El mal se vence con el bien, no con más males añadidos: venganza, odio, injusticia...
La semana pasada hablábamos de la siembra, de aquello que nos gustaría cosechar. Ese mismo día vimos al joven Carlos Alcaraz acariciar el preciado trofeo de Wimbledon. En esta ocasión la cosecha fue rápida y abundante. Llama la atención su fuerza para sobreponerse a la contrariedad: remontar un 1-6 adverso; enfrentarse a todo un veterano, con el que había perdido… Obtuvo una gran recompensa bien peleada.
Hemos presenciado una gran victoria, que no ha sido fácil, como nada lo es en la vida. Hay que trabajar mucho, esforzarse, para lograr la buena cosecha; pero el éxito no está garantizado. Las derrotas, los fracasos, las desilusiones e, incluso, las traiciones suelen acompañarnos siempre. El asunto es contar con ello y superarnos; como lo hizo Carlitos en su reciente derrota frente a Djokovic: aprendió de ella y la transformó en victoria.
Nos podemos extrañar ante la presencia del mal, de la existencia de gente mala, mala; también del mal que hay en nosotros mismos. Leemos en el Evangelio: “Los siervos del amo de la casa fueron a decirle: Señor, ¿no sembraste buena semilla en tu campo? ¿Cómo es que tiene cizaña? Él les dijo: Algún enemigo lo habrá hecho”.
Aquí se nos dice que el mal tiene su origen en el enemigo, no es Dios el culpable. Epicuro se planteó la siguiente paradoja: “¿Es que Dios quiere prevenir el mal, pero no es capaz? Entonces no es omnipotente. ¿Es capaz, pero no desea hacerlo? Entonces es malévolo. ¿Es capaz y desea hacerlo? ¿De dónde surge entonces el mal? ¿Es que no es capaz ni desea hacerlo? Entonces, ¿por qué llamarlo Dios?”. Así piensan muchos: no saben dar explicación del mal y niegan a Dios.
La existencia del mal en el mundo no es fruto de un malquerer de Dios, tampoco es un defecto de “fábrica”, es consecuencia de la mal vivida libertad. La Biblia lo explica con el pecado original. Dios destinó al hombre a la plena felicidad del Edén; le dio la oportunidad de ser libre, de elegir estar con Él, de moverse en su entorno. Podía elegir el bien, pero le pareció mejor optar por “la manzana”; tentado por el demonio, quiso ser dios, no reconocer a Dios sino sustituirle, vivir a su aire, romper el equilibrio de la creación. Fue engañado por el padre de la mentira y así le fue.
El no aceptarse como criatura, como hijo, por la soberbia; el preferir vivir en la mentira, fue el origen de todos los males. Se rompe el equilibrio entre la creación y el hombre. En nuestro interior, el dominio de la razón y del bien deja paso a las pasiones desordenadas, a la irracionalidad, a la injusticia; la relación entre el hombre y la mujer queda sometida a tensiones; las relaciones con los demás pasan a estar marcadas por el deseo y el dominio. La creación se vuelve hostil. Llega el dolor y la muerte.
Dios, siempre respetuoso, no tuvo más remedio que dejarnos hacer. Su sabiduría, paciencia y poderío absoluto sacará bien del mal. No destruye al pecador, al equivocado. Espera, como dice el Evangelio: “-¿Quieres que vayamos a arrancarla? Pero él les respondió: -No, no vaya a ser que, al arrancar la cizaña, arranquéis también con ella el trigo. Dejad que crezcan juntos hasta la siega. Y al tiempo de la siega les diré a los segadores: -Arrancad primero la cizaña y atadla en gavillas para quemarla; el trigo, en cambio, almacenadlo en mi granero”.
“Dios en cambio sabe esperar –comenta el Papa Francisco–. Él mira el campo de la vida de cada persona con paciencia y misericordia: ve mucho mejor que nosotros la suciedad y el mal, pero ve también los brotes de bien y espera con confianza que maduren. Dios es paciente, sabe esperar. Qué hermoso es esto: nuestro Dios es un padre paciente, que nos espera siempre y nos espera con el corazón en la mano para acogernos, para perdonarnos. Él nos perdona siempre si vamos a Él”.
El mal que vemos en nosotros y en el mundo es fruto del pecado, del original y del personal de cada uno y de los demás. No nos podemos extrañar de él, pero tampoco conformarnos. El mal se vence con el bien, no con más males añadidos: venganza, odio, injusticia, desesperación… También de los fracasos, derrotas e injusticias se pueden sacar bienes.
Estamos felices con el triunfo de Carlitos, pero antes sufrió y perdió. También podemos vencer, ganar, sacar provecho de nuestros defectos y de los ajenos. Dios y sus hijos siempre ganan. Hay que contar con la ayuda de la gracia, con lucha personal, con la paciencia. Hay que recomenzar todas las veces que sea preciso. El dueño del campo no es indiferente frente al mal, sabe la diferencia que hay entre el trigo y la cizaña, pero espera. La conversión, en nuestro caso, siempre es posible.
Este domingo podemos sembrar buen trigo acudiendo a votar; no dejemos que la pereza o la desidia nos dominen. Luego lo podríamos lamentar.