era preciso que renunciara a todo su haber, me respondía: “No me habléis de esto si queréis ser amigo mío; yo debo y quiero ser religiosa” [15].
Una vez finalizada la estancia en casa de los Emmerick permaneció con sus padres y hermanos, ocupada en faenas del campo durante algunos meses. Quizá llegase a ocuparse del cuidado de los sarmientos para protegerlos del hielo [16]. Con frecuencia caía enferma y estaba triste. Su mayor deseo era llevar una vida penitente y contemplativa. Este propósito iba creciendo en ella hasta tal punto que se conmovía con el sólo hecho de ver un hábito de alguna congregación religiosa. Así lo recuerda una amiga de juventud. Ana Catalina proyectaba ser religiosa. Esta misma amiga la acompañó al monasterio de clarisas en la ciudad de Münster [17]. Más familiar le resultaba el convento de la Anunciación de Coesfeld, donde solía ir con su padre todos los años cuando éste llevaba a las monjas un ternero cebado [18], e incluso una religiosa de la Anunciación, de nombre Juana, habló con ella en una visión cuando todavía era adolescente y guardaba el ganado. Cuando volvió de la visión dice Ana Catalina: “hice por vez primera voto de ser religiosa, en el convento de la Anunciación” [19].
Pero la vida religiosa según sus padres no era la apropiada para su hija Ana Catalina, e intentaron disuadirla de su propósito con dos razones: tenía una delicada salud y carecía de bienes para poder entrar en el convento [20]. En esta situación, su madre la llevó a Coesfeld, con el fin de que aprendiera el oficio de costurera y se relacionase con jóvenes de su edad [21]. Dos años no completos permaneció aprendiendo este oficio con una maestra de cortar y coser, para irse luego a casa de otra costurera en calidad de oficial de costura. Aquí permaneció tres años, de los diecisiete a los veinte años. Por entonces sintió una gran sequedad espiritual, atribuido por Ana Catalina a su propia tibieza espiritual. A los dieciocho años recibió el sacramento de la confirmación, administrado por el obispo auxiliar de Münster, Gaspar Maximiliano de Droste-Virchering. “Cuando fui ungida sentí fuego que penetraba por mi frente y me llegaba al corazón, y me sentí fortalecida” [22]. Sin embargo, las fuerzas corporales disminuían a causa de sus continuas enfermedades, y su deseo de ser religiosa se hacía más difícil de cumplir. Los días los pasará trabajando como costurera y las noches dedicada a la oración, aplicando a su cuerpo penitencias voluntarias, esto es, azotes, cilicios y cuerdas. En esta situación, apenas podía desempeñar los trabajos ordinarios de costurera.
Ana Catalina seguía aspirando a la vida consagrada. Por entonces contactó con el convento de agustinas de Borken; también se interesó en las trapenses de Darfeld, idea que desechó por consejo de su confesor, al no compaginarse bien su delicada salud con el estilo de vida trapense. En su lugar, el mismo confesor de Ana Catalina le indicó que si era su deseo ser religiosa era preferible el convento de las clarisas de Münster. Allí se presento la candidata para expresar su deseo, pero como el convento era pobre y ella no tenía dote, la admitiría con la condición de que aprendiera a tocar el órgano de la comunidad [23].
IV. Aprendiz de órgano y coronada de espinas (1794-1802)
A la edad de 20 años Ana Catalina regresó a la casa de sus padres. No estuvo mucho tiempo ocupada en las labores del campo. Pronto resolvió ir de nuevo a Coesfeld a aprender a tocar el órgano. Fue a casa de un piadoso organista y cantor de nombre Söntgen, y cuya hija Clara había conocido durante los años anteriores. “Yo era la criada, dice Ana Catania, y nunca aprendí, porque apenas paraba en la casa, pues buscaba la manera de ayudar a los que padecían trabajos y miserias; servía como criada, hacía todas las cosas, y daba todo lo mío. A tocar el órgano nunca llegué” [24]. El dinero ahorrado de costurera y el trabajo de ahora no fueron suficientes para procurarse la subsistencia. “Todo lo que había ganado cosiendo voló, y llegué a pasar hambre” [25].
En 1799, encontrándose una tarde arrodillada delante de un crucifijo en la iglesia de los jesuitas de Coesfeld, “vi salir –dice Ana Catalina– del altar y del tabernáculo donde estaba el Santísimo Sacramento, y llegarse a mí, a mi celestial Esposo bajo la forma de un mancebo resplandeciente. En la mano izquierda tenía una guirnalda de flores, y una corona de espinas en la derecha: me ofreció una y otra para que yo eligiera. Yo tomé la corona de espinas, y Él me la puso en la cabeza, contra la cual me la oprimió con ambas manos. Jesús desapareció, y yo comencé a sentir vivo dolor alrededor de la cabeza... Una amiga mía que estaba arrodillada junto a mí, debió haber notado alguna cosa de mi estado. Cuando llegamos a casa le pregunté si había alguna herida en mi frente, y le referí en general la visión que había tenido y el dolor que sentía desde entonces. Ella no vio nada... Al día siguiente tenía la cabeza hinchada por encima de los ojos y por las sienes hasta las mejillas, y sentía vivísimos dolores...” [26]. Desde aquel año de 1799 sentirá permanentemente Ana Catalina los dolores de la corona de espinas de Jesucristo.
V. Religiosa del convento de Agustinas en Dülmen (1802-1812)
Como era tanto el interés y afán que mostraba Ana Catalina por ingresar en un convento, que el famoso organista Söntgen quiso favorecer su entrada en la vida religiosa. En este sentido, “determinó el no permitir que entrara su hija en ningún convento si con ella no fuera Ana Catalina” [27]. Clara y Ana Catalina tenían la misma edad; ambas llamaron a las puertas de varios monasterios para ser admitidas. En unos le parecía exigua la dote; en otro sólo querían a Clara Söntgen. Finalmente, el convento de agustinas de Dülmen necesitaba una organista, y las dos fueron aceptadas.
5.1. Noviciado y profesión religiosa
En septiembre de 1802, Ana Catalina Emmerick, hija de un labriego y sin dote, ingresó en el convento de religiosas agustinas de Agnetenberg, fundado por las religiosas agustinas de Marienthal (Münster), en 1547 en Dülmen [28]. Los días anteriores los pasó en Flamschen, despidiéndose de sus padres [29]. El convento atravesaba por circunstancias muy difíciles de pobreza. Cada religiosa tenía que atender a su propia subsistencia con su dote o con el trabajo de sus manos. Las religiosas vivían en el convento como huéspedes; sólo el hábito diferenciaba a las religiosas del resto de personas que vivían fuera del claustro. El convento de Dülmen era igual de pobre que los otros de la comarca de Münster. La decadencia espiritual y la relajación de costumbres también eran lo usual en las comunidades religiosas de este tiempo, lo que había provocado la supresión de muchos conventos.
Vestida de seglar pasó los primeros meses Ana Catalina en el convento. Ella y su amiga Clara ocupaban la misma celda. Ana Catalina trabajó de costurera para atender a sus cortas necesidades y los gastos de la toma de hábito. El 13 de noviembre de 1802 recibió el hábito de la orden agustiniana y fue admitida al noviciado [30]. En el convento de Dülmen residía un grupo de religiosas francesas que habían huido de su nación. Por diferentes motivos, en más de una ocasión la convivencia no resultó fácil para Ana Catalina, pagando la inocencia de su comportamiento caritativo con inculpaciones injustificadas [31]. En la Navidad de 1802 experimentó agudos dolores en el corazón y cerca del estómago que la atormentaban e impedían realizar los trabajos ordinarios, teniendo que guardar algunos días de reposo. El médico del convento, el doctor Krauthausen, la visitó por vez primera. De ella dijo que padecía convulsiones. La salud la recobró, como en casa de sus padres, con la ayuda de plantas medicinales, pero la comunidad religiosa la creía débil y decaída, incapaz de asumir los trabajos del convento, por lo que a las monjas les parecía mejor despedirla ahora, antes de la emisión de los votos. Estos pensamientos leía Ana Catalina en los corazones de las religiosas de comunidad, y la penetraban y herían sobremanera su corazón [32]. Ciertamente, la causa de su mal era espiritual, y tan solo los medios espirituales podían aliviarle los dolores. Con penitencia y oración, humildad y amor quería Ana Catalina vencer los obstáculos que las religiosas le oponían a la emisión de los votos religiosos [33].
El informe de la maestra de novicias, cuando se acercaba el fin del año de prueba, fue el siguiente: “Ana Catalina siempre está contenta con la voluntad de Dios; con frecuencia llora, pero no quiere decir la causa de su llanto porque no se atreve. Nada particular veo en ella digno de censura” [34]. Las religiosas opuestas a que profesase alegaban que en breve no le sería posible trabajar, lo que significaba una carga para el convento. La superiora sentenció que esa no era razón suficiente para despedir a Ana Catalina, pues además de ser muy discreta se mostraba hábil e ingeniosa, y por lo tanto podría ser útil para la comunidad. Así, una vez terminados los preparativos, no sin dificultad hasta que consiguió la cantidad económica requerida, emitió la profesión religiosa el 13 de noviembre de 1803 como religiosa agustina en el convento de Agnetenberg en Dülmen [35]. El día de la profesión estuvo radiante y feliz, derramando lágrimas de alegría, por haber celebrado su unión espiritual con Jesucristo, el Esposo celestial. Los padres de Ana Catalina, que asistieron a la misa solemne, profesión y convite, se conmovieron de tal manera que ahora sí les era evidente que su hija había sido llamada por Dios a la vida religiosa.
5.2. Labores conventuales: orar, trabajar, sufrir
Las oraciones en común las hacía según lo prescrito en la Regla de San Agustín, lo mismo que otros rezos de la comunidad, si bien prefería la meditación o conversación con Dios, al modo que lo hace un hijo con su padre. También acudía a tratar con Jesucristo y con su madre, la Santísima Virgen, causándole en su espíritu gracia y alegría. A menudo participaba en la misa y recibía la comunión los jueves en honor del Santo Sacramento, intensificando la frecuencia durante algún tiempo respecto al resto de sus hermanas religiosas [36].
En octubre de 1805 sufrió un accidente cuando ayudaba a otra religiosa a subir una canasta de ropa recién lavada al lugar donde había de secarse. Ana Catalina se cayó al suelo de espaldas y la canasta de ropa dio contra su cadera izquierda, produciéndole lesiones de cierta gravedad y fuertes dolores físicos. Hasta enero de 1806 permaneció en cama como consecuencia de esta caída. Por entonces le aumentaron los dolores en la boca del estómago, aliviándose a veces para repetirse luego cuando trabajaba con mayor violencia, vomitando sangre. En esta situación ayudaba a la sacristana del convento, y también a tocar la campana, e igualmente prestaba su colaboración en trabajos de jardinería, lavandería, planchado y costura de ropa [37].
Fue hasta Coesfeld en 1807 para visitar a sus padres. En la iglesia de Lambert, detrás del altar y delante de la cruz permaneció en oración durante un par de horas, suplicando a Dios la conservación del convento de Dülmen, y que en él reinara la paz, al tiempo que pedía a Jesús su disponibilidad para participar de todos sus sufrimientos. Desde entonces comenzó a sentir dolores que procedían de ella misma, tanto en las manos como en los pies [38].
Dada su delicada salud, las continuas enfermedades y dolores corporales que padecía, que aliviaba en lo posible con infusiones de flores y tallos, no le fue confiado cargo de especial relevancia en la comunidad. Su deber era ayudar a otras religiosas del convento, mostrándose en todo servicial, amable y prudente. Ana Catalina tenía clara conciencia de que su consagración era para servir a Dios a través de sus propios dolores, penas expiatorias que sufría amorosamente por su Salvador [39].
VI. Moradas de Ana Catalina Emmerick
6.1. En casa de la viuda de Roters, Dülmen (1812-1813)
El 3 de diciembre de 1811 fue suprimido el convento y cerrada la iglesia de Agnetenberg. Ana Catalina enfermó gravemente, temiendo algunas religiosas por su vida, pero entonces tuvo una aparición de la Madre de Dios, que le dijo: “Todavía no morirás. Aún se ha de hablar mucho de ti; no te aflijas, suceda lo que suceda, siempre serás socorrida” [40]. Como estaba tan enferma y débil no pudo abandonar su celda hasta la primavera de 1812. El abate Juan Martín Lambert, capellán del convento agustino, permaneció al lado de Ana Catalina, y cuando ya no podía residir por más tiempo en el convento, la llevó consigo todavía enferma, en calidad de ama de llaves, a casa de la viuda de Roters, en Dülmen [41].
6.1.1. Heridas sangrantes
Dispuso en casa de la viuda de Roters de una habitación pequeña, en la planta baja, situada junta a la calle, con una ventana y una puerta de entrada. Su deseo era vivir escondida e ignorada de la gente [42]. En la cuaresma de 1812 Ana Catalina empeoró rápidamente, creyendo inevitable su muerte. El dominico Joseph Aloys Limberg la confesó, pues el confesor ordinario, el agustino P. Crisanto, acababa de morir. El religioso Limberg conocía a la sacristana Ana Catalina de cuando iba a celebrar misa al convento agustino. Sin embargo, será a partir de este momento el confesor y director espiritual de Ana Catalina hasta su muerte. Por de pronto, descubre que lleva un cilicio de alambre y un escapulario de penitencia hecho con cerdas de caballo, que le manda se quite cuanto antes. En Pascua tuvo una pequeña mejoría, lo que le permitió levantarse e ir a la iglesia parroquial para comulgar. La situación cambió, y el 2 de noviembre de 1812 ya no pudo levantarse [43].
La hija de la dueña de la casa cuando entró en la habitación de Ana Catalina, a eso de las tres de la tarde del día 29 de diciembre de 1812, observó que de la palma de las manos le brotaba sangre. En principio creyó que era debido a un accidente casual, y Ana Catalina le dijo que no comentara a nadie lo que había visto [44]. Dos días después cuando Joseph Aloys Limberg le dio la comunión observó las heridas sangrantes en la parte exterior de las manos. Este hecho extraordinario, inexplicable a los ojos humanos, también lo conoció por aquellos días el abate Lambert; ambos sacerdotes guardaron silencio acerca de las llagas de Ana Catalina [45].
6.1.2. Contemplación de la pasión de Cristo
Cuando el jueves 8 de febrero de 1813 se encontraba en oración, a eso de las once y media de la mañana, dice Ana Catalina: “Fui arrebatada en éxtasis y trasportada a la contemplación de la pasión de Cristo, y he visto con mis propios ojos el curso de ella con tanta exactitud, como si realmente hubiera sucedido en mi presencia... Este espectáculo conmovió mi alma; sentí tristeza y al mismo tiempo alegría. Vi a la Madre de Dios y a muchos de los suyos. Seguí adorando al Señor, mi Salvador, y pidiéndole gracia para mí y para mis prójimos. Entonces me dijo Él: “¡Eh aquí mi amor, mi amor sin límites¡ ¡Venid, pues todos a mis brazos, y a todos os haré dichosos!” [46].
El 28 de febrero de 1813 Clara Söntgen conocía el fenómeno de las llagas de Ana Catalina, cuya noticia comunicará a otras personas de la ciudad de Dülmen [47]. Ahora, el hecho ya no podía ser ocultado ni negado. De las llagas que padecía Ana Catalina comenzó a hablarse en la parroquia, regida por el deán Rensing, a quien comunicó una visión [48]. El asunto de las llagas fue investigado y registrado por el confesor Joseph Aloys Limberg, el médico Krauthausen, y habiendo llegado a oídos del doctor Guillermo Wesener los fenómenos extraordinarios, también éste decidió visitar a Ana Catalina en calidad de médico el 21 de marzo de 1813. Estaba en la cama, sin conocimiento, y cuando volvió en sí le saludó con afabilidad [49]. Al día siguiente quedó levantado el expediente de lo observado en el cuerpo de Ana Catalina: “En el lado exterior de ambas manos hemos observado costras de sangre coagulada; debajo de esta costra estaba rota la piel... Las mismas costras se observaban en la parte superior y en el centro de la palma de los pies. Estas costras eran sensibles al tacto y por la del pie derecho había salido sangre hacía poco tiempo... En el hueso del pecho vimos unos rasgos circulares que formaban una cruz aspada [50]; y algo más adentro una cruz ordinaria formada de rayas como de media pulgada... En el paño con que ella se ciñe la frente, se veían muchos puntos de sangre” [51].
El vicario general de Münster, luego arzobispo de Münster, Clemente Augusto Freiherr Droste zu Vischering (+1845), en compañía del deán Overberg y del consejero de medicina Drufel, sabio y afamado profesor, llegaron a Dülmen el 28 de marzo de 1813 para examinar con rigor y detalladamente los fenómenos observados en Ana Catalina. El desarrollo del procedimiento duró más de tres meses. Con este examen impedirían la propagación de falsas noticias que podían perjudicar a la fe cristiana y a la autoridad espiritual de la Iglesia. Todas estas personas coincidieron en que aquellas llagas no eran ficticias ni tampoco que habían sido causadas externamente por su aspecto y porque de ellas salía sangre [52].
6.1.3. Inedia o ayuno sobrenatural
Según atestigua Overber el 12 de mayo de 1813 estuvo durante cinco meses aproximadamente sin comer ni siquiera la cantidad equivalente a medio guisante. Ni sopa, ni café, ni chocolate soportaba su estómago, y como mucho tomaba media cucharada de caldo [53]. Este fenómeno recibe el nombre de inedia, o lo que es lo mismo: ayuno sobrenatural o abstinencia de cualquier alimento.
Una vez pasado el verano de 1813, el sacerdote Lambert y el dominico Limberg están decididos a buscar otro alojamiento para Ana Catalina. La actual morada, además del ruido de la calle presentaba el inconveniente de la accesibilidad de los visitantes, cuando no la mirada al interior desde la ventana. En casa de la viuda de Roterss permaneció hasta el 23 de octubre de 1813.
6.2. En casa de la viuda Wenning, Dülmen (1813-1821)
Desde que el dominico Joseph Aloys Limberg se fijara en Ana Catalina se mostró interesado en atenderla lo mejor posible. En principio quiso que resida en casa de su hermano, el panadero y cervecero Clemente Limberg, pero luego cambió de idea, e irá a la vivienda de su hermana, la viuda de Wenning. En la segunda planta de la espaciosa casa encontrará Ana Catalina un apartamento. Aquí llegó el 23 de octubre de 1813 para permanecer ocho años, hasta el mes de agosto de 1821. La nueva habitación da al jardín de su antiguo convento.
En esta casa vivió sujeta a las palabras de su confesor en asuntos de vida espiritual. Quienes con ella habitaban se acostumbraron a considerarla como a una enferma que no necesitaba cuidados especiales ni particular asistencia. Esto comentó a Brentano: “Por la noche tuve mucho que padecer, pero si puedo sufrirlo en paz, todo me parece muy suave. Es muy dulce pensar entonces en Dios. Un solo pensamiento dirigido a Dios tiene a mis ojos más valor que el mundo entero. Las medicinas no me aprovechan, y yo no podía tolerarlas” [54].
6.2.1. Visiones y revelaciones en medio de amargas penas
En estas circunstancias Ana Catalina fue favorecida con visiones, y con vivos y continuos dolores, sin que ello fuese motivo para perder la alegría y afabilidad, la sencillez y la paciencia. Por espacio de seis años llevó sobre sí el peso y el dolor que le causaba la forma rebelde y punzante de comportarse su hermana menor, Gertrudis, a quien había llamado para que la atendiese y cuidase también del anciano y enfermo sacerdote Lambert, el más fiel amigo de Ana Catalina, que vivió también en la misma casa hasta su fallecimiento a primeros de noviembre de 1823 [55].
Los momentos que de día o de noche se encontraba mejor los empleaba en trabajos de modista, de cuyas hábiles manos salían camisas, vestidos y otras prendas para pobres, enfermos y niños [56]. Por Brentano sabemos que el 13 de diciembre de 1819 Ana Catalina “estaba extraordinariamente alegre. Trabajaba con mucha diligencia en hacer gorritos y vendas para la cabeza, para dárselas a los niños y a las mujeres pobres el día de Navidad. Estaba contenta con su obra; sonreía y la alegría irradiaba su semblante. En su rostro claro y sereno se veía la expresión bondadosa y complacida de aquel que quiere sorprender a otros descubriéndole de repente a uno de sus mejores amigos, a quien tenía escondido” [57]. Durante este mes de diciembre consiguió un aumento de dinero para hacer frente a los gastos de mantenimiento. Cosió y preparó ropa para niños pobres de vestidos viejos que le habían traído de Coesfeld [58].
Vivos dolores y padecimientos soportó durante el mes de abril de 1820. “Lástima causa verla”, escribe Brentanto sobre el día 18. “El confesor ha rogado al párroco de Haltern que venga a orar por la enferma y a bendecirla, pues con esto siente alivio”. Al día siguiente señala: “Toda la noche la ha pasado con violentísima fiebre sin querer beber nada. Hoy ha venido el pastor de Halttern y le ha causado alivio orando por ella y bendiciéndola. El Peregrino la halló en el hecho enteramente mudada, después del mediodía... No cesaba de dar gracias a Dios por aquellos dolores, pues se sentía entre las ánimas benditas” [59]. Su hermana, que no conocía la ternura, al verla padecer aquellos dolores insufribles no pudo menos de romper a llorar.
6.2.2. Labores de viñador
Los padecimientos de Ana Catalina continuarán sin descanso. El 20 de junio de 1820 los ofrecerá en forma de verdaderas labores de viñador. “Fui conducida por mi guía a una viña situada al occidente de la casa nupcial. Se hallaba esta viña en lamentable estado... Las vides se hallaban entre ortigas, algunas muy altas y otras pequeñas. Allí donde la cepa era buena, las ortigas crecían altas y recias, pero no punzaban tanto como las muy pequeñas que en gran número cercaban y consumían vides más endebles... Lástima causaba ver la viña, mas se me dijo que yo tenía que trabajar en ella. Había allí un cuchillo en forma de hoz, con dos filos, para podar las parras, una azada para cavar y un cesto donde llevar los abonos. Me señalaron el trabajo que yo había de hacer. Esta labor era al principio muy penosa, pero al fin más llevadera... Desde que empecé a trabajar en la viña, los dolores que siento son de otra manera” [60].
El trabajo en la viña continuó durante los días siguientes. El 2 de julio dijo: “El trabajo de la viña ha terminado. Las ortigas de la viña significan las pasiones de la carne. Mi guía me dijo: ‘Has trabajado bien; ahora tendrás algún descanso’. Pero ese descanso nunca me llega”. Sin embargo, el 10 de agosto refiere Ana Catalina: “Esta noche tuve que trabajar mucho en las viñas a causa de la falta de caridad en el clero. Mi trabajo era semejante a los padecimientos que vinieron sobre mí en el jardín de Clara de Montefalco, la cual también aquí me acompañó y me mostró un cuadro cubierto de maleza... Como no sabía yo la manera de arrancarlas, Clara me dijo que me arrojara sobre ellas, y que en premio de este trabajo obtendría las hierbas buenas que crecían en medio de las malas... Me arrojé sobre la maleza y fui desgarrada por las espinas. Los dolores que sentí fueron tan agudos que no pude menos de gritar” [61].
El 22 de mayo de 1820 se le aparecieron San Agustín, y también las religiosas Santa Rita de Casia y Santa Clara de Montefalco [62]. Éstas la prepararon a padecer dolores semejantes a los que ellas habían sufrido en su tiempo por el Santísimo Sacramento. Una vez concluida la visión acerca del Santísimo Sacramento, Ana Catalina se levantó de la cama con el rostro radiante de alegría. Manteniéndose de pie, firme y segura, levantó las manos y recitó con voz tranquila todo el Te Deum. Nadie recuerda haberla visto en pie desde hacía cuatro años. Al día siguiente comentó que “San Agustín estaba a mi lado... Estaba conmovida y muy contenta en su presencia, y me acusaba de no haberle honrado especialmente. Pero él me dijo: ‘Te conozco y eres mi hija’. Le pedí que me concediera algún alivio en mi enfermedad, y él me dio un ramillete en que había una flor azul... Luego añadió: ‘Nunca sanarás por completo porque tu camino es camino de dolor; pero si me pides consuelo y auxilio, me acordaré de ti y te ayudaré siempre” [63].
6.2.3. En el jardín espiritual de Santa Clara de Montefalco
Los trabajos en el jardín espiritual, que le había anunciado Clara de Montefalco, los empezó a padecer la víspera de la fiesta de la Santísima Trinidad y duraron hasta el miércoles 7 de junio de 1820. Así refiere el comienzo: “Cuando supe que muchos reciben el sacramento de la penitencia sin la debida preparación, renové mis súplicas, pidiendo a Dios que se dignara darme algo que padecer para bien de ellos. Entonces empezaron a venir exteriormente sobre mí estos padecimientos. Aprecié que me herían agudas flechas de dolor. Finalmente, por la noche sentí en mi interior una pena tan viva como nunca la había sentido... Hacia las doce ya no podía soportar aquel tormento. En aquel trance con filial confianza acudí a mi padre San Agustín... El Santo no dejó de oírme: se mostró muy amorosamente, y me dijo por qué padecía yo aquellos dolores, y que no podía librarme de ellos, pues debía padecerlos en los dolores de Jesús... Yo padecí entonces sin intermisión, pero con gran consuelo interior, considerando que padecía por amor en los padecimientos de Jesús, y que satisfacía por otros a la divina justicia. Conocí que con mis dolores prestaba auxilio a otros... con sincera confianza en la misericordia del Padre celestial” [64].
Tras el último trabajo en el jardín todos los miembros de Ana Catalina fueron martirizados con dolores insoportables y desfallecimiento. La misma Clara de Montefalto se le apareció y le dijo: “Has cultivado y ordenado el jardín del Santísimo Sacramento, y tu trabajo ya ha terminado. Pero estás muy abatida y quiero darte algún consuelo. Vi entonces, manifestó Ana Catalina, en aquel mismo instante a la Santa descender resplandeciente del cielo, trayéndome un bocado triangular, en dos de cuyas caras había impresa una imagen. Luego, en aquel punto desapareció. Comí aquel bocado con gran consuelo. Me pareció muy suave y me confortó mucho. Me fue mostrado todo cuanto había trabajado en aquellos días, las deudas que había satisfecho, los castigos que había expiado. Todo esto lo vi en una procesión con el Santísimo Sacramento” [65].
6.3. En casa de Clemente Limberg, Dülmen (1821-1824)
El consejero Diepenbrock invitó a Ana Catalina y a Joseph Aloys Limberg para que se instalasen en la propiedad que él tenía en Horst, cercana de Bocholt. El ofrecimiento le hacía con el fin de limitar las visitas inoportunas y beneficiarse de la ayuda de su confesor, que también sería capellán de la familia. Luego, el P. Limbert propuso a Ana Catalina la casa de su hermano Clemente, panadero y cervecero, viendo en ello la voluntad de Dios. Durante la noche del 6 al 7 de agosto de 1821, el doctor Wesener trasladó a Ana Catalina a la casa de Limberg, situada en las proximidades de donde había vivido hasta entonces. Aquí pasará el resto de sus días [66].
6.3.1. Llagas y dolores, tormentos y crucifixión
En abril de 1822 la maltrecha salud de Ana Catalina empeoró. Además de la tos, los vómitos y dolores en el bajo vientre, padece agudos dolores en el rostro. Los labios los tiene hinchados. No puede hablar ni beber. El médico le receta alguna medicina pero que no alivian a Ana Catalina. En esta situación permanecerá durará siete días [67]. En agosto de 1822 padecerá agudos dolores de cabeza que la hacían delirar, indicando varias veces haber sido herida de un tiro en el cráneo porque le parecía que se le hacía pedazos. Un día de agosto de este mismo año refirió: “Por la tarde había yo ofrecido mis dolores por los que están en peligro, para que éste se les convierta en bien... Entre tanto gemía fuertemente, sintiendo mi cabeza destrozada” [68]. Los arduos, violentos y sufridos trabajos de Ana Catalina, a modo de crucifixión, continuaron dando su fruto en los meses siguientes [69].
6.3.2. Expiación por enfermos y moribundos
Llena de paz y en un estado de postración mortal transcurrieron los últimos meses de vida de Ana Catalina. Además de referir los misterios de la vida de Jesús, continúa relatando las visiones que tenía al tiempo que expiaba con sus padecimientos a enfermos y moribundos. “He visto, decía, por qué he padecido tantas enfermedades. He visto la imagen de Cristo, grande, gigantesca, entre el cielo y la tierra... Vi rayos de varios colores, pero todos significaban dolor, llanto y ayes que descendían sobre muchos hombres de todo género de estados y condiciones. Cuando yo me compadecía de alguna desdicha y hacía oración, aquellos rayos de dolor venían a herirme, afligiéndome con toda suerte de penas; la mayor parte de ellas las recibí de mis conocidos. Aquella imagen era de Jesús; estaban también allí la Santísima Trinidad, que aunque no la vi, sentí su presencia” [70].
Antes de la fiesta del Corpus de 1823 padeció duros y violentos dolores que creyó encontrarse al final de la vida. El día del Corpus temía que los vómitos le impidieran comulgar, pero pidió esta gracia a Dios, y sus ruegos fueron escuchados. Súbitamente sintió mejoría y pudo recibir la comunión [71]. Cada día que pasaba los padecimientos aumentaban. Así lo describe Brentano: “Entra en un martirio espantoso a favor de la Iglesia. Es atormentada, crucificada. Se le hinchan el cuello y la lengua; los dolores desfiguran sus miembros: padece por los que no quieren hacer penitencia. Bárbara y Catalina están a su lado. No pierde el ánimo: ha tomado sobre sí estas penas y ha de soportarlas hasta el fin... Cuando ora, obtiene algún consuelo, pero luego le vuelven los dolores. Está muy enferma; a los dolores en los ojos se añaden los vómitos. Padece hasta perder el conocimiento; ya no ve ni puede hablar” [72]. El 6 de enero de 1824 padece fiebre, dolores reumáticos y convulsiones. Su espíritu ora por las necesidades de la Iglesia y los moribundos. Sobre el 12 de enero escribió Brentano: “¿Quién podrá describir su espantoso estado de dolor? Sólo puede concebirse alguna idea de él, oyendo sus constantes ayes, sus roncos gemidos con que clama a Dios en busca de auxilio, sus entrecortadas plegarias pidiéndole consuelo, ella que ordinariamente no despegaba los labios en medio de los más violentos dolores. El médico decía que la muerte era de esperar de un momento a otro” [73].
6.3.3. “Mil gracias te doy, oh Señor, por todo el tiempo de mi vida”
La situación de Ana Catalina empeoraba y sus dolores se acrecentaban cada día que pasaba, con mayor severidad. Gime de día y de noche. La espalda la tiene completamente llagada a causa de la inmovilidad en que se halla. No puede dormir; permanece medio sentada, medio acostada; los ojos constantemente cerrados. A finales de enero de 1824 recibe la visita de sus hermanos y sobrinos, con quienes sólo puede hablar unas pocas palabras. El día 27 de enero la fiebre colorea sus mejillas; las manos las tiene muy blancas y los estigmas brillantes como plata. Este mismo día recibió con pleno conocimiento el sacramento de la extremaunción. Respiraba con mucha dificultad. El 7 de febrero, en medio de los dolores, oró diciendo: “Mil gracias te doy, oh Señor, por todo el tiempo de mi vida. No como yo quiero, oh Señor, sino como quieras Tú” [74].
El último día de su vida, 9 de febrero de 1824, Ana Catalina consintió diciendo: “Pronto habrá concluido todo; entretanto permaneceré en la cruz”. El mismo Brentano asentó en su diario: “A eso de las cinco y media llegó el Peregrino a la habitación de la moribunda, en el momento en que el confesor decía: ‘Esto toca a su fin’. Se hallaban en la estancia la hermana, el hermano y la sobrina de la moribunda, el vicario Hilgenberg, la hermana del confesor y la dueña de la casa anterior, la señora de Clemente Limberg. Todos estaban de rodillas en oración... Ya habían encendido el cirio de la agonía. Estaba la enferma reclinada en su cama, respirando con respiración muy corta. Su rostro tenía una expresión muy grave y profunda. Sus ojos elevados miraban al crucifijo... El confesor la consolaba dándole a menudo a besar la cruz. Ella buscaba siempre con los labios los pies del crucifijo, muy humildemente, sin tocar la cabeza ni el pecho, y los retenía entre los labios... Aquélla fue la última vez que la vio con vida el Peregrino. Cuando volvió a la habitación inmediata donde los otros se hallaban sentados o de rodillas en oración, estaban dando las ocho... El confesor rezó las preces de los agonizantes. Ella suspiraba diciendo muchas veces: “Ayúdame, Señor; ayúdame, Señor! Le puso el confesor en la derecha la vela de la agonía y tocó una campanilla de Loreto, según era antigua costumbre en el convento de Agnetenberg siempre que expiraba alguna religiosa, y dijo: ‘Ya se muere’. Eran las ocho y media [de la tarde].” [75].
El cuerpo de Ana Catalina fue sepultado cuatro días más tarde, el 13 de febrero. Numerosas personas asistieron al entierro en Dülmen. Todas estaban emocionadas y lamentaron la muerte de su intercesora ante Dios, Ana Catalina Emmerick [76].
VII. Ana Catalina, o el sello del amor crucificado
La siguiente confesión de Ana Catalina desvela el secreto de toda su vida: “Me había entregado enteramente a mi celestial Esposo, y Él hizo de mí lo que fue su voluntad. Poder sufrir tranquilamente me ha parecido siempre el estado más digno de ser deseado en esta vida, pero a este punto nunca llegué” [77]. Las enfermedades, dolores y aflicciones nunca le faltaron, y las recibió siempre con gratitud y amor a Jesucristo, su divino Esposo, y a la Iglesia. Todos los dolores, penas y sufrimientos tenían una significación espiritual [78].
“Esta mujer, escribió su primer biógrafo, fue marcada con el sello del amor crucificado para dar testimonio de este amor en el desierto de una época sin fe.
¡Qué difícil misión, llevar ante los ojos del mundo y de los siervos del príncipe del mundo, el sello del Hijo de Dios vivo, de Jesús de Nazaret... Ser pobre; padecer sin auxilio alguno una enfermedad misteriosa, sufrir verdadero martirio; no ser comprendida de los que inmediatamente la rodeaban, los cuales por esto mismo, muchas veces involuntariamente, se habían con ella mal; estar poseída del sentimiento de su soledad, tanto mayor cuanto eran mayores las continuas exigencias de los curiosos; experimentar todo género de contradicciones y sospechas; y en medio de tantos y tales trabajos no perder la paciencia ni siquiera un momento, permaneciendo siempre afable, humilde, benigna, prudente y edificante: es empresa verdaderamente gigantesca” [79].
Dijo Jesús a Tomás: “Acerca aquí tu dedo y mira mis manos; trae tu mano y métela en mi costado” (Jn 20, 27). Este fenómeno muestra la eficacia de la salvación de Jesucristo en la cruz, y continúa repitiéndose de manera particular en el signo de los estigmas. Ana Catalina Emmerick, en su pequeñez, aceptó llevar en su cuerpo la cruz de Cristo, cuyo sentimiento de crucifixión experimentó a través de dolores punzantes e incisivos, y cuyo centro estaba en las llagas o estigmas. Desde la fe, el amor y la esperanza en su divino Esposo vivió con entereza y fortaleza aquella aflicción. Sus llagas no curaron nunca, como tampoco cesaron sus múltiples dolores, que los ofrecía en expiación por los demás. Los casos que recoge Clemente Brentano son numerosísimos. De todos ellos se desprende idéntica idea y consecuencia: aceptación de los males, penas y sufrimientos ajenos, y la caridad emprendida para que los males, odios y enemistades se conviertan en bienes y gracia ante Dios. La vida de Ana Catalina fue una Cruz con mayúsculas, un icono vivo de Jesús crucificado [80].
Rafael Lazcano, en dialnet.unirioja.es/
Notas:
1. En 2004 el nombre de Ana Catalina Emmerick también apareció en los medios de comunicación con ocasión del estrenó de la película “La Pasión de Cristo”, dirigida por Mel Gibson. Para rodarla, además de los Evangelios, el afamado director de cine tuvo presentes las páginas de La amarga pasión de Cristo, de Ana Catalina Emmerick, testigo visual de la misma. La Pasión de Cristo fue estrenada, a pesar de la polémica suscitada por algunos miembros de la comunidad judía, en la primavera de 2004.
2. Cf. SCHMÖGER, Carlos E., Vida y visiones de la venerable Ana Catalina Emmerich. Ed. Sol de Fátima. Madrid 1999, p. 200.
3. Cf. SCHMÖGER, o.c., pp. 200-201.
4. Clemente Brentano nació el 8 de septiembre de 1778 en Frankfurt. Su padre era un rico comerciante que pretendió educar a su hijo para los negocios. Fue un hombre culto, amigo de las letras más que de los negocios, novelista y poeta romántico, además de escritor de obras de teatro. En 1817 visitó a Ana Catalina, en Dülmen, Cristiano Brentano, hermano de Clemente, quien hubo de aumentar el interés por conocerla. Era inquieto y apasionado, al estilo de San Agustín, y famoso en toda Europa cuando el jueves 24 de septiembre de 1818 llegó a Dülmen. Este hecho cambiará su modo de vida. Tras el primer encuentro, en el que Ana Catalina le reconoció de inmediato puesto que le había visto en visión y esperaba la visita de “El Peregrino”, no se alejará de Dülmen hasta 1824, año del fallecimiento de Emmerick. Cf. SCHMÖGER, o.c., pp. 202-203.
5. Desde el primer momento se constata que hubo una verdadera empatía entre Ana Catalina y Clemente Brentano. “Todo lo que dice es breve, sencillo y llano, pero profundo y henchido de amor y vida. Yo estaba en aquella misma disposición y por esto lo entendía y recogía cuanto pasaba en torno mío”, escribió Brentano tras el primer encuentro con Ana Catalina. Cf. SCHMÖGER, o.c., p. 203.
6. 6. Cf. SCHMÖGER, o.c., p. 221-222.
7. Das bittere Leiden unsers Herrn Jesu Christus. nach den Betrachtungen der gottseligen Anna Katharina Emmerick [verf. von Clemens Brentano] nebst dem Lebensumriss dieser Begnadigten. J. E. von Siedel. Sulzbach 1834, VII – 408 pp.
8. SCHMÖGER, Karl Erhard, Das Leben der gottseligen Anna Katharina Emmerick. Herder Verlag. Freiburg 1867-1870, 2 vols. en 3 tomos.
9. SCHMÖGER, K. E., Vie d’Anne Catherine Emmerick. Traduite de l’allemand par Edmond de Cazalès. Lib. Ed. Pierrre Téqui. Paris 1923, 3 vols.
10. SCHMÖGER, K. E., Vita della serva di Dio Anna Caterina Emmerick. Tradotta dall’originale dal marchese Cesare Boccella. Ed. Marietti. Torino 1869-1871, 3 vols.
11. SCHMÖGER, K. E., Life of Anne Catherine Emmerick. Fresno, California 1956, 2 vols. xxxiii, 599 pp.; x, 698 pp.
12. Cf. SCHMÖGER, o.c., p. 96.
13. “En mi juventud, dice Emmerick, era yo vehemente y caprichosa, por lo cual mis padres me castigaban con frecuencia... Como mis padres me reprendían tantas veces y nunca me alababan, y por otra parte oía yo a otros padres alabar a sus hijos, me tenía por la hija más desgraciada del mundo... Pero cuando veía que otros niños disgustaban a sus padres, me afligía; mas luego cobrara ánimo considerando que podía esperar en Dios, pues eso no era yo capaz de hacerlo”, SCHMÖGER, o.c., p.58.
14. “En cierta ocasión estaba yo guardando una manada de vacas a las dos de la tarde; era un día muy caluroso del verano... Yo me hallaba muy apurada porque no sabía qué hacer con aquella manada de cerca de cuarenta vacas, que a mí, débil niña, me daban no poco cuidado, cuando corrían a las zarzas... Siempre que yo las guardaba estaba en oración o en contemplación, caminando a Jerusalén o a Belén, donde en verdad era más conocida que en mi propia casa”. Cf. SCHMÖGER, o.c., p. 101.
15. Cf. SCHMÖGER, o.c., p. 86.
16. Cf. SCHMÖGER, o.c., p. 309.
17. Cf. SCHMÖGER, o.c., p. 93.
18. Cf. SCHMÖGER, o.c., p. 100.
19. Cf. SCHMÖGER, o.c., p. 102.
20. “La negativa de mis padres me llegó tan a lo vivo, que mi enfermedad se agravó y hube de quedarme en cama”. Cf. SCHMÖGER, o.c., p. 103.
21. “Mis padres, declaró Ana Catalina a Overberg, me hablaron también de matrimonio, hacia el cual sentía yo grande aversión”. SCHMÖGER, o.c., p. 109.
22. Cf. SCHMÖGER, o.c., p. 89.
23. Cf. SCHMÖGER, o.c., p. 110.
24. Cf. SCHMÖGER, o.c., p. 110-111.
25. Cf. SCHMÖGER, o.c., p. 111.
26. Cf. SCHMÖGER, o.c., pp. 92-93. Sobre este punto testimonió Clemente Brentano. “Por espacio de cuatro años, durante los cuales conversé diariamente con Ana Catalina, he presenciado muchas veces la efusión de sangre y los dolores de cabeza que padecía; pero como nunca la tenía descubierta en mi presencia, no pude ver salir directamente de su frente las gotas de sangre. Pero vi por bajo de la venda las gotas que corrían en abundancia por su rostro...”. Cf. SCHMÖGER, o.c., p. 191.
27. Cf. SCHMÖGER, o.c., p. 111.
28. El convento de Dülmen, después de un periodo ’ad experimentum’ por la instauración en 1471 de la clausura monástica, fue anexionado oficialmente y de pleno derecho a la Orden de San Agustín en 1514.
29. Cf. SCHMÖGER, o.c., pp. 112-113.
30. Cf. SCHMÖGER, o.c., p. 116.
31. Cf. SCHMÖGER, o.c., pp. 117-118.
32. Cf. SCHMÖGER, o.c., p. 121.
33. En febrero de 1803, tras una visión de la cruz de Cristo ensangrentada le fue concedido el don de lágrimas para que las derramase por las ofensas cometidas contra el Señor. Ana Catalina quiso revelar que su pesadumbre era la compasión. “Era muy sensible, dice Overberg, a lo que le hacían padecer sus hermanas, porque veía y oía en espíritu los sentimientos de sus corazones, y lo que hablaban entre sí de ella y lo que deliberaban con el fin de humillarla y curarla de lo que tenían por capricho y pereza”, SCHMÖGER, o.c., p. 124. Llegó un momento en que cada vez que lloraba era corregida, y como seguía el llanto y el derramamiento de lágrimas en la misa, a la novicia Ana Catalina le fueron impuestos diferentes castigos y humillaciones por parte de la superiora y maestra de novicias, dando muestras de paciencia y caridad. Cf. Idem, pp. 120, 122-123.
34. Cf. SCHMÖGER, o.c., p. 127.
35. Cf. SCHMÖGER, o.c., p. 129.
36. Cf. SCHMÖGER, o.c., pp. 142, 146.
37. Cf. SCHMÖGER, o.c., pp. 133-136.
38. Cf. SCHMÖGER, o.c., p. 187.
39. Cf. SCHMÖGER, o.c., p. 141.
40. Cf. SCHMÖGER, o.c., p. 151.
41. El sacerdote Lambert tuvo que huir de Francia por no jurar la Constitución. A la diócesis de Münster llegó en 1794, siendo destinado para el ejercicio de su ministerio al palacio del duque de Croy, en Dülmen. En esta misma ciudad estuvo encargado de celebrar la misa en el convento agustino de Agnetenberg. Cf. SCHMÖGER, o.c., pp. 129, 151-152.
42. Cf. SCHMÖGER, o.c., pp. 152, 185.
43. Cf. SCHMÖGER, o.c., pp. 154-155.
44. El 4 de octubre de 1820 tuvo Ana Catalina una visión sobre sus llagas, y vio cómo las había recibido. “Antes no lo sabía. Hallábame sola en mi habitación en casa de Roters, tres días antes de año nuevo [1812], próximamente a las tres de la tarde. Había meditado en la pasión de Cristo, y le había pedido que me concediera participar de sus dolores, rezando cinco Padrenuestros en honor de sus cinco llagas... Vi descender sobre mí una luz, que venía de arriba oblicuamente. Era un cuerpo crucificado, vivo y transparente, pero sin cruz; sus heridas brillaban más que aquel cuerpo; eran cinco aureolas, las cuales salían de la gloria... luego descendieron, primero de las manos y después del costado y de los pies de la imagen, tres rayos rojos y brillantes, acabados en flechas, sobre mis manos, sobre mi costado y sobre mis pies...”. Cf. SCHMÖGER, o.c., p. 190.
45. Cf. SCHMÖGER, o.c., pp. 179-180.
46. Cf. SCHMÖGER, o.c., p. 252.
47. Cf. SCHMÖGER, o.c., p. 180.
48. La visión tuvo lugar en la Pascua de 1813. Cf. SCHMÖGER, o.c., pp. 250-251.
49. Cf. SCHMÖGER, o.c., p. 166.
50. “La cruz del pecho, reveló Ana Catalina en la visión que tuvo el 4 de octubre de 1820, hace largo tiempo que la tengo. la he recibido alrededor de la festividad de San Agustín”, SCHMÖGER, o.c., p. 190. Una profunda impresión recibió Brentano cuando por vez primera vio las llagas de Ana Catalina. “Es cosa que traspasa el alma ver tales señales en el miserable cuerpo demacrado de esta paciente”, Idem, pp. 206-207.
51. Cf. SCHMÖGER, o.c., pp. 181-182.
52. Cf. SCHMÖGER, o.c., pp. 183-184. La misma conclusión obtuvo el segundo examen ordenado seis años más tarde por la autoridad civil. El conde Federico Leopoldo Stolberg y su esposa, acompañados por Overberg, visitaron a Ana Catalina el 22 de julio de 1813. “Era viernes, y de las llagas de las espinas le había salido mucha sangre...”. Cf. SCHMÖGER, o.c., p. 185.
53. Cf. SCHMÖGER, o.c., p. 192.
54. Cf. SCHMÖGER, o.c., p. 210.
55. Cf. SCHMÖGER, o.c., pp. 160-162, 192-193, 205-206. Por error Schmöger fija la muerte el 7 de febrero de 1821. Ídem, p. 565
56. Cf. SCHMÖGER, o.c., pp. 176-177.
57. Cf. SCHMÖGER, o.c., pp. 345-346.
58. Cf. SCHMÖGER, o.c., p. 368.
59. Cf. SCHMÖGER, o.c., p. 364.
60. Cf. SCHMÖGER, o.c., p. 439.
61. Cf. SCHMÖGER, o.c., pp. 441-442.
62. Dice así Ana Catalina. “Después me acompañó mi guía a la Jerusalén celestial. Subí a una gran montaña, y llegué a un jardín, del cual cuidaba Clara de Montefalco. En las manos tenía esta Santa llagas resplandecientes, y en la cabeza una brillante corona de espinas... Me refirió las gracias que había recibido el día de la Santísima Trinidad, y me dijo que con ocasión de esta fiesta debía yo prepararme a un nuevo trabajo...”. Cf. SCHMÖGER, o.c., pp. 405-406; además, las páginas 414, 416 y 419. Sobre los estigmas del corazón de Santa Clara véase la reciente obra de TRINIDAD, G. DE LA [= Anglés Monroig], Clara de Montefalco. Vida y reto. (Col. Historia y Vida, 30). Ed. Revista Agustiniana, Guadarrama 2008, pp. 193-198.
63. Cf. SCHMÖGER, o.c., pp. 403-404.
64. Cf. SCHMÖGER, o.c., pp. 407-408.
65. Cf. SCHMÖGER, o.c., pp. 420-421.
66. Cf. SCHMÖGER, o.c., p. 369.
67. Cf. SCHMÖGER, o.c. pp. 505-506.
68. Cf. SCHMÖGER, o.c. p. 513.
69. Cf. SCHMÖGER, o.c., p. 516.
70. Cf. SCHMÖGER, o.c., p. 568.
71. Cf. SCHMÖGER, o.c., p. 568.
72. Cf. SCHMÖGER, o.c., p. 569.
73. Cf. SCHMÖGER, o.c., p. 570.
74. Cf. SCHMÖGER, o.c., p. 573.
75. Cf. SCHMÖGER, o.c., pp. 577-576.
76. Este mismo día un extranjero, en representación de un médico holandés, se presentó al deán Rensing, ofreciéndole dinero a cambio del cuerpo de Ana Catalina, siendo rechazado. Por el lugar corrió una voz de que se había robado el cadáver. Se abrió la tumba la noche del 21 al 22 de marzo de 1824; el cadáver estaba enteramente incorrupto y las llagas de los pies eran todavía visibles. Cf. BOUFLET, J., Ana Catalina Emmerick. Vivió la Pasión de Cristo, Ed. Palabra. Madrid 2005, p. 345. Posteriormente los restos fueron depositados en el Hospital de las Hermanas de la Caridad, y definitivamente al cementerio. Sobre ella colocaron la misma losa y encima una cruz, con esta inscripción. ANNA CATHARINA EMMERICK Ordinis St. Augustini. Nata 8. Septemb. 1774 – Obiit 9. Februar. 1824.
77. Cf. SCHMÖGER, o.c. p. 131.
78. “O los había pedido a Dios para librar de ellos a otros y padecerlos del todo o en parte por los demás, o los había recibido de Él en expiación de culpas ajenas..., viniendo sobre ella las enfermedades del cuerpo de la Iglesia, esto es, los pecados y las faltas de estados enteros y de personas influyentes, para llevarlos sobre sí en forma de enfermedades y dolores varios y satisfacer por ellos...”, SCHMÖGER, o.c., pp. 132-133.
79. Cf. SCHMÖGER, o.c., pp. 196-197.
80. “Este es el sentido y el significado último de los estigmatizados: presentar a los hombres de buena fe hechos tan admirables como incomprensibles, convirtiéndose así en predicadores mudos, pero elocuentísimos, de la verdad. La razón se resiste a creer, y para que los ojos del alma se abran a la luz necesitamos de la ayuda sobrenatural. Y uno de los muchos medios que el Señor emplea es el de los estigmatizados, que les permite a los hombre de hoy la misma comprobación que Cristo facilitó a los de ayer: la realidad tangible de sus llagas abiertas donde, como Santo Tomás, podamos palpar y meter los dedos”, SÁNCHEZ VENTURA Y PASCUAL, V., Estigmatizados y apariciones. Zaragoza 1966, pp. 135-136.
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