Se llega a evaluar positiva o negativamente el carácter de una persona con la sola contemplación de su rostro facial…<br /><br />
Con frecuencia se legitiman o se condenan conductas y personas apoyados fundamentalmente en los sentimientos que despiertan en los observadores, convirtiendo a las emociones en una nueva categoría moral que juzga la realidad
Basta abrir los periódicos de cualquier país occidental, escuchar las noticias o ver los programas televisivos de participación social para comprobar que las acciones humanas responden en gran medida a significados emocionales, apelando a sentimientos a favor o en contra.
Con frecuencia se legitiman o se condenan conductas y personas apoyados fundamentalmente en los sentimientos que despiertan en los observadores, convirtiendo a las emociones en una nueva categoría moral que juzga la realidad. Por ejemplo no hace mucho, a raíz de un libro sobre el rostro y la personalidad, se etiquetaba a Javier Bardem de seductor y explosivo por su ancha mandíbula y por sus vibrantes aletas nasales, advirtiendo de los riesgos emocionales que podían generar esos rasgos en sus relaciones de pareja. Peor parado quedaba Benedicto XVI que era criticado de terco y fanático por el abombamiento de su frente y el hundimiento de sus ojos, quedando suspenso en empatía emocional.
Esto no es más que la punta del iceberg de lo que actualmente se conoce como el emotivismo o psicologismo, corriente social que propone que todo ha de ser psicologizado, incluso hasta la cara. Se postula que lo importante, incluso lo real y verdadero es lo que se siente, y por tanto cuanto más emocional y vulnerable se muestre algo o alguien al exterior, más auténtica es su realidad o personalidad, más desnuda y transparente queda ante el auditorio social y mejor es conocida y comprendida.
Todo se ha de interpretar desde las reacciones de nuestra psiqué. Se llega a evaluar positiva o negativamente el carácter de una persona con la sola contemplación de su rostro facial sin necesidad de examinar el conjunto de acciones concretas que cada individuo realiza libre y responsablemente a lo largo de su vida. Para unos y otros lo decisivo es la respuesta emocional, no tanto lo que sucede realmente, no interesa lo que se hizo sino la vivencia personal, los motivos afectivos por lo que se hizo aquello, incluso la cara que puso etc.
Lo peor de esto es que la gente se lo cree, y se dejan domesticar mansamente por el mercado y la cultura mediática (televisión) desde donde les bombardean con estímulos para controlarlos emocionalmente y ofrecerles sueños e ilusiones. Con esta nueva cultura no sorprenden —entre otras múltiples manifestaciones— las frecuentes crisis afectivas que emergen en novios y matrimonios cuando descubren un día que "el rostro de ella o de él" ha dejado de transmitirle emociones intensas y poéticas como antes, y como ya no se emocionan cuando se encuentran entonces solo resta el abandono en busca de nuevas relaciones sentimentales.
No extraña tampoco la extendida obsesión por la apariencia "emocional" que provoca la imagen corporal y que está empujando a muchos a cuantiosos gastos en fontanería estética faciales y de otras partes. Ese deseo de vivir emociones auténticas e intensas está también detrás de buena parte de las transgresoras instalaciones artísticas. Por ejemplo es mundialmente conocido el éxito que tuvo la exposición del "inodoro" de Marcel Duchamp en New York considerado desde entonces como una obra de arte o el gran impacto que ha suscitado en Berlín el año pasado la exposición en la sala Postbahnof del cadáver de un hombre sin piel practicando el sexo con el cadáver de una mujer.
El encantamiento de estos laboratorios sociales conviene ponerlo bajo sospecha y someterlo a control y crítica porque ese emotivismo o psicologismo que se está implantando aspira con energía a erigirse en un nuevo código social capaz de sustituir las reglas del juego de la vida moral y política. Si el diagnóstico es certero hay que advertir que esas esferas de la acción humana tradicionalmente sostenidas por el conocimiento y la racionalidad pueden verse amenazadas gravemente si son suplantadas completamente por la respuesta emocional.
La apelación a la naturaleza o a la tradición son vistas como una agresión, como una racionalidad inhumana contra la verdad de los sentimientos, que son los nuevos cánones de la realidad. Esta psicologización de la experiencia humana enaltece peligrosamente la vivencia interior hasta sacralizar la respuesta emocional, que es la que no engaña, la que no está mediada ni por intereses ni ideas universales ni imposiciones externas.
Pero sus efectos nocivos son ya visibles y esa psicologización está dejando en evidencia la fragilidad y mutabilidad de los nuevos ciudadanos, que se mueven con un yo moral anémico, en el interior del cual se desvanece el juicio y la reflexión, resintiéndose parte de la libertad y la responsabilidad en sus actuaciones. Precisamente por la transitoriedad de la vida emocional la actitud del compromiso personal es desbancada por el traslado hacia fuera, —hacia entes abstractos sociales— de las responsabilidades de nuestras elecciones.
Emilio García Sánchez. Profesor de Pensamiento Social. Universidad CEU Cardenal Herrera