Domingo de la semana 5 de Pascua; ciclo B

Homilía I: con textos de homilías pronunciadas por S.S. Juan Pablo II
Homilía II: a cargo de D. Justo Luis Rodríguez Sánchez de Alva
Homilía III: basada en el Catecismo de la Iglesia Católica

            (Hch 9,26-31) "Saulo les contó cómo había visto al Señor en el camino"
            (1 Jn 3,18-24) "Quien guarda sus mandamientos permanece en Dios, y Dios en él"
            (Jn 15,1-8) "El que permanece en mí y yo en él, ése da fruto abundante"

Homilía I: con textos de homilías pronunciadas por S.S. Juan Pablo II

En la parroquia de Santa María de “Setteville” (5-V-1985)

            --- Misterio pascual
            --- Purificación
            --- Mandamientos y conciencia

--- Misterio pascual

“El que permanece en mí y yo en él, ése da fruto abundante” (Jn 15,5).

Estas palabras del Evangelio de la liturgia de hoy nos introducen una vez más en el misterio pascual de Jesucristo. La Iglesia medita constantemente este misterio; sin embargo, lo hace de modo especial durante los cincuenta días que median entre la Pascua y Pentecostés, cuando la Iglesia naciente recibió en plenitud la fuerza del Espíritu de vida, que fue enviado a los discípulos de parte de Jesús resucitado, sentado a la diestra del Padre.

La resurrección de Cristo es la revelación de la Vida que no conoce los límites de la muerte (tal como sucede para la vida humana y para toda vida en la tierra).

La vida que se revela en la resurrección de Cristo es la vida divina. Al mismo tiempo es vida para nosotros: para el hombre, para la humanidad. La resurrección del Señor es, en efecto, el punto culminante de toda la economía de la salvación. Precisamente la liturgia de este domingo pone de relieve de modo particular esta verdad, sobre todo, mediante la alegoría de la verdadera vid y los sarmientos.

Yo soy la vid, vosotros los sarmientos (Jn 15,5), dice Cristo a los Apóstoles en el marco del gran discurso de despedida en el Cenáculo.

Por estas palabras del Señor vemos cuán estrecha e íntima debe ser la relación entre Él y sus discípulos, casi formando un único ser viviente, una única vida. Sin embargo inmediatamente después, Jesús precisa nuestra relación de total dependencia respecto a Él: “Sin mí no podéis hacer nada” (Jn 15,5). Hubiera podido decir igualmente: “Sin mí no podéis ni siquiera vivir, ni siquiera existir”. Efectivamente, todo nuestro ser es de Dios. Él es nuestro creador. El hombre que intente prescindir de Dios, es como el sarmiento separado de la vid: “se seca; luego lo recogen y lo echan al fuego y arde” (Jn 15,6).

Unidos a Cristo, vivimos de su misma vida divina y obtenemos lo que pidamos; separados de Él, nuestra existencia se hace estéril y carente de sentido.

--- Purificación

Este vínculo orgánico entre Cristo y los discípulos tiene, a la vez, su referencia al Padre. “Yo soy la verdadera vid y mi Padre es el labrador” (Jn 15,1).

En la alegoría, Cristo coloca esta referencia al Padre en el primer lugar, porque toda la unión orgánica vivificante de los sarmientos con la vid tiene su primer principio y su último fin en la relación con el Padre: Él es el labrador. Cristo es principio de vida, en cuanto que Él mismo ha salido del Padre (cfr. Jn 8,42), el cual tiene en sí mismo la vida (Jn 5,26). En definitiva es el Padre quien se preocupa de los sarmientos, dándoles un trato diverso, según que den o no den fruto, es decir, según que estén vitalmente insertados, o no, en la vid que es Cristo.

Si queremos dar fruto para nuestra salvación y para la de los demás, si queremos ser fecundos en obras buenas con miras al reino, tenemos que aceptar ser podados por el Padre, es decir, ser purificados, y, por lo mismo, robustecidos. Dios permite a veces que los buenos sufran más, precisamente porque sabe que puede contar con ellos, para hacerlos todavía más ricos de buenos frutos. Lo importante es huir de la pretensión de dar fruto por nosotros solos. Lo que hace falta es mantener, más que nunca, en el momento de la prueba, nuestra unión orgánica con Jesús-Vid.

--- Mandamientos y conciencia

La lectura de la primera Carta de San Juan manifiesta este vínculo vivificante del sarmiento con la vid, por parte de las obras, del comportamiento, de la conciencia... por parte del corazón.

Quien guarda sus mandamientos permanece en Dios y Dios en él (1 Jn 3,24). Estos mandamientos se resumen en el deber de amar con obras según verdad (1 Jn 3,18), es decir, según esa verdad que nos da el creer en el nombre de su Hijo Jesucristo.

Si nos comprometemos en este sentido quedaremos insertados en la vid y tranquilizaremos nuestra conciencia ante Él, en el caso de que nuestra conciencia nos condene (1 Jn 3,20). Conseguimos la paz de la conciencia, cuando nos reconciliamos con Dios y con los hermanos “no de palabra ni de boca, sino con obras y según verdad” (1 Jn 3,18).

Esta paz es un don de Dios, de su misericordia que nos perdona. “Él es mayor que nuestra conciencia y conoce todo” (1 Jn 3,20): Dios tiene en sí una fuente de vida mucho más potente que la de nuestro corazón: si somos sarmientos en peligro de separarnos, sólo Él puede insertarnos de nuevo en la vid. Si hemos roto la relación con Él a causa del pecado, sólo Él puede reconciliarnos consigo, con tal de que, naturalmente, nosotros lo queramos.

La alegoría de la vid y los sarmientos tiene en la liturgia de hoy, una rica elocuencia pascual. Esta elocuencia es fundamental para cada uno de nosotros que somos discípulos de Cristo. Sólo de Cristo-Vid nace la vitalidad. Los sarmientos, sin un vínculo orgánico con Él, no tienen vida.

La siembra de la Palabra de Dios dará frutos abundantes, en la medida en que ella suponga ese “vínculo orgánico” con Cristo, del que he hablado repetidamente, y una ferviente devoción a la Madre de Dios.

Particular -particularísimo- es este vínculo que existe entre Cristo-Vid y su Madre. También María Santísima es -de manera semejante a Cristo- “vid fecunda” (cfr. Sal 127/128,3), que engendra al “Autor de la vida” (Hch 3,15). Entre todas las criaturas, María es la que da más fruto, porque es el sarmiento más alimentado por Jesús-Vid. Entre María y Jesús se da, pues, un “mirabile commercium”, un maravilloso intercambio, un recíproco, único e incomparable flujo de vida y de fecundidad, que irradia al infinito sobre toda la humanidad sus maravillosos efectos de vida y fecundidad.

La Bienaventurada Virgen es el ejemplo más alto de la criatura que “permanece en Dios” y en la que Dios “permanece”, habita como en un templo. Ella, pues, más que nadie, realiza las palabras del Señor: “Permaneced en mí y yo en vosotros” (Jn 15,4).

A Ella, que está más íntimamente unida al Hijo resucitado, a su Madre, confío esta exhortación. “El que permanece en mí -dice el Redentor- da mucho fruto” (Jn 15,5).

DP-132 1985

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Homilía II: a cargo de D. Justo Luis Rodríguez Sánchez de Alva

“Yo soy la vid verdadera y mi Padre es el viñador” La sencillez y el encanto de esta alegoría de Jesús, tan querida en el Antiguo Testamento, no deben privarnos del hondo mensaje que encierra. Dios es el océano de la vida, el origen y la razón de todo viviente. Una vida que no tiene principio ni tampoco fin: eterna. Esa vida la perdimos con la desobediencia en el Paraíso y, tras recuperarla en el Bautismo, la volvemos a perder cuando nos apartamos de Dios como el sarmiento que se separa de la vid.

Dios quiere que tengamos vida eterna, “pero antes de desbordarse sobre todas las criaturas, comienza la vida infinita por derramarse toda entera en Aquél que es el primogénito engendrado ante toda criatura (Col 1,15), Cristo Jesús, cuya santa Humanidad, en virtud de su unión con la Persona del Verbo, participa de los bienes infinitos cuanto es posible a una naturaleza creada. Toda la vida se derrama en Él” (M.V. Bernardot). Esa vida fue la que resucitó a Jesús, el nuevo Adán, “primogénito de muchos hermanos” (Rom, 8,29), y, si estamos unidos a Él como los sarmientos a la cepa, la sabia divina impedirá que la muerte nos seque y seamos arrojados al fuego.

Por la fe y los sacramentos se lleva a término esta unión con la vid, con Cristo, logrando una plenitud de existencia que este mundo no puede proporcionarnos. Por el Bautismo el cristiano se incorpora a Cristo. Toda esa plenitud de vida, de gracia y de virtudes que hay en Él vivifican a la criatura humana. La Confirmación lo fortalece para que pueda obrar rectamente. Por la Eucaristía se apodera de él la misma Vida divina, entrando en comunión con Dios Uno y Trino. “Así como el Padre que me ha enviado, vive y Yo vivo por el Padre, así quien me come vivirá por Mí” (Jn 6,58).

Descendamos al terreno personal. ¿Lucho por identificarme con Jesucristo cumpliendo sus indicaciones y acudiendo al Sacramento de la Reconciliación cuando el egoísmo, la sensualidad, la avaricia, la ira..., me han distanciado de Él? ¿Acudo con frecuencia a la Santa Misa sobreponiéndome a la comodidad? Nos sobra leña y hojarasca y nos falta savia joven, vida nueva del Espíritu. Hay que realizar una poda porque estamos sobrados de egoísmo y de todo lo que él implica. Dios ha querido asociarnos a su vida eterna y feliz. Esos deseos que laten en todo corazón humano de que llegue un día en que ya no haya llanto, ni fatigas, ni dolores, ni luto (Cfr Apoc 21,4), serán realidad si permanecemos unidos a Él como los sarmientos a la vid.

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Homilía III: basada en el Catecismo de la Iglesia Católica

"Vivir unidos a Cristo es estar convocados a dar frutos de vida eterna"

Hch 9,26-31: "Les contó cómo había visto al Señor en el camino"
Sal 21,26b-27.28.30.31-32: "El Señor es mi alabanza en la gran asamblea"
1 Jn 3,18-24: "Éste es su mandamiento: que creamos y que nos amemos"
Jn 15,1-8: "El que permanece en mí y yo en él, ese da fruto abundante"

Se advierte el interés de san Lucas por mostrar la profunda unidad que cohesionaba a toda la Iglesia, por encima de las pequeñas diferencias que podían surgir. Lo importante era que el Evangelio fuera uno.

Seguro que Cristo, al emplear la alegoría de la vid, no está pensando en dicotomías: por un lado la Cepa y por otro las ramas. Estaría hablando de Él como la totalidad de la Vid, el Cuerpo total, haciendo verdad la profecía de la Viña-Pueblo de Israel. No es menoscabo del papel de las ramas; es ratificación de que "sin Él no podemos hacer nada". Si la savia de la cepa o tronco es la única que hay en la vid, ¿qué son los sarmientos sino prolongaciones del tronco para dar fruto? Cuando ningún miembro de la comunidad de la Iglesia intenta "vivir por su cuenta", la Vid está completa. Si alguien lo pretende, no será nada; será muerte, porque no contará con la única savia-Vida.

Desde el primer tercio del siglo XIX se viene hablando de un Dios que aniquila al hombre, que lo destruye, lo aliena, le impide ser él mismo pero la pregunta que hemos de hacernos es: ¿en qué Dios estarían pensando quienes así hablaban? Desde luego no en el de Jesús. Porque desde el primer momento busca quitar del Dios Verdadero los muchos disfraces que ocultan su auténtico rostro.

— "La Iglesia es labranza o campo de Dios. En este campo crece el antiguo olivo cuya raíz santa fueron los patriarcas y en el que tuvo y tendrá lugar la reconciliación de los judíos y de los gentiles. El labrador del cielo la plantó como viña selecta. La verdadera vid es Cristo, que da vida y fecundidad a los sarmientos, es decir, a nosotros, que permanecemos en Él por medio de la Iglesia y que sin él no podemos hacer nada" (755; cf. 1988).

— "Gracias a este poder del Espíritu Santo los hijos de Dios pueden dar fruto. El que nos ha injertado en la Vid verdadera hará que demos  «el fruto del Espíritu que es caridad, alegría, paz, paciencia, afabilidad, bondad, fidelidad, mansedumbre, templanza»" (736).

— "Sin mí no podéis hacer nada":

"Jesús dice:  «Yo soy la vid; vosotros los sarmientos. El que permanece en mí como yo en él, ése da mucho fruto; porque sin mí no podéis hacer nada» (Jn 15,5). El fruto evocado en estas palabras es la santidad de una vida fecundada por la unión con Cristo. Cuando creemos en Jesucristo, participamos en sus misterios y guardamos sus mandamientos, el Salvador mismo ama en nosotros a su Padre y a sus hermanos, nuestro Padre y nuestros hermanos. Su persona viene a ser, por obra del Espíritu, la norma viva e interior de nuestro obrar.  «Éste es el mandamiento mío: que os améis los unos a los otros como yo os he amado» (Jn 15,12)" (2074).

— "Pues, así como la raíz hace llegar su misma manera de ser a los sarmientos, del mismo modo el Verbo Unigénito de Dios Padre comunica a los santos una especie de parentesco consigo mismo y con el Padre, al darles parte en su propia naturaleza, y otorga su Espíritu a los que están unidos con Él por la fe: y así les comunica una santidad inmensa, los nutre en la piedad y los lleva al conocimiento de la verdad, y a la práctica de la virtud" (San Cirilo de Alejandría, In Ev. Joann. lib 10,2).

Al advertirnos de que sin Él no podemos hacer nada, Cristo no invita a la esperanza pasiva, sino a hacer todo lo que podamos, pero desde Él, con Él y por Él.

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