Cuando un niño crece habiendo cultivado la generosidad desde muy pequeño, consigue convertirse en un adulto que vive y actúa de forma genuina hacia los demás
La filósofa Nina Bravo, en su libro Virtudes Humanas, explica que “ser generoso es actuar con los otros de manera desinteresada y alegre, teniendo en cuenta el bien del otro, aunque cueste un esfuerzo”.
Este es uno de los valores más importantes a cualquier edad, en cualquier entorno y en innumerables situaciones. La generosidad es una virtud que va estrechamente ligada con muchas otras y que implica la voluntad auténtica y el compromiso personal de dar, siempre acompañada por la discreción. Es decir, dar sin gritarlo al mundo.
Cuando un niño crece habiendo cultivado la generosidad desde muy pequeño, consigue convertirse en un adulto que vive y actúa de forma genuina hacia los demás. Las personas que interactúan en sus cotidianidades atentas al entorno y abiertas al servicio, saben despojarse de sus intereses personales para escuchar con sensibilidad y proactividad el querer y las necesidades de las personas.
Gran parte de aprender a vivir una generosidad auténtica es superar el hedonismo para transformarlo en entrega, no reducir la importancia de nuestra existencia a satisfacer las inquietudes personales y así poder trascender de la felicidad efímera a la felicidad que resulta del estar al servicio de otros.
Como padres tenemos la gran responsabilidad de inculcar y fomentar las virtudes en nuestros hijos. La mejor forma de ganar en generosidad es vivir el ejemplo en familia, que el espíritu de servicio reine en el hogar por parte de los padres primeramente. De este modo y siendo los grandes ejemplos, la virtud gana protagonismo y autenticidad en el hogar. Para hacerla crecer en el interior de nuestros hijos, es importante generar oportunidades sencillas y frecuentes que les motive a ejercitarla, incluso añadiendo pequeñas recompensas, pero que no sean materiales, sino más afectivas y cuidando el valor real de los actos.
Es importante tener en cuenta que nuestros hijos no saben el significado de términos tan profundos y abstractos como éste. Es por ello que aunque le repitamos una y otra vez, incluso desde muy pequeños: “tienes que compartir para ser un niño generoso”, esto no surte ningún efecto ni en su interior, ni en su actuar.
Ellos necesitan entender el concepto viviéndolo, más que con el término o la definición en sí misma. Por ejemplo, a partir de los dos o tres años, los niños entienden perfectamente el sentido de pertenencia. Saben cuándo algo es suyo o del otro. Sin embargo, no entienden por qué deben darle lo “suyo” al “otro” y, un “porque sí”, no les resulta motivo suficiente para desprenderse. Es allí cuando tenemos la oportunidad de enseñarles y ejemplificarles la alegría que podemos causar en los demás con un pequeño esfuerzo personal. Esta relación la comprenderá aún mejor cuando observe, en repetidas ocasiones, ese mismo comportamiento desprendido entre sus padres, o de otra persona hacia él.
Con este pequeño ejemplo podemos ir introduciendo a nuestros hijos en el amplio mundo de la generosidad. Sin embargo, no podemos reducir esta virtud al ámbito material, puesto que supone una dimensión mucho más amplia como explicaba al principio de este artículo. Ayudar a los demás sin hacer distinciones, resolver dificultades o carencias de otros, acompañar y cuidar a la gente, dar consuelo, y, sobre todo, siendo sencillos y actuando en “silencio”, nos hace crecer en generosidad.
Como sabemos que esta virtud a veces requiere un esfuerzo extraordinario, os propongo un cuestionario para que reflexionéis acerca de cómo vivís la generosidad en vuestra cotidianidad:
Claudia Rivera Tollinche Profesora del Colegio Orvalle