Domingo 1º de Adviento; ciclo A

 
 

(Is 2,1-5) "Venid y subamos al monte del Señor"
(Rom 13,11-14) "Vistámonos de las armas de la luz"
(Mt 24,37-44)  "Velad porque no sabéis a qué hora ha de venir vuestro Señor"
 
 
 
Homilía en la parroquia de S. Felipe de Neri (27-XI-1983)
 
--- Abrir las puertas al Redentor
--- Salir al encuentro del Señor
--- Transformación del hombre

--- Abrir las puertas al Redentor

“Damos cuenta del momento en que vivís; ya es hora de espabilarse” (Rom 13,11).
Con estas palabras se dirige a cada uno de vosotros la liturgia de hoy invitándoos a acoger el llamamiento que nos viene del comienzo del Adviento.
“Espabilarse” quiere decir abrir el corazón a la realidad divina que se insertó en el tiempo humano. Por ello se dice: “La salvación está más cerca”.
 
El Adviento es como una primera dimensión de este vincularse la realidad divina al tiempo humano. Esta vinculación se refleja en el año litúrgico, ya que el primer domingo de Adviento es al mismo tiempo comienzo del año litúrgico.
 
El carácter específico de “adviento”, la Iglesia debe vivirlos con los mismos sentimientos con los que la Virgen María esperaba el nacimiento del Señor en la humildad de nuestra naturaleza humana. Como María ha precedido a la Iglesia en la fe y en el amor en el alba de la era de la redención, así la precede hoy mientras este Jubileo se prepara hacia el nuevo milenio de la redención” (Aperite portas Redemptori, 9).
“Dándonos cuenta del momento”: ¿Qué quiere decir? “Vayamos con gozo al encuentro del Señor”.
 
--- Salir al encuentro del Señor
 
El Adviento es prospectiva gozosa de “ir a la casa del Señor”(cfr. Sal 121,1), de llegar al término de esta gran “peregrinación” en que debe consistir la vida terrena. El hombre está llamado a vivir “en la casa del Señor”. Allí está su “casa” verdadera. La peregrinación del Año Santo es figura de nuestro camino hacia la casa del Padre y el Adviento nos estimula a apresurar el paso con esperanza.
 
El Adviento es la espera del día en que “el Señor será juez de las gentes y árbitro de muchos pueblos” (Is 2,4). Esta plenitud de verdad será el principio y fundamento de la paz definitiva y universal que es el objeto de la esperanza de todos los hombres de buena voluntad.
 
El Adviento es una reafirmación del camino eterno del hombre hacia Dios; cada año marca un nuevo comienzo de este camino: ¡La vida del hombre no es un camino impracticable, sino vía que lleva al encuentro con el Señor!
 
Además en esta invocación del primer domingo de Adviento hay como un preanuncio de los senderos que llevarán la noche de Belén a los pastores y a los Reyes Magos de Oriente hacia Jesús recién nacido.
 
--- Transformación del hombre
 
“Dándonos cuenta del momento”: ¿Qué quiere decir vestíos del Señor Jesucristo” (Rom 13,14):
 
-el camino del hombre introduce en el interior del hombre que de diversos modos experimenta el gravamen del pecado, como lo atestigua la segunda lectura;
 
-el encuentro a que aludimos no se realiza sólo “fuera”, sino también “dentro” y consiste en una transformación tal del interior del hombre que lo aproxima a la santidad de Aquel con quien nos encontramos, y en esto consiste el “vestirse del Señor Jesucristo”;
 
-el significado “histórico” del Adviento está impregnado de sentido “espiritual”. En efecto, el Adviento no quiere ser sólo rememoración del período histórico que precedió al nacimiento del Salvador si bien entendido de esta manera, tiene también de por sí un significado espiritual muy elevado. Sin embargo, por encima de esto y con más profundidad, el Adviento quiere recordarnos que toda la historia del hombre y de cada uno de nosotros se ha de considerar como un gran “adviento”, una espera de la venida del Señor un momento tras otro, para que nos encuentre prontos y en vela, y lo podamos recibir dignamente.
“Dándonos cuenta del momento” significa: “Velad porque no sabéis qué día vendrá vuestro Señor” (Mt 24,42).
 
-La vinculación de Dios, de la realidad divina, con el tiempo humano reafirma por una parte lo limitado de este tiempo que tiene un término, y por otra abre este mismo tiempo a la eternidad de Dios y a las “realidades últimas” vinculadas a ésta.
 
-El Adviento tiene un significado “escatológico”, puesto que atrae nuestro pensamiento y propósitos hacia las realidades futuras. Nos recuerda la meta última de nuestro camino y nos estimula a ocuparnos de las realidades terrenas sin dejarnos anegar en ellas, sino enderezándolas hacia las celestiales. Nos exhorta a prepararnos bien a estas últimas, de modo que la llegada del Señor no nos encuentre desprevenidos y mal dispuestos.
 
-“Velad”: El espíritu del hombre “despierto” a la realidad divina y atraído por lo mismo hacia su destino eterno en Dios, debe animar toda la temporalidad con una nueva conciencia.
 
El mundo tiene necesidad absoluta de Jesús crucificado y resucitado. La potencia de su gracia puede y debe permear y animar evangélicamente a todos los ambientes seculares de la familia, el trabajo, la sociedad y la cultura, sobre todo a través del carisma de los laicos cristianos.
 
Deseo de corazón que esta visita sirva para abrirnos aún más los ojos del alma a la realidad divina y, por así decir, despertarnos de nuevo a ésta.
 
Y nos ayude también a transformarnos interiormente y a que nuestra humanidad se revista del Señor Jesucristo con creciente madurez.
 
Con nueva alegría vayamos al encuentro del Señor que va a venir, como todos los años, en la solemnidad de Navidad, hacia el Señor con quien nos vamos a encontrar también al final de nuestra vida terrena. En efecto, el Adviento nos recuerda cada año que la vida humana no es un sendero impracticable hacia Dios,
sino un verdadero camino hecho propio por el Verbo Divino.
 
DP-331 1983
 
 

Comienza el Adviento en el que la Iglesia nos invita a considerar el misterio de Cristo que ilumina ese otro misterio que s también el hombre. Nos preparamos para la Navidad que llega y la Navidad eterna: el encuentro con Dios al término de esta vida. Para ello tendremos a excelentes maestros: Isaías, Juan Bautista, José y María, la Madre del Señor.

Toda nuestra vida es un adviento, una espera gozosa y esforzada hacia una vida sin fin. Nuestro corazón no está hecho para la destrucción sino para la existencia, para lo verdadero, lo bello, lo amable, lo justo... Pero si Cristo no hubiera venido al mundo  no habría esperanza de que esto pudiera ser una realidad, ya que la experiencia diaria convence al hombre -a veces de forma macabra- que el mal, la mentira, la violencia, la enfermedad y la muerte adquieren un protagonismo abusivo. Por eso no hay mentira mayor que buscar un paraíso en la tierra. No hay engaño mayor que el de quien trabaja por una justicia, una paz, un orden que no esté basado en Cristo.
Con todo, no podemos olvidar que hay en nosotros una tendencia a absolutizar las cosas de esta vida olvidando nuestro destino eterno. "Vigilad", nos dice Jesús, porque el peligro de deslizarse hacia la sensualidad, no valorando sino lo que se puede tocar, lo que hace más placentera la vida, así como el narcisismo que nos repliega sobre nosotros mismos desplazando de nuestro horizonte vital a Dios, es algo constante.
¡En cuántas ocasiones, absorbidos por los problemas diarios vivimos instalados en un profundo sopor que olvida el sentido trascendente de la vida! Se vive como drogado y se muere convenientemente sedado en un hospital para no enterarse tampoco de la importancia de ese trance. Un cristiano no debe conducirse por miedo a su Padre Dios, pero sí de un modo responsable, de forma que los cantos de sirena que a lo largo de la travesía de la vida intentan seducirlo, no le desvíen del trayecto que le conduce al puerto de la salvación. Preguntémonos: ¿Qué orientación estoy dando a mi vida? ¿Busco en medio de mis ocupaciones habituales al Dios de todas las cosas, o son esas cosas las que me alejan de Dios? Es en medio del trabajo, de la vida familiar y social, de la colaboración por una sociedad más humana y solidaria, donde cada uno decide su felicidad para siempre. Estas cosas desempeñadas como Dios quiere, son las que nos preparan para la segunda venida del Dios de todas las cosas.
Adviento, tiempo de preparación para recibir al Señor que llega en Navidad, y para imprimir a nuestra vida un valor de eternidad, porque la segunda venida de Cristo sorprenderá a los hombres en lo que estén haciendo, bueno o malo.
 
 

Esperar al que viene a hacer nuevas todas las cosas es empezar a sentirse renovado

I. LA PALABRA DE DIOS
 
Is 2,1-15: El Señor reúne a todos los pueblos en la paz eterna del Reino de Dios
Sal 121,1-2.3-4a(4b-5.6-7).8-9: Vamos a la casa del Señor
Rm 13,11-14: Nuestra salvación está cerca
Mt 24,37-44: Estad en vela para estar preparados
 
II. APUNTE BIBLICO-LITÚRGICO
 
Isaías contempla desde Sión la ciudad santa abriendo una nueva esperanza por la próxima intervención salvadora de Yavé.
Dios ser el centro de atención de todos los pueblos, centro de instrucción sobre la Ley.
Yavé inaugura una nueva etapa de salvación.
Lo viejo está pasado; lo nuevo se nos echa encima. La vigilancia cristiana – actitud tan destacada en la lectura evangélica– no es mirar en todas direcciones adivinando dónde pueda estar el enemigo, sino mantenerse alerta para descubrir los signos del Reino de Dios en el mundo.
 
III. SITUACION HUMANA
 
Lo cristiano no es esperar a que nos den hecha la historia. Cuando el creyente se compromete con ella está haciendo presente la salvación de Dios, no la que él fabrique. Lo alienante es quedarse quieto; lo evangélico es trabajar por el Reino de Dios. Cuando alguien sabe que el Reino de Dios viene de Él no está afirmando lo obvio: est dando muestras de no inventarse el Reino de Dios. No nos faltan ocasiones para tomar el pulso a la realidad circundante. Pero el reto cristiano es que ahí precisamente se hace la salvación por Dios y su Reino.
 
IV. LA FE DE LA IGLESIA
 
La fe
– La esperanza de los cielos nuevos y de la tierra nueva: Al fin de los tiempos el Reino de Dios llegar a su plenitud. Despues del juicio final, los justos reinarán para siempre con Cristo, glorificados en cuerpo y alma, y el mismo universo ser renovado (1042). En este «universo nuevo» (Ap 21,5), la Jerusalén celestial, Dios tendra su morada entre los hombres. «Y enjugará toda lágrima de su ojos, y no habrá ya muerte ni habrá llanto, ni gritos ni fatigas, porque el mundo viejo ha pasado» (Ap 21,4) (1044; cf 1045).
– El juicio suceder cuando vuelva Cristo glorioso. Sólo el Padre conoce el día y la hora en que tendra lugar, sólo Él decidirá su advenimiento. Entonces, Él pronunciará por medio de su Hijo Jesucristo, su palabra definitiva sobre toda la historia (1040; cf 1038. 1039. 1040).
 
La respuesta
– La vigilancia ante el Reino de Dios: Mirado positivamente, el combate contra el yo posesivo y dominador consiste en la vigilancia. Cuando Jesús insiste en la vigilancia, es siempre en relación a Él, a su Venida, al último día y al «hoy». El esposo viene en mitad de la noche; la luz que no debe apagarse es la de la fe: «Dice de ti mi corazón: busca su rostro» (Sal 27,8) (2730; cf 1001).
 
El testimonio cristiano
 
– La espera de una tierra nueva no debe amortiguar sino más bien avivar la preocupación de perfeccionar esta tierra, donde crece el cuerpo de la nueva familia humana, el cual puede de alguna manera anticipar un vislumbre del siglo nuevo. Por ello, aunque hay que distinguir cuidadosamente progreso temporal y crecimiento del Reino de Cristo, sin embargo, el primero en cuanto puede contribuir a ordenar mejor la sociedad humana, interesa en gran medida al Reino de Dios (GS 39) (1049).
 
Vivir el Adviento es vivir de y para la esperanza. De ella en cuanto apoyo; para ella en cuanto preparación de los caminos del Señor.