Domingo de la semana 2 de Pascua; ciclo B

Homilía I: con textos de homilías pronunciadas por S.S. Juan Pablo II
Homilía II: a cargo de D. Justo Luis Rodríguez Sánchez de Alva
Homilía III: basada en el Catecismo de la Iglesia Católica 

                        (Hch 4,32-35) "Lo poseían todo en común"
                        (1 Jn 5,1-6) "Lo que ha conseguido la victoria sobre este mundo es nuestra fe"
                        (Jn 20,19-31) ¡Señor mío y Dios mío!

Homilía I: con textos de homilías pronunciadas por S.S. Juan Pablo II

Homilía en la parroquia romana de San Pancracio (22-IV-1979)

            --- Domingo “in albis”
            --- Acción de gracias
            --- El don de la fe

--- Domingo “in albis”

Esta vigilia, como atestigua incluso su forma actual, representaba un día grande para los catecúmenos, que durante la noche pascual, por medio del bautismo, eran sepultados juntamente con Cristo en la muerte para poder caminar en una vida nueva, así como Cristo fue resucitado de entre los muertos por medio de la gloria del Padre (cf. Rom 6,4).

San Pablo ha presentado el misterio del bautismo en esta imagen sugestiva.

De este modo la noche que precede al domingo de Resurrección se ha convertido realmente para ello, en “Pascua”, es decir, el Paso del pecado, o sea, de la muerte del espíritu, a la Gracia; estos, a la vida en el Espíritu Santo. Ha sido la noche de una verdadera resurrección en el Espíritu. Como signo de la gracia santificante, los neo-bautizados recibían, durante el bautismo, una vestidura blanca, que los distinguía durante toda la octava de Pascua. En este día del II domingo de Pascua, deponían tales vestidos; de donde el antiquísimo nombre de este día: domingo in Albis depositis.

--- Acción de gracias

Hoy, pues, deseamos cantar juntos aquí la alegría de la resurrección del Señor, así como lo anuncia la liturgia de este domingo.

“Dad gracias porque es bueno, porque es eterna su misericordia... . Este es el día en que actuó el Señor: sea nuestra alegría y nuestro gozo” (Sal 117/118,1,24).

--- El don de la fe

Deseamos también dar gracias por el inefable don de la fe, que ha descendido a nuestros corazones y se refuerza constantemente mediante el misterio de la resurrección del Señor. San Juan nos habla hoy de la grandeza de este don en las potentes palabras de su Carta: “pues todo lo que ha nacido de Dios vence al mundo. Y lo que ha conseguido la victoria sobre el mundo es nuestra fe. Pues, ¿quién es el que vence al mundo sino el que cree que Jesús es el Hijo de Dios?” (1 Io 5,4-5).

Nosotros, pues, damos gracias a Cristo resucitado con una gran alegría en el corazón, porque nos hace participar en su victoria. Al mismo tiempo le suplicamos humildemente que no cesemos nunca de ser partícipes, con la fe, de esta victoria: particularmente en los momentos difíciles y críticos, en los momentos de las desilusiones y de los sufrimientos, cuando estamos expuestos a la tentación y a las pruebas. Sin embargo, sabemos lo que escribe San Pablo: “Todos los que aspiran a vivir piadosamente en Cristo Jesús sufrirán persecuciones” (2 Tim 3,12). Y he aquí todavía las palabras de San Pedro: “Por lo cual rebosáis de alegría, aunque sea preciso que todavía por algún tiempo seáis afligidos con diversas pruebas, a fin de que la calidad probada de vuestra fe, más preciosa que el oro perecedero que es probado por el fuego, se convierta en motivo de alabanza, de gloria y de honor, en la Revelación de Jesucristo” (1 P 1,6-7).

Los cristianos de las primeras generaciones de la Iglesia se preparaban para el bautismo largamente y a fondo. Éste es el período del catecumenado, cuyas tradiciones se reflejan todavía en la liturgia de la Cuaresma. En la medida que se fue desarrollando la tradición del bautismo de los niños el catecumenado en esta forma debía desaparecer. Los niños recibían el bautismo en la fe de la Iglesia de la que eran fiadores toda la comunidad cristiana.

En el domingo in Albis la liturgia de la Iglesia hace de nosotros testigos del encuentro de Cristo resucitado con los Apóstoles en el Cenáculo de Jerusalén. La figura del Apóstol Tomás y el coloquio de Cristo con él atrae siempre nuestra atención particular. El Maestro resucitado le permite de modo singular reconocer las señales de su pasión y convencerse así de la realidad de su resurrección. Entonces Santo Tomás, que antes no quería creer, expresa su fe con las palabras: “Señor mío y Dios mío” (Jn 20,28). Jesús le responde: “Porque me has visto has creído; dichosos los que sin ver creyeron” (Jn 20,29).

Mediante la experiencia de la Cuaresma, tocando en cierto sentido las señales de la pasión de Cristo, y mediante la solemnidad de su resurrección, se renueva y se refuerza nuestra fe, y también la fe de los que están desconfiados, tibios, indiferentes, alejados.

¡Y la bendición que el Resucitado pronunció en el coloquio con Tomás, “dichosos los que han creído”, permanezca con todos nosotros!

DP-135 1979

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Homilía II: a cargo de D. Justo Luis Rodríguez Sánchez de Alva

Con la muerte violenta y afrentosa de Jesús el pasado fin de semana, parecía que todas las esperanzas de sus discípulos habían sido destrozadas. Jesús había unido de tal modo su mensaje de salvación a su persona que, viéndolo colgar de un palo como un maldito de Dios, propagar su doctrina era un escándalo para los judíos y una locura para los gentiles (Cf. 1 Cor 1,23). Sin embargo, pocos días después de aquel Viernes espantoso, sus enseñanzas corrían de boca en boca con un dinamismo inimaginable. Fue el verlo resucitado lo que originó este vigoroso impulso catequético que se mantiene vivo en nuestros días.

El escepticismo que un suceso de esta naturaleza puede provocar en quien recibe esta noticia: Jesucristo ha resucitado, no es mayor que el que encontró en el grupo de sus discípulos más íntimos. Los evangelios nos hablan de las dudas, de la incredulidad y de la terquedad con que es recibida esta noticia. Especialmente expresiva resulta la postura de Tomás que nos narra el Evangelio de la Misa de hoy. Con dolorida y cariñosa ironía invita Jesús a Tomás a que realice la exploración que exige. El discípulo se rinde ante la evidencia, pero Jesús le dice y nos dice: “Dichosos los que crean sin haber visto”.

Creer no es estar convencidos de algo por una información sin fundamento. Es escuchar unas palabras, aceptarlas y llevar la inteligencia más allá de sus límites basándonos en la confianza y la autoridad de la persona que me asegura aquello. Creer es poner el corazón cerca de esa persona que merece nuestra confianza. Es un modo de amar, como afirmaba Newman: “creemos porque amamos”. Sin la fe, que es el conocimiento más espontáneo y más frecuente del hombre, no podríamos dar un paso en la vida. Toda nuestra convivencia está sostenida por una tupidísima red de actos de fe. En el mundo del trabajo, de las comunicaciones, en la ayuda que unos a otros nos prestamos en el campo médico, jurídico, financiero, alimenticio, etc., juega un papel decisivo la fe en los demás. La fe es también nuestra primera y más rica fuente de conocimientos científicos. El saber humano en todas sus vertientes depende del aporte de conocimientos y de esfuerzos de años de investigación paciente de una multitud de seres humanos. La mayor parte de lo que la ciencia biológica, matemática, jurídica, etc., me ha legado con los años y me sigue aportando todavía, lo recibo por la fe. Ciertamente y en teoría, podría comprobar si esos datos que recibo son exactos, pero en la práctica carecería de tiempo y tal vez de capacidad para ello. Si desconfío de los datos que a diario me están suministrando millones de personas, tampoco en el ámbito del saber podría dar un paso. Lo más irracional de este mundo es conducirse sólo con la razón. Es un imposible.

Si esto es así, ¿qué tiene de extraño que Dios y su Iglesia nos pidan un asentimiento a las verdades reveladas aun cuando no siempre las comprendamos del todo o nos parezcan absurdas? “Dichosos los que crean sin haber visto”. Aquí estamos nosotros recogiendo esta alabanza que viene de Dios y que elogia algo tan humano como es la confianza, la buena fe. ¡Si tú me lo dices, lo creo! ¡Qué humano es esto! Es lo que Jesús espera de nosotros, que le creamos.

Pero la fe no debe estar sólo en los labios porque, como enseña el apóstol Santiago, “¿qué aprovecha, hermanos míos, que uno diga que tiene fe, si no tiene obras? ¿Puede acaso la fe sola salvarle?” (2, 14). Fe que nos lleve a amar a Dios de verdad, cumpliendo con amor sus mandatos; a preocuparnos seriamente por los demás, procurando influir cristianamente en sus vidas y ayudándoles también materialmente con nuestro trabajo bien hecho y la limosna de nuestro tiempo, nuestros conocimientos, nuestro dinero.

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Homilía III: basada en el Catecismo de la Iglesia Católica

"¡Señor mío y Dios mío!" Sólo desde la fe se puede adorar así."

Hch 4,32-35: "Todos pensaban y sentían lo mismo"
Sal 117,2-4.16ab-18.22-24: "Dad gracias al Señor porque es bueno, porque es eterna su misericordia"
1 Jn 5,1-6: "Todo lo que ha nacido de Dios vence al mundo"
Jn 20,19-31: "A los ocho días llegó Jesús"

"Dios los miraba a todos con mucho agrado" revela que lo que hacían las primeras comunidades no quedaba inadvertido. Y, si además, la gente se fijaba en su actitud y se sentía atraída por su novedad u originalidad, se convertía en testimonio. Por sus obras eran misioneros, testigos.

San Juan muestra la conexión entre la Resurrección y el envío del Espíritu Santo. Por el Espíritu reúne Jesús a su Iglesia, anuncia un nuevo modo de presencia, le garantiza que estará en y con la comunidad. Es como si les invitara a verlo desde el acontecimiento Pascual.

Desde las perspectivas anteriores, la 2.a lectura adquiere su verdadera dimensión. La victoria de la fe se "ve", se "palpa" en quienes han creído. Desde la fe, el derrotado es el mundo y el pecado, lo viejo del hombre, lo que ha quedado clavado con Cristo en la cruz.

Las convicciones de las personas se notan en sus obras. Las palabras pueden ser fachada de lo que no se cree. El cristiano, como hombre de la verdad, muestra su fe en las obras, en lo que su modo de vivir delata.

— La fe de la primera comunidad:

"Todo lo que sucedió en estas jornadas pascuales compromete a cada uno de los Apóstoles _y a Pedro en particular_ en la construcción de la era nueva que comenzó en la mañana de Pascua. Como testigos del Resucitado, los apóstoles son las piedras de fundación de su Iglesia. La fe de la primera comunidad de creyentes se funda en el testimonio de hombres concretos, conocidos de los cristianos y, para la mayoría, viviendo entre ellos todavía. Estos  «testigos de la Resurrección de Cristo» (cf. Hch 1,22) son ante todo Pedro y los Doce, pero no solamente ellos: Pablo habla claramente de más de quinientas personas a las que se apareció Jesús en una sola vez, además de Santiago y los Doce" (642; cf. 639-647).

— La Resurrección como acontecimiento trascendente: 647.

— Sentido y alcance salvífico de la Resurrección: 651-655.

— El amor de los pobres:

"Dios bendice a los que ayudan a los pobres y reprueba a los que se niegan a hacerlo:  «a quien te pide da, al que desee que le prestes algo no le vuelvas la espalda» (Mt 5,42).  «Gratis lo recibisteis, dadlo gratis» (Mt 10,8). Jesucristo reconocerá a sus elegidos en lo que hayan hecho por los pobres. La buena nueva  «anunciada a los pobres» (Mt 11,5; Lc 4,18) es el signo de la presencia de Cristo" (2443; cf. 2444-2447).

— "Les dijo: Recibid el Espíritu Santo". Se nos ocurre preguntar: ¿Cómo es que Nuestro Señor dio el Espíritu Santo una vez cuando estaba en la tierra y otra cuando ya estaba en el cielo?... Porque dos son los preceptos de la caridad, a saber, el amor de Dios y del prójimo. Fue dado el Espíritu Santo en la tierra para que sea amado el prójimo; es dado desde el cielo para que sea amado Dios. Así como es una la caridad y dos los preceptos, así también es uno el Espíritu y dos las dádivas" (San Gregorio Magno, hom, 26).

Bienaventurados los que tengan oportunidad de ver los signos en los creyentes, porque ellos también lo serán.

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