Domingo de la semana 3 de Cuaresma; ciclo B

Homilía I: con textos de homilías pronunciadas por S.S. Juan Pablo II
Homilía II: a cargo de D. Justo Luis Rodríguez Sánchez de Alva
Homilía III: basada en el Catecismo de la Iglesia Católica

(Ex 20,1-17) "No tendrás otros dioses frente a mí"
(1 Cor 1,22-25) "Predicamos a Cristo crucificado"
(Jn 2,13-25) "No convirtáis en un mercado la casa de mi Padre"


Homilía I: con textos de homilías pronunciadas por S.S. Juan Pablo II

Homilía en la parroquia de San José (18-III-1979)

--- Nuevos templos
--- La morada del hombre
--- La familia

--- Nuevos templos

“La casa de mi Padre”

Hoy Cristo pronuncia estas palabras en el umbral del templo de Jerusalén. Se presenta sobre este umbral para “reivindicar” frente a los hombres la casa de su Padre, para reclamar sus derechos sobre esta casa. Los hombres hicieron de ella una plaza de mercado. Cristo les reprende severamente; se pone decididamente contra tales desviaciones. El celo por la casa de Dios lo devora (cf. Jn. 2,17), por esto Él no duda en exponerse a la malevolencia de los ancianos del pueblo judío y de todos los que son responsables de lo que se ha hecho contra la casa de su Padre, contra el templo.

Es memorable este acontecimiento. Memorable la escena. Cristo, con las palabras de su ira santa, ha inscrito profundamente en la tradición de la Iglesia la ley de la santidad de la casa de Dios. Pronunciando estas palabras misteriosas que se referían al templo de su cuerpo: “Destruid este templo, y en tres días lo levantaré” (Jn. 2,19), Jesús ha consagrado de una sola vez todos los templos del Pueblo de Dios. Estas palabras adquieren una riqueza de significado totalmente particular en el tiempo de Cuaresma cuando, meditando la pasión de Cristo y su muerte –destrucción del templo de su cuerpo-, nos preparamos a la solemnidad de la Pascua, esto es, al momento en que Jesús se nos revelará todavía en el templo mismo de su cuerpo, levantado de nuevo por el poder de Dios, que quiere construir en él, de generación en generación, el edificio espiritual de la nueva fe, esperanza y caridad.

Vengo hoy a la parroquia de San José y deseo expresar a todos vosotros aquí presentes, junto con un saludo cordial, mi profunda alegría porque también este barrio tiene su templo, su casa de Dios (…). En torno a esta casa se han multiplicado las casas en que habitan los hombres, cada una de las familias.

--- La morada del hombre

La casa es la morada del hombre. Es una condición necesaria para que el hombre pueda venir al mundo, crecer, desarrollarse, para que pueda trabajar, educar, y educarse, para que los hombres puedan construir esa unión más profunda y más fundamental que se llama “familia”.

Se construyen las casas para las familias. Después, las mismas familias se construyen en las casas sobre la verdad y el amor. El fundamento primero de esta construcción es la alianza matrimonial, que se expresa en las palabras del sacramento con las que el esposo y la esposa se prometen recíprocamente la unión, el amor, la fidelidad conyugal. Sobre ese fundamento se apoya ese edificio espiritual cuya construcción no puede cesar nunca. Los cónyuges, como padres, deben aplicar constantemente a la propia vida de constructores sabios, la medida de la unión, del amor, de la honestidad y de la fidelidad matrimonial. Deben renovar cada día esa promesa en sus corazones y a veces recordarla también con las palabras. San Pablo dice que Cristo es “poder y sabiduría de Dios” (1Cor. 1,24). Sea Él vuestro poder y vuestra sabiduría, queridos esposos y padres. ¡No os privéis de este poder y de esta sabiduría! Consolidaos en ellos. Educad en ellos a vuestros hijos y no permitáis que esto poder y esta sabiduría, quo es Cristo, les sea quitado un día. Por ningún ambiente y por ninguna institución. No permitáis que alguien pueda destruir ese «templo» que vosotros construís en vuestros hijos. Este es vuestro deber, pero éste es también vuestro sacrosanto derecho. Y es un derecho que nadie puede violar sin cometer una arbitrariedad.

--- La familia

La familia está construida sobre la sabiduría y el poder del mismo Cristo, porque se apoya sobre un sacramento. Y está construida también y se construye constantemente sobro la ley divina, que no puede ser sustituida en modo alguno por cualquier otra ley. ¿Acaso puede un legislador humano abolir los mandamientos que nos recuerda hoy la lectura del Libro del Éxodo: “No matar, no cometer adulterio, no robar, no decir falsos testimonios” (Ex. 20, 13-16)? Todos sabemos de memoria el Decálogo. Los diez mandamientos constituyen la concatenación necesaria de la vida humana personal, familiar, social. Si falta esta concatenación, la vida del hombre se hace inhumana. Por esto el deber fundamental de la familia, y después de la escuela, y de todas las instituciones, es la educación y consolidación de la vida humana sobro el fundamento de esta ley, que a nadie es lícito violar.

Así estamos construyendo con Cristo el templo de la vida humana, en el que habita Dios. Construyamos en nosotros la casa del Padre. Que el celo por la construcción de esta casa constituya el núcleo do la vida de todos nosotros aquí presentes; de toda la parroquia de la que es Patrono San José, Esposo de María, Madre de Dios, Patrono de las familias, Protector del Hijo de Dios, Patrono de la Santa Iglesia.

DP-92 1979

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Homilía II: a cargo de D. Justo Luis Rodríguez Sánchez de Alva

“Como los profetas anteriores a Él, Jesús profesó el más profundo respeto al Templo de Jerusalén. Fue presentado en él por José y María cuarenta días después de su nacimiento (cf Lc 2,22-39). A la edad de doce años, decidió quedarse en el Templo para recordar a sus padres que se debía a los asuntos de su Padre (cf Lc 2,46-49).Durante su vida oculta, subió allí todos los años al menos con ocasión de la Pascua (cf Lc 2,41); su ministerio público estuvo jalonado por sus peregrinaciones a Jerusalén con motivo de las grandes fiestas judías (cf Jn 2,13-14)... El Templo era para Él la casa de su Padre, una casa de oración, y se indigna porque el atrio exterior se haya convertido en un mercado” (C.E.C., 583, 584).

El Templo era lo que había de más sagrado para un judío, el signo visible de la presencia de Dios entre su pueblo. Es la casa de Dios, pero sus fieles han convertido la religión y el culto en un mercado. El trato con Dios ha quedado reducido al cumplimiento de unos preceptos con los que pretenden tener contento a Dios. Es una piedad que actúa al dictado del egoísmo, que quiere comprar a Dios, asignarle un sueldo. Cristo rechaza esta hipocresía con una energía tanto más llamativa por cuanto que es la única vez que le vemos emplear la fuerza física. Nos limitamos a rezar, a asistir mecánicamente a Misa los domingos, aportamos una limosna miserable, ejercitamos una caridad de platea, nos desentendemos de deberes que no se pueden incumplir, y eludimos compromisos que no pueden esperar.

Jesús expuso lo esencial de su enseñanza en el Templo (cf Jn 18,20), pero dirá refiriéndose a Sí mismo: “os digo que aquí hay algo mayor que el Templo” (Mt 12,6). Tras la llegada de Cristo, el Templo puede desaparecer porque Él es a partir de ahora el signo del Dios vivo. “Destruid este Templo y Yo lo levantaré en tres días” (Jn 2,19,21). Los judíos presentes no comprendieron en ese momento que se refería al templo de su Cuerpo y al anuncio de su Resurrección.

También nosotros somos templos de Dios (cf 1 Cor 3,16), “piedras vivas” ( 1 Pet 2,5), de ese Templo que es el Cuerpo Místico de Cristo. Hay que estar vigilantes para no profanar ese misterio procurando que esa morada no sea invadida por la algarabía y las preocupaciones que llenan un mercado. Vivir para escuchar y alabar a Dios en medio de nuestras ocupaciones, tomando incluso ocasión de esas ocupaciones. “Mi casa es casa de oración”.

Este empeño por agradar a Dios eliminando con energía lo que de Él nos aleja, tan acorde con el espíritu de estos días de Cuaresma, nos liberará de las ataduras de los ídolos, como nos dice la 1ª Lectura de hoy, a cumplir los mandatos del Señor y amarle como nuestra mejor ganancia.

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Homilía III: basada en el Catecismo de la Iglesia Católica

"La Pascua de Cristo no es para  «destruir» sino para que nazca el Hombre Nuevo"

Ex 20,1-17: "La Ley fue dada por Moisés"
Sal 18,8.9.10.11: "Señor tú tienes palabras de vida eterna"
1Co 1,22-25: "Predicamos a Cristo crucificado, escándalo para los hombres, pero para los llamados sabiduría de Dios"
Jn 2,13-25: "Destruid este templo y en tres días lo levantaré"

La tradición Sacerdotal, al redactar el Decálogo, usa un estilo imperativo, conciso. Los mandatos se imponen sin condiciones ni matices. Es una manera de entender por parte del pueblo la voluntad de Dios.

Jesucristo, al mantener la antigua Ley en todo su vigor y dimensiones, pone en la caridad, en el amor al Padre, la motivación principal para su cumplimiento. Y es precisamente ese amor, experiencia única de los cristianos y velada a los que ponen en la racionalidad la única fuente de su conocimiento, lo que hará que la Cruz sea "escándalo para los griegos o necedad para los judíos" (2.a lectura).

El antiguo templo ya no tendrá razón de ser a partir del Nuevo Templo que es Cristo. Y la referencia a los "tres días" y a la Pascua, muestra que Juan está pensando en el acontecimiento pascual que dará lugar al inicio de ese tiempo nuevo.

Quienes creen que lo religioso ha de circunscribirse y limitarse a lo estrictamente personal, al ámbito de la conciencia, al repliegue a las sacristías, hoy pueden advertir que Cristo propone algo distinto. La acción pública de Jesús en el templo muestra que el celo de la casa de su Padre presupone lo privado y además se presenta públicamente. Contrapone la religiosidad exterior y vana, con la suya, interior y profunda.

— "Jesús subió al templo como al lugar privilegiado para el encuentro con Dios. El templo era para Él la casa de su Padre, una casa de oración, y se indigna porque el atrio exterior se haya convertido en un mercado (Mt 21,13). Si expulsa a los mercaderes del templo es por celo hacia las cosas de su Padre:  «No hagáis de la casa de mi Padre una casa de mercado». Sus discípulos se acordaron de que estaba escrito:  «El celo por tu Casa me devorará' (Sal 69,10)» (Jn 2,16-17)" (584).

— "Jesús anunció, no obstante, en el umbral de su Pasión, la ruina de ese espléndido edificio del cual no quedará piedra sobre piedra (cf. Mt 24,1-2). Hay aquí un anuncio de una señal de los últimos tiempos que se van a abrir con su propia Pascua" (585).

— Nuevo templo:

"Por eso su muerte corporal anuncia la destrucción del templo que señalará la entrada en una nueva edad de la historia de la salvación:  «Llega la hora en que, ni en este monte, ni en Jerusalén adoraréis al Padre» (Jn 4,21)" (586).

— El templo, lugar propio de oración:

"La iglesia, casa de Dios, es el lugar propio de la oración litúrgica de la comunidad parroquial. Es también el lugar privilegiado para la adoración de la presencia real de Cristo en el Santísimo Sacramento. La elección de un lugar favorable no es indiferente para la verdad de la oración" (2691).

— "Ora por nosotros como sacerdote nuestro; ora en nosotros como cabeza nuestra; a Él dirige nuestra oración como a Dios nuestro. Reconozcamos, por tanto, en Él nuestras voces; y la voz de Él, en nosotros" (San Agustín, Sal 85,1) (2616).

— "El Espíritu es verdaderamente el lugar de los santos, y el santo es para el Espíritu un lugar propio, ya que se ofrece a habitar con Dios y es llamado su templo" (San Ambrosio, Spir. 26, 62). (2684).

Porque Cristo es el Nuevo Templo, la Iglesia, su Cuerpo Místico, es su plenitud (pléroma), y nosotros, signos vivos (piedras vivas).

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