Sabado Sto. Vigilia Pascual

Homilía I: con textos de homilías pronunciadas por S.S. Juan Pablo II
Homilía II: a cargo de D. Justo Luis Rodríguez Sánchez de Alva

Homilía III: basada en el Catecismo de la Iglesia Católica
Homilía IV: Homilía pronunciada por S.S. Benedicto XVI

Homilía I: con textos de homilías pronunciadas por S.S. Juan Pablo II.

Homilía en la Vigilia Pascual (18-IV-1981)

--- La muerte y la vida de la Gracia
--- Bautismo 

--- La muerte y la vida de la Gracia

“¿Buscáis a Jesús crucificado?” (Mt 28,5).

Es la pregunta que oirán las mujeres cuando, “al alborear el primer día de la semana” (ib 28,1), lleguen al sepulcro.

¡Crucificado!

Antes del sábado fue condenado a muerte y expiró en la cruz clamando: “Padre, en tus manos entrego mi espíritu” (Lc 23,46).

Colocaron, pues, a Jesús en un sepulcro, en el que nadie había sido enterrado todavía, en un sepulcro prestado por un amigo, y se alejaron. Se alejaron todos, con prisa, para cumplir la norma de la ley religiosa. Efectivamente, debían comenzar la fiesta, la Pascua de los judíos, el recuerdo del éxodo de la esclavitud de Egipto: la noche antes del sábado.

Luego, pasó el sábado pascual y comenzó la segunda noche.

¿Por qué habéis venido ahora?

¿Buscáis a Jesús el crucificado?

Sí. Buscamos a Jesús crucificado. Lo buscamos esta noche después del sábado, que precedió a la llegada de las mujeres al sepulcro, cuando ellas con gran estupor vieron y oyeron: “No está aquí...” (Mt 28,6).

Escuchamos las lecturas sagradas que comparan esta noche única con el día de la Creación, y sobre todo con la noche del éxodo, durante la cual, la sangre del cordero salvó a los hijos primogénitos de Israel de la muerte y los hizo salir de la esclavitud de Egipto. Y, luego, en el momento en el que se renovaba la amenaza, el Señor los condujo por medio del mar a pie enjuto.

Velamos, pues, en esta noche única junto a la tumba sellada de Jesús de Nazaret, conscientes de que todo lo que ha sido anunciado por la Palabra de Dios en el curso de las generaciones se cumplirá esta noche, y que la obra de la redención del hombre llegará esta noche a su cenit.

Velamos, pues, y aún cuando la noche es profunda y el sepulcro está sellado, confesamos que ya se ha encendido en ella la luz y avanza a través de las tinieblas de la noche y de la oscuridad de la muerte. Es la luz de Cristo: Lumen Christi.

--- Bautismo

Hemos venido para sumergirnos en su muerte.

Proclamamos la alabanza del agua bautismal, a la cual, por obra de la muerte de Cristo, descendió la potencia del Espíritu Santo: la potencia de la vida nueva que salta hasta la eternidad, hasta la vida eterna (Jn 4,14).

“Nuestro hombre viejo ha sido crucificado con Él, para que...no seamos más esclavos del pecado...” (Rm 6,6), porque nosotros nos consideramos  “muertos al pecado y vivos para Dios en Cristo Jesús” (Ib. 6,11); efectivamente: “Porque su morir fue un morir al pecado de una vez para siempre; y su vivir es un vivir para Dios” (ib. 6,10); porque: “Fuimos, pues, con Él sepultados por el bautismo en la muerte, a fin de que, al igual que Cristo fue resucitado de entre los muertos por medio de la gloria del Padre, así también nosotros vivamos una vida nueva” (ib. 6,4); Porque “si nuestra existencia está unida a Él por una muerte semejante a la suya, también lo seremos por una resurrección semejante” (ib. 6,5); porque creemos que “si hemos muerto con Cristo..., también viviremos con Él” (ib. 6,8); y porque creemos que “sabiendo que Cristo, una vez resucitado de entre los muertos, ya no muere más, y que la muerte no tiene ya señorío sobre él” (ib. 6,9).

Precisamente por eso estamos aquí.

Por eso velamos junto a su tumba.

Vela la Iglesia. Y vela el mundo.

La hora de la victoria de Cristo sobre la muerte es la hora más grande de la historia.

DP-107 1981


Homilía II: a cargo de D. Justo Luis Rodríguez Sánchez de Alva

La Liturgia de esta noche santa que estamos celebrando es tan rica que resulta imposible comentarla y tan expresiva y plástica que habla por sí sola. El Fuego nuevo, el Cirio Pascual, Luz de Cristo que resucita glorioso y disipa las tinieblas del corazón humano temeroso ante la muerte; la Procesión de la Luz; el Pregón Pascual; la Bendición del Agua Bautismal; las Lecturas Bíblicas que nos ofrecen una síntesis de la Historia de nuestra Salvación, desde la Creación (1ª lect), pasando por la liberación de la esclavitud del Pueblo elegido (3ª lect), y concluyendo con la Resurrección de Jesús (Ev.), nos están hablando de esa vida nueva que el Señor nos ha ganado y a la que renacemos por el Bautismo.

Una antigua y hermosa homilía sobre el Sábado Santo, narra cómo Jesús va a buscar, con las armas vencedoras de la Cruz, a Adán y Eva. “Al verlo, nuestro primer padre Adán, asombrado por tan gran acontecimiento, exclama y dice a todos: Mi Señor está con todos. Y Cristo, respondiendo, dice a Adán: Y con tu espíritu. Y, tomándolo por la mano, lo levanta, diciéndole: Despierta, tú que duermes, levántate de entre los muertos, y Cristo será tu luz... Levántate, obra de mis manos...salgamos de aquí, porque tú en mí, y yo en ti, formamos una sola e indivisible persona... El reino de los cielos está preparado desde toda la eternidad” (L. de las Horas del Sábado Santo).

La Resurrección del Señor es el triunfo de su misión redentora y el de todos los que somos miembros de su Cuerpo cuya Cabeza es Él, de los ciudadanos de su Pueblo -la Iglesia- cuyo Pastor es Él. Es la confirmación hecha realidad de las promesas de las Bienaventuranzas. Que Jesús se apareciera resucitado en primer lugar a las mujeres (Evangelio), cuyo testimonio en aquellos tiempos no tenía validez, tal vez pueda interpretarse también como un argumento más en favor de que el Reino de los Cielos es para los que no son tenidos en cuenta por los poderosos de este mundo. Los pobres según el espíritu; los que tienen hambre y sed de Dios; los constructores de la paz; los limpios de corazón; los que lloran al ver conculcados los derechos de Dios y de sus hijos y saben perdonar tantos atropellos; los perseguidos o injustamente tratados por confesar con las palabras y con las obras su fe. Sí, quienes han encarnado en sus vidas o se esfuerzan porque así sea el espíritu de las Bienaventuranzas, Carta Magna del Cristianismo, pueden saborear, ya esta noche, la dicha en ellas prometida, porque Cristo ha vencido.

Si hemos de recordar a un mundo que se nutre de la ilusión de que la felicidad está en tener a cubierto las necesidades materiales que la vida no está en la hacienda. Si frente al señuelo del hedonismo decimos que quien mira a una mujer con malos ojos, deseándola, ya adulteró en su corazón. Si a quienes se sienten seguros en sus convicciones y desprecian las de Cristo les hacemos ver que se parecen al hombre necio que edificó su casa sobre arena. Si debemos cuestionar convencionalismos, mentiras, injusticias..., y esto fue siempre no sólo molesto sino peligroso, y nos pueden acusar de acientíficos e inhumanos, hemos de afianzarnos en la fe en el Hijo de Dios que me amó y se entregó por mí (Gal 2,20). Esa fe será nuestra seguridad y defensa frente a una mentalidad hostil.

¡Vivir de fe! Jamás hombre alguno habló como este hombre (Jn 7,46), decían los contemporáneos de Jesús. Nadie como el ha sabido recoger el profundo latido del corazón humano y ha dado una respuesta convincente a sus más genuinos anhelos: Tú tienes palabras de vida eterna. Nosotros creemos y sabemos que tú eres el Santo de Dios (Jn 6,68). Jesucristo ha superado la muerte, ha cambiado el mundo y se ha convertido en la salvaguardia de los valores más nobles y sagrados.


Homilía III: basada en el Catecismo de la Iglesia Católica

«Ésta es la noche de la que estaba escrito: «La noche brillará como el día»»

I. LA PALABRA DE DIOS

La Ley: Lecturas 1ª-3ª: La Creación, la promesa a Abraham y la liberación de Egipto. Los Profetas: Lecturas 4ª-7ª: La restauración del pueblo que pecó (Isaías, Baruc y Ezequiel).
Rm 6,3-11: «Cristo, una vez resucitado de entre los muertos, ya no muere más»
Sal 117,1-2.16-17.22-23: «Aleluya, aleluya, aleluya»
Mt 28,1-10: «Ha resucitado y va por delante de vosotros a Galilea»

II. APUNTE BÍBLICO-LITÚRGICO

El relato del Génesis, parece intentar convencernos de que la Creación es un proceso en marcha, y que la Resurrección de Cristo, el Hombre Nuevo, es su culminación, aunque la definitiva será la Nueva Creación. Con el Bautismo ha comenzado ya en nosotros la Nueva Creación; somos ya «nuevas creaturas».

El Paso del Mar Rojo es el acontecimiento cumbre de la historia liberadora de Dios en medio de su Pueblo elegido; a él habrán de referirse en adelante todas las demás «hazañas». Como lo será la Pascua de Cristo para nosotros: de este Misterio partirán todos y en él todos confluirán. La liberación radical del pecado y de la muerte, como objetivos pascuales, se ha realizado en Cristo victorioso (Rm y Mt).

III. SITUACIÓN HUMANA

A pesar de todo, la vida sigue ofreciendo al hombre grandes motivos de alegría. Aparecen signos de gozo en muchos lugares y para muchas personas. Se alumbra la vida y se canta por muchos y de muchas maneras.

Se albergan en muchos corazones proyectos de futuro de animar a muchos jóvenes a seguir apostando por el mañana. Se cree en la vida. Se canta a la vida.

IV. LA FE DE LA IGLESIA

La fe
– ...Al tercer día resucitó de entre los muertos: "«Os anunciamos la Buena Nueva de que la Promesa hecha a los padres Dios la ha cumplido en nosotros, los hijos, al resucitar a Jesús» (Hch 13,32-33). La Resurrección de Jesús es la verdad culminante de nuestra fe en Cristo, creída y vivida por la primera comunidad cristiana como verdad central, transmitida como fundamental por la Tradición, establecida en los documentos del Nuevo Testamento, predicada como parte esencial del Misterio Pascual al mismo tiempo que la Cruz" (638).

– La Resurrección como acontecimiento trascendente: 647.

– La Resurrección, confirmación de cuanto Cristo hizo y enseñó: 651-658.

La respuesta
– Prefiguraciones del Bautismo: «En la Liturgia de la Noche Pascual, cuando se bendice el agua bautismal, la Iglesia hace solemnemente memoria de los grandes acontecimientos de la historia de la salvación que prefiguraban ya el misterio del Bautismo» (1217; cf 1218-1222).

– Sentido de los ritos de la celebración bautismal: 1234-1243.

– «Criaturas nuevas»: 1265. 1266.

El testimonio cristiano
– «Considera dónde eres bautizado, de dónde viene el Bautismo: de la Cruz de Cristo, de la muerte de Cristo. Ahí está todo el misterio: El padeció por tí. En él eres rescatado, en él eres salvado (S. Ambrosio, sacr. 2,6)» (1225).

– «Por la unidad de la naturaleza divina que permanece presente en cada una de las dos partes del hombre, éstas se unen de nuevo. Así la muerte se produce por la separación del compuesto humano, y la Resurrección por la unión de las dos partes separadas (San Gregorio Niceno, res. 1)» (650).
Los que por el Bautismo hemos sido incorporados a la Muerte y Resurrección de Cristo, somos criaturas nuevas. El, el «Hombre-Nuevo», nos llama a una permanente novedad que, iniciada en el signo del agua y del Espíritu, ha de continuar y extenderse a toda la vida del cristiano. 


Homilía IV: Homilía pronunciada por S.S. Benedicto XVI

VIGILIA PASCUAL EN LA NOCHE SANTA

Basílica Vaticana
Sábado Santo 23 de abril de 2011

Queridos hermanos y hermanas:

Dos grandes signos caracterizan la celebración litúrgica de la Vigilia pascual. En primer lugar, el fuego que se hace luz. La luz del cirio pascual, que en la procesión a través de la iglesia envuelta en la oscuridad de la noche se propaga en una multitud de luces, nos habla de Cristo como verdadero lucero matutino, que no conoce ocaso, nos habla del Resucitado en el que la luz ha vencido a las tinieblas. El segundo signo es el agua. Nos recuerda, por una parte, las aguas del Mar Rojo, la profundidad y la muerte, el misterio de la Cruz. Pero se presenta después como agua de manantial, como elemento que da vida en la aridez. Se hace así imagen del Sacramento del Bautismo, que nos hace partícipes de la muerte y resurrección de Jesucristo.

Sin embargo, no sólo forman parte de la liturgia de la Vigilia Pascual los grandes signos de la creación, como la luz y el agua. Característica esencial de la Vigilia es también el que ésta nos conduce a un encuentro profundo con la palabra de la Sagrada Escritura. Antes de la reforma litúrgica había doce lecturas veterotestamentarias y dos neotestamentarias. Las del Nuevo Testamento han permanecido. El número de las lecturas del Antiguo Testamento se ha fijado en siete, pero, de según las circunstancias locales, pueden reducirse a tres. La Iglesia quiere llevarnos, a través de una gran visión panorámica por el camino de la historia de la salvación, desde la creación, pasando por la elección y la liberación de Israel, hasta el testimonio de los profetas, con el que toda esta historia se orienta cada vez más claramente hacia Jesucristo. En la tradición litúrgica, todas estas lecturas eran llamadas profecías. Aun cuando no son directamente anuncios de acontecimientos futuros, tienen un carácter profético, nos muestran el fundamento íntimo y la orientación de la historia. Permiten que la creación y la historia transparenten lo esencial. Así, nos toman de la mano y nos conducen hacía Cristo, nos muestran la verdadera Luz.

En la Vigilia Pascual, el camino a través de los sendas de la Sagrada Escritura comienzan con el relato de la creación. De esta manera, la liturgia nos indica que también el relato de la creación es una profecía. No es una información sobre el desarrollo exterior del devenir del cosmos y del hombre. Los Padres de la Iglesia eran bien concientes de ello. No entendían dicho relato como una narración del desarrollo del origen de las cosas, sino como una referencia a lo esencial, al verdadero principio y fin de nuestro ser. Podemos preguntarnos ahora: Pero, ¿es verdaderamente importante en la Vigilia Pascual hablar también de la creación? ¿No se podría empezar por los acontecimientos en los que Dios llama al hombre, forma un pueblo y crea su historia con los hombres sobre la tierra? La respuesta debe ser: no. Omitir la creación significaría malinterpretar la historia misma de Dios con los hombres, disminuirla, no ver su verdadero orden de grandeza. La historia que Dios ha fundado abarca incluso los orígenes, hasta la creación. Nuestra profesión de fe comienza con estas palabras: “Creo en Dios, Padre Todopoderoso, Creador del cielo y de la tierra”. Si omitimos este comienzo del Credo, toda la historia de la salvación queda demasiado reducida y estrecha. La Iglesia no es una asociación cualquiera que se ocupa de las necesidades religiosas de los hombres y, por eso mismo, no limita su cometido sólo a dicha asociación. No, ella conduce al hombre al encuentro con Dios y, por tanto, con el principio de todas las cosas. Dios se nos muestra como Creador, y por esto tenemos una responsabilidad con la creación. Nuestra responsabilidad llega hasta la creación, porque ésta proviene del Creador. Puesto que Dios ha creado todo, puede darnos vida y guiar nuestra vida. La vida en la fe de la Iglesia no abraza solamente un ámbito de sensaciones o sentimientos o quizás de obligaciones morales. Abraza al hombre en su totalidad, desde su principio y en la perspectiva de la eternidad. Puesto que la creación pertenece a Dios, podemos confiar plenamente en Él. Y porque Él es Creador, puede darnos la vida eterna. La alegría por la creación, la gratitud por la creación y la responsabilidad respecto a ella van juntas.

El mensaje central del relato de la creación se puede precisar todavía más. San Juan, en las primeras palabras de su Evangelio, ha sintetizado el significado esencial de dicho relato con una sola frase: “En el principio existía el Verbo”. En efecto, el relato de la creación que hemos escuchado antes se caracteriza por la expresión que aparece con frecuencia: “Dijo Dios…”. El mundo es un producto de la Palabra, del Logos, como dice Juan utilizando un vocablo central de la lengua griega. “Logos” significa “razón”, “sentido”, “palabra”. No es solamente razón, sino Razón creadora que habla y se comunica a sí misma. Razón que es sentido y ella misma crea sentido. El relato de la creación nos dice, por tanto, que el mundo es un producto de la Razón creadora. Y con eso nos dice que en el origen de todas las cosas estaba no lo que carece de razón o libertad, sino que el principio de todas las cosas es la Razón creadora, es el amor, es la libertad. Nos encontramos aquí frente a la alternativa última que está en juego en la discusión entre fe e incredulidad: ¿Es la irracionalidad, la ausencia de libertad y la casualidad el principio de todo, o el principio del ser es más bien razón, libertad, amor? ¿Corresponde el primado a la irracionalidad o a la razón? En último término, ésta es la pregunta crucial. Como creyentes respondemos con el relato de la creación y con san Juan: en el origen está la razón. En el origen está la libertad. Por esto es bueno ser una persona humana. No es que en el universo en expansión, al final, en un pequeño ángulo cualquiera del cosmos se formara por casualidad una especie de ser viviente, capaz de razonar y de tratar de encontrar en la creación una razón o dársela. Si el hombre fuese solamente un producto casual de la evolución en algún lugar al margen del universo, su vida estaría privada de sentido o sería incluso una molestia de la naturaleza. Pero no es así: la Razón estaba en el principio, la Razón creadora, divina. Y puesto que es Razón, ha creado también la libertad; y como de la libertad se puede hacer un uso inadecuado, existe también aquello que es contrario a la creación. Por eso, una gruesa línea oscura se extiende, por decirlo así, a través de la estructura del universo y a través de la naturaleza humana. Pero no obstante esta contradicción, la creación como tal sigue siendo buena, la vida sigue siendo buena, porque en el origen está la Razón buena, el amor creador de Dios. Por eso el mundo puede ser salvado. Por eso podemos y debemos ponernos de parte de la razón, de la libertad y del amor; de parte de Dios que nos ama tanto que ha sufrido por nosotros, para que de su muerte surgiera una vida nueva, definitiva, saludable.

El relato veterotestamentario de la creación, que hemos escuchado, indica claramente este orden de la realidad. Pero nos permite dar un paso más. Ha estructurado el proceso de la creación en el marco de una semana que se dirige hacia el Sábado, encontrando en él su plenitud. Para Israel, el Sábado era el día en que todos podían participar del reposo de Dios, en que los hombres y animales, amos y esclavos, grandes y pequeños se unían a la libertad de Dios. Así, el Sábado era expresión de la alianza entre Dios y el hombre y la creación. De este modo, la comunión entre Dios y el hombre no aparece como algo añadido, instaurado posteriormente en un mundo cuya creación ya había terminado. La alianza, la comunión entre Dios y el hombre, está ya prefigurada en lo más profundo de la creación. Sí, la alianza es la razón intrínseca de la creación así como la creación es el presupuesto exterior de la alianza. Dios ha hecho el mundo para que exista un lugar donde pueda comunicar su amor y desde el que la respuesta de amor regrese a Él. Ante Dios, el corazón del hombre que le responde es más grande y más importante que todo el inmenso cosmos material, el cual nos deja, ciertamente, vislumbrar algo de la grandeza de Dios.

En Pascua, y partiendo de la experiencia pascual de los cristianos, debemos dar aún un paso más. El Sábado es el séptimo día de la semana. Después de seis días, en los que el hombre participa en cierto modo del trabajo de la creación de Dios, el Sábado es el día del descanso. Pero en la Iglesia naciente sucedió algo inaudito: El Sábado, el séptimo día, es sustituido ahora por el primer día. Como día de la asamblea litúrgica, es el día del encuentro con Dios mediante Jesucristo, el cual en el primer día, el Domingo, se encontró con los suyos como Resucitado, después de que hallaran vacío el sepulcro. La estructura de la semana se ha invertido. Ya no se dirige hacia el séptimo día, para participar en él del reposo de Dios. Inicia con el primer día como día del encuentro con el Resucitado. Este encuentro ocurre siempre nuevamente en la celebración de la Eucaristía, donde el Señor se presenta de nuevo en medio de los suyos y se les entrega, se deja, por así decir, tocar por ellos, se sienta a la mesa con ellos. Este cambio es un hecho extraordinario, si se considera que el Sábado, el séptimo día como día del encuentro con Dios, está profundamente enraizado en el Antiguo Testamento. El dramatismo de dicho cambio resulta aún más claro si tenemos presente hasta qué punto el proceso del trabajo hacia el día de descanso se corresponde también con una lógica natural. Este proceso revolucionario, que se ha verificado inmediatamente al comienzo del desarrollo de la Iglesia, sólo se explica por el hecho de que en dicho día había sucedido algo inaudito. El primer día de la semana era el tercer día después de la muerte de Jesús. Era el día en que Él se había mostrado a los suyos como el Resucitado. Este encuentro, en efecto, tenía en sí algo de extraordinario. El mundo había cambiado. Aquel que había muerto vivía de una vida que ya no estaba amenazada por muerte alguna. Se había inaugurado una nueva forma de vida, una nueva dimensión de la creación. El primer día, según el relato del Génesis, es el día en que comienza la creación. Ahora, se ha convertido de un modo nuevo en el día de la creación, se ha convertido en el día de la nueva creación. Nosotros celebramos el primer día. Con ello celebramos a Dios, el Creador, y a su creación. Sí, creo en Dios, Creador del cielo y de la tierra. Y celebramos al Dios que se ha hecho hombre, que padeció, murió, fue sepultado y resucitó. Celebramos la victoria definitiva del Creador y de su creación. Celebramos este día como origen y, al mismo tiempo, como meta de nuestra vida. Lo celebramos porque ahora, gracias al Resucitado, se manifiesta definitivamente que la razón es más fuerte que la irracionalidad, la verdad más fuerte que la mentira, el amor más fuerte que la muerte. Celebramos el primer día, porque sabemos que la línea oscura que atraviesa la creación no permanece para siempre. Lo celebramos porque sabemos que ahora vale definitivamente lo que se dice al final del relato de la creación: “Vio Dios todo lo que había hecho, y era muy bueno” (Gen 1, 31). Amén

© Copyright 2011 - Libreria Editrice Vaticana